Con cada roce, con cada caricia, la hacía sentirse deseada en lugar de inadecuada. Su corazón se llenó de esperanza, pero tenía miedo de arriesgarse a que, de nuevo, se lo rompieran.
Pedro podría haber jurado que Paula no tenía experiencia en la cama. No era virgen, por supuesto, pero parecía sorprendida por la mitad de las cosas que habían hecho en las últimas tres horas.
Mientras se ponía los pantalones, no dejaba de hacerse preguntas. Era evidente que sabía cómo darle placer a un hombre y, sin embargo, parecía sorprendida de recibirlo. Pero ésas eran preguntas para las que no quería respuesta. No quería pensar en Paula con Brett cuando su piel seguía oliendo a ella y cuando seguía batallando contra el sentimiento de culpa por compartir un futuro que debería haber compartido su hermano.
Entonces oyó el grifo de la ducha y se acercó a la puerta del baño. Paula, desnuda, secándose el pelo con una toalla, no lo había visto. Sus pechos se agitaban con cada movimiento, acelerando su pulso y calentando su entrepierna. De nuevo, se sintió culpable al ver que le había dejado marcas rojas en el cuello...
Paula se agachó para secarse las piernas, pero enseguida levantó la cabeza.
—¿Querías algo?
—No, sólo estaba disfrutando del hermoso paisaje —sonrió Pedro.
—No tienes por qué decir eso.
—¿Quieres que mienta?
—Pedro, soy muy delgada y tengo poco pecho.
—Lo dirás de broma —rió él, acercándose—. Eres increíblemente preciosa y tus pechos son una maravilla.
Ella lo miraba, incrédula. ¿No sabía lo preciosa que era? Aunque le gustaría convencerla, se obligó a sí mismo a dar un paso atrás.
—Tengo que pasar por la tienda de pinturas esta tarde. ¿Quieres venir conmigo?
Podríamos ver muebles para la habitación del niño.
Paula miró hacia la habitación.
—No sé... debería empezar a guardar las cosas de las cajas.
Pedro asintió, un poco decepcionado. Después de la noche anterior pensó que no tenían ninguna posibilidad, pero ahora...
Aunque Paula decía no querer amar a nadie, él quería su amor. Pero hasta que olvidase el dolor por la muerte de su hermano, tendría que contentarse con lo que ella pudiera darle.
Y tenía que marcharse enseguida. Si seguía a su lado, si seguía mirando aquellos preciosos ojos verdes, no podría irse de su habitación. Sonriendo, le robó un beso.
—Moro ya ha comido y Maggie se encarga de los demás cachorros. Volveré dentro de un par de horas.
Optimista, bajó la escalera dando saltos. Paula lo deseaba, había una posibilidad. Pedro tuvo que sonreír ante aquel pensamiento tan adolescente. Pero tenía que hacer que aquel matrimonio funcionase. Si el fantasma de Brett no podía separarlos, nada lo haría.
La sensación de felicidad que embargaba a Paula mientras colocaba los cojines del sofá le hizo albergar esperanzas de futuro. Pero había aprendido que si algo parecía demasiado bueno para ser verdad... era demasiado bueno para ser verdad.
Era hora de reflexionar, se dijo, de volver a levantar una barrera sobre su corazón. La necesidad de poner los pies en el suelo la llevó de nuevo al diario de Brett.
Una frustrante hora después, cerraba el cuaderno. ¿Qué había querido decir con eso de que estaría por encima de Pedro mientras tuviera lo que él más deseaba?
¿Qué era lo que Pedro deseaba más? ¿Y qué podía tener Brett que fuera de su hermano? ¿Las alianzas? ¿El reloj? No, no era nada de eso. Pero fuera lo que fuera, tenía que devolvérselo.
Había leído el diario de Brett varias veces de cabo a rabo, pero lo único que había conseguido era terminar con un terrible dolor de cabeza y una sensación de rabia e impotencia. Parte del diario estaba escrito con frases que dejaba a medias, palabras sin sentido... ¿sería una clave? No podía estar segura, pero tenía la impresión de que Brett esperaba algo grande durante los meses previos a su accidente porque el tono era muy ufano.
Pero ¿qué era lo que esperaba?
El sonido de unas ruedas en la gravilla de la entrada interrumpió sus pensamientos. Paula guardó el diario de Brett bajo el colchón y bajó corriendo por la escalera. Le habría gustado que los latidos de su corazón fueran debidos sólo a la carrera, pero no era verdad; era aquel hombre de vaqueros gastados y camiseta blanca.
Aquella mañana había sido una revelación. Pedro la había hecho sentirse querida, respetada, admirada y deseada. Ella nunca se había visto como una mujer sexual... pero lo era. Con Pedro lo era. Brett le había hecho creer que era frígida cuando no era verdad.
¿Sobre qué más le habría mentido?
En parte, quería creer en la fantasía que Pedro estaba creando para olvidar el pasado y no preocuparse por el futuro, pero su experiencia le advertía que tuviese cuidado.
