Esperaba alguna reacción por su parte al ver el retrato, pero ¡aquello era excesivo!
Esperaba vergüenza, pues era obvio que Miguel Chevis había sido el amante de Paula. Y también sorpresa ante el hecho de que Pedro estuviera en posesión del retrato.
Pero desde luego no se esperaba que Paula se desmayara mientras insistía en que ella no era la mujer del cuadro.
Salvo por esa marca de nacimiento: una bonita rosa, sólo podía tratarse de ella.
Paula empezó a volver en sí y finalmente abrió los ojos y lo miró, inclinado sobre ella.
Inmediatamente los volvió a cerrar, como si el mero hecho de verlo fuera demasiado para ella.
-Vamos, Paula. No seré una pintura al óleo, ¡pero tampoco estoy tan mal! -se burló.
El cuadro. Paula lo recordó con una punzada de dolor mientras intentaba recuperarse. Pero le iba a costar bastante más que unos minutos aceptar la enormidad que suponía lo que acababa de ver, y lo que pensaba. Tragó saliva, sin saber muy bien cómo se sentía. Si ese retrato era de quien ella pensaba...
-Toma.
Abrió los ojos cuando Pedro le ofreció un vaso de agua. Le sacaba de quicio con su numerito de La muerte del cisne. Al fin y al cabo la gente ya no se desmayaba. Paula, desde luego, no estaba enferma. Tampoco había recibido un golpe en la cabeza, salvo metafóricamente hablando. Sólo quedaba el hambre.
-¿Has comido algo hoy? -preguntó.
-En realidad -bajó las piernas al suelo para sentarse y beber un poco de agua-, no.
-¿Y por qué no? -Pedro sacudió la cabeza mientras se dirigía a la nevera y sacaba una barrita de chocolate-. Cómetela -insistió cuando ella se limitó a mirarla-. Te hará sentir mejor.
Paula tenía sus dudas, pero el chocolate no le haría daño. Había oído que también era bueno para las impresiones. Y desde luego, se acababa de llevar una buena.
Volvió a mirar el retrato mientras se comía dos onzas de chocolate. La mujer del cuadro era preciosa, mucho más que ella. ¿No se daba cuenta Pedro? Y esa mujer tenía un aspecto lascivo y sensual, con una mirada dorada que guardaba un secreto que sólo ella conocía.
Paula empezó a temblar de nuevo mientras se imaginaba cuál podría ser ese secreto.
-¿Dónde lo conseguiste? -dijo Paula mientras se comía otras dos onzas de chocolate.
-Ya te lo he dicho, en el norte de Inglaterra -Pedro se movía inquieto por el despacho.
-¿No puedes concretar más? -Paula lo miraba con impaciencia-. ¿A quién se lo compraste? ¿Dónde lo consiguieron ellos? -de repente necesitaba saberlo todo.
-Se lo compré a una joven pareja que acababa de heredar la casa del tío abuelo de él. Nunca habían visto el cuadro antes de su muerte, porque el anciano lo tenía colgado en su dormitorio -reveló Pedro con cierto fastidio.
Se sentía incómodo con la idea de un viejo babeando ante el retrato de una mujer, ¡de Paula! lo bastante joven para ser su hija, si no su nieta.
Pero la pareja no sabía nada sobre la mujer del cuadro, ni de cómo había llegado su retrato a manos del tío abuelo. Pedro sí sabía quién era, pero no tenía ni idea de qué hacía el cuadro en el dormitorio de un viejo y no en manos del hombre que lo había pintado con tanto amor.
Y Paula tampoco parecía que fuera a aclarárselo.
-¿Cómo se llamaba el anciano? -Paula se humedeció los labios.
-¡Demonios, Paula! ¿Y eso qué importa? -exclamó Pedro-. Tenía tu retrato, y eso basta.
-No -sacudió la cabeza lentamente y lo miró-. Porque, pienses lo que pienses, Pedro, esa mujer no soy yo -sonrió amargamente ante su evidente escepticismo-. No soy yo -insistió-. Miguel Chevis no pudo haber pintado mi retrato porque no lo conozco. Pero parece que mi madre sí.
¿Su madre?
Ella debía de pensar que él era estúpido. ¡Pues claro que el retrato era de Paula! No podía ser de nadie más.
