Él siempre fue un cabezota, desde el principio. Ella lo sacaba de quicio como nadie y le hacía ver el mundo de otra manera. Él no esperaba nada del juego que se traía entre manos ni supo nunca cómo cada vez que ella lo miraba, cada vez que le regalaba una sonrisa, lo estaba cambiando. No tardó en sentir la necesidad de protegerla. Intentó luchar contra ese sentimiento pero, para cuando reunió fuerzas suficientes, ya era demasiado tarde.
Han pasado veinte minutos desde que se ha marchado hecha una furia y no la encuentro por ninguna parte. ¿Por qué no puede ser como Molly o como cualquiera de las chicas a las que me he tirado y volver a por más? ¿Cómo es que tiene tanta fuerza de voluntad?
Conociéndola (lo poco que la conozco), creo que va a hacerme dudar de todo lo que creía saber sobre mujeres en general.
¡Que viva la madre que la parió! Va a ser divertido.
—Se ha ido, tío. —Logan entra en la cocina, botella de vodka en mano.
¿Se ha ido? Venga ya. Si ni siquiera sabe cómo volver al campus y, si se pierde, el móvil prehistórico que lleva no le servirá de nada.
—Qué va. —Meneo la cabeza y cojo una taza vacía.
Cuando abro el grifo, Nate me mira con una ceja enarcada y una sonrisa bobalicona en la cara.
—¿Qué miras, pringado? —le pregunto bebiéndome el agua de un trago.
—Nada, hombre. —Se echa a reír y comparte una sucia mirada con Logan.
—¿Qué me estoy perdiendo? —Agito la mano entre los dos.
—Nada. —Logan me pone la mano en el hombro y me aparto—. ¿Por qué la estás buscando, exactamente?
—¿Tú qué crees? —respondo rápidamente, no muy seguro de si les estoy mintiendo o si vuelvo a entrar en la Apuesta. Sí, todavía estoy, pero en este momento sólo quiero saber adónde coño ha ido.
—Ya. —Nate le da codazos a Logan como mis amigos y yo solíamos hacer en el colegio—. Pues se ha largado. La he visto salir por la puerta principal.
—Y ¿la has dejado?
—¿Si la he dejado? ¿Y a mí qué más me da si viene o se va? A ti tampoco debería importarte... Digo yo —replica Nate, e intercambia una mirada con Logan.
—¿Dónde está Zed? —les pregunto. Con suerte, la pregunta les hará pensar que lo que más me preocupa es que me saque ventaja.
Ambos menean la cabeza y se encogen de hombros, luego vuelven a charlar de sus mierdas como si hubieran perdido todo interés en el asunto.
Me alejo de ellos apretando los puños. ¿Habrá llamado a una amiga para que venga a recogerla? Pero ¿tendrá amigas? Parece de las que miran a los demás por encima del hombro y por eso nadie quiere ser amigo suyo. En eso es como yo. Sólo que ella es un poco menos desagradable. Sólo un poco. Estoy seguro de que no es tan tonta como para volver andando a la residencia, que son cinco kilómetros.
¿Es tonta? No.
¿Es cabezota? A más no poder.
Recorro los pasillos de la planta de arriba una vez más para asegurarme de que no está en la casa.
No hay nadie en mi cuarto. Esperaba que fuera un grano en el culo y volviera a colarse en mi habitación. Esperaba pillarla sentada en la cama con uno de mis libros en la mano.
Pero no, tiene que ser difícil y marcharse de casa. Sola.
Sola.
Joder, está vagando por las calles ella sola.
¿Qué clase de...? Joder, me pone de los nervios. ¿Podríamos haber escogido a una chica más difícil para la Apuesta? Ni de coña.
—¡Nate! —grito su nombre por encima de la música y bajo corriendo la escalera.
—¿Qué? ¿Tienes prisa? —me dice con una sonrisa burlona en los labios. Freno al llegar abajo.
—No, sólo... —Me aparto el pelo de la frente—. Estoy buscando a la morena, la de la camiseta negra de tirantes con un buen par de melones. —Pongo las manos delante del pecho para representar la anatomía de la mujer que me he inventado.
Nate baja la mirada y sonríe. Apenas puedo ver las palabras que lleva tatuadas en el interior del labio inferior cuando dice:
—Ah, lo pillo.
Le guiña el ojo a Logan y se ríe.
—Bueno, pues me voy a buscarla... —Me doy la vuelta rápidamente y los oigo despotricar mientras me alejo.
