Divina

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domingo, 14 de junio de 2015

En la cama de un millonario Cap 24


MIGUEL Chevis? -preguntó Pedro al ver que ni Paula ni el hombre reaccionaban.

-Sí -confirmó el artista con voz ahogada, sin dejar de mirar a Paula.

Pedro sabía cómo se sentía el pintor. ¡El tampoco querría dejar de mirar a Paula!

Pero la fascinación del hombre no era por el mismo motivo que la de Pedro...

Pedro había reconocido a Miguel Chevis por las fotografías que había visto de él, aunque estaba más mayor, con el pelo canoso, su atractivo rostro surcado de arrugas y los ojos de un penetrante color gris.

El padre de Paula. 0 no.

En ese momento daba igual. El hombre se había molestado en ir a Londres en persona tras recibir la carta de Paula, en lugar de limitarse a escribirla o llamarla por teléfono.

Paula también era consciente de la importancia de ese gesto.

Tragó saliva, incapaz de moverse ni dejar de mirar al hombre que podría ser su padre biológico. Ninguno de los dos dejaba de mirarse.

-Claro, no eres Alejandra –Miguel Chevis fue el primero en reaccionar-. Eres demasiado joven para ser ella. Pero el parecido... el parecido -se le quebró la voz y no pudo continuar.

-Inquietante, ¿verdad? -dijo Pedro amargamente.

Paula sabía que era ese parecido el que había llevado a Pedro a equivocarse con ella. Y a Pedro no le gustaba equivocarse.

-Me llamo Paula -dijo, con voz ronca, al hombre-. ¿Recibió mi carta?

-Sí -suspiró él. Tendría unos cincuenta años, era alto y atractivo y tenía unos ojos grises muy penetrantes.

Los ojos de un artista, pensó Paula. Ojos que veían más allá de la apariencia de una persona y llegaban hasta el corazón. Tal y como había visto más allá de la imprudencia adolescente de Alejandra...

-¿Quiere pasar? -lo invitó tímidamente mientras abría por completo la puerta y Pedro se echaba a un lado para dejarle pasar, antes de seguirle él mismo con el retrato.

¡El retrato!

Pedro pareció interpretar los pensamientos de Paula y colocó el retrato sobre la mesa para descubrirlo y apoyarlo contra la pared, antes de volverse hacia el artista.
Miguel Chevis palideció aún más, al parecer poseído por el mismo estupor que había asaltado a Paula y a sus padres cuando vieron el retrato por primera vez.

Pero ese hombre era el pintor del cuadro, y conocía cada una de las pinceladas cargadas de amor, y cada tonalidad del precioso cuerpo y rostro de Alejandra.

-No creí que volviera a ver este cuadro -murmuró Miguel Chevis mientras lo contemplaba maravillado-. ¿Cómo lo conseguiste?

-Se lo compré al sobrino nieto de Mario Tayson tras la muerte de éste -contestó Pedro.

-¡Alejandra! -la voz de Miguel se quebró-. Yo mismo intenté recomprárselo a Mario después... después de que Alejandra se fuera. Pero siempre se negó.

-Nunca se llegó a casar -le informó Pedro.

-No -suspiró Miguel-. ¿Cómo podría después de haber conocido a Alejandra? ¡Mi querida Alejandra! -se tapó el rostro con las manos y empezó a sollozar.

Pedro no tenía la menor duda de que el pintor había amado a Alejandra con la misma intensidad y necesidad con la que él amaba a Paula.

Pero por algún motivo sin explicar, Miguel había perdido a su Alejandra.

¿Iba Pedro a permitir que le ocurriera lo mismo con Paula?

-Lo siento muchísimo -murmuró Paula, dando un paso al frente para apoyar su mano en los temblorosos hombros de Miguel.

-¿Tú lo sientes? -el artista la miró con el rostro inundado de lágrimas-. Dejé que se me escapara esta maravillosa criatura y ¿tú lo sientes? -sacudió la cabeza-. Debería haber hecho algo. Nunca debí... -al fin estalló-. He pasado los últimos veintiséis años soñando con verla una vez más, con verla sonreír de esa manera, ¡con poder tenerla una vez más entre mis brazos!

¡No!, se dijo Pedro para sus adentros. No estaba dispuesto a terminar su vida así, sin decirle a Paula lo que sentía por ella. Y a lo mejor conseguiría... conseguiría convencerla para que le devolviera un poco del profundo amor que sentía por ella.

