Divina

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domingo, 7 de junio de 2015

En la cama de un millonario Cap 11


PAULA aún estaba lejos de asumir su destino cuando le abrió la puerta a Pedro la noche siguiente.

Se había tomado el día libre, tal y como él había sugerido, ya que le iba muy bien para acudir a su cita con Miguel Chevis. Una cita de lo más frustrarte e insatisfactoria.

David Gillespie le había dicho que no podía revelarle la dirección de Miguel Chevis. Ni darle el número de teléfono del artista, por mucho que su madre fuera una antigua amiga del pintor.

Paula incluso había mencionado el retrato, pero sin éxito alguno. No estaba catalogado, de modo que seguramente era falso, le había insinuado el agente.

Lo único que había logrado Paula era la promesa de que entregaría al artista la carta que ella había escrito. Pero la advirtió que seguramente no recibiría respuesta.

Paula no estaba de acuerdo. Había dedicado mucho tiempo a la redacción de esa carta, e incluido además una fotografía reciente suya.

Miguel Chevis no recibiría la carta hasta el día siguiente, como muy pronto. Pero seguro que, después del fin de semana, esa carta y la foto suscitarían alguna respuesta por parte del pintor.

Y si no lo hacían sería porque Miguel Chevis no era el hombre que ella creía.

-Estás preciosa -dijo Pedro mientras la contemplaba vestida con un ajustado vestido negro hasta la rodilla y antes de besarla en la boca.

¡Ese beso la había sorprendido!

Hasta el punto que respondió a él instintivamente, antes de que su sentido común le hiciera reaccionar y separarse de él. ¡Ése era el hombre que la obligaba a casarse con él!

-No hay por qué actuar cuando estamos solos, Pedro -dijo secamente.

-¿Y quién actúa? -enarcó las cejas, guapísimo con su camisa de seda negra, su chaqueta gris y sus pantalones ajustados-. Me gusta besarte. Y tenía la impresión de que a ti también te gustaba... -añadió burlonamente-. Pensé que cuando estuviésemos solos, y teniendo en cuenta cómo suelen acabar nuestros besos, sería el momento perfecto.

Paula sintió el rubor en las mejillas. Como él había dicho, disfrutaba, y no sólo con sus besos.

-Sólo digo que mi compañera de piso ha salido, de modo que ¡no hay nadie a quien impresionar! -le espetó.

-¡Empiezo a preguntarme si de verdad existe esa esquiva compañera de piso! -bromeó, decidido a ignorar su sarcasmo.

-Te aseguro que existe -afirmó ella-. ¿Vamos a cenar? -ni siquiera estaba segura de poder comer algo: durante todo el día no había conseguido que la comida se le quedara dentro.

Paula estaba descubriendo que estar embarazada era bastante incómodo. De hecho, ¡se parecía bastante al mareo que sufrió de pequeña cuando fue de excursión al Canal de la Mancha!

Pero sólo pasaba durante la primera etapa del embarazo, al menos eso había leído en la revista que había comprado. Era normal. El malestar solía desaparecer hacia el cuarto mes.

¡Sólo faltaban otras siete u ocho semanas!

-Sí, vayamos -decidió Pedro-. Con suerte, en un restaurante abarrotado, tendremos menos tentaciones de discutir -añadió.

-¿Eso crees? –Paula levantó una ceja.

-No, realmente no -Pedro se rió y luego su mirada se hizo más seria-. ¿Cómo te encuentras hoy?

-¿En qué sentido? -Paula evitó su pregunta mientras recogía la chaqueta de seda que había dejado en el respaldo de una silla, sin ninguna intención de acercarse al dormitorio mientras Pedro estuviera allí.

Si entraba en su dormitorio, puede que no salieran del piso y, por mucho que dijera Pedro, Gina sí existía, y volvería más tarde.

-¡En cualquier sentido! -la boca de Pedro dibujó una mueca.

-Pues no he cambiado de idea en cuanto a lo de casarme contigo, si te refieres a eso -murmuró mientras se ponía la chaqueta que él sujetaba.

-Paula, ¿no podríamos empezar la noche sin pelearnos?

-Has preguntado tú -Paula se encogió de hombros.

-Y ambos sabemos que me refería a tus náuseas -contestó con impaciencia.

-¿Y por qué no lo dijiste? Hoy sólo he vomitado cuatro veces, hasta ahora. ¡No está mal para no haber podido comer ni beber nada!

