Divina

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domingo, 7 de junio de 2015

En la cama de un millonario Cap 12


Al igual que sus padres, Paula daba por hecho que las bodas eran entre dos personas que se querían. El cincuenta por ciento, sus propios sentimientos hacia Pedro,no bastaría.

-¿Paula? -Pedro rompió el silencio.

-Sí, les llamé. Les dije que te llevaría conmigo el sábado y enseguida se dieron cuenta del motivo -añadió.

Ese motivo era presentarles al hombre con el que se iba a casar. Pedro se preguntaba por qué ella no parecía algo más feliz.

A fin de cuentas, eso era lo que buscaba. Tener a su disposición el dinero Alfonso. Puede que le chocara que él estuviera incluido en el lote, pero, como él mismo había dicho, las cosas no siempre salían según los planes.

Y eso incluía sus propios sentimientos hacia Paula. .

Tras la ruptura de su matrimonio con Sally, su novia del instituto, Pedro se juró nunca más enamorarse ni casarse. Pero sabía, desde aquella noche, que Paula era distinta. Lo sabía, y por eso había sido tan cruel con ella a la mañana siguiente.

Pero no consiguió olvidarla durante las semanas que había estado fuera. Ni siquiera había mirado a otras mujeres, sabedor de que volvería a encontrarse con Paula a su vuelta a Londres.

¡Pero lo del retrato no se lo esperaba!

¡Ni volver a Londres para descubrir que Paula estaba embarazada!

¿A propósito?

El problema era que él no estaba completamente seguro de ello.

No entendía por qué Paula no comprendía que si él decidía luchar por la custodia del bebé su situación no seria ni la mitad de ventajosa.

-Está bien, Paula -dijo secamente mientras sacaba una cajita de terciopelo del bolsillo de su chaqueta-. Puede que esto sirva para animarte -la miró, pendiente de su reacción.

Que desde luego no fue la que él se había esperado.

Paula miraba la cajita como si fuera a morderle.

A lo mejor era que pensaba elegir el anillo de compromiso ella misma.

Sin duda un enorme diamante.

Al pensar en el anillo de la cajita, Pedro creyó que Paula no se sentiría defraudada.

Aunque él sí lo estaba.

Había sido un idiota al darle una oportunidad, y al pensar que a lo mejor se había equivocado sobre ella y su embarazo deliberado.

-Ábrelo, Paula, por el amor de Dios -gruñó impaciente-. Estoy seguro de que te gustará -añadió-. Y si no te gusta, podemos cambiarlo por algo mejor y más grande -se burló.

Era un idiota, ciego e idiota, por esperar que la reacción física de Paula pudiera deberse a algún sentimiento hacia él, y no sólo hacia su cuenta bancaria.

Pero ella tenía razón. Era sólo sexo.

Bueno, pues ella recibiría todo el que quisiera. ¡Guardaría sus sentimientos para el bebé!

Paula tragó con dificultad mientras alargaba la mano hacia la cajita, segura de lo que había en su interior. Estaba confundida por el gesto. Aunque Pedro había insistido en que iban a casarse, si su corazonada era cierta, en la cajita había un anillo de compromiso: algo totalmente inesperado.

Miró a Pedro insegura antes de abrir la cajita, buscando en esos rasgos duros e insensibles algo que le indicara que ese anillo era algo más que un contrato de propiedad.

La frialdad de sus ojos y el gesto burlón indicaban que no había nada más.
Abrió la caja y casi se quedó sin aliento y con los ojos abiertos de par en par.

Era el diamante más enorme que había visto nunca, de varios quilates, rodeado de media docena de diamantes más pequeños, y el nombre de la joyería grabado en la caja indicaba la fortuna que debía de haberle costado. Una minúscula parte de los millones Alfonso, pero una fortuna al fin y al cabo.

-¿Y esto para qué es? -dijo desafiante tras cerrar la caja de golpe.

-¿Y tú qué crees? -le espetó él impaciente.

-¿Intentas insultarme? -rugió ella mientras empujaba la caja hacia él y escondía sus manos bajo la mesa para no tener que aceptar nada que no quería, ni necesitaba.

Un anillo de compromiso, en su caso, era una farsa. Y ese anillo, con sus llamativos diamantes, no era más que un insulto.

-¿Hubieras preferido un zafiro? ¿0 puede que otra esmeralda? -Pedro no hizo ademán de aceptar la cajita-. Podemos volver a la tienda mañana...