Salgo de la casa sin mirar atrás y me meto en el coche. Las calles están desiertas. No hay ni un alma, y ni rastro de ella.
Doy un par de vueltas más a la manzana y decido ir a su residencia. Ya debe de estar allí.
Tiene que estar allí.
Cuando llego a la residencia me doy cuenta de que llevo dos horas en la calle. La puerta de su habitación se abre sin problemas y me encuentro a Steph y a Tristan en su cama. Ella no lleva camiseta y sus manos recorren el torso desnudo de él. Deja de besarlo y se sienta.
—¿Qué quieres? —Steph se relame y restriega por la boca los últimos restos de pintalabios.
—¿Dónde está Paula? —les pregunto. Tristan alarga el brazo para coger su camiseta, pero Steph es más rápida y la tira al suelo—. ¿Y bien? —insisto.
—Aquí no está. La hemos adelantado por el camino. —Steph pega la boca al cuello de Tristan y yo hago como que voy a vomitar.
—¿La habéis adelantado? ¿La habéis visto volver andando y no habéis parado a recogerla? —Me agacho, recojo la camiseta de Tristan y se la tiro. Les cae en la cara.
Tristan se levanta de la cama y yo voy hacia la puerta.
—Steph me dijo que no parara —dice mientras se va vistiendo.
—¿Te parece bonito? —replico mirándola fijamente.
Ella se echa a reír.
—No le va a pasar nada, y le vendrá bien andar un poco.
—Eh. —Tristan le da un codazo y la mira con desaprobación.
Steph pone los ojos en blanco.
—Vestíos y largaos. No tardará en llegar —les digo.
—Ésta es mi habitación. No me voy a ninguna parte —replica Steph.
—Venga. —Me devano los sesos buscando una buena razón para que se vayan—.
Necesito estar a solas con ella.
Steph se ríe a gusto.
—¿Para qué? ¿Para follártela?
—Estoy trabajando en ello, sí.
—Vamos a mi casa. Seguro que Nate no está —dice Tristan, y le recoge un mechón detrás de la oreja. Ella sonríe y asiente.
Cuando se van, me siento en la cama de Pau. Intento decidir si debo curiosearle las cosas o no cuando aparece en el umbral de la puerta. Parece un poco más alta y tiene los puños apretados. Echa chispas por los ojos y trata de contener el cabreo que amenaza con reventarla. En cuanto le sonrío, explota.
—¡Venga ya! —dice alto y con voz de pito, dando manotazos en el aire.
—¿Dónde estabas? —le pregunto tranquilamente, con un tono opuesto al fuego que arde en su interior—. He estado dando vueltas con el coche intentando encontrarte durante casi dos horas.
—¿Cómo? ¿Por qué? —me pregunta. Su expresión es una mezcla de exasperación y de confusión.
Tiene las mejillas sonrosadas por la brisa fresca del otoño, y el pelo alborotado por el viento no parece la melena de rizos perfectos a la que me tiene acostumbrado. No consigo decir algo que lo explique todo, sino que suelto:
—Es que no me parece buena idea que andes por ahí de noche, sola.
Se echa a reír a carcajadas. Se está riendo. Nada más y nada menos; pero ¿qué le pasa? Es una risa salvaje, diametralmente opuesta a sus sonrisas modositas y su risa forzada. Parece una loca.
—Lárgate, Pedro. ¡Lárgate! —dice cuando su risa se torna más suave.
—Paula, yo...
Pero me interrumpen los golpes en la puerta.
—¡Paula! ¡Paula Chaves, abre la puerta ahora mismo! —Los chillidos de una mujer cortan el aire.
—Joder, Pedro, métete en el armario —susurra Pau cogiéndome del brazo y levantándome de la cama de un tirón.
—No pienso esconderme en el armario. Tienes dieciocho años —protesto.
Pau se apresura hasta el espejo, se inspecciona la cara y se arregla el pelo alborotado. Corre a la otra punta de la habitación con el tubo de dentífrico en la mano, lo aprieta, saca un poco de pasta y se la frota por la lengua. Es como ver a una adolescente a la que han pillado saliendo a hurtadillas de casa de su mamá. Camina histérica hacia la puerta y abre con mano temblorosa.
—Hola. ¿Qué hacéis aquí? —le pregunta Pau a su madre cuando ésta cruza el umbral. La mujer domina la habitación un momento antes de que entre otra persona. Es el pavo del otro día. Noah.
