Pedro
El banquete de una boda es la parte más soportable. Todo el mundo es un poco menos estirado y está más relajado después de haber tomado unas cuantas copas y de haber disfrutado de una comida carísima.
La boda ha sido perfecta. El novio ha llorado más que la novia, y yo me siento orgulloso de haber mirado a Pau sólo durante el noventa y nueve por ciento del tiempo. He escuchado parte de los votos, lo juro. Pero eso es todo. A juzgar por el modo en que Landon rodea la cintura de su ahora esposa con los brazos y por cómo se ríe ella de algo que él está diciéndole mientras bailan en la pista delante de todo el mundo, yo diría que la boda ha ido bien.
—Yo tomaré una soda, si tiene —le digo a la mujer que está detrás de la barra.
—¿Con vodka o con ginebra? —pregunta señalando la hilera de botellas de alcohol.
—Sola. Nada de alcohol.
Me observa durante un instante, asiente y me llena un vaso transparente con hielo y soda.
—Por fin te encuentro —dice una voz familiar, y una mano me toca el hombro.
Vance está detrás de mí, acompañado de su prometida embarazada.
—Me has estado buscando sin descanso, ¿verdad? —señalo yo sarcásticamente.
—No, no lo ha hecho. —Kimberly sonríe con la mano apoyada en su inmensa barriga.
—¿Estás bien? Parece que vayas a caerte de un momento a otro con esa cosa. —Miro sus pies hinchados y después, de nuevo, su amarga expresión.
—Esa cosa es mi bebé. Estoy de nueve meses, pero eso no impedirá que te pegue.
En fin, supongo que su descaro sigue intacto.
—Eso será si puedes alcanzar más allá de ese pedazo de panza, claro —la desafío.
Ella me demuestra que sí puede. Cómo no: una mujer embarazada me ha pegado en una boda.
Me froto el brazo como si me hubiera hecho daño de verdad, y ella se ríe cuando Vance me llama gilipollas por provocar a su prometida.
—Se te veía bien avanzando por el pasillo con Pau —dice enarcando una ceja sugerente.
Me quedo sin respiración, me aclaro la garganta y oteo la oscura habitación buscando su pelo largo y rubio y ese pecaminoso vestido de raso.
—Sí, no pretendía involucrarme más en la boda aparte de cumplir con mi papel de ser el padrino de Landon, pero no ha estado tan mal.
—Ese otro tipo ya ha llegado —me informa Kim—. Pero en realidad no es su novio. No te lo habrás tragado, ¿verdad? Sale con él de vez en cuando, pero por su manera de actuar salta a la vista que no es nada serio. No como lo que tenéis vosotros.
—Lo que teníamos.
Kim me sonríe con malicia y me indica con la cabeza la mesa que está más cerca de la barra. Pau está allí sentada, y su vestido de raso reluce bajo las luces estroboscópicas. Me está mirando, o quizá esté mirando a Kimberly —no, me está mirando a mí—, y entonces aparta la vista rápidamente.
—¿Ves? Lo que yo decía. Lo que tenéis. —Engreída y embarazada, Kimberly se ríe a mi costa, y yo me bebo mi soda y tiro el vaso de plástico a la basura antes de pedirme un agua.
Siento retortijones en el estómago, y estoy actuando como un puto niño pequeño ahora mismo, ya que intento no mirar a la preciosa chica que me robó el corazón hace todos esos años.
Y no sólo me lo robó. Lo encontró; ella fue la que descubrió que tenía uno, y lo desenterró. Lucha tras lucha, nunca se rindió. Encontró mi corazón y lo mantuvo a salvo. Lo ocultó de la oscuridad. Y lo que es más importante, lo ocultó de mí, hasta que yo mismo fui capaz de cuidar de él. Trató de devolvérmelo hace dos años, pero mi corazón se negó a marcharse de su lado. Nunca lo hará, nunca se marchará de su lado.
—Vosotros dos sois las personas más cabezotas que he conocido en la vida —dice Christian mientras pide un agua para Kimberly y una copa de vino para él—. ¿Has visto a tu hermano?
