Divina

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sábado, 6 de junio de 2015

En la cama de un millonario Cap 6


También podría serlo el hombre que había guardado el cuadro todos esos años.

Ésas eran las preguntas cuya respuesta necesitaba Paula.

Pero de momento tenía que enfrentarse a la incredulidad de Pedro...

-Piensa lo que quieras sobre el cuadro, Pedro -Paula respiró hondo-. Tu opinión me interesa muy poco. Yo sé que esa mujer no soy yo, y eso es lo que importa.

-¿De verdad esperas que me crea que ese retrato es de tu madre? -Pedro le lanzó una mirada de frustración-. ¿Qué edad puede tener, veintiséis o veintisiete años?

-Eso encajaría con la época en que Miguel Chevis pintaba retratos -admitió ella-. Y por lo demás, Pedro -añadió-, no espero que te creas nada. Lo importante es lo que yo pienso.

Y lo que ella pensaba era que tenía que conocer a Miguel Chevis en persona y preguntarle quién era la mujer del cuadro.

Pero si un hombre como Pedro Alfonso, arropado por el prestigio de las galerías Alfonso, era incapaz de pasar por encima del agente del pintor, ¿cómo iba a hacerlo ella?

Encontraría el modo.

Tenía que hacerlo.

No podía salir del despacho y pretender no haber visto ese retrato. El retrato de la mujer que seguramente era su madre...

También tendría que hablar con sus padres. No podía buscar a sus verdaderos padres sin decírselo a ellos primero. Se lo debía, y seguro que ellos lo entenderían. La habían criado, y le habían hecho sentir lo importante que era para ellos, y lo mucho que la querían, pero al mismo tiempo la habían enseñado a ser independiente de espíritu y mente. Seguro que la apoyaban en su búsqueda de la mujer del retrato.

-Si eso es todo, Pedro, creo que me marcharé -Paula dejó el vaso de agua sobre la mesita y se puso en pie.

Y de inmediato se volvió a marear.

De hecho, se sentía como si estuviera realmente enferma.

-¿Qué demonios te pasa? -Pedro la agarró del brazo con expresión sombría.

-Ya te lo he dicho -ella lo miró sin poder enfocar bien la mirada-, hoy no he comido.

Intentó alejarse de él, pues hasta ese leve contacto había provocado un escalofrío en todo su cuerpo.

¡Y ella que pensaba que le odiaba!

No sería extraño. Él no había hecho nada más que insultarla ese día, sin rastro de ese excitante amante de hacía seis semanas. Pero su cuerpo seguía respondiendo al menor contacto suyo.

-Te vienes arriba conmigo -ordenó secamente.

-¿Arriba? -lo miró asustada.

-No te preocupes -sonrió burlonamente-, ¡no soy tan lascivo como para arrastrarte arriba y satisfacer mis instintos contigo!

-¡Otra vez! -le espetó, molesta con sus burlas.

-Otra vez -admitió él mientras la sujetaba firmemente y la acompañaba hasta la puerta-. Estás mareada por no haber comido, y en mi apartamento hay comida.
¿Lógico? ¿Qué había tenido que ver la lógica con su relación hasta esos momentos?

-Si no te importa, puedo irme a casa y prepararme yo misma algo de comer -dijo con firmeza.

No quería subir a su apartamento. Ya había sido bastante humillante ese día, sin necesidad de volver al escenario de su estupidez, pensar que de verdad le gustaba a ese hombre.

-No -dijo Pedro con firmeza-, quiero hacerlo, Paula. Además, no pareces capaz de bajar las escaleras, y mucho menos llegar a casa -se burló-. Y todavía no he terminado de hablar contigo.

Eso sonaba siniestro...

-Ya te lo he dicho: no sé nada de Miguel Chevis-insistió ella-. Ni de dónde está ni de cómo podrías contactar con él. ¡Ojalá lo supiera!

Pedro entornó los ojos. ¿De verdad esperaba que se lo creyera?
Tras una ojeada a su cándida expresión, Pedro tuvo que reconocer que, en efecto, eso era justo lo que ella esperaba.

