Divina

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jueves, 4 de junio de 2015

En la cama de un millonario Cap 3


SEIS semanas después, Paula todavía esperaba la llamada que Pedro le había prometido. Había sido una estúpida por pensar que él llamaría, y varias conversaciones mantenidas con Kate le habían confirmado que Pedro Alfonso no se comprometía con ninguna de las mujeres con las que salía. También según Kate, desde su divorcio, las mujeres con las que se había liado eran legión y ninguna de ellas, había puntualizado Kate, como si supiera que el interés de Paula no era casual, había sido empleada suya.

0 habían dejado de serlo enseguida, decidió Paula.

De hecho, llevaba seis semanas esperando ser despedida de la Galería Alfonso. Aunque en esos días no era tan fácil despedir a la gente, ella no tenía dudas de que si Pedro la quería fuera, encontraría el modo de hacerlo.

El que se le esperara, por fin, la semana siguiente en Londres para inaugurar una exposición no ayudaba a Paula a concentrarse en su trabajo.

De hecho, ese día estaba especialmente torpe, y no hacían más que caérsele las cosas al suelo. Ella sabía bien el motivo de su creciente nerviosismo. La inminente llegada de 
Pedro la alteraba.

Debería haberse dado de baja unos días. Además, no se sentía bien y no había probado bocado en todo el día. Su ansiedad ante la perspectiva de ver a Pedro aumentaba día a día.
Sin embargo, no entendía el motivo de su nerviosismo. Al fin y al cabo, había sido Pedro el que la había invitado a salir. Y ella no había vuelto otra vez a su apartamento, de hecho...

-¿Paula? -sonó en su oído una voz familiar tras seis semanas de silencio.

Ella se giró bruscamente, dejando caer las tarjetas que preparaba para la exposición de la semana siguiente.

-Lo siento -murmuró mientras se agachaba para recogerlas con manos temblorosas y recuperaba la compostura.

¡A Pedro no se le esperaba hasta la semana siguiente!

-¿Qué haces aquí? -le preguntó con el brillo dorado de sus ojos resaltando en su pálido rostro.

-Puede que te hayas olvidado, Paula -él le devolvió la mirada burlonamente-, pero resulta que ésta es mi galería y tengo un piso en la última planta de este edificio.

¡Puedo venir aquí cuando me dé la maldita gana!

Eso era cierto, pero si ella hubiera tenido conocimiento de su llegada antes de lo esperado, no habría actuado así. Se sentía completamente torpe.

Durante las seis semanas de ausencia de Pedro, ella había pensado mostrarse fría y digna cuando él volviera, sin hacer la menor referencia a la noche que habían pasado juntos en ese edificio...

-Vayamos a mi despacho -añadió Pedro sin ocultar su impaciencia-. Quiero hablar contigo.

Seguía con el mismo aspecto. Su piel morena estaba igual de bronceada, sus ojos miel igual de inteligentes, y su pelo oscuro, aunque parecía algo más corto, aún descansaba en sus hombros. Elegantemente vestido con un traje gris oscuro y una camisa blanca y corbata de seda gris, parecía que lo tenía todo bajo control.

De hecho, su aspecto respondía exactamente a lo que era: el multimillonario dueño de tres prestigiosas galerías de arte.

En esos momentos, Paula se preguntaba cómo pudo haber pensado jamás que él se interesaría seriamente por ella.

-¡Paula! -la apremió ante su silencio.

Ella se comportaba como una idiota, allí de pie, mirándole, incapaz de decir nada ante su inesperada aparición.

Respiró hondo e intentó comportarse con naturalidad. O lo más natural posible cuando se tenía delante al hombre que había llenado sus sueños las últimas seis semanas.

-¿Qué puedo hacer por usted, señor Alfonso? -le preguntó con calmada eficiencia.

-Puede subir a mi despacho conmigo -repitió él con firmeza-. ¡Ahora! -añadió sin siquiera esperar su respuesta y mientras se giraba bruscamente y salía de la habitación.

Kate lanzó una mirada inquisitiva a Paula mientras ella seguía a Pedro, y Paula se encogió de hombros en respuesta.

Porque en realidad no sabía qué pasaba. Habían cenado juntos, habían pasado la noche juntos, pero no se lo había contado a nadie, ni había intentado ponerse en contacto con él. 
Así que ¿cuál era el problema?

Cuanto más pensaba en ello, y en su profundo silencio al subir las escaleras delante de ella, más enfadada se sentía.

¿Acaso había esperado que ella dejara su trabajo por haberse acostado con el jefe? ¿Por eso estaba tan enfadado? ¿Porque no esperaba encontrársela allí a su vuelta?

Eso le parecía bastante injusto.

A ella le encantaba su trabajo y le gustaban las personas con las que trabajaba. Además, nada de todo eso era culpa suya. ¡Maldita sea!