Busco a Smith por la sala y lo encuentro sentado a unas mesas de Pau, solo. Señalo al niño, y Vance me pide que vaya a preguntarle si quiere algo de beber. El crío ya es mayorcito como para pedirse su puta bebida, pero no quiero sentarme con este par de engreídos, así que me acerco a la mesa vacía y me siento al lado de mi hermano pequeño.
—Tenías razón —dice Smith mirándome.
—¿Acerca de qué esta vez? —me reclino contra el respaldo de la silla ornamentada y me pregunto cómo pueden calificar Landon y Pau a esta boda de «pequeña y sencilla», cuando tienen una especie de cortinas cubriendo todas y cada una de las sillas de este puto lugar.
—Acerca de que las bodas son aburridas. —Smith sonríe.
Le faltan algunos dientes, y uno de ellos es una paleta. Resulta bastante adorable para ser un cerebrito al que no le importa prácticamente nadie.
—Debería haberte obligado a apostar dinero. —Me río y fijo la vista de nuevo en Pau. Smith también la mira.
—Hoy está muy guapa —dice.
—Llevo años advirtiéndote que no te acerques a ella, enano; no hagas que salga un funeral de una boda. —Le doy un golpecito en el hombro y él sonríe con su boca mellada.
Quiero acercarme hasta su mesa y tirar a ese amigo suyo casi médico de la silla para poder sentarme a su lado. Quiero decirle lo guapa que está y lo orgulloso que estoy de que esté destacando tanto en la NYU. Quiero ver cómo supera sus nervios y quiero oír cómo se ríe, y observar cómo su sonrisa domina el salón entero.
Me inclino hacia Smith.
—Hazme un favor —le digo.
—¿Qué clase de favor?
—Necesito que te acerques a Pau y hables con ella.
Se pone colorado y sacude la cabeza rápidamente.
—No.
—Venga, hazlo.
—No.
Qué crío tan cabezota.
—¿Recuerdas ese tren personalizado que querías y que tu padre no quiere comprarte?
—¿Sí? —He conseguido despertar su interés.
—Te lo compraré.
—¿Me estás sobornando para que hable con ella?
—Pues claro.
El niño me mira de reojo.
—¿Cuándo me lo comprarás?
—Si consigues que baile contigo, te lo compraré la semana que viene.
—No —negocia—. Si tengo que bailar, lo quiero mañana.
—Vale. —Joder, esto se le da demasiado bien.
Mira hacia la mesa de Pau y después otra vez a mí.
—Hecho —dice mientras se levanta.
Vaya, después de todo, no ha sido tan difícil.
Observo cómo se acerca hasta ella. La sonrisa que Pau le dedica, incluso desde dos mesas de distancia, me deja al instante sin aire en los pulmones. Le doy al niño unos treinta segundos antes de levantarme y acercarme a la mesa. Hago como que no veo al tipo sentado a su lado y me deleito en el modo en que el rostro de Pau se ilumina al verme junto a Smith.
—Aquí estás. —Apoyo las manos en los hombros del crío.
—¿Quieres bailar conmigo, Pau? —pregunta entonces mi hermanito.
Ella está sorprendida. Se ruboriza con timidez, pero la conozco y sé que no lo rechazará.
—Por supuesto. —Le sonríe al crío y como se llame se pone de pie y la ayuda a levantarse, el cabrón considerado de mierda.
Observo cómo Pau sigue a Smith hasta la pista de baile, y doy gracias por el amor de Landon y su nueva esposa por las canciones lentas y cursis que están sonando. Smith lo está pasando fatal, y Pau parece nerviosa cuando empiezan a bailar.
—¿Qué tal te va? —me pregunta el médico mientras ambos miramos a la misma mujer.
—Bien, ¿y a ti? —Debería ser amable con el tipo; está saliendo con la mujer a la que amaré toda mi vida.
—Bien, estoy en segundo año de Medicina.
—Y ¿cuántos te quedan? ¿Sólo diez más? —me río; soy lo más amable posible con un tipo que sé que está enamorado de Pau.
A continuación, me dirijo hacia Pau y Smith. Ella me ve primero y se queda inmóvil cuando nuestras miradas se encuentran.
—¿Puedo? —pregunto, tirando de la espalda de la camisa de Smith antes de que alguno de los dos pueda negarse.
