Divina

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sábado, 20 de junio de 2015

Mujer Prohibida Capitulo 12


Arrodillada en el suelo, desató su furia con el trapo, extendiendo la capa de barniz que Pedro acababa de aplicar como si le fuera la vida en ello.


—Tranquila, tranquila —sonrió él—. Sólo tienes que quitar el exceso de barniz, no matarlo. Mira, tienes que hacerlo así...

Estaba detrás de ella, muy cerca. Sujetaba su brazo con una mano y la fricción de sus pectorales hacía que no pudiera concentrarse.


—Perdona, es que no lo he hecho nunca.


—No pasa nada, tranquila.

De nuevo, la sorprendió. Brett le habría echado una bronca... aunque a él no lo habría pillado nunca haciendo un trabajo manual. Brett pagaba a otros para hacer el trabajo sucio.

Pedro, empezaba a descubrir, no tenía mucho en común con su hermano pequeño. Él no humillaba a nadie y su generosidad no esperaba recompensas. Cuidaba de la perrita de su vecino, la estaba ayudando a ella... Sí, Pedro Alfonso era una buena persona.

Paula tocó el anillo que colgaba de su cadenita de oro. No debía pensar esas cosas.
La última vez que confió en un hombre se equivocó por completo.


—¿Por qué reformas una vieja casa cuando podrías comprar una nueva?


—Este barrio me recuerda al barrio en el que vivía cuando era pequeño. Además, me gustan las casas viejas. No sé, tienen historia.


—Y personalidad —dijo Paula.


—Eso es.


—A mí también me gustan las casas viejas, con árboles grandes, si es posible.


—Te gustan las plantas, ¿verdad?


—Mucho —contestó Paula—. Pero si a ti no te gustan mis plantas, puedo tirarlas.

Pedro la miró, sorprendido.


—¿Por qué no van a gustarme? Me encantan. Y como se te dan tan bien, podrías encargarte del jardín.


—¿No tienes jardinero?


—No. ¿Para qué quiero un jardín si no puedo cuidarlo yo mismo?


—Sí, es verdad.

Brett había contratado un servicio de jardinería y no le permitía cortar las rosas porque decía que quedaban mejor fuera.


—¿Por qué Brett y tú comprasteis una casa nueva si te gustan las antiguas?


—A él le gustaban las cosas nuevas.


—¿Y tú?


—El dinero era suyo, así que eligió él.

Pedro dejó la brocha a un lado.


—Yo no soy así. Si vives aquí, aunque sólo sea temporalmente, puedes darme tu opinión sobre lo que quieras.


—¿En serio?


—Claro que sí. Cuando digo algo, lo digo de verdad.


—Ya, bueno... pero como no voy a estar aquí mucho tiempo...


—Te has manchado la nariz de pintura —Pedro se levantó la camiseta para limpiarla y, al hacerlo, Paula se fijó en su estómago plano, sus pectorales marcados...

Y tuvo que tragar saliva. Pero él no se apartó. Sus ojos miel se clavaron en los suyos, dejándola paralizada.

Quería que la besara, que la envolviera en sus brazos y la hiciera sentirse una mujer deseada. Sólo Pedro podía hacer eso.

Temblando, Paula cerró los ojos y sintió los labios del hombre rozando los suyos. Suavemente, Pedro tiró de su coleta hacia atrás para devorar su boca.

Quería que la tumbase en el suelo y le hiciera el amor allí mismo, sobre la tela que ocultaba el suelo de madera. Eso la sorprendió. No podía perder el control, ella no perdía el control. El pánico la dejó sin aire.

¿No iban a ser compañeros, amigos?
Pedro la soltó al notar que se ponía tensa. Estaba tenso también, nervioso, y respiraba con dificultad.


—Si queremos terminar esto antes de comer, será mejor que nos demos prisa — dijo con voz ronca.

Paula sintió un escalofrío, pero estuvo a punto de soltar una carcajada. La había besado como un loco para luego volver a trabajar como si no hubiera pasado nada.

Pedro la deseaba y, que el cielo la ayudase, ella también. Nunca había sido la clase de mujer que disfrutaba del sexo... excepto aquella noche en el vestíbulo. Brett había sido su único amante... una pesadilla, en realidad. Además, si hiciera el amor con Pedro otra vez, seguramente se quedaría helada como le pasaba siempre y la experiencia sería una decepción para los dos.

Era joven e ingenua cuando se casó con Brett, pero había aprendido y no volvería a cometer el mismo error.

Vivir con Paula iba a ser más difícil de lo que esperaba. Pedro dejó la brocha sobre la mesa del jardín, deseando tirarse a la piscina para borrar el olor a pintura de su cuerpo. El agua fría le sentaría bien.

Ese beso... El deseo lo había golpeado como si fuera un rayo. ¿Se acostumbraría a tenerla allí?