Pedro la miró irritado mientras cerraba la puerta de su despacho. A no ser que se equivocara, por el brillo de sus ojos y el rubor de sus mejillas, se encontraba ante una joven muy enfadada.

Él se apoyó en el borde de la mesa de mármol italiano que más de un cliente había intentado comprar, aunque siempre se había negado a venderla porque hacía juego con el resto del despacho, austero y con las paredes forradas de madera, aunque había un enorme ventanal con vistas sobre el río.

-¿Por qué estás tan enfadada? -dijo lentamente mientras la miraba con ojos burlones-. ¿Porque acabo de ser bastante poco amable contigo? ¿0 porque no te he llamado en dos meses? -la miró desafiante.

-Seis semanas -le espetó ella instantes después con las mejillas ruborizadas.

-Da igual -se encogió de hombros, sabiendo exactamente cuánto tiempo había pasado, pero sin intención de reconocerlo ante ella.

Habría jurado que Paula sería como las demás mujeres que había conocido los últimos dos años: disfrutadas y olvidadas. Pero, por algún motivo inexplicable, con Paula  no había sido así. No conseguía olvidar esos ojos dorados ni ese cuerpo sedoso. Y eso le irritaba profundamente.

El fulgor de su cálida mirada y la manera de apretar esos sensuales labios, le indicó que con su actitud sólo había logrado aumentar su ira. Lo cual no le afectaba especialmente.

Por lo menos, no en lo referente a los negocios.

A nivel personal, su reacción le resultaba condenadamente sexy.

Estaba muy guapa aquel día, vestida con una blusa color crema, metida dentro de una ajustada falda negra que le llegaba a la rodilla, mostrando sus largas y sedosas piernas.

Lejos estaba ya su incumplida promesa de llamarla, su seguridad de que cuando volviera a la galería de Londres habría olvidado a Paula Chaves. Incluso antes de ver el cuadro sabía que había fracasado.

La boca de Pedro se torció en una mueca mientras miraba hacia el cuadro que había colocado en un lado del despacho, cubierto para protegerlo, pero también para que Paula no lo viera hasta que él no estuviese preparado para enseñárselo...

Paula miró cáusticamente a Pedro y, aunque se estremecía por dentro, se sujetó las manos para que él no notara el temblor.

-Lo siento... ¿se suponía que ibas a llamarme? -contestó con toda la frialdad de que fue capaz.

Y fue bastante, a juzgar por la expresión que asomó al rostro de él.

-De acuerdo, Paula, olvida eso de momento -dijo él-, y cuéntame lo que sabes de Miguel Chevis.

Ella frunció el ceño mientras intentaba recordar los datos más relevantes sobre el artista, sin comprender la pregunta de Pedro, a no ser que intentara demostrar que no era una profesional y despedirla por ese motivo.

-Inglés -tragó saliva-, nacido en 1964. Empezó a pintar hacia los veinte años, sobre todo retratos, pero luego se pasó a los paisajes, y más recientemente a la naturaleza de Alaska.

-¡No te pido la biografía de ese tipo, Paula! -gritó bruscamente mientras se ponía en pie-. Te he preguntado qué sabes de él.

-¿Yo? -pestañeó dando un paso atrás ante su furia-. Te acabo de decir lo que sé de él.

-No seas tímida, Paula -la interrumpió de nuevo con ojos burlones-. No te pido los detalles, sólo que me confirmes que le conoces y si puedes contactar personalmente con él.

Ella estaba completamente confusa. Esa conversación no parecía tener nada que ver con aquella noche de hacía seis semanas, ni con un empeño por su parte en demostrar su incompetencia. Parecía tener que ver con el artista Miguel Chevis, a quien ella admiraba, pero nunca había conocido en persona.

Pedro se dio cuenta de que ella jamás admitiría esa relación. El tipo ése era lo bastante mayor para ser su padre y a lo mejor por eso ella no quería hablar de él. En cualquier caso, Pedro llevaba años intentando organizar una reunión con el artista, pero ni con el respaldo del nombre de Pedro Alfonso, ni con el de la propia galería lo había logrado. Y al parecer, Paula podría ser la clave de todo ese asunto.

Había pasado de decidir si dejar de ver a Paula para siempre o llevarla de nuevo a su cama, a descubrir que tenía que pasar por ella para lograr acercarse a Miguel Chevis.

-Mira, Paula, volvamos a empezar, ¿de acuerdo? -razonó amablemente-. Admito que hace seis semanas crucé la línea entre jefe y empleada contigo, pero reconocerás que no opusiste demasiada resistencia.


Paula lo miró burlonamente. Si ésa era su manera de disculparse por la noche que habían pasado juntos, o por no llamarla por teléfono, era bastante floja. 

Además, si una disculpa por aquello era insultante, una disculpa improvisada por lo de ese día resultaba claramente inadecuada.

1 comentario:

  1. Ayyyyyy, quiero más caps x favorrrrrrr!!!!!!!!!!! Te lo ruego Yani!!!!!!!!!

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