Divina

Divina

domingo, 10 de enero de 2016

After 0 Capitulo 16


Conduzco por una última carretera estrecha y aparco hacia el final del pequeño espacio de gravilla que hay entre un grupo de árboles enormes. Me encanta este sitio; nunca viene nadie, y eso es ideal para mí. Sobre todo en uno de los pocos días en los que no está lloviendo en la península Olímpica, como hoy, que está soleado. Estoy acostumbrado al cielo gris desde mi infancia en Hampstead; el sol apenas se deja ver en todo el otoño.
Pau echa un vistazo a su alrededor y frunce el ceño.

—No te preocupes, no te he traído aquí para matarte —le digo intentando que se ría mientras salimos del coche.

Ella continúa observando el campo de flores silvestres amarillas y relaja la postura ligeramente.
«¿En qué estará pensando?»

—¿Qué vamos a hacer aquí? —me pregunta.

—Bueno, pues empezaremos caminando un poco.

Pau suspira y me sigue por un camino de tierra que en su día era de hierba. Ya está poniendo mala cara. ¿En qué estaba pensando al traerla aquí?

—Será un paseo corto.

No se fía de mí, y hoy parece estar de mal humor. Aunque, de hecho, ¿cuándo no lo está? Centro la atención en la nube de polvo que levantan mis botas al impactar contra el seco y polvoriento sendero. Los pasos de Pau apenas se oyen, y camina tremendamente despacio.

—Bueno, si nos damos prisa, igual llegamos antes de que se ponga el sol —bromeo cuando nos acercamos a un árbol al que hay amarrada una vieja bicicleta abandonada. Es lo que marca la mitad del camino, que tiene aproximadamente kilómetro y medio. No está mal.

Pau reduce el paso, pero ver la cara que pone cuando llegamos al agua hace que haya merecido la pena cada segundo malgastado. Sofoca un grito de sorpresa, como si este sencillo arroyo en medio del bosque fuera mágico. Las comisuras de sus labios se curvan hacia arriba y sus ojos se abren como platos.

¿Le gustará nadar? Debería habérselo preguntado. Me quedo callado y dejo que admire el paisaje antes de decir nada. Ahora que estamos solos, no se me ocurre nada de lo que hablar. ¿Y si me meto directamente en el agua? Ella sigue sin moverse del sitio en el que estaba la última vez que la he mirado. Está empujando la tierra con el zapato para evitar mirarme.

Que le den por el culo a esta situación tan incómoda. Voy a meterme en el agua. Me quito la camiseta y oigo el inevitable gemido de Pau. No habla mucho, pero es muy expresiva en lo que respecta a los sonidos que acompañan a sus gestos. Cuando sonríe suele suspirar; cuando se enfada, resopla y, cuando se excita, jadea. 

—¿Por qué te estás desnudando? —pregunta.

No sé si es consciente de la intensidad con la que está observando mi pecho desnudo. Se aclara la garganta y continúa:

—¿Vas a nadar? ¿Ahí?

Señala el agua con cara de asco. Cómo no, doña Remilgada no quiere mojarse la ropa y el pelo.

—Sí, y tú también. Yo lo hago todo el tiempo.

Me desabrocho el botón de los vaqueros y Pau continúa protestando mientras observa cómo me desnudo.

—No pienso nadar ahí.

El agua es más cristalina que la de la mayoría de los lagos que he visto en mi vida. Y es por eso por lo que no soporto a estas chicas tan estiradas y tan esnobs que tienen miedo de que se les meta tierra debajo de las uñas pintadas.

—Y ¿por qué no? El agua está tan limpia que puedes ver el fondo.

Señalo hacia el agua transparente. Creía que se emocionaría más al ver esto. Me enerva no saber nunca lo que está pensando.

—Porque... seguro que hay peces y Dios sabe qué más ahí dentro —exclama.

«¿Peces? ¿Eso es lo que le preocupa a esta tía tan rara?»

—Además, no me has dicho que íbamos a nadar, y no he traído ropa de baño.

—¿Me estás diciendo que eres de esa clase de chicas que no llevan ropa interior? —Le sonrío, desesperado por verla de esa guisa—. Venga, puedes quedarte en bragas y sujetador.

