Pero Pedro le había hecho perder la cabeza. Y después de cuatro años soportando una relación que la tenía atada de pies y manos, no quería volver a perder la cabeza por nadie.
—Gracias, pero esperemos no tener que llegar a eso.
—¿Estás buscando trabajo?
—Sí.
Llevaba tres días buscando, pero los universitarios se habían marchado a casa para pasar el verano y los establecimientos estaban recortando personal.
—¿Te gustaría trabajar en mi empresa?
Paula miró por la ventana. Lo último que deseaba era tener que ver a Pedro todos los días, recordar que se había aferrado a él como una mujer hambrienta de afecto.
—Nunca he trabajado en una oficina.
Él le puso una mano en el hombro. Cuando se volvió, en sus ojos vio simpatía, frustración y... deseo. Tampoco Pedro había olvidado lo que pasó.
—Paula, yo puedo darte dinero para los primeros gastos u ofrecerte un puesto de trabajo.
Elige tú. Pero no me gustaría que te fueras de Chapel Hill hasta que sepamos si estás embarazada de Brett... o de mí.
El corazón de Paula se aceleró. ¿Sería posible? ¿Podría estar embarazada de Pedro? Si fuera así... ¿cómo podía negarle sus derechos como padre?
«No temas algo que aún no ha pasado. Las posibilidades de quedar embarazada el primer mes, después de tomar la píldora durante tanto tiempo, son muy escasas».
—Gracias, pero prefiero buscar otro trabajo.
No quería rendirse a la tentación de pedirle ayuda, de apoyarse en él. Había llegado el momento de solucionar los problemas por su cuenta.
—Quiero ayudarte —insistió Pedro.
Ella respiró profundamente.
—Y yo quiero un trabajo de verdad, no uno que me dan por compasión.
—Éste es un trabajo de verdad. Mi secretaria necesita ayuda. La secretaria de Brett se marchó hace meses y Opal tiene que hacer su trabajo y el de Nina.
Paula abrió mucho los ojos. Nina. La amante de Brett.
Como le había pedido que no lo llamase a la oficina a menos que fuera algo muy urgente, Paula ni siquiera sabía el nombre de su última secretaria... ¿Sabría Pedro que su hermano le era infiel? ¿Mentiría para protegerlo?
Con el corazón en la garganta,Paula intentó encontrar una respuesta lógica:
—Nunca he trabajado como secretaria.
—Ya aprenderás.
—Me lo pensaré. Pero siéntate un momento, quiero enseñarte algo.
—¿Qué?
—Espera, tengo que subir al dormitorio.
Cuando miró hacia el vestíbulo, comprobó que Pedro estaba mirando también. Y en sus ojos vio que también él recordaba lo que había pasado...
Pedro observó el contenido de la cajita de madera que Paula había dejado sobre la mesa. Había objetos de oro, plata y otros metales preciosos, todos mezclados.
—¿Lo has guardado tu?
—Ni siquiera sabía que Brett tuviera escondido este tesoro hasta que me puse a buscar el testamento. Encontré la caja escondida en el fondo de un armario, pero he visto tu nombre en un par de cosas y pensé que estarías interesado. No quiero vender nada que tenga algún valor sentimental para ti.
—¿No has encontrado el testamento?
—No. El abogado ha buscado en el registro, en el banco y en todas partes, pero parece que Brett murió sin hacer testamento.
Otro detalle que su hermano había olvidado. A Pedro lo enfurecía que hubiera sido tan irresponsable. Si un hombre amaba a una mujer, intentaba cuidar de ella... y de los hijos que pudieran tener.
Intentando no pensar en eso, sacó un reloj de oro de la caja y trazó con el dedo el nombre grabado por detrás. Recordó entonces a su padre mirando aquel reloj, diciendo que se lo dejaría como herencia...
—Era de mi bisabuelo, el primer Pedro Alfonso.
Paula dejó una taza de café sobre la mesa y se apartó enseguida, como si tuviera miedo de acercarse demasiado.
—¿Y por qué lo tenía Brett?
—Porque me lo pidió.
Y, tras la muerte de sus padres, él le había dado todo lo que le pedía.
—Pero era para ti, ¿no?
—Se lo debía.
Le debía algo que nunca podría pagarle.
—¿Qué le debías?
¿No se lo había contado Brett? Pedro apartó la mirada.