Pedro frunció el ceño, preocupado por el estado de Paula. Había advertido la palidez de sus mejillas, pero esperaba que sólo fuera la tensión de la situación.

-Sally, mi ex mujer -explicó-, visitó a alguien aquí cuando estaba embarazada de Luke. Creo que debería pedirte una cita con él...

-¡No! -lo cortó Paula en tono seco-. No quiero acudir al mismo especialista al que fue tu mujer.

-¿Y por qué no? -Pedro se mostró sorprendido y contrariado-. Es el mejor.

-De eso estoy segura -dijo ella amargamente-. Pero Sally era tu mujer y yo no soy más que...

-La mujer que en breve será mi esposa -dijo él cortante.

Pedro pensó que con Paula todo iba a suponer una lucha. Pero no iba a rendirse. 

Se aseguraría de que el bebé estuviera bien, y tener a Paula en su cama compensaría por las heridas de guerra...

-Paula, deberías ir acostumbrándote a la idea -dijo con firmeza-. Tú, yo y el bebé que esperas vamos a ser una familia. Y se acabó.

-Siento lástima por ti si de verdad piensas que va a resultarte tan sencillo.

Él no pensaba que fuera a resultar sencillo. Paula  podía ser muy cabezota. Era como chocar contra un muro. Pero cuanto antes se hiciera a la idea de casarse, mejor sería para los dos.

Y para el bebé...

Aún le resultaba extraño pensar en Paula embarazada de su hijo. Era un milagro y, aunque no estuviera contento con el proceder de ella, se había pasado todo el día con una sonrisa bobalicona dibujada en el rostro. Más de un empleado suyo se había quedado mirándole.

-Vamos -dijo mientras la agarraba del brazo-. Repasaremos el menú hasta que encontremos algo que se quede en tu estómago.

-Bruschetta y aceitunas -decidió Paula, tras un mal comienzo con una sopa y unos espárragos. Los segundos ni siquiera habían llegado a su boca: el olor había bastado.

-¿Mejor? -murmuró Pedro con alivio.

Ella no era mala comedora, y normalmente siempre había sido capaz de comer cualquier cosa.

El maitre del exclusivo restaurante era muy atento y parecía no preocuparle lo más mínimo que el camarero tuviera que servir tres primeros platos antes de encontrar algo que Paula pudiera comer, retirando los platos que la habían molestado.

¡Al menos salir con Pedro Alfonso  tenía sus ventajas!

-¿Quieres que te traigan más? -propuso Pedro al ver que Paula se comía todo el pan y las aceitunas con evidente satisfacción.

-Esperemos primero a ver si consigo retenerlo -frunció el ceño-. Espero que eso no sea una sonrisa.

-En absoluto -Pedro se puso serio-. Es que me gusta ver que has podido comer algo.

-Créeme, un embarazo no es tan ideal como dicen -gruñó mientras lo miraba con suspicacia.

-Igual que muchas otras cosas -dijo él lentamente.

-Espero que eso no haya sido otro ataque contra mí -dijo ella a la defensiva.

-En absoluto -respondió él con dulzura-. De hecho, ¡me he dejado toda la artillería en casa! ¿Has llamado a tus padres? -cambió de tema para evitar que ella hiciera otro comentario.

Lo había hecho. Había sido una llamada muy difícil. No podía decirles a sus padres, sin más y por teléfono, que estaba embarazada. Les debía demasiado.

Pero en cuanto había mencionado que llevaría un amigo a casa, su madre se había puesto a saltar. ¡Hacía tiempo que tenía elegidos los vestidos de las damas de honor y las flores!

Si, tal y como insistía Pedro, se tenía que casar con él o arriesgarse a que le quitara a su bebé, no quería que sus padres descubrieran el motivo de su boda. 

Era consciente de no poder mantener al bebé en secreto mucho tiempo, y tampoco le importaba que lo supieran, pero no podía permitir que supieran que 
Pedro no la amaba.

Sus padres siempre habían soñado con una boda romántica para su única hija, con un vestido blanco y vaporoso, flores de azahar y mucho confeti.

La boda relámpago de la que hablaba Pedro sin duda sería una rápida visita al juzgado sin nada de lo anterior.

Pero tampoco hubiera estado mal, si no faltara el elemento principal.


El amor.

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