La rayita de la ventana estaba azul. Azul era positivo.
Paula se sentó en el borde de la bañera con la cabeza agachada entre las rodillas y la respiración agitada, mientras intentaba no desmayarse de nuevo.
No se había creído el resultado la primera vez, y por eso repitió la prueba con el segundo tubo que contenía el paquete. ¡Pedro quería asegurarse bien!
La rayita azul había vuelto a aparecer. Definitivamente, estaba embarazada. Del bebé de Pedro Alfonso. Un bebé que seguro que él no quería. ¿Y ella?
Nunca había pensado demasiado en tener un bebé. Y si lo había hecho, era en el contexto de un matrimonio por amor.
¡No como resultado de una noche pasada en los brazos de Pedro Alfonso!
¿Qué iba a hacer?
Estaba embarazada. Una pequeña vida crecía en su interior. Su hija o su hijo. Pero no era solamente de ella. También era el hijo o la hija de Pedro.
Y ahí estaba el problema. Por lo que había dicho Pedro, era evidente que él pensaba que se había quedado embarazada a propósito para atraparle.
-Paula, ¿estás bien? -Pedro llamó a la puerta del cuarto de baño.
Ella se puso en pie y miró con angustia la puerta, sin saber cómo salir de allí y decirle a Pedro que era verdad que esperaba un hijo suyo.
Siempre podía mentirle. Decirle que el resultado había sido negativo.
Pero él no la creería, y sin duda insistiría en que realizara otra prueba estando él presente.
Porque, de algún modo, él sabía que estaba embarazada.
-¿Paula? -insistió él con más urgencia.
-Márchate -gruñó al fin, tras respirar hondo.
-Abre la puerta, Paula -ordenó Pedro con firmeza tras unos instantes de silencio.
-¡He dicho que te marches! -masculló ella.
-Ni hablar -contestó él-. 0 abres la maldita puerta, Paula, o será mejor que te quites de en medio porque la voy a tirar abajo.
¿Sería capaz de tirar abajo la puerta del cuarto de baño? Por si acaso, Paula se hizo a un lado.
-Esto es acoso, Pedro-dijo furiosa.
-Tú lo has querido -contestó en tono de impotencia.
-De acuerdo, ¡estoy embarazada! -gritó a través de la puerta cerrada-. Tú tenías razón y yo me equivoqué. ¡Estoy embarazada! -su voz se quebró ligeramente, como si al pronunciar las palabras se hiciera patente la enormidad del hecho.
Independientemente de lo que pensara Pedro, ella no quería su ayuda. No era una opción después de todas las cosas que había insinuado sobre ella, aunque no tenía ni idea de cómo se las iba a arreglar. Si Pedro la permitía conservar su trabajo en la galería, sólo podría trabajar hasta el séptimo mes. Sus padres seguro que querrían ayudarla, pero no le parecía justo pedírselo. Después de haberle dado tanto no podía pedirles que la ayudaran a salir adelante como madre soltera.
De repente, la puerta del cuarto de baño saltó de sus goznes ante la patada de Pedro.
-Al final has tirado la puerta abajo -murmuró incrédula con expresión ofuscada.
-Te dije que lo haría si no la abrías -se encogió de hombros.
Paula pensó que Pedro no podía cargarse alegremente el piso. ¿Qué pensaría Gina, su compañera de piso, cuando viera el destrozo al volver a casa después del trabajo?
-No tenías derecho a hacer eso -exclamó furiosa-. No había motivo...
-Había todos los motivos, ¡maldita sea! -rugió-. No querías abrir la puerta. No sabía qué hacías aquí dentro.
-Es un cuarto de baño, Pedro -dijo ella perpleja-. ¿Qué podría estar haciendo?
-¿Y cómo iba a saberlo con esa puerta separándonos? -contestó con dureza-. Te lo advierto, Paula. ¡No vuelvas a poner una puerta cerrada entre nosotros!
Paula ya no soportaba seguir escuchándole. Era incapaz de pensar si él la miraba así. Sus ojos ya no estaban llenos del dolor del pasado, sino de acusaciones contra ella. Él pensaba que Paula había planeado deliberadamente el embarazo la noche que pasaron juntos.
Ni siquiera lo miró al pasar a su lado camino del salón. Estaba todo igual que cuando se había marchado a trabajar por la mañana, con los brillantes tonos otoñales con los que Gina y ella habían disfrutado decorando el piso, con sus tiestos junto a la ventana y con el sol de la tarde que entraba por los ventanales que llegaban casi al techo.
Sólo ella había cambiado, pues no era la misma persona que la que se había ido a trabajar.
Estaba embarazada. Del hijo de Pedro Alfonso. Y eso quería decir que su vida nunca volvería a ser normal.
-¿Y bien? -preguntó ella desafiante-. ¿Cuándo vas a volver a acusarme de cazafortunas? ¿De quedarme embarazada a propósito para poner mis manos en todo ese maravilloso dinero Alfonso? Porque eso es lo que crees que hice, ¿no? -añadió con desprecio.