Sé que no piensa hacerlo por nada del mundo. Veo cómo su furia aumenta tras sus ojos grises y estoy deseando oír su respuesta.

—No pienso nadar en ropa interior, pervertido. —Pau se sienta en el césped a unos metros  de la orilla—. Me quedaré aquí a mirarte.

Sonríe y se cruza de piernas.
Está observando mi cuerpo otra vez. Esta vez se centra en el contorno de mi polla bajo el bóxer. Se ha puesto colorada, y se esfuerza por apartar la mirada y fingir estar concentrada en el montón de hojas de césped que tiene en la mano.

—Eres una sosa. Y tú te lo pierdes —le digo antes de lanzarme al agua fría.

«Jodddeeerrr», está mucho más fría de lo que pensaba. Nado hacia la otra orilla, donde da el sol todo el día, y la temperatura cambia drásticamente.

—¡El agua está caliente, Pau! —le grito.

Levanta la mirada del montón de hojas de césped que está acumulando para distraerse. Se está aburriendo de la hostia y no tengo ni puta idea de qué hacer para entretenerla. Ni siquiera quiere meterse en el agua conmigo..., ¿qué hago?

—¡Esta amistad está resultando ser tremendamente aburrida!...

Pone los ojos en blanco e inclina la cabeza hacia atrás para que le dé el sol en la cara.

—Quítate al menos los zapatos y mójate los pies. Está increíble, y pronto estará demasiado fría para nadar.

Pau accede, se quita los zapatos y los coloca de manera ordenada a su lado. Son unos zapatos muy raros, parecen retales de tela pegados a un trozo de cartón blando. Tienen pinta de ser superincómodos. Se enrolla las perneras de los vaqueros y se muerde el labio inferior mientras introduce los pies en el agua.

Espero una protesta por su parte pero, en lugar de eso, una amplia sonrisa ilumina su 
rostro.

—Está buena, ¿verdad? —le pregunto.

Asiente e inclina de nuevo la cabeza hacia atrás para tomar el sol.

—Venga, métete.

Echo la cabeza atrás y me mojo el pelo en un intento de convencerla.

Cuando vuelvo a levantarla, veo que está negando con la cabeza. No va a bañarse. «Joder, qué complicada es esta mujer.» La salpico con agua y ella grita y retrocede sobre la hierba. Nunca he estado en este lugar con nadie; se me hace un poco raro tener compañía.

¿Cómo puedo convencerla para que se meta? Tengo que negociar con ella. Pero ¿qué podría querer a cambio?
No parece el tipo de persona a la que le gusta comprometerse...

—Si te metes en el agua, contestaré a una de tus impertinentes preguntas. A la que quieras, pero sólo a una. —Manifiesto mi idea en voz alta conforme me viene a la cabeza.

Es tan cotilla que seguro que esto la tienta.

—La oferta expira dentro de un minuto.

Tengo que darle un tiempo límite, de lo contrario lo estará pensando durante todo el día. Me hundo en el agua y contengo la respiración mientras nado unos seis metros. Estoy seguro de que Pau estará con el ceño fruncido. La imagen me hace reír y casi me ahogo.

—Pau. —Joder, ojalá no pensara tanto—. Deja de cavilar tanto y salta.

Se mira la ropa.

—No tengo nada que ponerme. Si me meto con ropa, tendré que volver empapada.

—Ponte mi camiseta.

Al oír mi oferta, frunce el ceño y mira la prenda de ropa en cuestión, tirada cerca sobre la hierba. 

—Venga, ponte mi camiseta. Será lo bastante larga como para que te cubra, y puedes dejarte las bragas y el sujetador puestos, si quieres —añado.

Me encantaría que no lo hiciera, pero eso depende de ella, por supuesto.
Pau se vuelve de nuevo y observa el agua y mi cuerpo semidesnudo. Alarga el brazo y coge mi camiseta del suelo. Por fin.

—Está bien —responde como una niña mimada.