Dirijo las manos inmediatamente a su cintura y las apoyo en sus caderas. Tanto ella como yo nos quedamos helados al sentir cómo mis dedos la tocan.
Ha pasado mucho tiempo, demasiado, desde la última vez que la tuve entre mis brazos. Vino a Chicago hace unos meses para la boda de su amiga, pero no me invitó a que fuera su acompañante. Fue sola, aunque quedamos después para cenar. Fue agradable; ella se tomó una copa de vino y ambos compartimos un helado inmenso cubierto de chocolate y muchísimo caramelo líquido. Luego me pidió que la acompañara a su hotel a tomar otra copa —vino para ella, soda para mí—, y ambos nos quedamos dormidos después de que le hiciese el amor en el suelo de su habitación.
—Quería librarte de bailar con él, es un poco bajito. Un terrible compañero de baile —digo por fin cuando consigo salir de mi absorción.
—Me ha dicho que lo has sobornado. —Me sonríe y sacude la cabeza.
—Pequeño granuja... —Fulmino con la mirada al traidor mientras él se sienta de nuevo a una mesa, otra vez solo.
—Os habéis hecho muy amigos, incluso desde la última vez que os vi —dice Pau con admiración, y no puedo evitar ponerme colorado como un tomate.
—Sí, supongo que sí. —Me encojo de hombros.
Me aprieta los hombros con los dedos, y yo suspiro. Suspiro literalmente, y sé que me habrá oído.
—Estás bastante bien. —Mira mi boca.
Decidí volver a ponerme el piercing unos días después de verla en Chicago.
—¿«Bastante bien»? No sé si eso es algo positivo. —La acerco más a mí y ella me lo permite.
—Muy bien, muy guapo. Muy bueno. —Las últimas palabras escapan de sus labios carnosos por accidente. Lo sé por el modo en que sus ojos se abren como platos y luego se muerde el labio inferior.
—Tú eres la mujer más sexi de toda la sala; siempre lo has sido.
Agacha la cabeza intentando ocultar su rostro entre los largos rizos rubios.
—No te escondas de mí —digo en voz baja.
Me invade la nostalgia al pronunciar esas palabras tan familiares, y sé por su expresión que ella siente exactamente lo mismo que yo.
Se apresura a cambiar de tema.
—¿Cuándo se publica tu siguiente libro?
—El mes que viene. ¿Lo has leído? Te envié una de las primeras copias.
—Sí, lo he leído. —Aprovecho la ocasión para estrecharla contra mi pecho—. Los he leído todos, ¿recuerdas?
—Y ¿qué opinas?
La canción termina y comienza otra. Una voz femenina inunda la sala, y nos quedamos mirándonos a los ojos.
—Vaya —dice Pau riéndose suavemente—. ¿Cómo no iban a poner esta canción?
Le aparto un mechón rebelde de los ojos y ella traga saliva y parpadea despacio.
— Pedro, me alegro tanto por ti... Eres un autor increíble, un gran activista de la superación a la adicción al alcohol. Vi la entrevista que hiciste para The Times sobre el maltrato infantil. —Sus ojos se inundan, y estoy convencido de que, como derrame esas lágrimas, perderé completamente la compostura.
—No es para tanto —digo quitándole importancia. Me encanta que se sienta orgullosa de mí, pero me siento culpable por lo que le causó a ella—. No esperaba nada de esto, y lo sabes. No pretendía avergonzarte públicamente escribiendo ese libro. —Le he dicho esto una infinidad de veces, y siempre tiene la misma respuesta positiva que darme.
—No te preocupes. —Me sonríe—. No fue para tanto, y has ayudado a mucha gente; a muchas personas les encantan tus libros, yo incluida. —Pau se ruboriza, y yo también.
—Ésta debería ser nuestra boda. —Las palabras salen solas de mi boca.
Sus pies dejan de moverse, y parte del brillo desaparece de su hermosa piel.
— Pedro. —Me fulmina con la mirada.
—Paula —la provoco.
No estoy de broma, y ella lo sabe.
—Creía que esa última página te haría cambiar de idea. En serio que lo pensaba.
