Divina

Divina

domingo, 21 de junio de 2015

Mujer Prohibida Capitulo 14


Cuando salió el primer cachorro, la perra empezó a lamerlo. Pedro emitió una especie de gemido.


—¿Te encuentras bien?


—Sí, sí... es que yo no sé nada de esto... ¿y tú?


—No. ¿Crees que deberíamos ayudarla?

En otras circunstancias, Paula se habría reído de su expresión horrorizada.


—No tengo ni idea. Voy a llamar al veterinario.


—Son las dos de la mañana, la clínica estará cerrada.


—Dejaré un mensaje en el contestador... ¿Por qué no miras en Internet? Seguro que allí encontrarás instrucciones de algún tipo —dijo Pedro, nervioso.


—¿No debería quedarme con Maggie? —preguntó Paula.


—Será mejor informarse antes de meter la pata. Yo voy a llamar a la clínica, tú busca algo sobre partos o sobre cachorros...

Paula corrió al estudio y buscó en Google. Pedro llegó enseguida, nervioso.


—Le he dejado un mensaje al veterinario. ¿Has encontrado algo?


—Sí, mira, he encontrado un artículo...

Otro aullido de Maggie los dejó helados a los dos.


—Pobrecita...

Dos horas después, Pedro y Paula estaban en el lavadero viendo al quinto cachorro venir al mundo. Al contrario que con los otro cuatro, la perra no quiso lamerlo.


—Venga, Maggie... es tu cachorro. ¿Qué hacemos, Pedro?


—No tengo ni idea.

Por instinto, Paula tomó al animalillo abandonado y lo colocó sobre las patas de Maggie, pero la perra apartó la cabeza.


—Vuelve al ordenador y busca algo sobre cachorros rechazados por sus madres.


—¿Tú crees que lo rechaza?


—Está claro.

El pobre animal estaba llorando y a Pedro se le encogió el corazón.
En ese momento sonó el teléfono. Debía de ser el veterinario.


—Menos mal —suspiró Paula, corriendo a la cocina. Le contó lo que pasaba y volvió al lavadero para darle la información a Pedro, que envolvió al cachorro en una manta para que entrase en calor. La expresión de Paula lo hacía sentirse como un héroe. Y, absurdamente, quería salvar al cachorro para ella.


—Voy a comprar leche en polvo —dijo, acariciando al pobre huérfano.


—Yo me quedaré con él —murmuró Paula—. No puedo creer que Maggie no lo quiera.
Pedro se encogió de hombros.


—Esas cosas pasan. Con cachorros, con niños... Brett era adoptado. Su madre decidió que no podía con él y lo dejó en la puerta de una iglesia cuando tenía dos años.

Ella lo miró, incrédula.


—Yo no sabía nada de eso... Brett nunca me lo contó.


—Espero que no recordase nada de ese tiempo, tenía casi tres años cuando vino a vivir con nosotros.


—Pero nunca se me ocurrió pensar...


—Yo habría hecho lo que fuera por mi hermano —la interrumpió Pedro, pensativo—. Adoptar a Brett hizo a mi madre feliz. Había tenido varios abortos y ya no podía tener más hijos... Bueno, me voy. Mantenlo calentito, volveré enseguida.

Cuando desapareció, Paula se quedó apretando al cachorrillo contra su corazón. Brett había sido un niño abandonado. ¿Sería por eso por lo que nunca la había abrazado, por lo que nunca la había querido?

Un golpe despertó a Paula. Intentó enterrar la cabeza bajo la almohada, pero no había almohada. Ni estaba durmiendo en su cama.


—¿Nos vamos a la habitación? —la voz de Pedro consiguió despertarla del todo.

Estaba durmiendo en el sofá del estudio, encima de él, con el cachorro sobre su pecho. 

Sólo la luz del vestíbulo penetraba la oscuridad.


—Lo siento, no quería aplastarte —murmuró. Lo último que recordaba era a Pedro dándole una bolsa de agua caliente para colocar al cachorro sobre ella.


—No pasa nada. ¿Nos vamos a la cama?


—El veterinario dijo que las primeras veinticuatro horas eran cruciales. ¿Qué hora es?


—Las seis de la mañana. Paula, estás agotada, vete a la cama. Yo me encargaré del huerfanito.

Pedro no sabía nada sobre partos ni sobre cachorros, pero se había hecho el fuerte. ¿Haría lo mismo con su hijo?

Su hijo. El corazón de Paula se aceleró. Hasta aquella noche, consideraba que el niño era sólo suyo. Sí, había pensado tener cerca a Pedro como figura paterna, pero no lo veía como padre de su hijo. Sin embargo, era tan amable, tan bueno... ¿Podría formar una familia con él? ¿Podría tener la familia que Pedro había tenido de pequeño?


