Cuando sonó el timbre, Pedro se levantó del sofá, con cuidado para no despertar a Paula de su siesta, y la tapó con una manta.
Lo amaba. No lo había dicho, pero sólo el amor podía explicar el brillo de sus ojos cuando lo miraba o la ternura de sus caricias. Por supuesto, tampoco él le había confesado su amor, pero lo haría durante la cena.
Cuando abrió la puerta, se sorprendió al ver a Carter con un maletín en la mano. La expresión seria de su amigo le dijo que aquélla no era una visita de cortesía. Carter había encontrado al ladrón.
—¿Dónde está Paula?
—Echándose una siesta —contestó Pedro, llevándolo a su estudio.
—Mejor —dijo Carter, cerrando la puerta.
Pedro se sorprendió. Su amigo era la persona más tranquila que conocía, pero parecía nervioso.
—¿Quién es? —preguntó.
—Lo he comprobado todo tres veces...
—¿Y?
—Es un trabajo desde dentro.
Pedro se pasó una mano por el pelo, incrédulo.
—¿Por qué querría robarme uno de mis empleados? Todos están bien pagados, tenemos una excelente relación... Somos como una familia. Tienes que haber cometido un error, Carter.
—Tengo pruebas, Pedro —suspiró él, colocando el maletín sobre el escritorio.
—Quiero el nombre de ese malnacido. Quiero saber cuántas veces ha tenido acceso a los archivos, quiero saber a quién le ha vendido el programa y cuánto le han pagado por él.
—Está todo en mi informe —dijo Carter, sacando unos papeles—. Lo siento mucho, amigo. Era Brett.
Pedro dio un paso atrás.
—No puede ser. Alguien ha intentado cargarlo con esto...
—He encontrado ingresos en su cuenta corriente que coinciden con las fechas que me diste... la más reciente y la de hace un par de años.
Pedro no quería saber cómo había conseguido Carter esa información confidencial, pero daba igual porque estaba equivocado. Tenía que estar equivocado. —Mi hermano nunca me robaría.
—Debes admitir que Brett era muy competitivo contigo. Siempre quería un coche mejor que el tuyo, una casa mejor, tu empresa, Paula...
—Era una competencia sana, entre hermanos —lo interrumpió Pedro.
Pero ¿y la navajita que encontró en la caja? ¿Y las alianzas de sus padres, el reloj, la pulsera que le regaló su novia? ¿Y Paula?
—¿Por qué iba a robar Brett a su propia empresa? Tenía un treinta por ciento de las acciones.
—Tu hermano le debía dinero a todo el mundo. Por lo visto, el banco le había denegado un préstamo y sus tarjetas de crédito estaban hasta el límite. La única forma de conseguir dinero era pedírtelo a ti, pero entonces tendría que haber admitido sus problemas económicos... y Brett no era capaz de hacerlo.
Las facturas que había visto en casa de Paula, que ella hubiera tenido que vender la casa y el coche... pero no podía creer que Brett lo hubiese traicionado.
—Sé que no te caía bien mi hermano, Carter, pero no esperaba que quisieras arruinar su reputación una vez muerto.
Su amigo apretó los dientes.
—No mates al mensajero, Pedro. Ojalá pudiera decirte que era otra persona, pero no puedo. Todas las pistas llevan a Brett y, que yo sepa, trabajaba solo, vendiéndole secretos empresariales a la competencia.
Pedro se dio la vuelta. ¿Por qué iba a mentir su amigo? Pero tenía que estar mintiendo.
—¿Crees que es fácil para mí decirte esto?
—¿Y por qué lo haces?
Carter dejó escapar un largo suspiro.
—He estado a punto de ocultártelo, pero sé que estás preocupado por la seguridad de tu empresa. Ahora que Brett no está, puedes lanzar otros programas sin miedo a que los pirateen.
Pedro se pasó una mano por el pelo. Había hecho todo lo que pudo por Brett. Siempre. Había ahorrado cada céntimo para pagarle los estudios. Le había dado un trabajo y acciones de su empresa... Brett no podía haberlo traicionado.
—¿Crees que Paula sabía algo? —preguntó Carter entonces.
—No.
—Pero ella se ha beneficiado de ese dinero. Y se casó contigo unas semanas después de la muerte de Brett.
—Te equivocas —dijo Pedro, furioso.
¿Qué estaba pasando? ¿Por qué su amigo intentaba separarlo de las dos personas que más le importaban en el mundo?
—No sé por qué te empeñas en culpar a mi hermano... o a Paula, pero estás equivocado. Voy a darte un cheque por tus servicios... y luego quiero que te vayas de mi casa.
—Tú sabes que no te mentiría, Pedro. Aquí están los datos. Cuando estés dispuesto a sacar la cabeza de la arena, echa un vistazo al informe.
—Vete, por favor.
Su amigo lo miró, sacudiendo la cabeza.
—Cuando estés dispuesto a hablar, ya sabes dónde encontrarme.
—Eso no va a pasar.
Carter se dio la vuelta y salió del estudio.
El ruido de la puerta sobresaltó a Paula. Las voces en el estudio la habían despertado, dejándola horrorizada. Brett era el ladrón. ¿Cómo podía no haberse dado cuenta?
De repente, los comentarios de Brett en el diario empezaban a tener sentido... Por alguna razón incomprensible, sentía que tenía derecho a quitarle a Pedro lo que más quería...
Paula tuvo que salir corriendo al cuarto de baño. Cuando por fin desaparecieron las náuseas, se lavó la cara y, apoyándose en la puerta, se abrazó a sí misma.
¿Qué iba a hacer?
¿El amor de Pedro por Brett se tornaría en odio? ¿Ese odio se extendería al hijo de su hermano y a ella? Brett era adoptado, de modo que no había lazos de sangre.
