Divina

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sábado, 13 de junio de 2015

En la cama de un millonario Cap 20

El no quería que Paula se asustara de él. Quería que ese matrimonio funcionara, como fuera, y que los dos alcanzaran alguna clase de entendimiento.
Pero no tenía la menor idea de cómo lograrlo ya que, salvo en la cama, siempre estaban discutiendo.
Podrían intentar dejar de discutir...
-Oye, Paula, firmemos una tregua, ¿de acuerdo? -sugirió él-. Esta pelea constante no nos lleva a ninguna parte.
-No intentes fingir que te preocupas por mí -se burló ella.
-¿Quieres dejarlo ya? -gritó él mientras la sujetaba por los hombros-. Ya no quiero discutir más contigo, ¿de acuerdo?
-Tienes unos cambios de humor impredecibles -dijo ella con preocupación en sus ojos dorados.
-¿Se supone que un futuro padre debe ser predecible? -se rió él.
-Supongo que no -admitió ella con un suspiro-. Pero me ayudaría a entenderte un poco mejor.
-¿Te gustaría entenderme? -Pedro miró perplejo su precioso rostro.
-No especialmente -contestó ella mientras sus ojos volvían a adquirir una expresión desafiante.
¡Pues a él sí que le gustaría entenderla!
La noche anterior con Paula había sido lo más parecido a la perfección que Pedro había conocido en su vida. No, no había sido parecido... había sido la perfección.
Se negaba a admitir que Paula  estuviera con él así, que se le entregara así, sin sentir algo más por él que el aprecio por sus millones.
A no ser que se estuviera engañando a sí mismo...
-Tienes razón -la soltó bruscamente-. Ya es hora de que vayamos a trabajar.
-Sí, jefe -respondió ella.
Pedro entrecerró los ojos. Tenía que marcharse. Antes de hacer algo que lamentaría después.
Paula le observó marchar. Sentía tristeza al pensar que la intimidad compartida antes de la llamada de Sally no había sido más que una ilusión, y que no tenían nada en común salvo el bebé que ella llevaba dentro.
Los siete meses y medio que quedaban para que su cuerpo fuera nuevamente suyo, la acechaban como una sombra oscura.
El trabajo era la respuesta. Siempre le había gustado su trabajo en la galería, y ni siquiera la silenciosa presencia de Pedro en el despacho de la segunda planta la privaría aquel día de ese placer. Tras explicarle a Jane, la gerente, que Pedro se había equivocado y que iba a seguir trabajando todavía algunos meses más, Paula se sumergió por completo en su trabajo.
Sus compañeros mostraban una enorme curiosidad y miraban su anillo con envidia. Pero en cuanto comprobaron que Pedro seguía siendo la misma, a pesar de que en breve se casaría con el dueño de la galería, volvieron todos a la relación amistosa que siempre habían compartido.
Bueno, más o menos, reconoció Paula.
Ya no hubo más comentarios en su presencia sobre lo guapo que era el jefe y sobre el aspecto que tendría desnudo, pero, si ése era el único cambio que iba a haber, a Paula no le importaba. Paula se dijo que eran sus hormonas las que le provocaban esa debilidad en las piernas y el dolor en todo el cuerpo cuando pensaba en él. Estaban descontroladas por el embarazo, nada más.
Pero cuando Pedro bajó a la galería y fue hacia ella con su acostumbrada vitalidad se puso tensa, y recordó cómo había acariciado ella esos oscuros cabellos la noche anterior y lo atlético que era ese cuerpo oculto bajo el traje gris que llevaba puesto.
-¿Sí? -Paula lo miró desafiante.
-Tenemos público, Paula -dijo Pedro en voz baja mientras dirigía la mirada hacia Kate al fondo de la galería-. ¿Ese es el saludo que tienes para tu novio?
-0 sea, que quieres que seamos discretos delante de los demás empleados, ¿no?
«No, en realidad no», pensó Pedro. La discreción era lo último en lo que pensaba cuando se trataba de Paula. Y ella no era una simple empleada, era su prometida.
-Pensaba que eso era lo que querías tú -dijo él secamente-. También pensé que te gustaría saber que mis abogados han organizado la boda para dentro de dos viernes, a las dos y media de la tarde -informó con satisfacción y observó cómo su rostro palidecía ante la noticia de que se casaría con él dentro de dieciocho días.
Pedro se sintió molesto al ver el gesto de Paula. Parecía como si en lugar de casarse con alguien que tenía más dinero del que ella podría gastarse en toda su vida, la fueran a llevar al patíbulo.
-Pensé que a lo mejor querrías llamar a tus padres para darles la fecha y hora concreta -dijo él.
-Intenté llamarlos antes, pero no había nadie -contestó ella contrariada.
-¿Ah, sí? –Pedro se preguntaba por qué los había llamado si acababa de verlos el sábado anterior.
-Suelen estar en casa los lunes por la mañana -Paula hizo una mueca.
-Puede que hoy decidieran hacer algo distinto -él se encogió de hombros.
-Puede -admitió ella sin demasiada convicción.
-Seguro que no pasa nada, Paula –Pedro frunció el ceño.
Ella había intentado no preocuparse, pero cuanto más pensaba en ello, más convencida estaba de que sus padres habían tenido un extraño comportamiento el sábado anterior. Los había llamado para descubrir si estaba equivocada, pero nadie contestó.
-Los llamaré más tarde -dijo, intentando que Pedro no viera lo preocupada que estaba.
-A lo mejor...
-Pedro, Paula, siento interrumpir -Jane se acercó hacia ellos-. Ha llegado una visita.
-Acomódalos en alguna parte. Iré enseguida -dijo Pedro con impaciencia.
-En realidad, la visita es para Paula -rectificó torpemente Jane.
-¿Para mí? -Paula estaba sorprendida.
-Dicen que son tus padres -asintió Jane.
Paula no esperó a que Jane terminara de hablar. Salió a toda prisa, sin saber si Pedro la seguía o no, aunque pensaba que seguramente lo haría.

No tenía ni idea de qué hacían sus padres allí, ¡pero por lo menos ya sabía dónde habían estado durante toda la mañana!

1 comentario:

  1. Espectaculares los 3 caps Yani. Vada vez más linda esta historia, totalmente atrapante

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