La madre de Pau viene directa hacia mí, pero yo sólo tengo ojos para el chico. El novio de Pau, el famoso Noah. Su pelo es un par de tonos más claro que el de ella, lleva una suave rebeca de punto y los pantalones sin una arruga. Es increíble que, con lo temprano que es, parezca un soldado de juguete pijo al que todavía no han sacado de la caja.
¿Qué hace aquí? ¿Va tan en serio lo suyo?
¿Ha sido él quien ha llamado a la madre, como si fuera el policía de la moral?
La mujer respira hondo y se lo saca todo del pecho.
—¿Ésta es la razón por la que no contestabas al teléfono? ¡¿Porque tienes a este... —gesticula señalándome igual que hace su hija— a este... macarra... tatuado metido en tu habitación a las seis de la mañana?!
«¿Macarra tatuado?» ¿Qué les pasa a estas dos, que insultan como niñas de primaria?
Pau se cuadra, se pone recta y se prepara para repartir leña.
Bueno, al menos ahora ya sé de dónde ha sacado sus aires de superioridad. Y el porte, las curvas y la chispa. Está lanzándole cuchillos a su madre con la mirada, pero la mujer parece no darse cuenta del modo en que su hija clava las uñas en las palmas de las manos. O de cómo la piel de su cuello ha adquirido un tono rosado. No parece darse cuenta de nada. Ni tampoco el señor Perfecto. Esto me cabrea, que reprendan a Pau por comportarse como una universitaria normal. Si en realidad es mucho más moderada que toda la gente que conozco. Su madre debería estar orgullosa de ella.
—¿Es esto lo que haces en la universidad, jovencita? ¿Pasarte la noche en vela y traer a chicos a tu habitación? —dice la mujer echando humo—. El pobre Noah estaba preocupadísimo por ti, y hemos conducido hasta aquí para sorprenderte relacionándote con estos extraños.
¿«Extraños»? Por la forma en que Noah se retira hacia la puerta sin darse ni cuenta mientras la mujer sube la voz..., me da la impresión de que le han lavado el cerebro aún más que a la pequeña Pau.
No puedo evitarlo. Abro la boca antes de que Pau tenga ocasión de contestar.
—En realidad, acabo de llegar. Y Pau no estaba haciendo nada malo.
Pau me mira con la boca abierta como si estuviera mal de la cabeza por enfrentarme a su
madre. Por su parte, la mujer tampoco sale de su asombro. Su incredulidad hace que me ría por dentro: esta gente no sabe de lo que soy capaz.
—¿Disculpa? No estaba hablando contigo. Ni siquiera sé qué hace alguien como tú cerca de mi hija.
El cretino del rincón permanece en silencio, como un niño bueno.
—Madre... —dice Pau intentando sonar lo más amenazadora posible.
Me mira un instante, sus ojos más duros que de costumbre. No sé si el fuego que emanan es de vergüenza o de rabia. Su madre ni se inmuta.
—Pau, estás descontrolada —masculla—. Puedo oler el alcohol en tu aliento desde aquí, e imagino que eso ha sido gracias a la influencia de tu encantadora compañera de habitación y de éste —dice mirándome directamente, señalándome con el dedo.
Si me conociera, bajaría ese dedo.
—Tengo dieciocho años, mamá —empieza a decir Pau , pero ya suena a vencida—. No he bebido nunca antes ni he hecho nada malo. Sólo estoy haciendo lo que hacen todos los demás estudiantes. Siento que se me agotara la batería del móvil y que hayáis conducido todo el camino hasta aquí, pero estoy bien. Pau se sienta en el borde de la silla. No me gusta lo incómoda que la hacen sentir. Me resulta una extraña ahí sentada, esperando el próximo golpe de la cabrona de su madre.
No me muevo. Ni siquiera cuando el huracán en los ojos de la mujer vuelve a caer sobre mí.
—Joven, ¿te importaría dejarnos a solas un minuto?
No me lo está pidiendo. Y lo de «joven» parece muy educado, pero en realidad está haciendo la guarrada esa que consiste en ningunearme mientras aparenta ser razonable. He crecido entre niños bien. Me conozco la jugada. Miro a Paula y me aseguro de que entienda que no pienso irme a menos que se sienta capaz de enfrentarse a su madre y a su novio ella sola. Asiente, pero veo la confusión en sus ojos grises. Me voy, como me han pedido, con el pecho en llamas.
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