Se coloca la mano en la cadera y continúa la negociación:

—Pero date la vuelta y no me mires mientras me cambio. ¡En serio! —La gatita beligerante ha vuelto.

Me río y ella hace un movimiento extraño con las caderas. Las mueve hacia atrás y hacia adelante mientras se coloca mi camiseta negra entre las piernas para sostenerla y quitarse la suya por la cabeza. Me vuelvo rápidamente. Soy un caballero. En serio, lo soy.

—Joder, date prisa o me doy la vuelta —amenazo con impaciencia después de haber contado hasta treinta para mis adentros.

Me vuelvo un momento y la veo agachada, colocando sus vaqueros perfectamente alineados con sus zapatos. Es una obsesa del orden. Durante unos instantes me pregunto cómo reaccionaría si le tirara los zapatos al agua. Se cabrearía muchísimo. Reprimo una sonrisa y por fin observo su cuerpo.

Sus piernas están bronceadas, eso es lo primero que veo. Mi camiseta le sienta como un guante.

Joder, tiene las tetas tan grandes que la prenda apenas si le cubre la parte superior de los muslos.
Atrapo entre los dientes mi aro del labio y disfruto de la vista que tengo delante.

—Esto..., métete ya en el agua, ¿vale? —Intento aclararme la garganta y dejar de mirarle los muslos—. ¡Tírate!

—¡Ya voy! ¡Ya voy!

—Coge un poco de carrerilla.

—Vale.

Inspira hondo antes de correr hacia el agua algo rígida. Cuando llega al borde, grita, se tapa la cara y se detiene un paso antes de tocar la superficie.

—¡Venga! ¡Ibas bien! —Mi risa inunda el ambiente que nos separa, y observo a Pau de nuevo. Me está mirando, sonriendo y riéndose bajo la luz del sol, y eso me confunde. 

¿Qué hacemos aquí, riéndonos juntos en un arroyo? ¿Qué es esto? ¿Una de esas películas de Nicholas Sparks en las que las discusiones de las parejas son tan adorables que el tráiler corre como la pólvora por internet? Mujeres aburridas que creen que el típico héroe literario llegará para salvarlas. Chorradas, y siempre, siempre acaban con un marido de mierda que no se preocupa ni se preocupará jamás de ella o de su familia más que de sí mismo.

—¡No puedo hacerlo!

Parece bastante agobiada. ¿Tiene miedo al agua? Joder.

—¿Te da miedo? —le pregunto.

—No..., no lo sé. Supongo.

Camino por el agua para acercarme a ella y, en el proceso, me golpeo el dedo gordo del pie con una gran roca que hay en el fondo.

—Siéntate en el borde y yo te ayudaré a entrar —le sugiero.

Levanto las manos cuando se agacha. Intenta que no le vea las bragas cerrando con fuerza las piernas, y le agradezco el esfuerzo. Lo que menos necesito ahora son distracciones.

La agarro de los muslos y mi polla responde de inmediato.

Maldita sea por tener unos muslos tan suaves y apetecibles. Me muero de ganas de hundir el rostro entre ellos.

—¿Estás preparada? —Inspiro hondo y desplazo las manos hasta su cintura. Sus caderas se amoldan a mi tacto y consigo controlarme de milagro. Me muero por estrechárselas, por darle la vuelta y tomarla aquí mismo.

¿Qué coño me pasa? Nunca antes me había comportado como el típico estudiante salido. ¿Son su inocencia y su cuerpo pecaminoso los que me provocan este estado o es el afán competitivo de conseguir su cuerpo para ganarle a Zed?

Disfruto de su cálida piel cuando se hunde en el agua, y la suelto. La superficie le llega justo por debajo del pecho. Extiende las manos por delante de sí y siente su frescura. Su piel se eriza bajo la luz del sol.

—No te quedes ahí parada.

«Necesito que te muevas para no quedarme aquí plantado mirándote todo el puto día.» 

Ella parece no escucharme, pero empieza a moverse por el arroyo. Conforme avanza a través del agua clara, la camiseta se le levanta como si estuviera intentando echar a volar. Antes de que consiga apartar la mirada, Pau tira de ella hacia abajo y se la pega al cuerpo todo lo que puede.

