SMITH
De
joven no sabía cómo ser un modelo a seguir. No tenía ni puñetera idea de por
qué nadie querría ser como él. Pero eso era lo que quería el pequeño. El crío
con hoyuelos lo seguía a todas partes cuando iba de visita y se hacía mayor a
medida que él crecía. El pequeño acabó siendo uno de sus mejores amigos y, para
cuando fue tan alto como él, ya eran verdaderos hermanos.
Hoy viene Pedro y estoy más emocionado que de
costumbre porque hace meses que no lo vemos. Temía que no fuera a volver.
Cuando se trasladó, prometió que nos visitaría de vez en cuando, todo lo que
pudiera, dijo. Me gusta que, hasta ahora, haya cumplido su promesa.
Estos últimos días mi padre me tiene ocupado para
distraerme con cosas como los deberes de matemáticas, sacar los platos del
lavavajillas y pasear al perro de Kim. Me gusta pasear a Teddy, es muy bueno y
muy pequeño, así que puedo llevarlo en brazos cuando le da pereza caminar.
Pero, aun así, estoy en las nubes pensando en la visita de Pedro. Hoy se me ha
hecho el día muy largo: colegio, clase de piano, y ahora tengo que hacer los deberes.
Kimberly está cantando en otra habitación. Es muy ruidosa. A veces creo que
piensa que canta bien, por eso no le digo que lo hace de pena. Cuando llega a una
nota alta, el perro a veces se asusta.
Siempre que Pedro viene a casa me trae un libro. Me
los leo todos y luego hablamos o nos escribimos para comentarlos. A veces me da
libros difíciles escritos de un modo que no entiendo, o libros que mi padre me
quita porque dice que soy demasiado joven para leerlos. Con ésos, mi padre
siempre le pega a Pedro en la cabeza antes de guardarlo para «cuando tenga edad».
Me da risa siempre que Pedro maldice a mi padre.
Normalmente después de recibir uno de esos cachetes.
Pau me ha dicho que Pedro solía enseñarme tacos
cuando era pequeño, pero no me acuerdo de eso. Ella siempre me habla de cuando
era pequeño. No conozco a nadie que hable tanto como ella, salvo Kimberly.
Nadie habla más, ni más alto, que Kim. Aunque Pau tampoco se queda corta. Al
pasar junto a la puerta principal, la alarma suena un par de veces y veo que la
pantalla de la tele del salón se ha encendido. La cara de Pedro y su napia
llenan todo el pequeño rectángulo. Ahora se le ve el cuello, los tatuajes
parecen garabatos. Me echo a reír y pulso el botón del altavoz.
—¿Tu padre ha vuelto a cambiar el código? —pregunta.
Lo más gracioso es que la pantalla muestra sus labios en movimiento mucho antes
de que llegue el sonido por el altavoz. Su voz es casi idéntica a la de mi
padre, aunque habla más despacio. Mi abuela y mi abuelo también hablan como
ellos, porque nacieron todos en Inglaterra. Mi padre dice que he estado allí
cuatro veces, pero yo sólo recuerdo la visita del año pasado, cuando fuimos a
la boda de una amiga.
Mi padre se lastimó durante el viaje. Recuerdo que
su pierna parecía carne de ternera picada y lista para guisar. Me recordó a
«The Walking Dead» (pero que no se entere de que he encontrado el modo de
verla). Ayudé a Kim a cambiarle las vendas. Daba bastante asco, pero le han
quedado unas cicatrices muy chulas. Kim tuvo que empujarlo en una silla de
ruedas durante un mes. Dice que lo hizo porque lo quiere. Si alguna vez me
lastimo y necesito que me empujen en silla de ruedas, seguro que ella lo haría.
Le abro la puerta a Pedro y entro en la cocina en
cuanto oigo sus pasos en la sala de estar.
—Smith, cariño —dice Kim entrando a su vez en la
cocina—, ¿te apetece comer algo?
Hoy lleva el pelo rizado alrededor de la cara. Se
parece a su perro, Teddy, que suelta pelo por todas partes. Niego con la cabeza
y entonces aparece Pedro.
—A mí sí —dice—. Tengo hambre.
—A ti no te he preguntado, se lo he preguntado a
Smith —replica ella, y se limpia las manos en el vestido azul.
Pedro se echa a reír con una sonora carcajada. Menea
la cabeza y me mira:
—¿Ves cómo me trata? Es terrible.
Yo también me río. Kim dice que Pedro se mete con
ella. Son muy graciosos. Ella abre la nevera y saca una jarra de zumo.
—Mira quién fue a hablar.
Pedro vuelve a reírse y se sienta a mi lado. Lleva
en la mano dos pequeños paquetes envueltos en papel blanco. Sin lazos, sin
florituras. Sé que son para mí, pero no quiero ser maleducado.
Me quedo mirándolos e intento leer el título de los
libros a través del papel, pero nada. Me vuelvo hacia la ventana y finjo
contemplar el paisaje para no parecer un malcriado.
