Divina

Divina

martes, 5 de enero de 2016

After 0 Melissa

MELISSA

Subestimó a la chica la primera vez que la vio. Entonces no sabía nada sobre ella, y aún hoy no sabe mucho. Primero conoció a su hermano y se pasó las noches emborrachándose con él, llegando a conocerlo y a saber lo mala persona que era. Su hermano era una serpiente que reptaba por el campus escogiendo a sus presas como si fuera su terreno de caza personal.

Pero después de observarlo de manera constante, vio que la serpiente tenía un punto débil: su hermana, que era una fuerza de la naturaleza, alta, con el pelo negro como el alquitrán y la piel morena. Conforme empezó a detestar a la serpiente, vio hasta qué punto era intensa su debilidad por ella y cómo la protegía como si no hubiera nada más importante en el mundo, aparte de sus propios deseos retorcidos, claro. Y, tras autoconvencerse de que la serpiente se estaba pasando, de que estaba diseminando su veneno como una orgullosa plaga que había que detener, el chico ideó un plan. Tenía que acabar con esa escoria, y su hermana no era más que una víctima de la guerra.

La casa está muy vacía para ser viernes por la noche. Mi padre está en un banquete celebrando su ascenso en el hospital, y todos mis amigos están en otra fiesta. Ninguna de las dos opciones me atrae.

No me importaría ir a la fiesta si no fuera en la casa de la fraternidad donde suele estar siempre mi hermano. No puedo divertirme allí porque siempre es superprotector conmigo. Qué frustración. Quizá el banquete sea una mejor opción, pero sólo ligeramente. Mi padre, el médico más prestigioso de la ciudad, es mejor médico que padre..., pero se esfuerza. Su tiempo es valioso y caro, y no puedo competir con los enfermos que han pagado esta enorme casa en la que me quejo ahora con sus facturas médicas.

Como me siento un poco culpable, cojo el teléfono y me dispongo a mandarle a mi padre un mensaje para decirle que al final voy a ir. Pero entonces veo que son más de las nueve. El banquete empezaba a las ocho y, si acudo ahora, lo único que haré será interrumpir y darle a la novia joven de mi padre un motivo más para quejarse de mí. Tasha tiene sólo tres años más que yo y lleva saliendo con mi padre más de un año ya. Quizá la aceptaría mejor si no hubiera ido al mismo instituto que ella y no recordara lo zorra que era. O si no actuara como si no se acordara de mí, aunque sé perfectamente que sí se acuerda.

Por muy estúpida que sea conmigo, nunca me quejo a mi padre. Ella lo hace feliz. Sonríe cuando él la mira y se ríe de sus chistes malos. Sé que a ella no le importa tanto como debería, pero he visto cómo mi padre se ha convertido en una versión mejorada de sí mismo desde el día en que llegó a su consulta con un dedo roto y sus tetas firmes. Mi padre llevó lo del divorcio mucho peor que mi madre, que pronto anunció que regresaba a México a vivir con mis abuelos hasta que pudiera mantenerse por su cuenta.

No sé a quién cree que estaba engañando. Recibió una buena suma de dinero con el acuerdo de divorcio como para permitirse comprarse zapatos de cristal para toda una vida.

En lugar de molestar a Tasha y a mi padre, le envío un mensaje a Dan. Está saliendo con una chica que iba al instituto conmigo. A diferencia de mí, ella sigue en el instituto. Mi hermano es protector y leal hasta el extremo, pero es un cerdo. Repito: es un cerdo. 

Siempre intento no meterme en sus jueguecitos con sus citas. Sus amigos también son 
unos cerdos, normalmente más jóvenes e incluso peores que él. Le gusta rodearse de gente tan mezquina como él, así no se siente tan mal. Supongo que quiere ser el rey de las ratas. Dan responde al instante:

Te recojo dentro de veinte minutos.

Le mando un emoticono sonriente y me levanto de la cama para vestirme. No puedo ir con la cara lavada y la camiseta de la WCU que llevo puesta. Debería ponerme más guapa. Sin embargo, debo tener cuidado a la hora de elegir mi atuendo si no quiero pasarme la noche oyendo las protestas de mi hermano.

Rebusco en el armario entre montones de prendas negras y con lentejuelas. Tengo demasiados vestidos. Mi madre siempre me regalaba los suyos después de habérselos puesto una vez. Mi padre intentaba hacerla feliz con vestidos bonitos y deportivos rojos, pero su felicidad nunca llegaba. Cuando iba a marcharse, me ofreció que volviera a México con ella. Pero, por raro que parezca, no pude renunciar a la natación y a mi equipo. Es lo más importante que tengo en Washington. Era lo único, aparte de mi padre y de Dan, que habría echado de menos. Dan se planteó volver, pero no quería dejarme aquí. 

O no podía, dada su constante vigilancia. Después de probarme dos vestidos para volver a meterlos en el armario, me pongo un mono que todavía no he estrenado. Es negro, excepto por unas letritas que tiene en los gruesos tirantes. Es convenientemente ceñido como para lucir mi trasero, pero lo bastante casual como para llevarlo a la fiesta, y me tapa el cuerpo lo suficiente como para que mi hermano no abra la boca. Justo cuando termino de prepararme, oigo el insoportable claxon de Dan, de modo que cojo el bolso y bajo la escalera corriendo. Si no me doy prisa, los vecinos volverán a quejarse del ruido.