No tenía derecho a tocarla y lo sabía. Entonces, ¿por qué no podía dejar de recordar la dulzura de sus labios, la suavidad de su piel? Desde que había cruzado la línea, no podía quitársela de la cabeza.

Paula salió al porche envuelta en una enorme toalla, que dejó caer sobre una hamaca. Pedro tragó saliva. El sudor que cubría su frente no tenía nada que ver con el calor y sí con la mujer que tenía delante.

El biquini amarillo apenas cubría sus pechos y la braguita, alta de cadera, moldeaba su trasero como las manos de un amante. Tenía los músculos firmes y bien formados, las piernas largas, el estómago plano... El deseo de que allí dentro estuviera su hijo lo sorprendió, pero sería un padre para el niño lo fuese de verdad o no.

No podía apartar la mirada de ella mientras se tiraba de cabeza a la piscina y empezaba a hacer largos. Maggie también estaba tumbada al borde, aparentemente tan fascinada como él.

¿Le gustaría a Paula estar embarazada? Sus amigas habían disfrutado de los embarazos, compartiendo sus problemas con él: tobillos hinchados, vejigas sueltas, deseo sexual exacerbado.

«Como que necesitas pensar en eso ahora».

Muchas de ellas le habían puesto la mano sobre su abdomen, para que notase las pataditas del niño.

¿A Paula le gustaría sentir las pataditas de su hijo? Como existía una posibilidad de que el niño fuera suyo, ¿le daba eso algún derecho? Pedro quería vivir el embarazo con ella, el parto y todo lo demás. ¿Aceptaría Paula?

Cansado, dejó escapar un suspiro. Su hijo no tendría la familia que había soñado siempre. Aunque para Brett y para él fue desolador perder a sus padres, no podía lamentar los años que habían compartido, ni los recuerdos. A menos que Paula y él tomaran una decisión, su hijo, si lo era, no tendría hermanos.

Paula. Su Paula...

La había deseado desde el día que la conoció, pero levantar la empresa requería todo su tiempo. Antes de irse a California para atender a su primer cliente importante, le había escrito una carta diciendo que cuando volviera quería hablar con ella. Le había dado la carta a Brett, pero evidentemente Paula no estaba interesada en esperarlo porque cuando volvió a casa dos meses después, la encontró casada con su hermano.

Pedro seguía recordando el dolor que sintió cuando Brett levantó la mano de su flamante esposa para mostrarle la alianza. Sus planes para el futuro se habían derrumbado en ese momento y tuvo que hacer todo lo posible para disimular. Había salido con muchas mujeres durante esos cuatro años, pero ni siquiera recordaba sus nombres. Controlar su deseo por la esposa de su hermano se hizo más fácil cuando se convirtió en la clase de mujer—florero que él solía evitar, pero ahora, con la antigua Paula a su lado, estaba metido en un buen lío. Las mujeres con la cara lavada y una sonrisa fácil eran su debilidad.

Pedro tomó la manguera y se echó un choro de agua helada. Eso o arder por combustión espontánea, pensó.


—¿No vas a bañarte? —le preguntó Paula, desde la piscina.


—Tengo que limpiar el garaje.

Paula salió de la piscina de un salto, asustando a Maggie, que se metió bajo una hamaca.


—Aún no he decidido dónde voy a poner las cosas.

Se envolvió en una toalla, pero no antes de que Pedro viera la marca de sus pezones bajo el biquini. No llevaba maquillaje y el pelo empapado caía por su espalda... ¿Había estado más guapa alguna vez? No lo creía.
Parecía tan joven, tan inocente como la chica que había conocido cinco años antes.


—Sigue nadando. Yo colocaré las cajas.


—Pedro, hay cosas personales en esas cajas. Prefiero hacerlo yo misma.

Gotas de agua caían por su escote, perdiéndose debajo de la toalla. El pulso de Pedro se aceleró.


—No deberías levantar cosas pesadas. Dime dónde quieres que ponga las cajas y...


—Estoy embarazada, no enferma.


—Hasta que vayas al médico y él te diga lo que debes hacer, es mejor que no te arriesgues, Paula.


—Pedro...


—Esto no es negociable.


—Muy bien, de acuerdo. Deja las cajas en la habitación del niño. Yo lo colocaré todo más tarde.


—De acuerdo.


—Pedro, quiero que sepas una cosa: yo no haría nada que perjudicara a este niño. Las cosas no han salido como esperaba, pero me hace mucha ilusión tener alguien a quien amar, a quien cuidar.

A Pedro se le hizo un nudo en la garganta.


No estaba hablando de él.

1 comentario:

  1. Ayyyyyyy, qué lindos caps!!!!!!!!! Él está enamorado de Pau. Ojalá ella se enamore pronto de Pedro.

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