—Podrías quitártela y ya está —le digo. Desde luego, no seré yo quien se lo impida.
Arruga la nariz y desliza la mano a través del agua para salpicarme. ¿Acaba de salpicarme? Me cabrea estar divirtiéndome.

—¿Me has salpicado?

Pau se ríe y me salpica de nuevo con las dos manos. Me sacudo el pelo y voy a por ella. La agarro de la cintura y me dispongo a hundirla bajo el agua. Veo cómo levanta la mano y se tapa la nariz. ¿Aún se tapa la nariz? Me echo a reír con ganas.

—No sé qué me hace más gracia, si el hecho de que te lo estés pasando bien o que tengas que taparte la nariz. —Casi no puedo hablar de la risa.

Nada hacia mí y puedo verle las intenciones. Levanta los brazos en el aire y trata de hundir mi cabeza debajo del agua. Resulta bastante cómico. Aunque intento pasar por alto el hecho de que mi camiseta está flotando de nuevo alrededor de su cuerpo, no cedo, y ella se ríe de sí misma. Me duele la barriga de hacer lo propio. Su risa es suave; me recuerda a las flores silvestres amarillas que he visto al principio de nuestra especie de cita.

—Creo que me debes la respuesta a una pregunta —dice.

Sabía que no se le iba a olvidar, pero pensaba que esperaría un poco más antes de formularla.

—Claro, pero sólo una.

Seguro que me pregunta alguna chorrada como «¿Te dolió hacerte los tatuajes?». Me quedo mirando la exuberante orilla del arroyo y aguardo su intromisión.
Su voz interrumpe el silencio.

—¿A quién quieres más en este mundo?

«No me jodas...»

¿Qué clase de pregunta es ésa? ¿Quién pregunta algo así? No quiero contestar. Ni siquiera tengo una respuesta para eso. Cada vez tengo más claro que habla con Landon sobre mí. ¿Que a quién quiero más en este mundo?

¿A quién quiero más? Bueno, supongo que quiero a mi madre. No se lo he dicho desde hace años, pero sigue siendo mi madre. Y ya está. Ah, y a mí mismo. A quien más quiero es a mí mismo. Aunque no creo que «a quien más quiero es a mí mismo» sea una buena respuesta.
Y sin embargo:

—A mí mismo —respondo con sinceridad.

No tuve ninguna novia durante la adolescencia, así que nunca he tenido que fingir ningún «te quiero» antes de saber lo que la palabra significaba en realidad. Me sumerjo en el agua y desaparezco durante unos instantes mientras el cerebro de Pau elabora sus conjeturas sobre mí.

—Eso no puede ser verdad —dice en el mismo instante en que siento que el aire fresco me golpea la piel—. ¿Qué me dices de tus padres? —Ha cruzado la línea.

Paula Chaves no tiene límites en lo que respecta a sus putas preguntas personales e indiscretas. Su mirada es cálida, y tiene los labios entreabiertos como si estuviera esperando una respuesta por mi parte. Detesto la expresión de sus ojos cuando están cargados de compasión.

«Basta, Paula.»

—No vuelvas a mencionar a mis padres, ¿entiendes?

—Lo siento. Sólo tenía curiosidad —dice en voz baja—. Lo siento de verdad, Pedro, no volveré a mencionarlos —se disculpa.

No sé si creerla. Sé que trama algo. Es demasiado intuitiva y demasiado insistente. No la conozco, y desde luego ella no me conoce a mí. ¿Por qué cree que puede hacerme esas preguntas tan personales?

Esta tarde sólo puede terminar de dos maneras: peleándonos hasta que se vaya corriendo a su cuarto toda agitada o camelándola para que quiera estar conmigo.

Decido mantener las formas. Prefiero que no nos pasemos el trayecto de vuelta en un incómodo silencio. Alargo las manos hacia ella y rodeo su cintura con los brazos. Su cuerpo es ligero en el agua cuando la levanto en el aire y la lanzo a un lado. Ella suelta un chillido y agita los brazos en el aire como un pájaro. Cae de golpe al agua y emerge con el pelo mojado y los ojos cargados de furia fingida.

