—Estás embarazada.
—Eso parece.
—Nos casaremos —anunció él entonces.
Había estudiado todas las posibilidades y el matrimonio era la mejor forma de establecer una conexión legal con su hijo.
Paula se agarró al marco de la puerta, con expresión asustada.
—Pero el niño podría no ser tuyo.
Pedro apretó los dientes. ¿Importaba quién fuera el padre? Aquel niño era un Alfonso, la única familia que le quedaba. Y tenía que mantener unida a su familia.
—Quiero ser su padre.
—Pedro, no es necesario. Si me voy a Florida...
El la interrumpió, asustado:
—Las familias deben permanecer unidas.
Paula se sentía atrapada.
—Sí, pero no tenemos que casarnos. Si es tu hijo, podrás ir a verlo cuando quieras.
—¿Y si no lo es?
—Entonces me iré a vivir a Florida, con mi tía.
Paula no podía dejar que eso pasara. Había perdido a Brett, pero no quería perder a su hijo.
—¿Y cómo vas a saber de quién es el niño antes de hacer una prueba de ADN?
—Sé que hay pruebas prenatales de ADN, pero creo que existe cierto riesgo para el niño.
Y no estoy dispuesta a arriesgar la vida de mi hijo cuando puedo esperar unos meses.
Al menos, estaban de acuerdo en algo.
—De todas formas, quiero ser su padre —insistió Pedro—. Tú sabes que tener un padre y una madre es la situación ideal para un niño. Cuando salíamos juntos, me dijiste que tu vida cambió por completo cuando tu madre murió.
Ella dejó escapar un suspiro.
—Sigues apenado por la muerte de Brett y no piensas con claridad. Uno de estos días querrás casarte y tener tu propia familia...
—Brett habría querido que cuidase de su hijo.
—No creo que...
Pedro señaló el montón de facturas que había sobre la cómoda.
—Estás hasta el cuello de deudas. Admítelo, no puedes hacerlo sola.
—Si comprases mi parte de la empresa, no tendría ningún problema.
—Ya te he dicho que no puedo hacerlo ahora mismo. Además, el acuerdo que tenía con mi hermano me da doce meses para encontrar el dinero.
—¿No puedes pedir un préstamo?
—¿De un millón de dólares? Sólo podría hacerlo hipotecando mi empresa. Y no pienso hacerlo.
Ella lo miró, boquiabierta. Seguramente, no conocía el valor de las acciones de Brett.
—Pero yo no quiero volver a casarme...
El dolor que Pedro tenía en el pecho desde que murió su hermano se incrementó de tal forma que le costaba trabajo respirar.
—Te estoy pidiendo doce meses, Paula. Para entonces podré comprar tu parte de la empresa y, además, sabremos quién es el padre del niño. Abriré un fondo a su nombre en cuanto nos divorciemos y, mientras tanto, tú tendrás el mejor seguro médico y un techo sobre tu cabeza.
—No sabes lo que me estás pidiendo —suspiró Paula.
—Sé que sigues enamorada de Brett y no estoy intentando reemplazarlo. Yo lo quería tanto como tú.
Ella apartó la mirada. Ese gesto era claramente una negativa y, aunque a Pedro le habría gustado creer que no era un golpe para su ego, no solía engañarse a sí mismo.
—En Carolina de Norte no hacen falta análisis de sangre para casarse, pero el papeleo tardará más o menos una semana. Y necesito tu partida de nacimiento.
Paula levantó la cabeza.
—Te he dicho...
—Ya casi he terminado de reformar la casa. Hay un dormitorio con un cuarto de baño y una salita bastante grande... Podría ser tu cuarto y el del niño.
—Un matrimonio sin amor está destinado al desastre —suspiró ella.
Su tono atormentado lo sorprendió. Sabía que su madre había muerto cuando Paula tenía once años y que su padre había enterrado sus penas en el trabajo a partir de entonces, dejándola al cuidado de su tía, pero ignoraba que sus padres no hubieran sido felices.
—El banco ha emprendido un procedimiento administrativo contra ti. ¿Qué vas a hacer?
—¿Quién te ha dicho que podías leer mi correo? —exclamó Paula, furiosa.
Pedro no lo hizo a propósito, pero había estado encerrada en el baño durante los trece minutos más largos de su vida... y le resultó imposible no mirar las cartas del banco.
¿Por qué no habían pagado la hipoteca?, se preguntó. Era absurdo, su hermano ganaba un buen sueldo en la empresa.
—¿Preferirías que no me importase? ¿Quieres que me vaya y deje que el banco te eche a la calle?
No sería capaz, pero seguramente Paula no lo sabía.
Y parecía tan frágil, tan cansada... Habría querido abrazarla y prometer que todo iba a salir bien, pero no podía hacerlo. No podía garantizar que iba a encontrar al canalla que le estaba pasando secretos a la competencia.
—No, es que... no creo que pudiera casarme contigo.
¿Casarse con él era un destino peor que la muerte? Incluso aunque no le hubiera hecho esa promesa a su madre, quería cuidar de Paula y del hijo que llevaba dentro. Al pensar en ese niño, un increíble y desconocido deseo de protección lo invadió.
—En mi casa hay sitio para los dos. Montaremos un columpio en el jardín y aún te quedará sitio para ese huerto que siempre habías querido.
Se odiaba a sí mismo por usar contra ella los sueños de los que le había hablado cuando salían juntos, pero haría lo que fuera para no perder a ese niño.
Entonces, sin pensar, la abrazó. Aunque Paula permanecía tensa, disfrutó de la suavidad de su piel, del calor que parecía llegarle casi hasta el corazón. Pero no podía ser.
Un momento de debilidad era más que suficiente. No podía volver a ocurrir.
Pedro se apartó y esperó que su corazón volviera al ritmo normal.
—Cásate conmigo, Paula. Deja que mi casa sea tu hogar y el de tu hijo.
El anhelo que vio en sus ojos miel lo emocionó. Pero era un hogar y una familia lo que Paula quería, no a él. Y sería mejor no olvidarlo.
No había amor entre ellos. Sin embargo, el deseo de besarla era tan fuerte que tuvo que apartar la mirada.
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