—Yo maté a nuestros padres.
Paula se llevó una mano al corazón.
—Tus padres murieron en un accidente.
—Pero yo iba al volante.
—Un borracho se saltó un semáforo...
—Si yo no hubiera arrancado en cuanto el semáforo se puso en verde, si hubiera mirado dos veces en lugar de pisar el acelerador como un loco...
Paula se sentó a su lado.
—Pedro, el accidente no fue culpa tuya. Brett me lo contó todo. El otro conductor no llevaba las luces encendidas, iba borracho, se saltó el semáforo... tú no pudiste hacer nada.
Pedro respiró profundamente y ella apartó la mano, nerviosa.
Desde la muerte de Brett, Paula había dejado de usar perfume, pero su olor natural era mil veces más embriagador. Y también había dejado de peinarse con ese estilo... como recién salida de la cama. Aquel día llevaba el pelo liso y le habría gustado despeinarla, verla como la había visto cuando hicieron el amor en el vestíbulo.
No, no habían hecho el amor, se corrigió a sí mismo. Hacer el amor implicaba tener sentimientos y él ya no sentía nada por ella. ¿O sí?
Aclarándose la garganta, volvió a mirar la caja, buscando las alianzas de sus padres. Al verlas, volvió a sentir su muerte como aquel día, diez años antes. Y oyó de nuevo las últimas palabras de su madre: «Cuida de Brett. Pase lo que pase, no dejes que nuestra familia se separe».
Pedro acarició las alianzas, estudiando el intrincado dibujo.
—Son preciosas —murmuró Paula—. El dibujo es muy raro, ¿no?
—Brett me dijo que no querías ponértela.
Ella levantó una ceja, sorprendida.
—Pero si no las había visto nunca...
—¿No te la ofreció mi hermano?
—No... Quizá quería conservarlas juntas. Ya sabes que él no quería ponerse alianza.
No tenía sentido. Brett le había suplicado que le diera las alianzas y el reloj y, sin embargo, parecía como si nunca hubiera usado ninguna de esas piezas.
Un colgante de plata en forma de corazón llamó entonces su atención. Dentro había dos fotografías de Brett y él, de niños.
—Esto era de mi madre. Quería dejárselo a su nieta, si tenía alguna.
Sin darse cuenta, Pedro deslizó la mirada hasta su abdomen. Su hijo, o su hija, podría estar creciendo dentro de ella en ese momento... Paula estaba mordiéndose los labios y el deseo de acariciarlos era tan fuerte que tuvo que apartar la mirada.
Ninguno de los dos dijo nada, pero la tensión que había entre ellos era innegable. Pedro no podría explicar la mezcla de emociones que sentía en ese momento. ¿Miedo, emoción, angustia?
—Si algún día tienes una hija, seguro que se sentirá orgullosa de llevar ese colgante —dijo Paula, levantándose—. Es muy bonito.
El resto de las joyas que había en la caja tenían poco valor, pero Pedro encontró una navaja que creía haber perdido en el colegio... y la esclava que su ex novia le regaló. ¿Por qué las tenía Brett? ¿Y por qué había guardado todo eso en una caja de madera, sin decírselo a nadie?
—Éstos son tus recuerdos, Pedro. Deberías conservarlos para tu familia.
—La familia Alfonso terminará conmigo... a menos que tú... ¿cuándo sabrás si estás embarazada?
Paula lo miró, sorprendida y nerviosa.
—Dentro de una semana, más o menos.
—Me lo dirás en cuanto lo sepas —era una afirmación, no una pregunta.
—Sí, claro.
—¿Quieres tener un hijo, Paula?
Ella respiró profundamente.
—Siempre he querido tener hijos pero ahora no es el mejor momento. Y sin saber quién... —no pudo terminar la frase, avergonzada.
—Yo te ayudaré, sea quien sea el padre.
—Gracias.
En ese momento sonó el timbre.
—Debe de ser la cena. He llamado a un restaurante chino mientras estabas arriba —dijo
Pedro, levantándose.
Volvió unos minutos después, con dos bolsas en la mano.
—No tenías que invitarme a cenar —murmuró Paula.
Él apretó los dientes.
—Tienes que comer. Estás muy delgada.
—Eso no es asunto tuyo.
—Sí lo es, Paula. Es asunto mío.
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