-No recuerdo haber dicho que quisiera un anillo de compromiso -dijo ella con esfuerzo-. Pero eso, ¡eso! Intentas insultarme, ¿verdad? -le lanzó una mirada de furia y sus mejillas enrojecieron.

-¿Qué tiene de malo? -dijo furioso-. ¿No es lo bastante grande? Seguro que 
tienen más...

-¡No lo bastante grande! -repitió ella incrédula-. ¡Si los diamantes hubieran sido más grandes habrían cegado a todos los comensales!

Ella no se pasearía por ahí con esa cosa en su dedo: una deliberada ostentación de propiedad. Sería como pasearse con una señal luminosa sobre su cabeza que dijera ¡Esta mujer acaba de ser comprada!

¡Porque obviamente era eso lo que pensaba Pedro! -¿Te importaría bajar la voz, Paula? -murmuró Pedro al ver que algunos curiosos los miraban-. Dime qué le pasa al anillo y lo cambiaremos.

-Si se hubiera tratado de un diamante ocho, o hasta cuatro, veces más pequeño, podría, pero sólo podría, haber servido. Pero eso no es un anillo, ¡es una bola y una cadena! -Paula respiraba agitadamente-. Creo que me gustaría marcharme -dobló la servilleta sobre la mesa.

-De acuerdo, si eso es lo que quieres -Pedro lanzó su propia servilleta sobre la mesa y pidió la cuenta. Él también necesitaba salir de allí cuanto antes.

No olvidaba que Paula había dicho que no se quería casar, pero tampoco hacía falta que se lo restregara así por la cara. ¿Por qué no podía aceptar que no tenía otra posibilidad de conseguir su dinero? ¿Qué le pasaba a esa mujer?

¡Una mujer que hacía que su pulso se acelerara y su deseo se despertara cada vez que la miraba!

Paula percibió el disgusto de Pedro mientras salían del restaurante.

¿Qué otra cosa podía haber hecho ante un anillo tan excesivo?

Sin duda él esperaba que lo hubiera aceptado con avaricia.

Pero nada más ver el anillo, ella lo había odiado, y a todo lo que representaba.

¿No se daba cuenta Pedro de...?

-¿Podrás devolver el anillo y que te reembolsen el dinero? -preguntó bruscamente al llegar al coche de Pedro.

-No te preocupes -contestó secamente mientras le abría la puerta del coche.

Era un coche precioso, un deportivo rojo. La clase de coche que Paula sólo había visto en las revistas. La clase de coche que se imaginaba para alguien como Pedro. Y no era más que el coche que tenía en Londres. ¡A saber qué otros coches tendría en París y en Nueva York!

-Es un bonito coche -intentó ser amable, consciente de la visita a sus padres al día siguiente, algo que aún no había hablado con Pedro.

Necesitaba su ayuda para convencer a sus padres de que era una boda por amor y no un matrimonio de conveniencia. ¡Para la conveniencia de Pedro!

-Te compraré uno igual, si quieres -dijo Pedro.

-¿Y por qué ibas a hacer eso? -ella respiró hondo.

-Déjalo ya, Paula -dijo él aburrido-. No me engañas.

Ella iba tras su dinero o los costosos regalos que le ofrecía...

-De acuerdo,; cómprame el coche -aceptó finalmente, sabedora de que nada de lo que ella pudiera hacer o decir lograría convencerle de que no iba tras su dinero-. Pero tendrás que sacarme de él con un abrelatas dentro de seis meses -añadió sarcásticamente.

Entonces estaría embarazada de casi ocho meses, de su bebé...

Paula se había pasado el día imaginándose los latidos del diminuto corazón. 

Había colocado las manos sobre su vientre y mentalmente había intentado hablar con esa incipiente vida.

Y estaba segura de haber recibido la respuesta: estoy aquí...

Miró a Pedro, deseosa de compartirlo con él. Pero no podía: nunca comprendería la maravillosa sensación de la vida que crecía en su interior. Sin ánimo de ser sexista, ella pensaba que los hombres no terminaban de entender ese milagro.

Sobre todo cuando el hombre pensaba que el embarazo era un medio para conseguir unos logros.

-Seguro que te las arreglarás para salir del coche -contestó Pedro, temeroso de iniciar otra disputa.


Eso no era una batalla, ¡era un campo minado!


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