Pedro la miraba con los ojos entornados. Mientras se dirigía a la farmacia para comprar el test de embarazo, y al volver a su apartamento para descubrir que ella se había marchado, eso fue justo lo que pensó que había hecho Paula.
Y nada le había hecho cambiar de idea.
Paula iba a tener su bebé. Su bebé. Y no importaba lo que ella hubiera hecho, de todos modos ese bebé iba a ser tan suyo como de ella.
-No te molestes en contestar -dijo ella contrariada-. Ya sé lo que piensas.
¿Quieres saber lo que pienso yo? -sus ojos llameaban de furia.
Pedro sintió que parte de su ira se esfumaba al comprobar la indignación de Paula. Realmente era preciosa. Y estaría aún más preciosa a medida que avanzara el embarazo. Pedro sabía, por el embarazo de Sally, que las embarazadas poseían una belleza especial que surgía de dentro.
La belleza de Paula embarazada iba a ser algo digno de ver.
-De acuerdo -contestó sentándose en un sillón-. Me interesa mucho saber lo que piensas.
-¡No me digas! -exclamó Paula-. ¡Hasta ahora no pareces haberte preocupado mucho por lo que yo tenía que decir! -dirigió su mirada hacia la puerta del baño rota.
Pedro se preguntaba si ella no se había dado cuenta de que él también estaba conmocionado. Porque aún no se podía creer, a pesar de haber dicho lo contrario, que Paula estuviera embarazada de su hijo.
Le había encantado ser el padre de Luke, y quedó destrozado tras su muerte tan trágica y repentina. Y volvía a tener otra oportunidad de ser padre, con Paula.
Nunca había pensado en tener otro hijo, pero en esos momentos descubría que quería a ese bebé más que a nada en el mundo.
Sólo necesitaba acostumbrarse un poco.
-Ahora sí te escucho, Paula -aseguró.
Ella sabía que él esperaba escuchar sus demandas. Su intento de chantaje para hacerse con parte del dinero Alfonso.
Pues se iba a llevar una desilusión.
-Éste es mi bebé, Pedro -Paula respiró hondo.
-Y mío también -susurró él.
-Pero no puedes estar seguro de eso, ¿no? -le provocó mientras paseaba inquieta por el salón sin dejar de mirarle-. ¿Cómo lo sabes? ¿Cómo puedes estar seguro de que no he estado con ningún hombre durante las últimas seis semanas?
-¿Has estado con alguno? -Pedro sentía su mandíbula rígida.
-¡Pues claro que no, maldita sea! -negó furiosa-. Pero nunca podrás estar seguro del todo.
-Un médico podrá confirmar de cuánto tiempo estás embarazada -afirmó Pedro tras mirarla fijamente unos interminables segundos.
-¿Y aceptarías su dictamen? -Paula lo escudriñó, incapaz de saber lo que pensaba.
-Si insistes, podemos hacernos las pruebas -aceptó él finalmente.
-¿Si yo insisto? -preguntó sorprendida.
-Paula, en cuanto este bebé sea oficialmente mío, lo será por completo -dijo secamente.
-¿Quieres decir que me quitarías el bebé? -ella sacudió incrédula la cabeza.
-Eso no es lo que he dicho –Pedro se encogió de hombros-. Aunque la decisión final sería tuya.
-No te entiendo -masculló ella emocionada.
-Es muy sencillo, Paula. Si quieres poner tus manos sobre «todo ese maravilloso dinero Alfonso» tendrás que aceptarme en el mismo lote -le espetó secamente.
-Pero si yo no quiero tu dinero -estalló Paula mientras lo miraba incrédula-. ¡No me interesa! ¡Ni tú tampoco!
-Me parece que protestas en demasía -se burló él.
-No protesto en absoluto -le cortó, enfadada por sus burlas-. Constato un hecho.
-El hecho, Paula, es que ahora tengo una responsabilidad para contigo y el bebé.
¿Una responsabilidad? ¿En eso se había convertido? Tras años de independencia, ganándose la vida, no iba a dejar que la redujeran a ese estado.
No, no lo consentiría. Por difícil que resultara salir adelante sola, lo conseguiría.
-Gracias, pero ni necesito ni quiero tu ayuda -dijo altivamente sacudiendo la cabeza.
-¿Todavía no lo entiendes, Paula? -gritó Pedro-. No te lo pido. ¡Te explico cómo van a ser las cosas!
-¿Qué quieres decir? -Paula alzó la cabeza y le miró aturdida.
-Que voy a casarme contigo, Paula -dijo inflexible-. En cuanto esté todo organizado.
¿Pedro se iba a casar con ella? ¡No podía estar hablando en serio!
Wowwwwwww, qué fuertes los 4 caps. Me encanta la dinámica de esta historia, es rápida e intrigante.
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