Pedro llegaría enseguida y Paula no estaba lista. Pero, claro, seguramente nunca estaría lista para volver a casarse. La idea la entristeció, ya que una gran familia era lo que siempre había deseado.
Dejó el cepillo sobre el lavabo y se llevó la mano al abdomen. Aquel niño sería su familia.
No, no tendría una gran familia, pero sería suficiente. Tendría que serlo.
Quitándose la alianza que Brett le había regalado el día de su boda, la colgó de su cadenita de oro. Sería un talismán, un recordatorio de que aquello era sólo algo temporal, un matrimonio de conveniencia que duraría hasta que Pedro comprara su parte de la empresa.
El amor no tenía nada que ver.
Había pasado horas leyendo el diario de Brett la noche anterior, tomando notas e intentando buscar una solución para no tener que casarse con Pedro. Brett hablaba mucho del dinero que ganaba, pero Paula no encontró ni rastro de él en sus cuentas. Y cuando los comentarios insultantes sobre ella la pusieron enferma, tuvo que dejarlo.
¿Cómo podía no haberse dado cuenta de que su marido no la amaba? ¿Cómo se había dejado engañar de esa forma? ¿Y qué quería decir Brett con: «Mientras yo tenga lo que
Pedro más desea, estaré por encima de él y conseguiré lo que me corresponde»?
Tendría que volver a leer el diario. Algunos comentarios parecían escritos en clave.
Cuando sonó el timbre, Paula se agarró al lavabo hasta que pasaron las náuseas y luego, lentamente, bajó la escalera.
Pedro estaba guapísimo con un traje oscuro, camisa blanca y corbata de color gris. Llevaba una rosa blanca en la solapa, estaba recién afeitado y se había cortado el pelo. Cualquiera creería que era un novio enamorado.
—¿Dónde está el Mercedes? ¿De quién es el coche que está en el garaje?
Paula tragó saliva.
—He cambiado el Mercedes por algo más práctico.
—Brett te regaló ese coche cuando cumpliste veintiún años —dijo él entonces, sorprendido.
—Sí, pero prefiero conducir algo que ya esté pagado.
Si no lo hubiera hecho, el banco se habría quedado con el Mercedes de todas formas. Había tenido suerte de encontrar un coche decente a cambio del descapotable.
—Pero te gustaba mucho ese coche...
—Sí, le gustaba. El lujoso descapotable era todo que ella no era: divertido, caro, elegante y sexy. Pero no le apetecía ponerse a debatir sobre el asunto cuando tenía que preocuparse por una boda.
—Sólo es un coche y el que he comprado es mucho más práctico para poner una sillita de niño.
Pedro asintió con la cabeza.
—¿Estás lista?
—Sí, supongo que sí.
—Paula, no te preocupes. Todo saldrá bien, ya lo verás.
Ojalá pudiera creerlo.
—Vámonos.
Su corazón dio un vuelco cuando Pedro detuvo el coche frente a la histórica iglesia de piedra de Chapel Hill. Ella había esperado una ceremonia civil...
El vestido de lino color melocotón se pegaba a su piel sudorosa y la chaqueta de encaje a juego parecía una manta. Nerviosa, Paula tiró de la cadenita que llevaba al cuello.
No estaba segura de poder caminar hasta el portalón de madera, pero Pedro la ayudó ofreciéndole su mano.
Le temblaban las rodillas y ni siquiera se fijó en que él abría la puerta de atrás y volvía a cerrarla. Estaba concentrada en la iglesia, en el futuro y en las razones para seguir adelante con aquella farsa: seguridad para su hijo, un techo sobre sus cabezas, dinero para volver a la universidad y empezar otra vez.
—Esto es para ti —dijo Pedro entonces, ofreciéndole un ramo de rosas blancas mezcladas con hiedra.
Brett nunca le compraba flores... a menos que se sintiera culpable por algo. Pero en la mirada de su hermano no parecía haber oscuros secretos. Y el inesperado gesto la emocionó.
—No deberías...
—Como siempre has tenido rosas en el jardín, pensé que te gustarían.
—Me encantan. Son mis flores favoritas.
Dos vehículos se detuvieron entonces a su lado. De uno de ellos salió Opal y del otro, un hombre alto al que Paula nunca había visto.
—Te presento a Carter Jones, mi compañero de universidad. Opal y Carter serán los testigos.
Paula intentó decir algo agradable, pero no le salía nada.
—Hola —fue lo único que consiguió decir, estrechando la mano de Carter.
El hombre hizo un gesto con la cabeza. La frialdad de sus ojos grises la sorprendió. —¿Nos vamos? —sonrió Pedro.
Mientras caminaba, Paula iba tocando el anillo colgado de la cadenita. Por su hijo, por ella misma, tenía que ser fuerte.
El interior de la iglesia era fresco y oscuro, en contraste con la cálida y luminosa tarde de jumo. Paula agradeció el cambio de temperatura, Pero cuando vio al sacerdote esperando en el altar le entraron ganas de salir corriendo.
Un matrimonio sin amor había sido más que suficiente. Pero su primer matrimonio había empezado con amor... al menos, por su parte. Ahora ni siquiera tenía esa ilusión. Los dos sabían lo que querían, a nadie se le rompería el corazón.
Pedro le presentó al sacerdote y los dos hombres discutieron las formalidades mientras ella esperaba.
—Está muy guapa —dijo Opal—. ¿Verdad, Pedro?
Él la miró de arriba abajo, sonriendo.
—Guapísima.
—Gracias.
—¿Empezamos? —preguntó el sacerdote.
«¡No!», habría querido gritar Paula.
—Sí.
—¿Tienen los anillos?
Al ver que Pedro sacaba las alianzas de sus padres y las colocaba sobre la Biblia abierta, se quedó sin habla. Aquel matrimonio falso quedaría sellado con una herencia de los Alfonso...
Pero todo era mentira.
La ceremonia fue muy breve. Pedro le puso la alianza en el dedo, en el mismo sitio donde había estado la alianza de su hermano, mirándola a los ojos.
Pero cuando el sacerdote le pidió que besara a la novia, se le quedó la boca seca. No debería desearla, pero aquel día se parecía más a la mujer a la que había querido años atrás que a la mujer en la que se convirtió al casarse con Brett.
Con aquel sencillo vestido de lino y el pelo sobre los hombros, como una cascada de satén de color champán...
Ojalá hubiera seguido llevando esos vestidos ajustados. Esos vestidos le recordaban que era la mujer de Brett y así era más fácil resistir la tentación.
Pero al ver que tenía los ojos húmedos se le hizo un nudo en la garganta. Paula seguía llorando por Brett y él prácticamente la había llevado a rastras hasta la iglesia... Pero si quería evitar que se llevara al niño a Florida, era lo único que podía hacer.
Pedro inclinó la cabeza para rozar sus labios. El olor de su colonia lo envolvió y, en un instante, lo que debía haber sido un beso de puro compromiso se convirtió en una caricia apasionada. Que Paula le devolvió con la misma pasión. Y Pedro tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para apartarse de ella.
¿Cómo podía besarlo así si seguía enamorada de Brett? ¿O estaría pensando en su hermano mientras lo besaba?
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