Pedro deja los paquetes en la encimera y Kim me
sirve una taza de zumo; luego vuelve al armario a por patatas fritas.
Mi padre siempre le dice que no me deje comer
muchas, pero ella no le hace caso. Mi padre dice que nunca le hace caso.
Intento coger la bolsa, pero Pedro se me adelanta y
la sostiene por encima de mi cabeza un momento.
Me sonríe:
—Creía que no tenías hambre.
El agujero del labio parece como un punto que
alguien le hubiera pintado en la cara. Antes llevaba un piercing, de eso me
acuerdo. Siempre le digo que vuelva a ponérselo. Él me dice que no haga caso a Pau.
—Ahora sí. —De un salto, le quito la bolsa de patatas,
que crujen con estruendo en mis manos.
Pedro se encoge de hombros, parece feliz. Cree que
soy muy gracioso, me lo dice a todas horas.
Cuando abro la bolsa, él coge un puñado de patatas y
se las mete en la boca.
—¿No vas a abrir tus regalos antes de pringarte las
manos con las patatas fritas? —Escupe migas al hablar, y Kim pone cara de asco.
—¡Christian! —grita ella llamando a mi padre.
Me da la risa y Pedro finge tener miedo.
Aparto la bolsa de patatas.
—Bueno, ya que me lo preguntas, prefiero abrir los
libros primero.
Pedro se lleva los dos paquetes al pecho.
—Libros, ¿eh? Y ¿qué te hace pensar que te he traído
libros? —dice.
—Porque es lo que haces siempre.
Señalo el más grueso y él lo desliza por la
encimera.
— Touché —responde, aunque no sé lo que significa.
Me olvido de mis modales y rasgo el papel hasta que
aparece una cubierta muy colorida. Es un chico con sombrero de mago.
— Harry Potter y la cámara secreta. —Leo el título
en voz alta. Me va a gustar este libro. Acabo de leerme el anterior.
Cuando miro a Pedro, se está apartando un mechón de
la cara. Estoy de acuerdo con mi padre: necesita un corte de pelo. Lo lleva
casi tan largo como Kim.
Señala el libro:
—De parte de Landon, como el anterior. Le gusta el
pequeño mago.
Mi padre entra entonces en la cocina y suelta una
palabrota al ver a Pedro. Éste le da una palmada en el hombro y Kim les dice
que son como críos. Asegura que yo me comporto con más madurez que ellos.
—Qué cosas más bonitas me dices —comenta mi padre—.
Smith, no te olvides de darle las gracias al amigo de Pau.
Pedro arruga la nariz.
—¿El amigo de Pau? ¡Es mi hermano! —Sonríe y se
rasca los tatuajes de los brazos.
Quiero hacerme tatuajes como los suyos cuando sea
mayor. Mi padre dice que de eso nada, pero Kim asegura que, una vez me
independice, papá no podrá impedírmelo.
Podré hacer lo que me dé la gana cuando sea mayor.
—No es tu hermano de verdad —le digo. Papá me ha
contado que Landon y Pedro no llevan la misma sangre.
La sonrisa de Pedro se desvanece y asiente.
—Ya, pero aun así sigue siendo mi hermano.
Mientras pienso qué quiere decir con eso, Kim le
pregunta a mi padre si tiene hambre, y Pedro examina la cocina. De repente
parece estar triste.
—Tu padre es mi padre. ¿Significa eso que la madre
de Landon es también la tuya? —le pregunto. Pedro niega con la cabeza y mi
padre le da un beso a Kim en el hombro, cosa que, cómo no, la hace sonreír.
Papá tiene ese efecto en ella.
—A veces la gente puede ser familia aunque no tengan
los mismos padres.
Pedro me mira como esperando respuesta. No sé qué ha
querido decir con eso, pero si desea que Landon también sea su hermano, a mí me
parece bien. Landon es muy simpático. Vive en Nueva York, por eso no lo veo
mucho. Pau también vive allí. Mi padre tiene una oficina en esa ciudad. Es
pequeña y huele como a hospital.
Pedro me acaricia la mano y lo miro.
—Que Landon sea mi hermano no significa que tú dejes
de serlo. Lo sabes, ¿no?
Me siento un poco mal porque Kim ha puesto cara de
que va a echarse a llorar y mi padre parece asustado.
—Lo sé —le digo, y miro el libro de Harry Potter—.
Landon también puede ser mi hermano.
Él parece feliz cuando sonríe y yo alzo la vista
para ver si Kim vuelve a poner la cara de antes.
—Claro que puede. — Pedro mira a Kim
y dice—: ¡Pare ya, señora! Por cómo se ha puesto, cualquiera diría que esto es
un velatorio.
