Divina

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martes, 12 de enero de 2016

After 0 Smith

SMITH

De joven no sabía cómo ser un modelo a seguir. No tenía ni puñetera idea de por qué nadie querría ser como él. Pero eso era lo que quería el pequeño. El crío con hoyuelos lo seguía a todas partes cuando iba de visita y se hacía mayor a medida que él crecía. El pequeño acabó siendo uno de sus mejores amigos y, para cuando fue tan alto como él, ya eran verdaderos hermanos.


Hoy viene Pedro y estoy más emocionado que de costumbre porque hace meses que no lo vemos. Temía que no fuera a volver. Cuando se trasladó, prometió que nos visitaría de vez en cuando, todo lo que pudiera, dijo. Me gusta que, hasta ahora, haya cumplido su promesa.

Estos últimos días mi padre me tiene ocupado para distraerme con cosas como los deberes de matemáticas, sacar los platos del lavavajillas y pasear al perro de Kim. Me gusta pasear a Teddy, es muy bueno y muy pequeño, así que puedo llevarlo en brazos cuando le da pereza caminar. Pero, aun así, estoy en las nubes pensando en la visita de Pedro. Hoy se me ha hecho el día muy largo: colegio, clase de piano, y ahora tengo que hacer los deberes. Kimberly está cantando en otra habitación. Es muy ruidosa. A veces creo que piensa que canta bien, por eso no le digo que lo hace de pena. Cuando llega a una nota alta, el perro a veces se asusta.

Siempre que Pedro viene a casa me trae un libro. Me los leo todos y luego hablamos o nos escribimos para comentarlos. A veces me da libros difíciles escritos de un modo que no entiendo, o libros que mi padre me quita porque dice que soy demasiado joven para leerlos. Con ésos, mi padre siempre le pega a Pedro en la cabeza antes de guardarlo para «cuando tenga edad».

Me da risa siempre que Pedro maldice a mi padre. Normalmente después de recibir uno de esos cachetes.

Pau me ha dicho que Pedro solía enseñarme tacos cuando era pequeño, pero no me acuerdo de eso. Ella siempre me habla de cuando era pequeño. No conozco a nadie que hable tanto como ella, salvo Kimberly. Nadie habla más, ni más alto, que Kim. Aunque Pau tampoco se queda corta. Al pasar junto a la puerta principal, la alarma suena un par de veces y veo que la pantalla de la tele del salón se ha encendido. La cara de Pedro y su napia llenan todo el pequeño rectángulo. Ahora se le ve el cuello, los tatuajes parecen garabatos. Me echo a reír y pulso el botón del altavoz.

—¿Tu padre ha vuelto a cambiar el código? —pregunta. Lo más gracioso es que la pantalla muestra sus labios en movimiento mucho antes de que llegue el sonido por el altavoz. Su voz es casi idéntica a la de mi padre, aunque habla más despacio. Mi abuela y mi abuelo también hablan como ellos, porque nacieron todos en Inglaterra. Mi padre dice que he estado allí cuatro veces, pero yo sólo recuerdo la visita del año pasado, cuando fuimos a la boda de una amiga.

Mi padre se lastimó durante el viaje. Recuerdo que su pierna parecía carne de ternera picada y lista para guisar. Me recordó a «The Walking Dead» (pero que no se entere de que he encontrado el modo de verla). Ayudé a Kim a cambiarle las vendas. Daba bastante asco, pero le han quedado unas cicatrices muy chulas. Kim tuvo que empujarlo en una silla de ruedas durante un mes. Dice que lo hizo porque lo quiere. Si alguna vez me lastimo y necesito que me empujen en silla de ruedas, seguro que ella lo haría.

Le abro la puerta a Pedro y entro en la cocina en cuanto oigo sus pasos en la sala de estar.

—Smith, cariño —dice Kim entrando a su vez en la cocina—, ¿te apetece comer algo?

Hoy lleva el pelo rizado alrededor de la cara. Se parece a su perro, Teddy, que suelta pelo por todas partes. Niego con la cabeza y entonces aparece Pedro.

—A mí sí —dice—. Tengo hambre.

—A ti no te he preguntado, se lo he preguntado a Smith —replica ella, y se limpia las manos en el vestido azul.

Pedro se echa a reír con una sonora carcajada. Menea la cabeza y me mira:

—¿Ves cómo me trata? Es terrible.

Yo también me río. Kim dice que Pedro se mete con ella. Son muy graciosos. Ella abre la nevera y saca una jarra de zumo.

—Mira quién fue a hablar.

Pedro vuelve a reírse y se sienta a mi lado. Lleva en la mano dos pequeños paquetes envueltos en papel blanco. Sin lazos, sin florituras. Sé que son para mí, pero no quiero ser maleducado.