-¿Alejandra es el motivo por el que dejó de aparecer en público? -preguntó Paula con delicadeza-. ¿Y el motivo por el que dejó de pintar retratos?

-Sí, la pérdida de Alejandra provocó todo eso -confirmó Miguel-. Cambié por completo de vida después de lo que hice.

-¿Qué hizo? -Paula lo miró con curiosidad.

-Alejandra estaba prometida a Mario -el pintor sacudió la cabeza-, cuandoéste me encargó que pintara su retrató, y yo ya estaba casado, aunque no felizmente, pero aun así casado. En cuanto nos vimos por primera vez, Mario y mi esposa dejaron de tener importancia.

Al fin había conseguido Paula una posible explicación sobre por qué Alejandra, tras romper su compromiso con Mario, no había vuelto con Miguel: el pintor estaba casado...

-Pero... ¿por qué, si estaban tan enamorados, permitió que ella se marchara sola para tener a su bebé? -Paula frunció el ceño-. ¿0 es que no la amaba lo bastante como para dejar a su mujer?

La historia empezaba a sonarle familiar a Paula. La historia se repetía. Bueno, no exactamente. En su caso, Pedro no la amaba, e iba a permitir que tuviera sola al bebé mientras él volvía con su ex mujer.

-¡Por supuesto que la amaba lo bastante como para dejar a mi mujer! -sus ojos brillaban de emoción-. Pero discutimos. Alejandra no me creyó cuando le  dije que me separaría para irme con ella. Y al final lo cumplí. Y ese mismo día fui a buscarla para decirle que lo había hecho y que sólo quería estar con ella, y que ella se viniese a vivir conmigo. ¡No sabía nada sobre el embarazo! -gruñó Miguel-. La había visto el día anterior, pero cuando fui a buscarla al día siguiente para decirle que no podía vivir sin ella, que la amaba, ella... ella se había marchado. Nunca volví a verla -cerró los ojos como si intentara dejar fuera el dolor.

Pero Pedro sabía que era imposible, y para él también. La imagen de Alejandra, y la de Paula, no se quedaban fuera. Quedaban grabadas en el cerebro eternamente.

Alejandra y Paula eran mujeres a las que los hombres de sus vidas amaban eternamente.

Miguel había seguido enamorado de Alejandra  incluso después de que ella le traicionara y le abandonara. El retrato colgado en su dormitorio era la prueba. Y el dolor de Miguel al perderla era incuestionable. Pedro estaba seguro de que su amor por Paula era igual.

-Yo -Paula hizo una pausa y se humedeció los labios-. ¿Se da cuenta de que soy el bebé de Alejandra? -preguntó a Miguel.

-¡No podría ser de otro modo! -él ahogó una risa mientras extendía una mano para rozar la mejilla de Paula-. Te pareces tanto a ella -suspiró-. Tanto, tanto...

-Sí -Paula le lanzó una mirada llameante a Pedro.

La mirada le fue devuelta con un brillo de determinación que ella no logró entender. Pero claro, ella nunca había entendido a Pedro y no había motivo alguno para que eso cambiara en esos momentos que iba a salir de su vida para siempre.

-La pregunta es -se volvió de nuevo a Miguel sin saber cómo decirlo-. ¿Soy su hija o la de Mario?

-¡Mía, por supuesto! -aseguró el artista-. Alejandra, tu madre, no mantenía relaciones con Mario. En realidad yo fui el primero -admitió bruscamente.

-Pero... -Paula pestañeó.

-No hubo nadie antes que yo, Paula -dijo él con seguridad-. A Alejandra le gustaba dar la impresión de ser salvaje y con experiencia en la vida. Pero en realidad era una jovencita dulce y encantadora que nunca antes había estado con un hombre. Me sentí un completo sinvergüenza cuando me di cuenta la primera vez que hicimos el amor -suspiró-. Mi matrimonio no era feliz, ¡pero no era motivo para seducir a una inocente!

A Paula no le importaba. Se sentía mejor sabiendo que el amor y la educación que sus padres habían dado a Alejandra sirvió de algo, y que no fue más que la adolescente rebelde que ella supuso.

-Intenté encontrarla -la mirada de Miguel reflejaba dolor-. De verdad, Paula -la miró ansioso-. Pero sencillamente desapareció.

-No creo que quisiera que la encontraras, ni tú ni nadie más -respiró hondo-. No lo sabía el viernes pasado cuando escribí la carta, pero... los padres de Alejandra  averiguaron su paradero cuando los llamaron del hospital. Murió en el parto cuando yo nací -explicó lo más delicadamente que pudo-, ellos me criaron, y son los únicos padres que he conocido.

