Paula seguía sentada en la manta a los pies de Pedro, y éste se agachó, la sujetó por los codos y la levantó.
La joven le clavó los ojos en la cara y sus manos descansaron un momento sobre el pecho masculino antes de echarse un poco hacia atrás. Se aclaró la garganta, buscando algo que decir.
—Me hago cargo de que te costará un tiempo acostumbrarte a ser padre —le dijo, indicando a la niña que jugaba a sus pies.
Su voz era más ronca de lo normal.
El cuerpo masculino no tenía ningún problema para entender que la mujer
con la que llevaba meses soñando, o mejor dicho años, estaba prácticamente en sus brazos. La madre de su hija. Pero esta vez, la rabia que había sentido anteriormente no se materializó. En lugar de eso, la idea le resultó sorprendentemente excitante. Allí, delante de ellos, había algo que habían concebido juntos durante aquellos maravillosos momentos que compartieron en la cabaña.
Pedro la apretó un poco hasta que ella dejó de poner resistencia y se dejó llevar hacia adelante.
—Es alucinante que tú y yo hayamos creado eso —murmuró con admiración.
Ella asintió, mirando directamente a la garganta masculina en lugar de echar la cabeza hacia atrás.
—Es un milagro.
Pedro le depositó un suave de beso en la sien, y sintió el estremecimiento del cuerpo femenino.
—Sigo enfadado contigo —dijo él—, pero gracias.
—Yo... no creo...
—No digas nada —dijo él.
Quería besarla. Lo había soñado tantas veces durante tanto tiempo que apenas podía creer que estuviera sucediendo de verdad. Le soltó la muñeca, le tomó la barbilla con un dedo y le alzó la cara hacia él.
—Bésame —dijo—. Relájate y déjame... Aahh.
Al unísono un involuntario sonido de placer escapó de sus gargantas cuando los muslos masculinos se apretaron contra ella, y el cuerpo endurecido rozó la piel suave entre las piernas femeninas.
Pedro no pudo esperar más. Bajó la cabeza y le tomó la boca con la suya, besándola con fuerza, con pasión, con todo el deseo y la frustración del último año y medio. Sintió las manos femeninas clavadas en los hombros, pero Paula no lo apartó. Al contrario. La sintió fundirse contra él, y notó los finos dedos de Paula clavándose en su carne. En ese momento supo que volvería a ser suya otra vez. Pero esta vez, se prometió, no iba a portarse como un imbécil. No volvería a alejarse de ella sin una palabra.
Aquello era un sueño, pensó Paula. Tenía que serlo. Durante el último año había imaginado tantas veces que Pedro la besaba que no podía creer que estuviera allí, abrazándola y besándola con tanta intensidad. Los fuertes brazos masculinos la apretaban contra su cuerpo duro y musculoso, y su estado de excitación era imposible de ignorar, pegado a ella como estaba.
Y el recuerdo del pasado se precipitó sobre ella, y la devolvió a la vez que se habían abrazado de aquella manera.
Se sentía en el cielo.
Paula metió la cara en la garganta de Pedro y lo sintió estremecerse mientras bailaban. Era un sueño. Tenía que serlo. Y qué sueño. Un sueño del que no quería despertar nunca.
—Eh, tú.
Sintió el movimiento de los labios de Pedro en la frente.
Alzó la cabeza y sonrió a los ojos grises que incluso en la tenue luz de la pista de baile parecían brillar de calor y deseo. ¿Por ella? Sin lugar a dudas estaba soñando.
—Esta noche quiero llevarte a casa —dijo él, con la voz ronca—. Pero no puedo. Tú tienes el coche.
—Puedes conducir tú —le ofreció ella—. Prácticamente vamos al mismo sitio.
—Me gustaría que fuéramos exactamente al mismo sitio —dijo él—. Me gustaría abrazarte toda la noche.
La sinceridad de sus palabras la sorprendieron, y sus ojos se abrieron desmesuradamente.
—No quiero precipitar nada —se apresuró a decir él—. Soy consciente de que esto es algo nuevo...
—Para mí no es nuevo —lo interrumpió ella. Levantó una mano y apoyó la palma en la mejilla—. —Pedro, ¿no sabes que te —estuvo a punto de decir «te amo»—, deseo desde hace mucho tiempo?
Pedro le puso una mano sobre la suya, y la mantuvo allí mientras volvía la cabeza y depositaba un intenso beso en su palma de la mano. Cerró los ojos un momento.
—Soy un tonto. Nunca me había dado cuenta...
—Shh, no importa—. Paula no quería que se sintiera mal por ello—. Empecemos desde hoy.
—Eso me parece un plan perfecto —dijo él, y sonrió.
Después deslizando la mano hacia abajo, le soltó la suya y le tomó la barbilla, alzándole la cara hacia él.
Paula contuvo el aliento. Estaba segura de que iba a besarla. Cielos, si la besaba se derretiría allí mismo.
—¿Qué está pasando aquí?
La voz que los interrumpió era estridente, cargada de ira y muy conocida.
Paula dio un respingo y se apartó de Pedro.
Melanie estaba delante de ellos, con los puños cerrados apoyados en las caderas.
—Gracias por cuidar tan bien a mi pareja, querida hermanita —dijo en un tono sarcástico.
—Déjanos en paz, Mel —la voz de Pedro era fría y autoritaria—. Ni siquiera te has dado cuenta de que me iba. ¿A qué viene ahora montar esta escena?
—Pedro —Melanie clavó los luminosos ojos azules en él y en un instante la rabia se convirtió en lágrimas—. Tú eres mi pareja. ¿Por qué me tratas así?
Pedro sacudió la cabeza.
—Ahórrate el teatro para alguien que se lo crea. Lo que Paula y yo estábamos haciendo no te ha importado...
—Paula y tú —la rabia desencajó las facciones de Melanie y ésta se echó la larga melena hacia atrás. Después, clavó los ojos en su hermana—.
Engañándome a mis espaldas. Mi propia hermana. Mi hermana gemela. Siempre te ha gustado, ¿verdad? Siempre has estado enamorada de él, pero era mío.
—Ya basta —dijo Pedro, sujetándola por el codo.
Pero Melanie se zafó de él. A su alrededor, la gente había dejado de bailar y observaban la escena con curiosidad.
Paula sabía que a Melanie le encantaba tener todas las miradas en ella. No había nada que le gustara más que llamar la atención, y aquella escena era perfecta para ella.
—No —dijo Melanie, con voz estridente—. No he terminado, ni mucho menos. Nunca te per— donaré por esto, Pedro. Ni a ti —añadió, señalando a su hermana con el índice—. —¡Ojalá no tuviera que volver a verte nunca más!
Y echándose una vez más los brillantes mechones de pelo hacia atrás, Melanie giró sobre sus talones y se abrió pasó entre los presentes con pasos dignos y arrogantes, cargados de cólera.
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