Está contenta.
Pensaba que a lo mejor se enfadaba, pero no sé por qué parece que le ha gustado.

—¡Vas a pagar por esto! —grita alegremente, y camina hacia mí.

¿De verdad cree que tiene alguna posibilidad de vengarse? Se acerca aún más a mí, con el rostro empapado. Tiene la piel mojada y reluciente. ¿Por qué sigue acercándose?

Se supone que soy yo quien está al mando aquí. Sofoco un grito de sorpresa cuando Pau me envuelve la cintura con los muslos y eleva el cuerpo para estar a mi altura.

—Perdona.

Se pone tensa y relaja las piernas. «No, no.»
Se las agarro, y la insto a volver a rodearme con ellas. Me encanta sentirla contra mí, sentir su calor. Cuando enrosca los brazos alrededor de mi cuello, noto una punzada de pánico en la parte inferior de la espalda. La miro e intento leerle la mente, pero me resulta imposible.

—¿Por qué me haces esto, Pau? —pregunto mientras acaricio suavemente su tembloroso labio inferior con el pulgar.

Siento cómo su cálido aliento emana de su boca en bocanadas superficiales. El sabor de 
sus labios sigue fresco en mi memoria. Quiero volver a probarlos, lo necesito.

—No lo sé...

No lo sabe, y yo tampoco. Ninguno de los dos tiene control sobre esto, y la cosa podría ir a más rápidamente.

Ojalá.

¿Es consciente esta chica de lo sexi que es? ¿Tiene la menor idea de que la sola imagen de su boca me hace imaginar cosas muy muy obscenas relacionadas con ella? Imaginarme a Pau de rodillas ante mí, con sus carnosos labios bien abiertos, su lengua húmeda, ansiosa por recibirme, por satisfacerme... Quiero presionar mi polla contra sus labios y tentarla hasta la desesperación. Puedo hacer que se vuelva loca, como ella lo está haciendo conmigo. Su boca es de un color rosa claro, y la curva de su labio inferior es perfecta, como los labios de un personaje de dibujos animados. Pero uno sexi, como Jessica Rabbit. 

Joder, estoy perdiendo la puta cabeza por ella. Esto no puede ser nada bueno. Supongo que es algo positivo el hecho de no tener escrúpulos a la hora de ser malo.

—Estos labios... y las cosas que podrías hacer con ellos. —Me detengo un instante recordando su boca contra la mía en mi habitación, y después en la suya—. ¿Quieres que pare? —La miro para comprobar algún signo de nerviosismo por su parte. Sus muslos me estrechan con más fuerza y me tomo el gesto como un «no», pero le concedo unos segundos para responder antes de actuar.

Se contonea y pega todavía más su cuerpo contra el mío debajo del agua.

—No podemos ser sólo amigos, lo sabes, ¿verdad?

Al oír mis palabras, inspira profundamente y me inclino sobre ella. Presiono los labios contra la suave piel de su mandíbula, cerca de su barbilla. Cierra los ojos con fuerza y deslizo los labios por su mentón, recorriendo su húmeda piel con afecto. Cuando mi boca alcanza ese punto del cuello que está justo debajo de la oreja, exhala un gemido que me pilla por sorpresa.

—Pedro.

La palabra me atraviesa como un rayo. Su voz es grave, cargada de necesidad. Necesidad de mí. Es como plastilina en mis manos, y mi corazón late con fuerza ante la idea de modelar su placer a mi alrededor. Nunca ha follado con nadie, pero estoy seguro de que alguna vez se habrá corrido masturbándose.

Quiero oír cómo gime mi nombre otra vez, del mismo modo en que necesito volver a saborear su boca.

—Quiero hacer que gimas mi nombre, Pau, una y otra vez. Por favor, permítemelo. —Se me hace raro oírme suplicar.

Nos quedamos en silencio, excepto por el sonido de su intensa respiración y el leve susurro del agua, que forma tranquilas ondas a nuestro alrededor. Ella asiente.

—Dilo, Pau —continúo.

Atrapo el lóbulo de su oreja entre mis dientes y lo mordisqueo con suavidad. Ella gime y se mece contra mí asintiendo frenéticamente.

