Era obvio que Paula pensaba lo mismo: permaneció en silencio hasta que llegaron al apartamento. Un apartamento todavía vacío, ya que sólo habían estado fuera una hora. Se quitó la chaqueta y lo miró.
-¿Qué quieres? -preguntó él secamente, invadido por la tensión.
Ella se humedeció los labios antes de contestar.
Pedro deseó que no hubiera hecho eso, ya que quedó fascinado por la sensualidad de la acción y su mirada quedó fija sobre la lengua que acariciaba esos labios tan deseables.
¡Unos labios que ansiaba desesperadamente besar!
Al menos con eso podía llegar hasta ella, podía entenderla y darle algo que satisfacía a ambos.
Una satisfacción que él había deseado desde que la había dejado veinticuatro horas antes. Sólo de pensarlo se excitaba, y la ducha de agua fría que se había dado antes de ir a buscarla para cenar no había aliviado su desasosiego.
Pero antes de poder tomarla entre sus brazos y hacerle el amor, Hebe, ignorante de su deseo, empezó a contestarle.
-Necesito hablar contigo sobre la visita a mis padres mañana -empezó torpemente.
Pedro empezaba a comprender por qué iba a ser un problema para ella.
-No hace falta -dijo secamente-. Supongo que a tus padres no les iba a gustar conocer el verdadero motivo de nuestro matrimonio, y que sería preferible que pensaran que estamos enamorados.
-Ellos no entenderían la situación -Paula se empezó a ruborizar.
Pedro pensaba que ni por un momento entenderían las maquinaciones de su hija. Tampoco las entenderían los padres de él. Aunque no le cabía duda de que aceptarían a Paula en la familia. Para ello, bastaba el hecho de que estaba embarazada de su nieto.
Además, seguramente les gustaría Paula, admitió a regañadientes. Aparte del hecho de que no se fiaba de ella, Paula era cálida y encantadora. Puede que hubiera rechazado el anillo, pero era sólo porque no quería tener que casarse con él para poner las manos sobre su dinero. No había puesto tantos inconvenientes ante su propuesta de comprarle un coche deportivo. Y en cuanto estuvieran casados, seguro que estaría dispuesta a aceptar bastante más.
Paula era una mercenaria cazafortunas, y cuanto antes se hiciera Pedro a la idea, mejor.
-Por mí no hay problema, Paula -Pedro se encogió de hombros-, pero ¿cómo crees que vas a arreglártelas para fingir estar enamorada de mí?
Paula bajó la vista para que él no advirtiera en sus expresivos ojos dorados que no le hacía falta fingir. A pesar de todo, estaba enamorada de Pedro. Hasta la locura.
También amaba al bebé que crecía en su interior.
Y a lo mejor, una vez casados, con el tiempo, Pedro podría llegar a quererla.
Pero seguramente no hacía más que soñar despierta.
Pero ese sueño era lo único que tenía en esos momentos.
Porque se iba a casar con él. Era su única oportunidad para demostrarle que no era la mujer que él pensaba que era.
Empezaría por trazar una raya entre los regalos que nunca aceptaría de él y los que sí. El bebé no estaba en venta, ni ella tampoco, y cuanto antes se diera
Pedro cuenta de ello, mejor.
-Me las arreglaré, no te preocupes -sonrió-. Además, ¡ambos sabemos lo encantador que puedes llegar a ser cuando quieres! -añadió al recordar cómo se había comportado con ella hacía seis semanas.
Tan encantador que había creído que estaba realmente interesado por ella.
¡Qué ingenua había sido! Y ahora lo estaba pagando.
-Estoy muy cansada, Pedro -suspiró-. Si no te importa, creo que me gustaría irme a la cama -añadió mientras él la miraba fijamente.
Ella no tenía intención de dejar que se quedara. La puerta de su dormitorio seguiría cerrada para él hasta después de la boda. Con suerte, para entonces a lo mejor había logrado convencerle de su inocencia.
-No importa -contestó él con sequedad-. No conseguí terminar mi cena, así es que creo que iré a comer algo -añadió.
-¿Vas a salir otra vez? -Paula estaba sorprendida por lo fácil que le había resultado que él se marchara.
-¿Te molesta? -preguntó Pedro burlonamente.
¡Sí!, pensó. Le molestaba mucho.
Al fin y al cabo, seguramente ella no era más que una de tantas mujeres con las que Pedro se había relacionado durante sus visitas a Inglaterra. Sin duda, alguna de esas otras mujeres estaría encantada de reunirse con él para cenar. Y para lo que fuera...
Paula se dio cuenta de que no habían tratado el tema de la fidelidad en su matrimonio. La idea de Pedro en la cama con alguna otra mujer le resultaba insoportable, pero si se lo decía, seguramente él se reiría en su cara.
-No me molesta en absoluto -le aseguró.
-Eso pensaba yo -murmuró él con expresión lúgubre-. Pero una vez casados, Paula, acostúmbrate a la idea de que voy a ser el único hombre en tu vida. En tu cama.
¿Lo has entendido?
-¿Y será igual por tu parte? -le desafió ella. Pedro se lo había puesto en bandeja.
-Oh, sí, Paula -murmuró mientras la atraía hacia sí, amoldando su cuerpo al de ella-. Si me haces feliz en tu cama, te prometo que no me moveré de allí -le aseguró antes de que sus labios buscaran los de ella.
Ésa no era la respuesta que Paula quería oír, pero Pedro la estaba besando, y ya no podía pensar con claridad.
No tenía ni un solo pensamiento lúcido, salvo el deseo que sentía por él mientras la lengua de Pedro acariciaba sus labios, separándolos y profundizando el beso.
Las manos de Pedro sujetaban la cara de Paula y mantenían su boca unida a la de él, mientras su lengua exploraba la húmeda calidez de la lengua de Paula despertando en ella emociones que la inundaron de calor entre los muslos. Todo su cuerpo temblaba de necesidad por él cuando por fin Pedro se separó y la miró a los ojos llenos de deseo y la boca aún entreabierta.
-Sí -murmuró él con satisfacción-. No creo que me vaya a costar mucho fingir estar enamorado de ti. ¿Seguro que quieres que me vaya? -añadió.
¡Sí!
¡No!
Claro que no quería que se fuera. Lo que quería era fundirse en sus brazos.
Pero la clave en la afirmación de Pedro había sido «fingir» y a eso se reducía el enamoramiento de Pedro hacia ella: a fingir.
-Estoy segura -murmuró con voz ronca.
-Tú te lo pierdes -Pedro se encogió de hombros.
Eso ya lo sabía, admitió Paula pesarosa mientras le contemplaba salir por la puerta y antes de dejarse caer en un sillón.
¿Cómo iba a poder estar casada con un hombre al que amaba, pero que no sentía más que desprecio hacia ella?
¡Un hombre que sólo necesitaba tocarla para que ella se derritiera por completo!
Un hueso duro de roer Paulita jajaja. Me encanta esta historia Yani.
ResponderEliminar