LA MAÑANA siguiente, Paula seguía sin tener respuestas. Durante el desayuno estuvieron los dos sentados sin hablarse y sin comer, sólo tomaban café sin parar desde las siete de la mañana.
La noche anterior, Paula simuló que estaba dormida cuando Pedro colgó el teléfono, y entró en el dormitorio, ella ni siquiera se movió cuando se acercó a la cama y la llamó en voz baja, sorprendido más que molesto por no obtener respuesta.
Ella no había dormido en absoluto. Le fue imposible ante lo incierto de su futuro.
Sin duda alguna era significativo el hecho de que Sally hubiese telefoneado a Pedro justo cuando estaba a punto de casarse con otra persona. Era como el perro del hortelano: Sally no podía vivir con Pedro, pero tampoco soportaba que otra sí lo hiciera.
Otra incógnita era cómo se había enterado Sally de la boda. Tenía que haber sido por Pedro, aunque dada la sorpresa que mostró al recibir la llamada, era poco probable, o por algún otro miembro de la familia de Pedro.
De todos modos, poco importaba cómo se había enterado la antigua esposa. Su motivo para llamar a Pedro era obvio, y la intimidad que habían compartido Paula y Pedro la noche anterior había quedado destrozada por esa llamada.
En realidad, la noche anterior Paula había llorado hasta quedarse dormida. Estaba enfadada con Pedro, pero también consigo misma. Enfadada porque parte de ella seguía queriendo meterse en la cama con él, para perderse una vez más en sus brazos.
-Será mejor que me vaya a trabajar -se levantó bruscamente.
-No seas tonta, Paula -dijo Pedro con impaciencia. Tampoco parecía haber dormido muy bien y estaba de mal humor-. Ya le he dicho a Jane que no volverás a trabajar en la galería.
-Pues será mejor que vuelvas a hablar con ella -los ojos de Paula brillaban de ira.
-¿Por qué iba a hacer eso? -gruñó Pedro.
-Porque hasta que Gina encuentre otra compañera de piso voy a seguir pagando mi parte del alquiler, y necesito un trabajo. Además -añadió irritada-, ¡yo decidiré cuándo dejo de trabajar, si es que lo dejo!
-No si yo decido despedirte primero -contestó Pedro amargamente.
-Inténtalo -lo desafió Paula-. En los periódicos quedará muy bien: Esposa demanda a su marido por despido improcedente.
-Paula, siendo mi esposa, ya no te hará falta trabajar nunca más -dijo Pedro respirando hondo para intentar controlar su mal humor.
-Todavía no soy tu esposa -las mejillas de Paula ardían de furia.
-Un puro tecnicismo...
-Sentido común -respondió ella-. Tengo que pagar un alquiler.
-Yo pagaré el maldito alquiler hasta que Gina encuentre otra compañera de piso -rugió Pedro.
Estaba muy irritado. La noche anterior no se lo pudo creer al volver al dormitorio y ver que Paula ya no estaba allí.
Tampoco la encontró en el baño o en la cocina, y sólo le quedó un sitio por mirar.
¡Y allí la encontró profundamente dormida!
Ella no respondió cuando él la llamó, y Pedro decidió dejarla dormir y volver a su dormitorio.
¡A una cama empapada!
Para cuando hubo cambiado las sábanas, estaba completamente desvelado y se dedicó a contemplar el retrato que había subido de su despacho el día anterior.
Paula...
Se imaginaba los años venideros: Pedro, amargado y contemplando el retrato de la mujer que amaba. ¡Igual que Mario Tayson!
Esa segunda noche sin dormir no ayudó a calmar su irritación.
¡Eso lo sabía muy bien Paula!
-¡No necesito que pagues mi alquiler, ni ninguna otra cosa! -Paula lo miró resentida-. Si el embarazo fuera mal...
-¿Qué quiere decir mal? -gritó Pedro furioso.
-No, Pedro, no haría nada que pudiera dañar al bebé -suspiró agotada al percibir la acusación en su mirada-. Además, según tu teoría de la cazafortunas, eso no me beneficiaría, ¿verdad? -sacudió la cabeza-. Pero si algo saliera mal, ya no me querrías como esposa, ¿no? ¡Y eso significa que necesito un trabajo! -le espetó.
Aunque Paula no se imaginaba trabajando para Pedro, ni que él se lo permitiera, si se divorciaban.
-¡Eso no sucederá! -gruñó Pedro tras un breve silencio-. Y si ocurriera, ¡te volvería a dejar embarazada!
-¿Y por qué ibas a querer repetir tu error con una cazafortunas como yo? -preguntó ella sorprendida.
-Precisamente por eso -dijo él fríamente-. ¡Nunca te permitiré divorciarte de mí, Paula!
Paula comprendió que un divorcio implicaría un arreglo, y que parte del dinero Alfonso pasaría a ella, y Pedro no estaba dispuesto a consentirlo.
-Muy bien -dijo ella cortante-, pero, tu esposa o no, ¡yo decidiré lo que voy a hacer, no tú!
-Te has levantado con ganas de pelea, ¿verdad? -dijo Pedro mientras entrecerraba los ojos.
-Yo creo que no -Paula estaba tensa.
-Mentirosa -murmuró él con una mirada amenazante-. Y por si no te has dado cuenta, yo tampoco estoy de muy buen humor -añadió-. ¿Por qué habías desaparecido anoche cuando volví a la cama?
Paula evitó su mirada, para que él no se diera cuenta de que había escuchado parte de la conversación telefónica de la noche anterior. Además, con la idea que tenía Pedro de ella, seguro que pensaba que había escuchado a propósito.