-¡Todos estos años sin saber lo que le había sucedido! -Miguel gimió-. Ni por qué se marchó de repente -dijo perplejo-. Hasta que recibí tu carta esta mañana y vi tu foto, no supe que estaba embarazada de mi bebé. Y nunca... jamás se me ocurrió en todos estos años que pudiera estar muerta -negó incrédulo con la cabeza, como si fuera demasiado para él.

Pedro miraba al hombre con admiración, seguro de que él mismo no lo soportaría tan bien si acabara de descubrir que Paula había muerto.

-¿Y tampoco pensabas que pudieras tener una hija? -preguntó Paula dulcemente.

-No sabía que se me había concedido el regalo de una hija -el rostro de Miguel se iluminó, pero la tristeza no abandonó sus ojos ni sus labios-. Una hija preciosa -añadió.

-Que en siete meses te convertirá en abuelo -añadió cariñosamente Pedro mientras rodeaba a Paula con un brazo.

Ella lo miró perpleja, sin entender lo que estaba haciendo. Miguel, su padre, no necesitaba saber lo del bebé. En ese momento no tenía sentido, y dificultaría aún más la marcha de Pedro.

-¿Voy a tener que cargar mi escopeta? -Miguel taladró a Pedro con la mirada.

-No -contestó Pedro con firmeza-. Paula y yo vamos a casarnos, si ella me acepta -se volvió hacia ella y la miró inseguro.

Ella tragó con dificultad mientras sacudía la cabeza, incrédula.

-Parece que vas a tener que convencerla -dijo Miguel, malinterpretando la mirada perpleja de Paula como una negativa-. Llévatela a algún sitio tranquilo. Yo me quedaré aquí, feliz contemplando el retrato de Alejandra durante una hora.., o seis... o toda la vida -añadió, y se sentó en el sillón junto al cuadro, absorto y con los ojos nuevamente inundados de lágrimas que empezaban a caer por la mujer que había amado y nunca más volvería a ver.

Paula se llevó a Pedro al dormitorio donde dormía antes y que en esos momentos estaba vacío.

-¿Crees que estará bien? -Paula se mostró preocupada.

-Creo que ha tenido veintiséis años para acostumbrarse a la idea de haber perdido a Alejandra -contestó Pedro con delicadeza-. Si te parece bien, me gustaría darle el retrato de Alejandra. Le pertenece, ¿no crees?

-Sí -contestó ella, casi sin aliento al comprender lo que él quería decir-. ¡Claro que sí! 
Pero... creía que íbamos a cancelar la boda -ella lo miró perpleja-. Ya te dije que no te crearé dificultades...

-Pero yo sí -la interrumpió él con su mirada Miel fija en los ojos de ella-. Paula, no quiero terminar como Miguel: enamorado de una mujer el resto de mi vida, pero sin ella.

-Ya lo sé -reconoció ella-. Y por eso acepté anular el compromiso y olvidar nuestro matrimonio. Sé que Sally y tú os vais a reconciliar...

¿Sally? -preguntó Pedro bruscamente-. ¿Qué demonios tiene Sal1y que ver en todo esto?

-No fue mi intención, pero escuché tu conversación telefónica con ella anoche -Paula tragó con dificultad-. Y sé que ella es la razón por la que ya no te interesa un matrimonio de conveniencia conmigo. Los dos queréis estar juntos y vais a hablar cuando vuelvas a Nueva York.

Pedro la miraba perplejo. ¡Por eso, después de haber hecho el amor tan salvajemente, Paula se había marchado al otro dormitorio a dormir aquella noche! Y era el motivo por el que estaba tan dispuesta a anular la boda. ¡Pensaba que él seguía enamorado de Sally!

-Paula -Pedro respiró hondo-. Sally se volvió a casar hace un año, y es muy feliz. Anoche me llamó para decirme que era tan feliz que quería compartir conmigo la noticia del nacimiento de su hija -observó la reacción de Paula-. Supongo que debería habértelo contado, pero cuando volví al dormitorio te habías marchado, y por la mañana... bueno, ya sabes cómo hemos estado esta mañana.

-¿Sally ha tenido un bebé...? -Paula lo miraba incrédula.