Paula se puso la mano sobre el abdomen, en un gesto de protección, rezando para llevar dentro el hijo de Pedro, no sólo por el niño, sino por él. Pedro valoraba la familia por encima de todo y necesitaba que aquel niño fuera hijo suyo. Necesitaba una familia.
Paula se había enamorado de él y no quería marcharse, pero... ¿qué haría si la echaba de su casa? No podía aceptar el dinero que le correspondía por las acciones de la empresa si Brett había estado robándole. No, no aceptaría nada de él.
—¿Te encuentras bien? —oyó la voz de Pedro al otro lado de la puerta.
Ella abrió, pálida.
—Sí. ¿Y tú?
—¿Lo has oído?
—Era difícil no oír los gritos.
—Estoy bien, no te preocupes.
Como durante el funeral, intentaba esconder su dolor, pero estaba en sus ojos, en su postura.
Paula había querido protegerlo del lado oscuro de Brett y había fracasado. Dando un paso adelante, enredó los brazos alrededor de su cuello y apoyó la cara en su pecho.
—Lo siento.
—Carter cree que Brett era el ladrón —dijo Pedro con voz ronca—. ¿Por que mentiría mi mejor amigo sobre algo tan importante?
Paula cerró los ojos. Esa mañana había pensado que había una oportunidad para ellos. Porque lo amaba. Ahora, eso le parecía un sueño imposible. Pero no podía dejar que Brett siguiera robándole a su hermano. Y la única forma de detener la destrucción de su amistad con Carter era hablarle de aquel maldito diario en el que describía sus defectos con detalle. Cuando Pedro supiera que había sido un fracaso como esposa y como mujer, no querría saber nada más de ella. Pero no tenía alternativa. Aunque le rompía el corazón, tenía que hacerlo.
—No te ha mentido. Brett te robaba.
Pedro dio un paso atrás.
—¿Qué estás diciendo?
¿Por qué la posibilidad de perder a aquel hombre le dolía mil veces más que los engaños de Brett? ¿De verdad había amado a su marido alguna vez o estaba enamorada de la idea de felicidad que él le había vendido? No había comparación entre la atracción superficial que había sentido por Brett y el amor que sentía por Pedro.
Paula entró en su cuarto y sacó el diario de debajo del colchón.
—Encontré esto después del accidente. Es el diario de tu hermano. Aquí dice que «tiene lo que Pedro más desea», que sólo así «quedará por encima y conseguirá lo que le corresponde». Hay fechas... supongo que las mismas que le has dado a Carter... en las que habla de que «ha llegado su momento».
Cuando Pedro tomó el diario, Paula dijo adiós a sus esperanzas y sus sueños.
—Brett te ha robado muchas cosas. No dejes que rompa tu amistad con Carter.
—Tú sabías lo que estaba haciendo —dijo él, con los dientes apretados—. Y no me lo has dicho hasta ahora porque sigues amándolo.
¡No! Pero no podía decirle que nunca había amado a Brett, ni que la noche de su muerte lo odiaba por todo lo que le había hecho y se odiaba a sí misma por haber sido tan ingenua.
—No te lo conté porque no quería destrozar el recuerdo que tenías de tu hermano. Brett ya no está. Sus pecados han terminado con su muerte. Tu empresa está a salvo.
Pedro empezó a pasear por la habitación.
—Me has traicionado. Igual que él.
—Yo nunca te haría daño. Te quiero.
Él se volvió, furioso.
—¿Cómo voy a creerte? Amabas a mi hermano tanto como para mentir por él... ¿Te acostaste conmigo después del funeral para no quedarte en la calle?
—No, Pedro —contestó Paula, intentando contener las náuseas.
—Y yo me he creído eso de que el niño podría ser mío...
—Podría serlo.
—Ya no sé qué creer. Pensé que me había aprovechado de ti, pero parece que es al revés.
—No, yo...
—La gente en la que más confiaba me ha traicionado.
—Yo no sabía nada de esto hasta que...
—Tú sabías que Brett me estaba robando y no me lo dijiste. Eso es lo único que importa
—la interrumpió Pedro—. Me voy. Voy a dar un paseo con Maggie.
—Pero...
—Tengo que salir de aquí.
—¡Pedro, espera!
Pero él siguió adelante. Paula se dejó caer sobre la cama, angustiada. ¿Qué debía hacer?
El miedo le decía que se fuera de allí antes de que Pedro la echase. Pero no podía hacerlo. Por miedo al rechazo había dejado que Brett aplastara sus sueños... y había pagado un precio muy alto por su cobardía. Si amaba de verdad a Pedro le diría la verdad, toda la verdad.
En ese momento, Moro se puso a llorar. Paula se secó los ojos y atendió al cachorro, porque por muy mal que estuvieran las cosas, la vida seguía. Y ella no pensaba rendirse.
¿Cómo había podido estar tan ciego?
Pedro soltó el diario como si lo quemara, enterrando la cara entre las manos. ¿Cómo no había visto la malicia de su hermano? Brett y él siempre habían sido competitivos, pero las cosas de las que se jactaba en el diario, usar el código secreto, iban más allá de una rivalidad fraternal. Su hermano había mentido, engañado y robado sólo para quedar por encima de él y le daba igual a quién hiriese en el proceso.
Paula.
Pedro apretó los dientes hasta que le dolieron. Brett no había amado a Paula. La había usado, la había poseído sólo porque... porque era su novia.
¿Por qué había soportado aquel matrimonio en el que Brett la usaba como peón para hacerle daño a él? ¿Y por qué nunca se lo había contado a nadie? ¿Cómo había podido amar a ese monstruo? Pero debía de amarlo, si no lo habría dejado... Pedro cerró los ojos.
Paula seguía amando a su hermano.
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