Divina

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domingo, 7 de junio de 2015

En la cama de un millonario Cap 9


PEDRO observó la expresión de horror que apareció en el rostro de Paula al comprender lo que él acababa de decir. ¡No era que fuera una reacción muy halagadora a su propuesta de matrimonio!

Y desde luego, no era la respuesta que él esperaba.

La mayoría de las mujeres en la situación de Paula habrían aceptado casarse con él encantadas.

¡A Paula parecía que le acababan de insultar!

Si iban a casarse y tener un hijo, tendrían que tener algo más en común que el bebé. De lo contrario resultaría un desastre, un campo de batalla continuo. Incluso si el motivo para casarse no era el amor.

-Venga, Paula -le reprochó burlonamente-. No será tan malo. Ya no tendrás que volver a trabajar. Podrás gastarte todo el dinero Alfonso que quieras para decorar mis apartamentos si no te gustan -miró a su alrededor reconociendo que su piso no tenía esa calidez de hogar-. 0 podemos comprar una casa -se le ocurrió de repente-. Para el bebé será mejor tener un jardín en el que jugar...

-¡Para, Pedro! -lo interrumpió ella-. ¡Déjalo ya! No voy a casarme contigo...

-Claro que sí -aseguró Pedro.

-No lo haré -dijo ella con firmeza.

-Sí lo harás -insistió él, controlando su ira.

-¡No! -ella sacudió la cabeza con decisión-. No quiero casarme contigo. ¡No te conozco! Ni tú a mí tampoco -razonó-. ¡Y lo que conoces de mí no te gusta!

-No te preocupes, me conformaré con mi parte del trato -Pedro recorrió detenidamente la fina silueta y se fijó en los duros pezones que se marcaban a través de la ajustada camiseta.

Paula lo miró desesperada, sabiendo que él hablaba únicamente del plano físico. 

Los dos habían resultado compatibles en ese aspecto aquella noche que pasaron juntos, pero eso no tenía nada que ver con el compromiso de un matrimonio y una convivencia. Él sólo pensaba en las noches, no en los días, semanas y años de convivencia.

-Creo que a ti también te parecerá bien, Paula -murmuró mientras se levantaba y se acercaba a ella-. ¿Te importaría demostrarme cuánto te gustará?

-No -Paula retrocedió un paso, espantada al adivinar lo que él se proponía.

Ella sabía de sobra que le iba a gustar, ¡y cómo!

Pedro hizo caso omiso de su tímido intento de protesta. La tomó en sus brazos y bajó la cabeza buscando sus labios.

Paula se sentía derretir, sin defensa posible contra esa boca y esas manos, y sintiendo crecer el calor entre sus muslos. Sus sensibles pechos se apretaban contra el pecho de él.

La boca de Pedro atrapó con avidez la de ella, bebiendo de ella y saboreándola. 

Su húmeda lengua se movía sensualmente contra los labios de ella, antes de hundirse en su oscura cueva.

Paula se sintió invadida de un ardiente deseo, eliminando de golpe su resistencia. Los labios y la lengua de Pedro inundaban de calor su garganta y sus manos arrancaban impacientes la camiseta. Acarició con su lengua uno de los erectos pezones, mordisqueándolo delicadamente, y bajó su mano a la entrepierna para acariciarla justo ahí y consiguiendo, incluso a través de los vaqueros, que se estremeciera de placer.

Lo deseaba... lo necesitaba...

Pedro le dio lo que ella necesitaba, su mano presionaba en el lugar preciso, endurecido, entre las piernas de ella y presionó aún más cuando su boca se deslizó al otro pecho, chupando el pezón y mordisqueándolo al mismo ritmo que su mano la acariciaba ahí hasta hacerla enloquecer.

Ella ya no podía más. Estaba a punto de estallar. Sentía aumentar el placer hasta desbordarla y al fin se liberó con largas sacudidas de un placer tan profundo que casi era dolor.

Se derrumbó débilmente contra él mientras Pedro besaba sus pechos dulcemente y las manos de ella se enredaban en la oscura espesura de sus cabellos.

¿Qué había hecho?

Vaya una pregunta. Ella sabía de sobra lo que había hecho. Lo que no sabía era cómo seguir resistiéndose a Pedro después de haber respondido tan lascivamente.

Pedro se irguió lentamente y bajó la camiseta de Paula, levantando la vista hacia el rostro ruborizado y los ojos brillantes de placer. Su propio cuerpo estaba rígido de deseo, un deseo que no tenía intención de satisfacer. Lo importante en esos momentos era el placer de Paula, para que ella supiera que lo encontraría siempre que lo quisiera una vez estuvieran casados.

-Tú no te has... -ella frunció el ceño.