¿0 sí?
-¿Me estás diciendo que eres idéntica a tu madre cuando posó para ese retrato? -preguntó contrariado.
-Ah -Paula hizo una mueca-, ésa es una pregunta difícil de contestar para mí...
-¿Y por qué? ¡Maldita sea! -la interrumpió irritado-. ¿Cómo puede ser tan difícil saber si te pareces a tu madre o no?
Paula lo miró con tristeza. Entendía su incredulidad, pero al mismo tiempo sabía que no tenía la respuesta que él buscaba. Salvo una.-..
-Por ejemplo, si eres adoptada -dijo enarcando sus cejas rubio platino.
Pedro se paró en seco y la miró con incredulidad. ¿En serio esperaba que él creyera que...?
¿Y por qué no?
Cientos de niños eran adoptados cada año.
Se colocó frente al retrato. Había visto las similitudes, ahora buscaba las diferencias.
Estaba la marca de nacimiento, pero eso no demostraba nada. A lo mejor Miguel Chevis se había permitido una licencia poética, la visión color de rosa de un amante, al pintarla.
También estaba ese aire de sensualidad. Pero por Dios que él había comprobado lo sensual que era Paula. Había visto esa misma mirada en sus ojos la noche que pasaron haciendo el amor. No, eso tampoco demostraba nada. Ni tampoco la longitud de sus delgadas piernas, esos protuberantes pechos ni el delicado arco de su garganta.
¡El anillo!
Llevaba un anillo de esmeraldas en el dedo anular de la mano izquierda. Pedro suponía que Paula no había estado comprometida con Miguel Chevis, sino con el dueño del cuadro. ¿Por qué si no escondía alguien tan valiosa obra de arte? Sobre todo si al hacerlo molestaba a su futura esposa y a su amante. Paula ya no llevaba un anillo así. Pero si el novio de Paula hubiera sospechado que tenía una aventura con Miguel Chevis, habría tenido todo el derecho a romper el compromiso. Aparte del hecho de llevar puesto ese provocativo vestido, parecía que Paula acabara de despegarse de los brazos de su amante. Y Pedro, mejor que nadie, sabía el aspecto que ella tenía en esos momentos.
No, nada en ese retrato le indicaba que Pedro decía la verdad.
Pero ¿por qué iba a mentirle?
¿Porque la había descubierto?
¿Porque, habiendo dejado escapar a dos hombres adinerados, todavía esperaba que entre ellos dos pudiese haber algún tipo de relación?
-Es una idea interesante, Paula-dijo con una mueca burlona-, pero no muy creíble.
-¿Por qué no? -dijo ella a la defensiva.
¿Por qué se negaba a admitirlo? Admitir que era la mujer del retrato y decirle de paso cómo demonios contactar con Miguel Chevis.
-Porque es demasiado perfecto -le espetó agitando la cabeza.
-¿Para quién? -lo desafió ella: porque desde luego para ella no lo era.
Hacía tiempo que sus padres le habían contado que era adoptada. Eran unos padres maravillosos y por eso nunca había intentado descubrir quiénes fueron sus verdaderos padres.
¿De qué hubiera servido? Obviamente, no la habían querido al nacer. ¿Cómo iban a quererla de adulta?
-Mira, Paula, me importa un bledo si posaste desnuda para ese tipo. Sólo quiero ponerme en contacto con él, saltándome al perro guardián de su agente -exclamó Pedro con brutal sinceridad.
-Pues cuando le encuentres -Paula se estremeció ante la crueldad de Pedro-, dímelo, porque después de ver esto a mí también me gustaría hablar con él.
-Tienes razón -dijo Pedro con una mueca-, en la cama no se habla demasiado ¿verdad?
-Los insultos no nos llevarán a ninguna parte, Pedro -le contestó temblorosa, sin que el chocolate pareciera hacerle efecto. De hecho, en esos momentos se sentía completamente enferma.
Pero no todos los días se veía cara a cara con el cuadro de la madre a quien nunca conoció.
Quienquiera que fuera esa mujer, Miguel Chevis estaba enamorado de ella cuando pintó su retrato. Cada pincelada estaba cargada de toda la belleza sensual de aquella mujer.
¿Eso quería decir que el artista era el padre de Paula?
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