—Me gusta que me esperes en la puerta —sonrió él, abrazándola. De nuevo, su corazón se llenó de esperanza... pero no quería perder la cabeza.
No estaba enamorándose de él. No. Para nada. No tenía que leer los comentarios hirientes de Brett para recordar lo que había pasado la última vez que amó a un hombre. Se había convertido en víctima de los caprichos de su marido. Y, por su hijo, no podía dejar que eso volviera a ocurrir.
Pero aquello no era amor, se dijo, sólo estaban viviendo juntos porque era un acuerdo conveniente para los dos. Cuando terminase el acuerdo, tendría dinero en el banco y seguiría siendo amiga de Pedro, que compartiría la custodia del niño.
«A ver qué nos depara este año», había dicho. El no hacía planes a largo plazo y tampoco ella debería hacerlo.
Pedro le mostró un montón de folletos.
—¿Que es esto?
—Paré un momento en la universidad y me llevé unos cuantos folletos sobre cursos que podrían interesarte. El niño no nacerá hasta febrero, así que podrías apuntarte este semestre.
La oferta era tentadora pero, al mismo tiempo, le pareció una camisa de fuerza. Estaba deseando hacer una carrera universitaria para poder mantener a su hijo decentemente, pero antes tenía que establecer su independencia.
—Ya hemos hablado de esto, Pedro. No quiero dejar el trabajo.
—Cuando salíamos juntos estabas deseando empezar la carrera. Brett te robó esa oportunidad y yo quiero devolvértela.
—Antes tengo que vender la casa, prepararme para la llegada del niño...
—Quizá debería exigir que empezases la carrera para trabajar en Alfonso— Software.
—¡No puedes hacer eso!
Pedro apretó los dientes.
—Paula, tienes mucho talento para el marketing. Lo que hiciste con el folleto promocional es increíble... Imagínate lo que podrías aprender en la universidad. Serías fenomenal, incluso mejor que mi hermano. Y él era un genio del marketing.
—Pero necesito mi sueldo para pagar las deudas de Brett —replicó Paula.
—¿Las deudas de Brett?
—Quiero decir, nuestras deudas.
Pedro la miró, sorprendido.
—Puedes trabajar y estudiar a la vez. Sólo tendrías que ir a la oficina por las mañanas. ¿Qué te parece? Yo sólo quiero lo mejor para ti, Paula.
Ella apartó la mirada. Brett había usado esa misma frase muchas veces... justo antes de decirle algo que no quería oír.
—No vuelvas a decir eso.
Él arrugó el ceño.
—¿Qué?
—Lo siento. Sé que lo haces con buena intención, pero no puedo manejar tantos cambios a la vez.
Su expresión dejaba claro que no podía entender por qué se negaba a ir a la universidad. Y ella no podía explicarle lo atrapada que se había sentido durante su matrimonio sin destrozar la imagen de su hermano.
—Muy bien, como quieras —suspiró Pedro, dándole una bolsa de plástico—. Esta noche vamos a salir. Ponte esto.
Paula apretó los dientes. ¿Qué había en la bolsa? ¿Uno de esos vestidos llamativos y demasiado escotados que Brett solía comprarle? Odiaba que su marido la hiciera pasearse delante de sus amigos con esos vestidos. Odiaba cómo la miraban. Y las mujeres... con esa pinta de «roba—maridos» no había podido hacer amigas.
—Prefiero elegir mi propia ropa yo misma, muchas gracias.
—¿Te importaría decirme por qué estás tan enfadada? Es sólo una camiseta.
—¿Una camiseta?
—El equipo de fútbol de la empresa juega un partido esta noche. Había pensado que te gustaría venir.
Paula hizo una mueca.
—Lo siento.
—¿Qué te pasa?
Ella dejó escapar un suspiro. No podía contarle que leer el diario de su hermano la sacaba de quicio, que le recordaba lo tonta que había sido en el pasado. Estaba deseando quemarlo, pero antes tenía que descubrir las claves.
—Brett solía elegir mi ropa.
—Y no quieres que yo haga lo mismo.
—No.
—¿Porque te recuerda que él ya no está aquí o porque no quieres que te vista como a una conejita?
Paula se puso colorada.
—Ha llegado el momento de tomar mis propias decisiones y eso incluye mi ropa y mi futuro.
—Eres una mujer preciosa —suspiró Pedro, acariciando su pelo—. No tienes que enseñar nada para poner a un hombre de rodillas, pero me gustaría que pensaras lo de volver a la universidad. Por ti y por mí —añadió, dejando los folletos sobre la mesa—. Si te apetece venir al partido, saldré dentro de media hora.
—¿Y Moro?
—Tendrá que venir con nosotros. Vamos a dar un paseo, Maggie.
La puerta se cerró y Paula tomó uno de los folletos. Lo que Pedro le ofrecía era demasiado bueno como para ser verdad. ¿Se atrevía a confiar en él?
Tener una educación universitaria era el primer paso para ser independiente.
Y no debía dejar que el pasado arruinase su futuro.
Espectaculares los 2 caps.
ResponderEliminar