—¿Podéis prestarme atención, por favor? —dice entonces la hermana de la novia a través del micrófono.
Esa mujer es irritante de cojones. Está en el escenario, en el centro de la sala, pero apenas puedo verla por encima de la mesa que tiene delante de lo bajita que es.
—Tengo que prepararme para mi discurso —refunfuño, y me paso la mano por el pelo.
—¿Vas a dar un discurso? —Pau me sigue hasta la mesa que me han asignado para el banquete.
Debe de haberse olvidado del médico, y he de decir que no me importa lo más mínimo. De hecho, me encanta que así sea.
—Sí —asiento—. Soy el padrino, ¿recuerdas?
—Lo sé. —Me da un empujoncito en el hombro y yo la agarro de la muñeca. Pienso en llevármela a la boca y plantarle un beso allí, pero me detengo sorprendido al ver un pequeño círculo negro tatuado en ella.
—¿Qué coño es esto? —Acerco su muñeca más a mi cara.
—Perdí una apuesta el día en que cumplí veintiún años. —Se ríe.
—¿En serio te has tatuado una cara sonriente? Pero ¿qué coño...? —No puedo evitar echarme a reír.
La minúscula cara sonriente es tan ridícula y está tan mal hecha que resulta graciosa. Sin embargo, me habría gustado estar ahí para ver cómo se lo hacía, y por su cumpleaños.
—Por supuesto —asiente con orgullo y se pasa el dedo índice por la tinta.
—¿Tienes algún otro? —Espero que no.
—Ni hablar. Sólo éste.
—¡ Pedro! —La mujer bajita me llama y yo cumplo mi deseo de besar la muñeca de Pau.
Ella la aparta, no disgustada, sino sorprendida, espero, y a continuación me dirijo al escenario.
Landon y su mujer están sentados a la mesa principal. Él rodea su espalda con el brazo, y las manos de ella descansan sobre una de las de él. Ay, los recién casados. Estoy deseando verlos dispuestos a arrancarse la cabeza el uno a la otra dentro de un año.
Aunque puede que ellos sean diferentes.
Acepto el micrófono que me entrega la malhumorada mujer y me aclaro la garganta.
—Hola. —Mi voz suena rara de cojones, y la expresión de Landon me indica que va a disfrutar de lo lindo con esto—. Normalmente no me gusta nada hablar delante de mucha gente. Joder, ni siquiera me gusta estar rodeado de gente, así que seré breve —prometo al salón lleno de invitados—. De todos modos, la mayoría de vosotros seguramente estaréis borrachos o mortalmente aburridos, así que sentíos libres de no hacerme ni caso.
—Ve al grano. —La novia se ríe y levanta su copa de champán.
Landon asiente y yo les saco el dedo a ambos delante de todo el mundo. Pau, en la primera fila, se ríe y se tapa la boca.
—Veréis, he escrito esto porque no quería olvidarme de lo que tenía que decir —prosigo. Me saco una servilleta arrugada del bolsillo y la despliego—. El día que conocí a Landon, lo odié al instante. — Todo el mundo se ríe como si estuviera de broma, pero no lo estoy. Lo odiaba, pero sólo porque me odiaba a mí mismo—. Él tenía todo lo que yo deseaba en la vida: una familia, una novia, un plan de futuro... —Cuando miro a Landon, veo que sonríe y tiene las mejillas ligeramente sonrojadas. Culparé de eso al champán—. Pero, en fin, con el paso de los años lo he ido conociendo mejor, nos hemos hecho amigos, incluso somos familia, y él me ha enseñado mucho sobre lo que significa ser un hombre, especialmente en los últimos dos años, con las dificultades que estos dos han tenido que superar. — Sonrío a Landon y a su esposa. No quiero ponerme demasiado deprimente.
»Enseguida termino con esta mierda. Básicamente lo que quería decir es: gracias, Landon, por ser un hombre honesto y por darme por saco cuando necesitaba que lo hicieras. De un modo extraño, eres mi ejemplo a seguir, y quiero que sepas que mereces ser feliz y estar casado con el amor de tu vida, por muy rápido que lo hayáis montado todo.
La gente se ríe de nuevo.