«Con eso no me basta, Paula. Sé que lo deseas, así que dímelo.»

—Necesito que lo digas, nena, bien alto, con palabras, para saber que de verdad quieres que lo haga. 

Deslizo las manos hasta su vientre por debajo de la camiseta de mi propiedad que cubre su cuerpo.

—Quiero... —declara ella rápida y desesperadamente.

Sonrío contra la cálida piel de su cuello, y ella suspira. Con esa palabra me basta. Agarro su cuerpo y noto que se pone tensa, nerviosa de pensar que pueda apartarla. Empiezo a salir del agua con ella pegada a mí. Tiene los muslos separados y su cuerpo pegado a mi polla, que se me va poniendo más dura a cada paso que avanzo.

La suelto cuando llegamos a la orilla y gimotea. Literalmente. El sonido hace que se me concentre toda la sangre en la entrepierna. Me subo a la orilla y me vuelvo para ayudarla a salir del agua. Extiende los brazos hacia mí con la mirada fija en mi torso desnudo. 

Observo cómo sus ojos recorren el tatuaje que tengo en el estómago, el árbol muerto grabado con tinta en mi piel. Teniendo en cuenta el remilgado lugar del que procede, seguro que detesta mis tatuajes. Probablemente la beata de su madre le dijera que las personas con tatuajes eran malas y que se comían tu alma o algo así. Debe de estar acostumbrada a ver la perfecta piel limpia del pecho de su novio. La observo con detenimiento mientras sigue mirando, tratando de entender su significado. Su novio no tiene ningún tatuaje, de eso no me cabe la menor duda. Es muy posible que ni siquiera tenga la más mínima cicatriz, ni en la piel ni en la mente.

Me aparto de ella y se queda quieta, esperando mis instrucciones.
No estoy seguro de qué hacer con ella. Sigue mirándome la piel... ¿Por qué me mira tanto? Y, lo que es más importante, ¿por qué me preocupa? Me hice los tatuajes para mí, no para ninguna tía sentenciosa.

¿Por qué cojones me estoy justificando? Nunca me importa una mierda lo que las mujeres opinen de mí. Sólo pienso en follármelas y en cómo se deshacen con mis caricias mientras nos distraemos mutuamente.

«Deja de pensar, Pedro.» Soy igual que ella, le doy mil vueltas a todo. ¿Por qué me influye tanto? Decido ir al grano:

—¿Quieres hacerlo aquí o en mi habitación?

¿Debería follármela aquí? Podría tumbarla sobre el césped, abrirle los muslos y obligarla a gritar mi nombre mientras trazo círculos en su clítoris con mi lengua.
Pau se encoge de hombros mientras yo me ajusto el bóxer.

—Aquí —decide.

—¿Estás ansiosa? —le pregunto.

Siento la atracción que su cuerpo ejerce sobre el mío y me pregunto si ella también lo siente. Sé que la pongo cachonda, eso es evidente, pero ¿tiene una inmensa necesidad de tocarme, como me sucede a mí con ella?

—Ven aquí —le ordeno.

Ruborizada, obedece y se acerca lentamente. «Más rápido...», quiero decirle.

No estoy para jueguecitos ahora. Necesito sentirla ya. Necesito que ella me sienta. Voy a follármela, aquí, sobre la hierba. Voy a tumbarla y a tocar cada milímetro de su magnífico y pecaminoso cuerpo. Mi camiseta negra está empapada y completamente ceñida a su torso como un guante de látex. Tengo que quitársela.

La agarro del dobladillo inferior y se la quito por la cabeza. No es tarea fácil librarla de la tela mojada; es como si quisiera seguir pegada a ella, al igual que yo.


Durante la primera parte de nuestra cita hemos hecho las cosas a su manera, pasando un rato agradable y tranquilo. Esta segunda parte las haremos a la mía. No estoy acostumbrado a entablar conversación ni a que me pregunten cosas como a quién quiero más en este mundo. A lo que estoy acostumbrado es a utilizar un cuerpo cálido y suave para proporcionarle placer al mío.

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