Tendría que asegurarse de que ella supiera que no había logrado convencerle. ¡Aún no!

-Hablaremos después de que hayas comido -dijo con firmeza mientras la acompañaba por el pasillo enmoquetado.

-¿Nunca aceptas un no por respuesta? -Paula estaba furiosa.

-¡Tú, más que nadie, deberías saber que no! -dijo con una sonrisa.

Comprobó que había conseguido hacerle callar. Esa boquita tan sensual estaba fuertemente apretada mientras subían en el ascensor privado hasta su apartamento.

¡Paula estaba a punto de entrar en sus dominios privados por segunda vez!

-¿Te apetece una tortilla? -dijo secamente mientras soltaba su brazo para entrar en la cocina.

Paula tardó un poco en seguirle, tan incómoda por estar allí como él de que lo estuviera.

Le daría una tortilla, le sacaría algunas respuestas, y entonces podría marcharse...

¿Dónde demonios estaba?

-¿Qué crees que estás haciendo? –Pedro entró en el salón y se paró en seco, con el rostro lívido, al verla mirando una de las fotos que había en la mesita de café que se hallaba frente a la ventana.

A Paula casi se le cayó la foto y la sujetó con ambas manos contra su pecho. Por la furiosa expresión de la cara de Pedro, supo que no hacía falta contestar: él ya sabía lo que ella estaba haciendo.

La foto era de un niño de unos tres o cuatro años. Un niño precioso que sonreía feliz a la cámara. Un niño pequeño con el cabello oscuro y los ojos Miel de Pedro...

Pedro le arrebató la foto de las manos mientras le lanzaba una mirada heladora.

-Lo siento -Paula tragó saliva-. Es... es muy guapo.

-Sí, lo era -musitó con la mandíbula rígida.

Era su hijo...

Paula sintió una opresión en el pecho al pensar en esa vida y esa alegría que ya no existían.

-Lo siento -repitió.

-¿Sabes quién es? –Pedro la miró mientras colocaba con cuidado la foto sobre la mesita.

-Yo... sí -admitió al fin-. Una de las chicas me contó que tuviste un hijo.

-Luke -repuso secamente-. Se llamaba Luke.

Luke... cuatro años. Su muerte fue demasiado para sus padres y les condujo al divorcio.

-Lo siento de veras -repitió Paula-. No debería haber... por favor, créeme, yo no quería...

-¿Qué? -la miró desafiante-. ¿Fisgonear? ¿Meter las narices donde no te llaman? -sacudió la cabeza con la amargura reflejada en el rostro.

-No fue así -Paula se estremeció ante su furia-. Vi las fotos y...

¿Y qué? Al fin y al cabo sí había estado fisgoneando, pero sin intención de molestar a Pedro. Sólo había sido curiosa y, al hacerlo, había provocado de nuevo la ira de Pedro.

¡Vaya novedad!

Seguro que él sabía que no quería hacerle daño a propósito. Aunque parecía justo lo contrario.

-Lo siento de verdad -repitió una vez más, antes de pasar delante de él, camino de la cocina, dejándole solo unos minutos.

Parecía ser el día de los disgustos. Para Pedro, por su hijo, y para ella, por su aturdimiento ante la mujer del retrato y el hombre que lo había pintado.

Pero mientras ella seguro que encontraba respuestas a sus preguntas, Pedro nunca comprendería por qué su hijo de cuatro años había tenido que morir.

Todo se reducía a una cuestión de fe. ¡Y la muerte de un crío desde luego la ponía a prueba!

Levantó la vista nerviosa cuando, unos minutos después, Pedro volvió a la cocina con algo más de color en las mejillas y una expresión menos sombría.

-He sacado los huevos y la leche de la nevera -Paula señaló la encimera-. No sabía qué más necesitabas.

-¿Queso o champiñones? -Pedro se quitó la chaqueta del traje y la colgó del respaldo de un taburete antes de descolgar una sartén del estante situado sobre la mesa de trabajo, justo en medio de la cocina, y se puso a cascar los huevos.