—Uno no sabe lo afortunado que es de poder pasar la vida con la otra mitad de su alma hasta que se ve obligado a pasar la vida sin ella. —Bajo el micrófono y lo dejo sobre la mesa justo cuando veo un reflejo dorado abriéndose paso rápidamente entre la multitud, y me apresuro a abandonar el escenario para seguir a mi chica mientras los demás brindan por mi discurso.
Cuando por fin alcanzo a Pau, está empujando la puerta del cuarto de baño de mujeres. Entra en él y ni siquiera me molesto en mirar a mi alrededor antes de seguirla. Cuando llego hasta ella, está inclinada sobre el mueble de baño, con las palmas apoyadas a ambos lados del lavabo de mármol.
Levanta la vista hacia el espejo, con los ojos rojos y las mejillas cubiertas de lágrimas, y se vuelve para mirarme al ver que la he seguido.
—No tienes ningún derecho a hablar de nosotros así. De nuestras almas. —Termina la frase con un sollozo.
—¿Por qué no?
—Porque... —No parece encontrar ninguna buena respuesta.
—¿Porque sabes que tengo razón? —la espoleo.
—Porque no puedes decir esas cosas en público así como así. No paras de hacerlo en tus entrevistas también. —Pone los brazos en jarras.
—He estado intentando captar tu atención —replico aproximándome a ella.
Sus aletas nasales ondean y, por un momento, creo que va a dar una patada en el suelo.
—Me sacas de quicio. —Su voz se suaviza, y no puedo pasar por alto el modo en que me está mirando en este momento.
—Claro, claro. —Alargo los brazos hacia ella—. Ven aquí —le suplico.
Ella obedece. Viene directa a mí, y la abrazo. Tenerla en mis brazos así me satisface más que cualquier sesión de sexo que pudiéramos mantener. El simple hecho de tenerla de este modo, todavía unida a mí de una forma que sólo nosotros dos entendemos, me convierte en el cabrón más feliz del mundo.
—Te he echado mucho de menos —digo contra su pelo.
Sus manos ascienden hasta mis hombros. Me despoja de mi pesada chaqueta y deja caer la costosa prenda al suelo.
—¿Estás segura? —Sostengo su precioso rostro entre mis manos.
—Contigo siempre estoy segura.
Noto su vulnerabilidad y el dulce alivio que siente al pegar la boca a la mía. Siento sus labios temblorosos y su respiración lenta y profunda.
Demasiado pronto, me aparto y sus manos abandonan mi cinturón.
—Sólo voy a bloquear la puerta.
Doy gracias por el hecho de que siempre haya sillas en los lugares en los que se reúnen las mujeres, y coloco dos de ellas contra la puerta para que nadie entre.
—¿En serio vamos a hacer esto? —pregunta Pau, y yo me agacho para subirle el vestido largo hasta la cintura.
—¿Te sorprende? —me río mientras le doy otro beso.
Su boca me sabe a hogar, y llevo demasiado tiempo alejado de él y viviendo solo en Chicago. Tan sólo se me han concedido pequeñas dosis de ella durante los últimos años.
—No —responde.
Sus dedos se apresuran a bajarme la cremallera de los pantalones, y sofoco un grito cuando me agarra la polla por encima del bóxer.
Ha pasado mucho tiempo, demasiado.
—¿Cuándo fue la última vez que...?
—Contigo en Chicago —contesto—. ¿Y tú?
—Yo igual.
Me aparto, la miro a los ojos y sólo veo la verdad.
—¿En serio? —pregunto, aunque puedo leer en su rostro como si fuese un libro abierto.
—Sí, no hay nadie más. Sólo tú.
Me baja el bóxer y yo la levanto, la siento sobre la superficie de mármol y le separo los muslos con las dos manos.
—Joder. —Me muerdo la lengua al ver que no lleva bragas.
Ella agacha la cabeza aturdida.
—Es que se me marcaban en el vestido.
—Vas a acabar conmigo, mujer.
Estoy duro como una puta piedra cuando me acaricia. Sus pequeñas manos ascienden y descienden por mi polla.
—Tenemos que darnos prisa —gimotea desesperada y empapada cuando deslizo el dedo por su clítoris.