Me quedo mirándolos e intento leer el título de los libros a través del papel, pero nada. Me vuelvo hacia la ventana y finjo contemplar el paisaje para no parecer un malcriado.
Pedro deja los paquetes en la encimera y Kim me sirve una taza de zumo; luego vuelve al armario a por patatas fritas.

Mi padre siempre le dice que no me deje comer muchas, pero ella no le hace caso. Mi padre dice que nunca le hace caso.
Intento coger la bolsa, pero Pedro se me adelanta y la sostiene por encima de mi cabeza un momento.
Me sonríe:

—Creía que no tenías hambre.

El agujero del labio parece como un punto que alguien le hubiera pintado en la cara. Antes llevaba un piercing, de eso me acuerdo. Siempre le digo que vuelva a ponérselo. Él me dice que no haga caso a Pau.

—Ahora sí. —De un salto, le quito la bolsa de patatas, que crujen con estruendo en mis manos.

Pedro se encoge de hombros, parece feliz. Cree que soy muy gracioso, me lo dice a todas horas.

Cuando abro la bolsa, él coge un puñado de patatas y se las mete en la boca.

—¿No vas a abrir tus regalos antes de pringarte las manos con las patatas fritas? —Escupe migas al hablar, y Kim pone cara de asco.

—¡Christian! —grita ella llamando a mi padre.

Me da la risa y Pedro finge tener miedo.
Aparto la bolsa de patatas.

—Bueno, ya que me lo preguntas, prefiero abrir los libros primero.

Pedro se lleva los dos paquetes al pecho.

—Libros, ¿eh? Y ¿qué te hace pensar que te he traído libros? —dice.

—Porque es lo que haces siempre.

Señalo el más grueso y él lo desliza por la encimera.

— Touché —responde, aunque no sé lo que significa.

Me olvido de mis modales y rasgo el papel hasta que aparece una cubierta muy colorida. Es un chico con sombrero de mago.

— Harry Potter y la cámara secreta. —Leo el título en voz alta. Me va a gustar este libro. Acabo de leerme el anterior.

Cuando miro a Pedro, se está apartando un mechón de la cara. Estoy de acuerdo con mi padre: necesita un corte de pelo. Lo lleva casi tan largo como Kim.

Señala el libro:

—De parte de Landon, como el anterior. Le gusta el pequeño mago.

Mi padre entra entonces en la cocina y suelta una palabrota al ver a Pedro. Éste le da una palmada en el hombro y Kim les dice que son como críos. Asegura que yo me comporto con más madurez que ellos.

—Qué cosas más bonitas me dices —comenta mi padre—. Smith, no te olvides de darle las gracias al amigo de Pau.

Pedro arruga la nariz.

—¿El amigo de Pau? ¡Es mi hermano! —Sonríe y se rasca los tatuajes de los brazos.

Quiero hacerme tatuajes como los suyos cuando sea mayor. Mi padre dice que de eso nada, pero Kim asegura que, una vez me independice, papá no podrá impedírmelo.
Podré hacer lo que me dé la gana cuando sea mayor.

—No es tu hermano de verdad —le digo. Papá me ha contado que Landon y Pedro no llevan la misma sangre.

La sonrisa de Pedro se desvanece y asiente.

—Ya, pero aun así sigue siendo mi hermano.

Mientras pienso qué quiere decir con eso, Kim le pregunta a mi padre si tiene hambre, y Pedro examina la cocina. De repente parece estar triste.

—Tu padre es mi padre. ¿Significa eso que la madre de Landon es también la tuya? —le pregunto. Pedro niega con la cabeza y mi padre le da un beso a Kim en el hombro, cosa que, cómo no, la hace sonreír. Papá tiene ese efecto en ella.

—A veces la gente puede ser familia aunque no tengan los mismos padres.

Pedro me mira como esperando respuesta. No sé qué ha querido decir con eso, pero si desea que Landon también sea su hermano, a mí me parece bien. Landon es muy simpático. Vive en Nueva York, por eso no lo veo mucho. Pau también vive allí. Mi padre tiene una oficina en esa ciudad. Es pequeña y huele como a hospital.
Pedro me acaricia la mano y lo miro.

—Que Landon sea mi hermano no significa que tú dejes de serlo. Lo sabes, ¿no?

Me siento un poco mal porque Kim ha puesto cara de que va a echarse a llorar y mi padre parece asustado.

—Lo sé —le digo, y miro el libro de Harry Potter—. Landon también puede ser mi hermano.

Él parece feliz cuando sonríe y yo alzo la vista para ver si Kim vuelve a poner la cara de antes.

—Claro que puede. — Pedro mira a Kim y dice—: ¡Pare ya, señora! Por cómo se ha puesto, cualquiera diría que esto es un velatorio.