Mi padre insulta a Pedro y Kim se aparta cuando él
le tira una manzana a mi padre, que parece un jugador de béisbol por cómo la
coge al vuelo... y le da un mordisco. Todos reímos. Pedro desliza el segundo
libro por la encimera y lo atrapo. El papel de éste cuesta más de romper, y me
hago un corte en el dedo con uno de los bordes. Hago una mueca pero ojalá nadie
se dé cuenta. Si lo digo, Kim hará que me lo lave con agua y jabón y me pondrá
una tirita. Yo quiero ver qué libro me ha traído.
Cuando cae el último trozo de papel, veo una cruz
enorme en la cubierta.
—¿Drácula? —digo en voz alta. He oído hablar de este
libro. Es de vampiros.
Mi padre deja a Kim y rodea la encimera.
—¿Drácula? ¿Es una broma? ¡Si sólo tiene nueve años!
—Estira el brazo para que le entregue el libro.
Le lanzo a Kim una mirada suplicante. Ella aprieta
los labios y le pone mala cara a Pedro.
—Normalmente me pondría de tu parte —dice. Pedro la
llama embustera, pero ella sigue hablando—: Pero ¿Drácula? ¿En qué estabas
pensando? Harry Potter y Drácula... Menuda combinación.
Mi padre asiente y continúa en la misma posición que
antes, como una estatua gigante. Lo hace siempre que quiere demostrar que tiene
razón. Transcurren unos instantes y luego Pedro pone los ojos en blanco y le da
un tirón al cuello de su camiseta negra.
—Lo siento, amigo. Tu padre es un muermo. Empieza
con La cámara secreta y en mi próxima visita te traeré otro...
—Uno en el que no haya violencia —lo interrumpe mi
padre.
Pedro suspira.
—Vale, vale. Sin violencia —dice burlándose de él.
Me río. Mi padre sonríe también y Kim lo abraza.
Me pregunto cuándo volveré a ver a Pedro.
—¿Tardarás mucho en regresar? —le pregunto. Él se
rasca la barbilla.
—No estoy seguro; ¿un mes, tal vez?
Un mes es mucho tiempo, pero el libro de Harry
Potter es bastante largo...
Pedro se me acerca.
—Pero volveré, y siempre que venga te traeré un
libro —me susurra.
—¿Como mi padre hacía contigo? —le pregunto, y él
mira a mi padre. A nuestro padre. Aunque Pedro no lo llama así. Él lo llama
Vance, que es nuestro apellido, pero no el de Pedro. Él se apellida Alfonso.
Ése es el apellido de su padre de mentira.
Cuando intenté llamar a mi papá Vance, me dijo que
si volvía a hacerlo me castigaría hasta los treinta. No quiero estar castigado
tanto tiempo, así que lo llamo papá. Pedro se revuelve en la silla.
—Sí, como él hacía conmigo.
De nuevo se ha puesto triste, creo. Pedro se pone
triste, luego se enfada, a continuación se ríe... Así es él.
Más raro que un perro verde.
—Y ¿tú cómo sabes eso, Smith? —pregunta mi padre.
Pedro se ruboriza y con los labios, pero sin hablar,
dice: «No se lo digas».
Levanto las manos y cojo más patatas fritas.
— Pedro dice que no te lo cuente.
Pedro se da una palmada en la frente y luego me da
un cachete. Kim nos sonríe. Se pasa la vida la mar de sonriente. También me
gusta cuando se ríe, tiene una risa bonita.
Mi padre se acerca a nosotros.
—Aquí el que manda no es Pedro —dice, y comienza a
masajearme los hombros. Me gusta cuando hace eso, es muy agradable—. Dime qué
te ha contado Pedro y te llevaré a comer helado y a comprar raíles nuevos para
el tren de juguete.
El tren es mi juguete favorito. Mi padre siempre me
está comprando raíles, y el mes pasado Kim me ayudó a trasladarlo a una
habitación vacía. Ahora tengo un cuarto entero para mis trenes. Pedro está
sudando la gota gorda, pero no parece enfadado. Decido que se lo puedo contar a
mi padre.
Además, conseguiré más cosas para mi tren.
—Me dijo que le llevabas libros, como hace él.
—Levanto los dos pesados libros—. Y que eso lo hacía muy feliz cuando era un
niño pequeño como yo.
Pedro vuelve la cabeza y mi padre parece sorprendido
al oírlo. Le brillan los ojos y me mira fijamente.
—¿Eso te dijo? —Su voz suena rara.
—Sí —digo asintiendo con la cabeza.
Pedro permanece en silencio, pero me está mirando
otra vez. Se ha puesto rojo como un tomate y le brillan los ojos igual que a mi
padre. Kim se ha tapado la boca con la mano.
—¿He dicho algo malo? —les pregunto.
Mi padre y Pedro dicen que no a la vez.
—No has dicho nada malo, hombrecito. —Papá pone una
mano en mis hombros y la otra en los de Pedro.
Normalmente, cuando intenta hacer eso, él se aparta.
Hoy no se mueve.
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