Jadea e inclina la cabeza hacia atrás, contra el espejo, y separa las piernas más todavía.
—¿Me pongo un condón? —pregunto incapaz de pensar con claridad.
Al ver que no responde, le meto un dedo y acaricio su lengua con la mía. Cada beso sostiene una confesión:
«Te quiero» (intento demostrárselo);
«Te necesito» (le chupo el labio inferior);
«No puedo volver a perderte» (se la meto y gimo con ella mientras la penetro).
—Estás muy prieta —jadeo.
Voy a hacer el ridículo corriéndome en cuestión de segundos, pero no se trata de satisfacerme sexualmente a mí, sino de demostrarnos a ambos que somos algo inevitable. Somos una fuerza imbatible, por mucho que lo intentemos o que lo intenten los demás.
Nuestro sitio está junto al otro, y ésa es la pura verdad.
—Joder. —Me clava las uñas en la espalda mientras yo entro en su calidez y vuelvo a penetrarla, esta vez hasta el fondo.
Pau me envuelve y su cuerpo se amolda a mí como siempre ha hecho.
— Pedro —gime contra mi cuello.
Siento sus dientes contra mi piel y un orgasmo asciende entonces por mi columna vertebral. Deslizo una mano hasta su espalda, la atraigo más cerca de mí y la elevo ligeramente para alcanzar un ángulo más profundo en su interior mientras uso la otra mano para masajear sus generosas tetas. Se desbordan de su vestido, y yo succiono su piel y tiro de sus duros pezones con los labios, jadeando y gimiendo su nombre mientras me corro en su interior.
Ella pronuncia el mío en rápidos jadeos cuando acaricio su clítoris mientras la penetro. El sonido de sus muslos al impactar contra mí y el lavabo de mármol me pone tan cachondo que se me vuelve a poner dura. Ha pasado tanto tiempo, y ella se acopla tan bien a mí... Su cuerpo reclama el mío, y me posee por completo.
—Te quiero —dice mientras se corre con los dientes apretados, y se pierde conmigo, permitiéndome encontrarla.
El orgasmo de Pau parece interminable, y, joder, me encanta. Su cuerpo se queda inerte, inclinado hacia mí, y apoya la cabeza sobre mi pecho mientras recupera el aliento.
—He oído eso, ¿sabes? —Beso su frente húmeda de sudor y ella esboza una sonrisa delirante.
—Somos un desastre —susurra, y levanta la cabeza para mirarme a los ojos.
—Un desastre perfectamente caótico e innegable.
—No vayas de superescritor conmigo —bromea sin aliento.
—No te alejes de mí. Sé que tú también me has echado de menos.
—Sí... —Me rodea la cintura con los brazos y yo le aparto el pelo de la frente.
Me siento feliz. Estoy que no quepo en mí de gozo de ver que está aquí conmigo, después de todo este tiempo, en mis brazos, sonriendo, bromeando y riendo, y no pienso arruinar este momento. He aprendido a las malas que la vida no tiene por qué ser una batalla. A veces simplemente naces con una mala estrella, y otras veces la vas cagando por el camino, pero siempre hay esperanza.
Siempre hay otro día después, siempre hay un modo de compensar las mierdas que has hecho y de recompensar a la gente a la que has herido, y siempre hay alguien que te quiere, incluso cuando te sientes completamente solo y estás flotando a la deriva, esperando la siguiente decepción. Siempre hay algo mejor que está por venir.
Cuesta verlo, pero está ahí. Pau estaba ahí, bajo mis gilipolleces y mi odio hacia mí mismo. Pau estaba ahí bajo mi adicción, Pau estaba ahí bajo mi autocompasión y mis malas decisiones. Estaba ahí cuando salí de todo ello con mucho esfuerzo; me cogió de la mano durante todo el puto camino, e incluso después de dejarme seguía estando ahí, ayudándome a superarlo.
Nunca perdí la esperanza porque Pau es mi esperanza.
Siempre lo ha sido y siempre lo será.
—¿Te quedas conmigo esta noche? Podemos irnos ya. Por favor, quédate conmigo —le ruego.
Ella se incorpora y se recoloca el pecho en su vestido mientras me mira. Se le ha corrido el maquillaje y tiene las mejillas coloradas.