-No lo necesito, Paula -le aseguró secamente-. Esto era por ti. Puede que el sexo no formara parte de tu plan, pero atrévete, después de esto, a negar que me deseas -gruñó.

«Has metido la pata, Pedro, no deberías haber dicho eso». Pedro se dio cuenta enseguida al ver cómo ella se ponía tensa antes de alejarse de él.

Él había querido hacerle ver lo que podían hacer juntos, además del bebé.

Su bebé, reconoció nuevamente con rabia. Suyo.

Él haría lo que fuera, cualquier cosa, para que ella aceptara casarse con él.
Incluso podría aprovecharse de la manera en que Paula le correspondía.

¡Si hacía falta, lo haría!

¡Maldita sea!, mantendría a Paula desnuda en la cama todo un mes si con ello conseguía hacerle comprender.

Porque ella iba a casarse con él. Iba a convertirse en su esposa. La madre de su hijo.

Paula negó con la cabeza, intentando aclarar su mente aturdida por los besos y las caricias de Pedro.

Tenía que pensar. Tenía que lograr que Pedro comprendiese que, por mucho que le correspondiera, no podía casarse con él.

Algo que, tras su excitación y la manera en que seguía temblando tras el estallido de placer, no iba a resultarle nada sencillo.

-No ha sido más que sexo, Pedro -sentenció con firmeza.

-Algo es algo -Pedro se encogió de hombros.

-No, no lo es -ella levantó la voz-. El matrimonio es para personas que se quieren, que quieren estar juntas el resto de sus vidas...

-0 para personas que han engendrado juntos un bebé -apuntó él.

Paula cerró los ojos, como si con ello pudiera dejar fuera la realidad de sus palabras. Habían engendrado un bebé. Y ¿tenía derecho a negarle a ese niño sus dos progenitores?

Sí... si no se amaban.

Pero ella sí amaba a Pedro...

No podía engañarse a sí misma. La fascinación que sintió por él culminó en amor aquella noche que pasaron juntos hacía seis semanas.
Justo en el instante en que su hijo encontró un lugar en el nido de su cuerpo.

Si Pedro la quisiera, ella no habría dudado en casarse con él. Sería la mujer más feliz del mundo.

Pero no era así. Él creía que ella iba tras su dinero, no su amor.

Y el amor no correspondido sería peor que la falta de amor por ambas partes.

-¿Y por qué hay que casarse? -dijo ella contrariada.

-¿Preferirías vivir conmigo sin más? -Pedro enarcó las cejas.

-¡No! Quiero decir, claro que no -admitió irritada-. Es que no entiendo por qué insistes en casarte conmigo.

-Puede que tenga por costumbre honrar a las madres de mis hijos casándome con ellas -dijo con cierto .humor-. Al menos eso es lo que he hecho hasta ahora -añadió.

Paula lo miró intrigada. Esperaba que él no considerara a ese hijo un sustituto del que había perdido. Luke era Luke. Ese hijo, niño o niña, sería él mismo y nadie más.

-Supongo que la muerte de Luke te destrozó -dijo ella mientras se humedecía los labios.

-¿Lo supones? -ya no había rastro de humor en sus palabras-. Sí, fue devastador -admitió-. Y también fue hace tres años. Y nada ni nadie podrá cambiarlo.

-Exactamente -suspiró aliviada-. Este bebé... este bebé no podrá reemplazarle...

-¿Eso crees que quiero? ¿Reemplazarle? -Pedro parecía más grande y siniestro por su ira.

-Pues, yo... -Paula lo miró inquieta, consciente de estar en un terreno resbaladizo.

-No se puede sustituir a las personas, del mismo modo que no se las puede devolver a la vida -exclamó él bruscamente con sus ojos miel brillantes de emoción-. Paula, ¿tienes alguna idea de lo que significó aquella noche que pasamos juntos hace seis semanas?

-Bueno, estoy embarazada -dijo con una mueca-, si te refieres a eso.

-¡No! No me refería a eso -Pedro se apartó de ella con los puños cerrados-. Esa noche, hace seis semanas, era el aniversario de la muerte de Luke -dijo sin emoción-. Tres años desde que ese loco se subió al coche después de haber bebido demasiado y atropelló a un grupo de viandantes en una concurrida calle de Nueva York. Sally y Luke estaban en ese grupo. Sally quedó gravemente herida y Luke... Luke ya estaba muerto cuando llegó la ambulancia.

Paula percibía en su voz el dolor y el horror de ese día.

No sólo perdió a un hijo, sino de una forma horrible.

Seguramente recibió una llamada de algún desconocido que le informó de que su esposa estaba gravemente herida y su hijo muerto.

Y ese bebé, el bebé de Hebe, había sido concebido la noche del aniversario de su muerte...


Era escalofriante. Casi como si...



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