Divina

Divina

martes, 2 de junio de 2015

En la cama de un millonario Cap 1


PEDRO se despertó solo.
Y eso era raro, porque juraría que no estaba solo cuando se durmió, agotado, varias horas antes.

¿Algo sobre una diosa...?


Ah, sí, Paula: diosa de juventud.

Alta y delgada, con una mata de pelo liso rubio platino y los ojos de un verde tan claro que parecían de un bosque. Extraños e hipnotizadores ojos con un enigmático brillo.

No era que le interesaran sus secretos. Paula había sido una simple distracción, un medio para olvidar el pasado y todo el dolor que significó el día anterior. Había buscado olvidar, divertirse, y la presencia de Paula Chaves se lo había permitido. 

Por lo menos, durante unas horas.

¿Y dónde estaba ella? Fuera seguía oscuro, y las sábanas revueltas seguían calientes: hacía poco que se había ido.

Frunció el ceño al pensar en su desaparición: ¡ese privilegio solía ser suyo! Vino, una cena y una mujer en la cama, pero sin complicarse, y mucho menos dejarla entrar en su mundo privado.

Claro que eso era un poco más difícil cuando la cama era la suya.
Porque ella no vivía sola, recordó él. Así que después de la cena la había llevado a su piso, rompiendo sus propias reglas, para tomar una copa... ¡y otras cosas!

En realidad rompió dos reglas, recordó con una mueca, ya que Paula trabajaba para él, en la Galería Alfonso de la planta baja.

Pero problemas desesperados requerían soluciones desesperadas y por eso había llevado a Paula a su casa ante la necesidad de perderse en la belleza de su cuerpo perfecto de largas piernas. Y lo había hecho. Lo había deslumbrado, embrujado por no ser una de esas mujeres sofisticadas con las que mantenía un breve encuentro, además de por la excitación de la noche pasada. Su dolor había quedado anestesiado, incluso borrado.

Pedro gruñó al recordar lo del día anterior, se sentó en la cama, intentando borrar de su mente la tórrida escena de sexo, y salió de la habitación dando la espalda a las sábanas revueltas.

Se paró en seco al comprobar que, después de todo, no estaba solo.
Paula, la diosa, salía de la cocina con un vaso de agua en la mano, su desnudez quedaba oculta únicamente por la larga mata de pelo que le llegaba casi hasta la cintura.

Pedro sintió de inmediato despertarse su deseo al ver su cuerpo dorado de largas y suaves piernas, caderas y cintura de finas curvas, pechos firmes y pezones erectos.
Pedía a gritos que la besaran, otra vez.

Se había fijado en ella hacía unos meses en la galería. Su belleza era tal que no 
podía evitar destacar. Pero hasta el día anterior no había hablado con ella.
Y la deseaba de nuevo. Otra vez.

-¿Qué haces? -preguntó con voz ronca.

Paula se quedó sin habla al verlo. No estaba segura del todo de cómo había acabado en el apartamento de Pedro Alfonso. En su cama. En sus brazos.
Se había sentido atraída por él desde que lo vio. Enamorada, o más bien excitada, reconoció tristemente al recordar cada beso y caricia de la noche anterior, completamente a su merced desde el instante en que Pedro la tomó en sus brazos.

0 tal vez ya estuviera perdida antes...
El carismático estadounidense Pedro Alfonso era el dueño de una galería de arte en Londres, donde ella trabajaba, además de otras dos, en París y Nueva York. 

Su tiempo lo repartía por igual entre las tres y tenía apartamentos encima de cada una de ellas.

Paula llevaba varias semanas trabajando en su galería cuando vio por primera vez al dueño.

Cuando irrumpió en la sala oeste de la galería hacía cuatro meses, bombardeando con instrucciones a un gerente, Paula sintió que el aire escapaba de sus pulmones.

Medía más de metro ochenta y su cuerpo era flexible y atlético, con su oscuro y largo cabello apartado de su rostro moreno, y sus ojos de una miel suave. Poseía un cierto aire de salvaje robustez que reflejaba la energía de un tigre enjaulado. 

¡E igualmente peligroso!