-Estaba cansada -se encogió de hombros-. Me fui a la cama.
-Ya estabas en la cama... -Pedro respiraba ruidosamente, sin dejar de mirarla.
-Pero no era mi cama -insistió ella.
-¿De verdad piensas que después de lo de anoche iba a permitir que durmieras en otra habitación? -Pedro se sentía frustrado.
-Eso es exactamente lo que pienso -contestó ella mientras le daba la espalda y se preguntaba si Pedro iba a contarle que fue Sally quien llamó por teléfono la noche anterior.
Seguramente no se lo diría nunca, decidió pesarosa.
Al fin y al cabo, Pedro había amado a Sally, y su hijo había sido fruto del amor. Ese nuevo bebé nacería en un matrimonio de conveniencia. Suponiendo que la boda siguiera en pie.
-Me voy a trabajar -Paula zanjó la conversación.
Reconoció que resultaba cómodo no tener que desplazarse más que dos plantas hacia abajo para llegar al trabajo. Era la única comodidad que se le ocurría, asociada a su matrimonio.
-Pero sólo hasta la hora de comer -accedió Pedro-. Tienes una cita con un obstetra a las dos de la tarde -explicó fríamente ante la mirada inquisitiva de Paula.
-Creí haberte dicho... -los ojos de Paula se abrieron de par en par.
-Paula, en vista de tus comentarios, pedí a la secretaria del otro médico que me recomendara a algún colega,-dijo Pedro con desprecio.
-¿De verdad? -Paula parecía incrédula.
-De verdad -dijo Pedro con una mueca de amargura.
-¡Apuesto a que estuviste encantador!
-¡No aspiro a ganar un concurso de popularidad! -Pedro se encogió de hombros-. No hace falta que te lo diga -añadió.
A Paula se le pasó el enfado de golpe. No sabía muy bien por qué sonreía si seguía enfadada con él por la llamada telefónica de Sally. Se sentía tan confusa sobre sus sentimientos hacia él que le hubiera lanzado la taza de café a la cabeza.
-Desde luego, ya me había dado cuenta -asintió ella.
-De acuerdo –Pedro se levantó-. Voy a bajar a mi despacho para arreglar unos papeles. Nos vemos para comer, sobre las doce y media...
-¿Esperas que empiece ya a guisar para ti?
-Suelo comer un sándwich -sus ojos azules brillaban intensamente-, y soy perfectamente capaz de preparármelo yo mismo. Y tú también, si hace falta. Intento asegurarme de que comas bien de ahora en adelante -añadió.
-¡Como una buena yegua de cría! -dijo ella mordazmente.
Pedro avanzó hacia ella con el rostro sombrío de rabia y los puños apretados.
A Paula le pareció temible.
Los ojos de Pedro se entornaron al notar su aprensión y se obligó a relajarse.
-Mejor será que no me provoques así de nuevo, Paula -la advirtió con dulzura.
-¿Y qué pasa si lo hago? -ella alzó la barbilla desafiante.
-¡Recibirás lo que estás buscando! -dijo Pedro con una sonrisa.
Paula tragó con dificultad y se humedeció los labios.
De inmediato, la temperatura de Pedro se disparó y sintió dolor en todo el cuerpo.
Todavía recordaba el tacto de sus labios y su lengua en su cuerpo la noche anterior, y ardía en deseos de volver a hacerle el amor.
-¿Y qué me estoy buscando? -inquirió ella.
-Justo lo que recibiste anoche -rugió él en respuesta-. Seguramente con alguna variación. ¡No quiero que te aburras en mi cama!
-¿Me culpas a mí por lo de anoche? -dijo ella con cara de espanto.
-No creo que se pueda culpar a nadie por algo tan mutuamente satisfactorio, ¿verdad?
Las mejillas de Paula ardían y era incapaz de no corresponderle. Su único consuelo era que Pedro parecía desearla tanto como ella a él.
-Me voy a trabajar -repitió ella bruscamente.
-Saldremos de aquí hacia la una y media.
-¿Saldremos? -repitió ella mientras se daba la vuelta.
-Supongo que no pensarás que voy a dejar que vayas sola al médico -Pedro la miró con desprecio. Tras perder a Luke no iba a perderse ni un instante de la vida de ese nuevo hijo.
Ella ni siquiera había pensado en ello. No estaba acostumbrada a tener pareja, a tener a alguien siempre a su lado.
Y después del cariño que mostró Pedro hacia Sally por teléfono la noche anterior, y dado que ambos iban a verse la próxima vez que Pedro fuera a Nueva York, lo mejor sería que no llegara a acostumbrarse en absoluto.
-No soy una cría, Pedro -le espetó-. Soy perfectamente capaz de ir a cualquier lado.
-¿Y para qué vas a ir en taxi o en metro si yo puedo llevarte? Además -añadió-, quiero escuchar lo que diga el médico.
-¿Por qué? –Paula estaba tensa.
-¡Porque también es hijo mío! -rugió-. Y cuanto antes te acostumbres a la idea, mejor.
Paula tuvo que admitir que, en efecto, era el hijo de Pedro. Independientemente de los motivos de la llamada de Sally Alfonso la noche anterior, o de si se iban a reconciliar o no, Paula era consciente de que Pedro se tomaba en serio su responsabilidad con ese bebé. Era el único motivo por el que ella estaba en su vida...
Y no debía olvidarse de ello.
Tal y como casi había hecho la noche anterior.
Paula era incapaz de defenderse, de controlarse, cuando Pedro la tocaba.
Pedro vio en el expresivo rostro de Paula incertidumbre y aprensión
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