-Sí -asintió él con un atisbo de esperanza-. Paula, sé que te costará creerme después de cómo me he comportado. -sacudió la cabeza contrariado-, pero la única mujer con la que quiero estar, la única mujer que amo, que amaré jamás, ¡eres tú!

-¿Tú me...? -la incredulidad de Paula se convirtió en asombro.

-Sí -aseguró él-. Creo que me enamoré de ti hace seis semanas. Durante los dos últimos años, cada vez que me relacionaba con una mujer, la olvidaba en cuanto me daba la vuelta -admitió con tristeza-. Pero tú... tú eres diferente. No hice más que pensar en ti durante cinco semanas, seis si contamos la semana después de que trajera el retrato. Incluso entonces sabía que necesitaba verte nada más llegar a Londres, porque, de algún modo, te habías metido dentro de mí.

-Pero el retrato lo cambió todo... -Paula se humedeció los labios, incapaz de creerse lo que oía.

-Porque soy un idiota -admitió Pedro-. Porque no te creí cuando me dijiste que no eras tú. ¡Era igual que tú! Era la persona con la que había pasado la noche, la que ardía en mis brazos, la que me obsesionaba de día e invadía mis noches -sacudió la cabeza-. Al ver el retrato e imaginarme al hombre que lo había pintado mirándote y viendo lo que yo había visto, tocándote como yo te había tocado... Estaba tan furioso que me cegó la ira cuando te volví a ver -admitió.

¡Pedro se lo decía en serio!

-¿Y ahora? -insistió ella sin aliento-. Ahora que sabes la verdad, me liberas de nuestro compromiso y accedes a cancelar la boda...

-Intentaba hacer lo correcto -Pedro sonrió con tristeza-. Me di cuenta de que te había obligado a aceptar por culpa de mi error al pensar que intentabas atraparme quedándote embarazada a propósito. Y estaba equivocado, Paula. Ahora sé que el embarazo te sorprendió tanto como a mí. Peor aún, seguramente estabas aterrorizada.
¡Y yo me he comportado como un cerdo contigo! -murmuró contrariado.

-Ya, pero ¿y ahora? -insistió ella.

-Ahora, tras escuchar a Miguel, tras oírle describir su amor por Alejandra y el infierno que vive desde que la perdió, he decidido que, para no volverme loco, tengo que olvidarme de hacer lo correcto -dijo con determinación-. No quiero convertirme en otro Mario o en un Miguel, con una vida vacía y sin amor porque he dejado marchar a la mujer que amo sin siquiera intentar demostrarle lo que la quiero y anhelo estar con ella. Aunque me lleve meses, o incluso años, voy a conquistarte, Paula Chaves -la atrajo hacia sí-. Te voy a cortejar y te conquistaré. Te amo tanto, te necesito tanto, que no puedo dejar que te marches. ¿Me dejarás intentarlo, Paula? -la apretó con fuerza-. ¿Me darás una oportunidad para conquistarte, para cuidarte, para amarte?

Paula casi se echó a reír ante lo ridículo de la pregunta. Ella le amaba tanto que separarse de él había sido como una pesadilla de la que nunca podría despertar.

-No, creo que no, Pedro -dijo ella emocionada-. ¡No! ¡Te equivocas! -aclaró al ver la palidez que asomaba al rostro de Pedro-. Quiero decir que ya te amo -sonrió-. Te he 
amado durante meses, antes de que me dirigieras la palabra por primera vez -admitió-.
Y si a ti te parece bien, me gustaría seguir adelante con la boda.

-¿Paula...? -Pedro la miraba incrédulo.

-¡Te amo, Paula! -por fin podía Paula decirlo en voz alta y permitir que su amor se reflejara en su mirada y su rostro-. Te amo, ¡y quiero pasar el resto de mi vida contigo!

-Eternamente -Pedro la miró y habló con voz entrecortada-. No estoy dispuesto a aceptar menos que eso.

-Eternamente -repitió ella con una alegre risa-. ¡Yo tampoco estoy dispuesta a aceptar menos!

-Te prometo que seremos felices juntos, Paula -le aseguró Pedro-. Muy, muy, muy felices.
Ella le creía.

Y cuando nacieron su hijo y su hija, Hipolito Alfonso y Olivia Luka, siete meses más tarde y sin ninguna complicación, Paula supo que hizo bien en creer y confiar en Pedro, porque su amor no hizo sino aumentar cada día que pasaron juntos.

Y lo haría eternamente.




1 comentario:

  1. Qué bella historia Yani. Me encantó. Espero ya la siguiente adaptación jaja.

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