—¿Puedo decir algo? —repone.
—¿Desde cuándo tienes que preguntar? —Toco la punta de su nariz con la yema de mi dedo índice.
—Cierto. —Sonríe—. Odio que no te esforzaras más.
—Lo hice, pero...
Levanta un dedo para hacerme callar.
—Odio que no te esforzaras más, pero es injusto por mi parte incluso que lo diga, porque ambos sabemos que yo me alejé de ti. Seguí presionando y presionando, esperando demasiado de ti. Estaba enfadada por lo del libro y por toda esa atención que no quería, y dejé que eso dominara mi mente. Sentía que no podía perdonarte por lo que pudieran llegar a opinar los demás, pero ahora estoy furiosa conmigo misma por haber escuchado siquiera sus opiniones. Me da igual lo que la gente diga de nosotros, o de mí. Sólo me importa lo que opinen las personas que quiero, y ellos me quieren y me apoyan. Lo único que quería decir es que siento haber escuchado las voces que no tenían lugar en mi cabeza.
Me coloco delante del lavabo, callado. Pau sigue sentada delante de mí. No me esperaba esto. No esperaba este giro radical. He venido a esta boda confiado en que al menos me regalara una sonrisa.
—No sé qué decir.
—¿Que me perdonas? —susurra nerviosa.
—Por supuesto que te perdono. —Me río de ella. ¿Está loca? Por supuesto que la perdono—. ¿Me perdonas tú a mí? ¿Por todo? ¿O por casi todo?
—Sí —asiente, y me coge de la mano.
—La verdad es que no sé qué decir. —Me paso la mano por el pelo.
—¿Qué tal si me dices que aún quieres casarte conmigo? —Tiene los ojos abiertos como platos, y los míos parecen estar a punto de salirse de las órbitas.
—¿Qué?
Se sonroja.
—Ya me has oído.
—¿Que me case contigo? ¡Si me odiabas hace tan sólo diez minutos! —Esta mujer me va a matar.
—En realidad, hace diez minutos estábamos haciéndolo sobre este mismo lavabo.
—¿Lo dices en serio? ¿Quieres casarte conmigo? —No puedo creer que me esté diciendo esto. Es imposible que lo esté diciendo—. ¿Has estado bebiendo? —Intento recordar si he notado el sabor del alcohol en su lengua.
—No. Me he tomado una copa de champán hace más de una hora. No estoy borracha. Sólo estoy cansada de luchar contra esto. Somos algo inevitable, ¿recuerdas? —se mofa, usando un horrible acento británico.
La beso en la boca para silenciarla.
—Somos la pareja menos romántica del universo; lo sabes, ¿no? —Acaricio sus suaves labios con la lengua.
—«El romanticismo está sobrevalorado, ahora lo que se lleva es el realismo» —dice citando una frase que había leído en mi última novela.
La amo. Joder, amo a esta mujer con todas mis fuerzas.
—¿De verdad te casarás conmigo?
—Ni hoy ni nada de eso, pero sí, claro, lo pensaré —dice. Baja del mueble del lavabo y se arregla el vestido.
—Sé que lo harás. —Sonrío.
Me arreglo a mi vez el esmoquin e intento entender lo que acaba de suceder en estos aseos. Pau está, en cierto modo, accediendo a casarse conmigo. «¡Joder!» Se encoge de hombros juguetona.
—En Las Vegas —digo—. Vayámonos a Las Vegas ahora mismo. —Rebusco en un bolsillo y saco mis llaves.
—Ni hablar; no pienso casarme en Las Vegas. Estás completamente loco.
—Ambos lo estamos; venga, ¿qué más da?
—Ni hablar, Pedro.
—¿Por qué no? —suplico, y atrapo su rostro entre las palmas de mis manos.
—Las Vegas está a quince horas en coche. —Me mira y después mira su propio reflejo en el espejo.
—Y ¿no te parece tiempo suficiente como para pensarlo? —bromeo, y aparto las sillas de la puerta. Entonces Pau me sorprende cuando ladea la cabeza y reconoce:
—Sí, supongo que sí lo es.
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mañana el inmenso Epilogo ....
bellísimo final, ame esta historia
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