—Es adorable —murmuró Paula, acariciando al animalillo.


—Sí, y muy fuerte. Está saliendo adelante a pesar de las circunstancias —dijo Pedro, orgulloso.


—Moro, deberíamos llamarlo Moro.

Él soltó una carcajada.


—Ha salido adelante gracias a ti —murmuró, dándole un beso en la mejilla. Al inclinarse, rozó sus pechos con el brazo. Paula sintió el contacto hasta lo más profundo de su ser.

Sus miradas se encontraron entonces y el calor de sus ojos hizo que sintiera un cosquilleo entre las piernas. Quería que la besara, quería que la hiciera sentirse como sólo él podía hacerla sentirse: deseable.


—Paula, dime que tú también quieres esto —dijo Pedro con voz ronca.

Paula no podía hablar, pero tampoco podía negarse aquello a sí misma. Sin decir nada, levantó la cara y, con un gemido ronco, él enterró los dedos en su pelo. La besaba con la boca abierta, ansioso, mareándola de deseo. Mordisqueaba sus labios, su lengua, retándola a devolverle esa misma pasión.

Con la mano libre, Pedro la tumbó sobre el sofá. Sus piernas se enredaron, su miembro erguido, duro, y caliente, la buscaba, como si tuviera vida propia. Los besos se intensificaban hasta que casi no podían respirar.

Pedro metió la mano por debajo del camisón para acariciar uno de sus pechos, jugando con el pezón hasta que Paula creyó que iba a explotar. Se apartó para buscar aire, pero volvió enseguida a apretarse contra él, impaciente.

Pedro metió una mano bajo sus braguitas y la encontró húmeda. El placer era increíble, insoportable. Paula se mordió los labios, intentando contener los gemidos, pero cuando metió los dedos dentro de ella, no pudo seguir callada. Con los dedos mojados, Pedro hacía círculos, acariciando su parte más sensible, y ella se arqueaba, pidiendo más. Sus sabias caricias la hicieron gritar de placer.

Había temido que su apasionada respuesta la primera vez tuviese algo que ver con su estado emocional tras la muerte de Brett, pero aquella noche no era así.

Pedro siguió acariciándola, besándola, hasta que tiró del camisón para quitárselo. Incluso en la penumbra del estudio, Paula se sintió tímida e intentó taparse con las manos.


—Eres preciosa —dijo él con voz ronca.

Casi lo creyó. Casi. Pero Brett había estado años diciéndole que sus pechos no eran suficientemente grandes como para excitar a un hombre.


—Mírame —dijo Pedro entonces. Temiendo ver desilusión en sus ojos, Paula tardó un momento en hacerlo. Sin embargo, él parecía querer comérsela con los ojos—. Esta vez, no habrá remordimientos.

Sorprendida, Paula parpadeó. El deseo que dilataba sus pupilas era evidente. Estaba temblando, a punto de perder el control. Por ella.
Sintiendo una confianza nueva, levantó una mano para acariciar su cara.


—No habrá remordimientos.

Con el corazón acelerado y un ansia enloquecida, Pedro se quitó la camiseta, pero no podía dejar de mirarla. Sus labios estaban hinchados, sus pechos firmes, con los pezones levantados, del tamaño perfecto para la mano de un hombre. Quería ir despacio, pero no podía porque sus labios eran como de seda. Le temblaban las manos cuando rozó la cadenita de oro que colgaba de su cuello... la cadena había quedado atrapada entre su cuello y el sofá y Pedro la apartó suavemente...

Había una alianza colgada en la cadena. La alianza de Brett.

Pedro se apartó, la fiebre que encendía su sangre congelándose de inmediato. Había cosas en las que un hombre no quería ser un actor secundario.

Compartir el nacimiento del cachorro aquella noche, tener a Paula entre sus brazos, le había hecho desear lo que no podía tener. Paula estaba rota por la muerte de Brett y sólo se había casado con él de rebote. La alianza lo dejaba bien claro. Su corazón seguía siendo de Brett.


—Lo siento —murmuró ella.

¿Qué sentía, haber querido creer que era su hermano?

El pesar que había en sus ojos verdes hizo que Pedro apartase la mirada. Era tan tonto que había vuelto a enamorarse de Paula por segunda vez. Y, como antes, Brett se ponía en medio.

Pedro se levantó pesadamente del sofá.



—No me gustan los tríos. No habrá nada entre nosotros hasta que no sea Brett el hombre al que ves cuando cierras los ojos.

1 comentario:

  1. Ayyyyyy, por favor, qué caps más lindos e intensos!!!!!!!!! Me encanta esta historia Yani.

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