Nunca, ni en sus más locos sueños, habría imaginado que se fijaría en ella, en una empleada novata. Pero la noche anterior se había tropezado accidentalmente con él al salir de la galería y, en lugar de la mirada de reproche que había esperado, ambos se rieron y se disculparon. Aun así, se había quedado de piedra cuando él la invitó a cenar, con el pretexto de que, tras varios meses trabajando en la galería, era hora de que se conocieran.

¡Que se conocieran!

Habían hecho bastante más que eso. No había un centímetro del cuerpo de Paula que él no hubiese tocado o besado.
Sus mejillas enrojecieron al recordarlo.
Se encontró ante la desnuda perfección de su cuerpo. Un cuerpo que ella había descubierto la noche anterior, moreno, con un oscuro vello sobre su ancho pecho y las fuertes caderas y muslos.

Al percibir su erección, sintió un líquido fundirse entre sus propios muslos y el calor invadir su lánguido cuerpo.

-Espero que no te importe, tenía sed -contestó ella mientras levantaba el vaso en que había bebido.

Pedro también tenía sed, pero no de agua. Le quitó el vaso y lo dejó sobre la mesa. Sus ojos se oscurecieron al agacharse para besar uno de sus erectos pezones. La miró a los ojos mientras pasaba la lengua por la sensible protuberancia, y sintió la creciente dureza de su masculinidad cuando ella gimió y sus ojos lanzaron destellos dorados al arquearse su cuerpo contra el de él.

Era preciosa, una diosa de juventud, y quería perderse en ella de nuevo, no para borrar los dolorosos recuerdos del día anterior, sino porque la deseaba con tal fiereza que sabía que no podría mostrarse delicado con ella. Era imposible. Necesitaba introducirse en ella, y sabía que ella recibiría ese deseo con el suyo propio. Como había hecho antes.

La levantó en sus brazos, hundiendo su lengua en la boca de ella, que le rodeaba el cuello con los brazos mientras sus dedos se enredaban en la oscura cabellera.

Paula temblaba cuando él la tumbó sobre las sábanas revueltas, y sus bocas se fundieron mientras la mano de él acariciaba su pezón, que ya estaba duro y erecto, inundando su cuerpo de calor y fuego líquido.

Ella acarició su ancha espalda, antes de bajar y tocarle ahí, encantada con la 
sensación de la dureza de él en su mano. El gruñido que oyó confirmó que él también estaba encantado.

Pedro se tumbó de espaldas mientras Paula besaba su pecho y bajaba por su estómago hasta el miembro que palpitaba entre los muslos. Su respiración se ahogó al sentir la sensual caricia de su lengua contra su pene ardiente y, al tiempo que sabía que no iba a poder aguantar mucho más, deseaba hundirse en el calor de sus muslos, dentro de ella, acariciándola hasta alcanzar ese desgarrador clímax que tan bien recordaba, por partida doble, de la noche anterior.

Se colocó sobre ella y miró su excitado rostro mientras la penetraba lentamente y las caderas de ambos se movían al unísono, obligándole ella, con un lento movimiento, a que la penetrara más profundamente.

Minutos, o quizás horas, después, Paula jadeó y sintió el placer que invadía su cuerpo tembloroso mientras perdía el control y alcanzaba la cima.
Pedro la acompañó, con deliciosas y profundas sacudidas dentro de ella mientras se rendía a las sensaciones de su cuerpo.

Paula se tumbó con la cabeza apoyada en su pecho mientras él rodeaba su cintura con el brazo, muy cerca de él.
Ella nunca había sentido algo así. Sus cuerpos estaban perfectamente sincronizados y cuando llegaban al clímax era como un ballet.

Sonrió al pensar en lo feliz que era, totalmente relajada y colmada. Le resultaría muy fácil enamorarse locamente de ese hombre. Suponiendo que no lo estuviese ya. Lo cual, considerando su desinhibida reacción ante él, le hacía pensar que podría ser cierto.

En cualquier caso, se sentía más unida a él de lo que había estado nunca a alguien, y se preguntaba por el futuro. ¿Pasarían el día juntos? Era domingo y no trabajaban. A lo mejor le apetecería que desayunaran juntos. Antes de hacer el amor. Luego, podían dar un paseo por el parque. Antes de hacer el amor. Y luego...

Paula, agotada y feliz, se durmió.

Pedro estaba despierto junto a ella, su cuerpo saciado, pero su mente repentinamente despierta.



continuara......


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Nueva  adaptacion chicuelas espero que se copen 

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