Mi padre insulta a Pedro y Kim se aparta cuando él le tira una manzana a mi padre, que parece un jugador de béisbol por cómo la coge al vuelo... y le da un mordisco. Todos reímos. Pedro desliza el segundo libro por la encimera y lo atrapo. El papel de éste cuesta más de romper, y me hago un corte en el dedo con uno de los bordes. Hago una mueca pero ojalá nadie se dé cuenta. Si lo digo, Kim hará que me lo lave con agua y jabón y me pondrá una tirita. Yo quiero ver qué libro me ha traído.

Cuando cae el último trozo de papel, veo una cruz enorme en la cubierta.

—¿Drácula? —digo en voz alta. He oído hablar de este libro. Es de vampiros.
Mi padre deja a Kim y rodea la encimera.

—¿Drácula? ¿Es una broma? ¡Si sólo tiene nueve años! —Estira el brazo para que le entregue el libro.

Le lanzo a Kim una mirada suplicante. Ella aprieta los labios y le pone mala cara a Pedro.

—Normalmente me pondría de tu parte —dice. Pedro la llama embustera, pero ella sigue hablando—: Pero ¿Drácula? ¿En qué estabas pensando? Harry Potter y Drácula... Menuda combinación.

Mi padre asiente y continúa en la misma posición que antes, como una estatua gigante. Lo hace siempre que quiere demostrar que tiene razón. Transcurren unos instantes y luego Pedro pone los ojos en blanco y le da un tirón al cuello de su camiseta negra.

—Lo siento, amigo. Tu padre es un muermo. Empieza con La cámara secreta y en mi próxima visita te traeré otro...

—Uno en el que no haya violencia —lo interrumpe mi padre.

Pedro suspira.

—Vale, vale. Sin violencia —dice burlándose de él.

Me río. Mi padre sonríe también y Kim lo abraza.

Me pregunto cuándo volveré a ver a Pedro.

—¿Tardarás mucho en regresar? —le pregunto. Él se rasca la barbilla.

—No estoy seguro; ¿un mes, tal vez?

Un mes es mucho tiempo, pero el libro de Harry Potter es bastante largo...
Pedro se me acerca.

—Pero volveré, y siempre que venga te traeré un libro —me susurra.

—¿Como mi padre hacía contigo? —le pregunto, y él mira a mi padre. A nuestro padre. Aunque Pedro no lo llama así. Él lo llama Vance, que es nuestro apellido, pero no el de Pedro. Él se apellida Alfonso. Ése es el apellido de su padre de mentira.

Cuando intenté llamar a mi papá Vance, me dijo que si volvía a hacerlo me castigaría hasta los treinta. No quiero estar castigado tanto tiempo, así que lo llamo papá. Pedro se revuelve en la silla.

—Sí, como él hacía conmigo.

De nuevo se ha puesto triste, creo. Pedro se pone triste, luego se enfada, a continuación se ríe... Así es él.
Más raro que un perro verde.

—Y ¿tú cómo sabes eso, Smith? —pregunta mi padre.

Pedro se ruboriza y con los labios, pero sin hablar, dice: «No se lo digas».
Levanto las manos y cojo más patatas fritas.

Pedro dice que no te lo cuente.

Pedro se da una palmada en la frente y luego me da un cachete. Kim nos sonríe. Se pasa la vida la mar de sonriente. También me gusta cuando se ríe, tiene una risa bonita.
Mi padre se acerca a nosotros.

—Aquí el que manda no es Pedro —dice, y comienza a masajearme los hombros. Me gusta cuando hace eso, es muy agradable—. Dime qué te ha contado Pedro y te llevaré a comer helado y a comprar raíles nuevos para el tren de juguete.

El tren es mi juguete favorito. Mi padre siempre me está comprando raíles, y el mes pasado Kim me ayudó a trasladarlo a una habitación vacía. Ahora tengo un cuarto entero para mis trenes. Pedro está sudando la gota gorda, pero no parece enfadado. Decido que se lo puedo contar a mi padre.

Además, conseguiré más cosas para mi tren.

—Me dijo que le llevabas libros, como hace él. —Levanto los dos pesados libros—. Y que eso lo hacía muy feliz cuando era un niño pequeño como yo.

Pedro vuelve la cabeza y mi padre parece sorprendido al oírlo. Le brillan los ojos y me mira fijamente.

—¿Eso te dijo? —Su voz suena rara.

—Sí —digo asintiendo con la cabeza.

Pedro permanece en silencio, pero me está mirando otra vez. Se ha puesto rojo como un tomate y le brillan los ojos igual que a mi padre. Kim se ha tapado la boca con la mano.

—¿He dicho algo malo? —les pregunto.

Mi padre y Pedro dicen que no a la vez.

—No has dicho nada malo, hombrecito. —Papá pone una mano en mis hombros y la otra en los de Pedro.


Normalmente, cuando intenta hacer eso, él se aparta. Hoy no se mueve.

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