-Sin nada, si no te importa -Paula sintió náuseas al pensar en cualquiera de las dos opciones y extrañeza por estar de nuevo en el apartamento de Pedro y que él cocinara para ella.

Paula pensó que Kate, testigo de su marcha, sin duda sentiría más que curiosidad cuando ella volviera a la galería.

La irritación de Pedro iba por dentro mientras calentaba el aceite y batía los huevos, antes de añadir la leche. Se arrepentía de haberse ofrecido a cocinar para Paula.

Nunca hablaba de Luke. No podía. Después de tres años, todavía le dolía demasiado la muerte de su hijo como para hablar de ella con normalidad. 

Precisamente a causa de ese dolor su mujer, Sally, y él habían dejado de hablarse, incapaces de pensar en otra cosa cuando estaban juntos, e incapaces de expresar sus pensamientos con palabras. ¡Todo era demasiado doloroso!

De modo que no tenía ninguna intención de hablar con Paula sobre Luke, ¡con una mujer con la que había vivido una noche de pasión!

Vertió los huevos en la sartén y se giró para indicarle a Paula dónde estaban los cubiertos, cuando de repente ella salió de la cocina tapándose la boca con la mano y con la cara blanca.

Paula apenas consiguió llegar al cuarto de baño que había junto al dormitorio principal, curiosamente el único cuarto de baño que conocía en ese apartamento, antes de ponerse a vomitar.

Había sido el olor de los huevos lo que había hecho que su estómago se revolviera del todo y que sus náuseas fueran incontrolables.

-Ya está -murmuró Pedro, colocado detrás de ella, mientras presionaba su frente con un paño húmedo.

¡Qué humillante era todo!

No tanto como la mañana de hacía seis semanas cuando Pedro no podía esperar a que ella se marchara, pero casi.

Ella se arrodilló en el suelo y sujetó el paño contra la frente. Las náuseas parecían habérsele pasado. No entendía cómo un poco de chocolate le había sentado tan mal.

-¿Te sientes mejor? -preguntó Pedro bruscamente.

-Un poco, gracias -asintió sin poder mirarle a la cara.

Desde esa mañana no había hecho más que causar problemas, y seguro que Pedro estaba ansioso por deshacerse de ella.

-Me lavaré la cara y luego creo que será mejor que me vaya -seguramente podría comerse la tortilla sin problemas, una vez eliminado lo que había revuelto su estómago, pero dadas las circunstancias, lo mejor era no quedarse.

-No me parece buena idea, Paula.

Lo miró fijamente. Percibió su mirada fría y brillante, y sus manos apretadas a los lados.

-¿Qué quieres decir? -preguntó ella.

-Quiero decir que de momento te quedas aquí -le espetó Pedro.

-Pero si ya estoy perfectamente -aseguró Paula con los ojos muy abiertos.

-Seguro que sí -respondió él secamente-. Es curioso, pero las mujeres en tu estado suelen sentirse mejor después de vomitar -añadió.

-¿Mi estado? -ella pestañeó.

-Paula –Pedro respiró hondo y la miró como si estuviera a punto de estrangularla-, a no ser que esté completamente equivocado, y Dios sabe que espero estarlo, el hecho de que hace un rato te desmayaras sin motivo aparente...

-¡Acababa de ver el retrato de la madre que nunca conocí! -protestó ella.

-El hecho de que te desmayaras, unido a tus mareos y a tus náuseas de hace un rato, cuando empecé a cocinar los huevos, señalan hacia una dirección, me parece a mí.

-Entonces... –Paula pestañeó con la mano apoyada en el lavabo mientras le miraba a los ojos.

-Estás embarazada, Paula -la mirada de Pedro recorrió su cuerpo y se posó en el vientre-. ¡De unas seis semanas, añadiría! -sin casi poder reprimir su furia.

¡Embarazada!



No podía estarlo. ¿0 sí...?

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