Introduzco rápidamente el código de la alarma de seguridad y salgo disparada por la puerta. En cuanto llego al Audi, veo que ha traído a dos de sus colegas consigo.

—Logan, deja que se siente delante —dice Dan.

He estado con Logan un montón de veces, y siempre me ha tratado bien. Intentó tirarme la caña una vez en una fiesta, pero cuando me levanté del sofá y vio que medía al menos diez centímetros más que él, dijo que podíamos ser muy buenos amigos. Accedí a su propuesta riéndome, y sus sutiles bromas me causaron buena impresión. Desde ese momento se convirtió en mi favorito de la pandilla de amigos idiotas de mi hermano.

—Da igual, me siento detrás —digo tan pronto como Logan se desabrocha el cinturón. Me acomodo en el asiento de atrás, donde me encuentro con un tío con el pelo moreno y ondulado que oculta el rostro. Lo lleva hacia un lado en un extraño rollo emo, pero encaja perfectamente con los piercings que luce en la ceja y en el labio. No levanta la vista del teléfono cuando me siento a su lado ni cuando lo saludo.

—Pasa de él —dice Dan mirándome por el espejo retrovisor.

Pongo los ojos en blanco y saco mi propio móvil. Será mejor que me entretenga un poco durante el trayecto.

Al llegar a la casa de la fraternidad, no hay sitio donde aparcar. Dan se ofrece a dejarme en la puerta para que no tenga que caminar. Salgo del coche, pero cuando he cerrado la puerta oigo que la del otro lado también se cierra. Levanto la vista y veo que el tío que estaba conmigo en el asiento de atrás se dirige hacia la casa.

—¡Capullo! —le grita Dan.

El desconocido levanta el puño en el aire con el dedo de en medio levantado.

—Creo que mi hermano preferiría que fueras con ellos —le digo mientras lo sigo por el césped. Un grupo de chicas se lo quedan mirando en cuanto pasamos por delante; una de ellas le susurra algo a otra y todas me miran.

—¿Os pasa algo? —les pregunto mirándolas directamente, con sus caras desesperadas y pintadas como una puerta.

Las tres niegan con la cabeza de un modo que me indica que no esperaban que les llamara la atención.
Pues se equivocaban. No me gustan las rubias remilgadas que se dedican a hablar de los demás para sentirse importantes.

—Seguramente se habrán meado en las bragas —me dice el tío del pelo ondulado.

Su voz es profunda, muy profunda, y juraría haber percibido un acento inglés. Disminuye la velocidad, pero no se vuelve para mirarme. Tiene los brazos repletos de tatuajes. No distingo la forma de ninguno, pero sí que son todos negros, no hay ninguno de colores. Le pega, con los vaqueros negros y la camiseta a juego. Sus botas emiten un ruido sordo al impactar contra el mullido césped.

Intento seguir su ritmo, pero sus pasos son demasiado largos. Es alto, me saca unos cuantos centímetros.

—Eso espero —le digo, y miro a las chicas una vez más.

Ahora están con otra cosa, mirando y señalando a una chica borracha con un minivestido que va dando tumbos cerca de ellas.

El tío no me dice nada más mientras entramos en la casa. No se vuelve para mirarme cuando entra en la cocina ni cuando desenrosca el tapón de una botella de whisky y le da un trago. Siento curiosidad por él, de modo que tan pronto como Dan y Logan llegan al salón, decido sacarles información sobre el desconocido tatuado. Cojo un enfriador de vino de un cubo que hay en el banco de la cocina y me acerco a mi hermano. Está sentado en el sofá, cerveza en mano. Ya huele a hierba, y veo que tiene los ojos rojos cuando me mira.

—¿Quién es el chico del asiento trasero? —le pregunto.

Le cambia la cara.

—¿Quién?, ¿Pedro?

No le ha hecho gracia que le pregunte. Y ¿ Pedro? ¿Qué clase de nombre es ése?

—No te acerques a él, Mel —me advierte Dan—. Lo digo en serio.

Pongo los ojos en blanco y decido que no merece la pena que me pelee con mi hermano por esto. Nunca aprueba a ninguno de mis novios, pero intentó juntarme con su mejor amigo, Jace..., de lejos el más desagradable de todos ellos. Está claro que el criterio de mi hermano es tan inconstante como los subidones y los bajones de su consumo de maría y alcohol.

Cuando da unos golpecitos a un cojín que tiene al lado, me siento y me quedo observando el ambiente durante un rato. El volumen de la música va subiendo poco a poco, y la gente está bebiendo alegremente y de buen rollo.

Unos minutos después, Logan le pregunta a mi hermano si quiere fumarse otro, y yo echo un vistazo a mi alrededor buscando a Pedro. No sé si me acostumbraré a ese nombre.

Y allí está, en la cocina, solo y apoyado contra la encimera. La botella de whisky está mucho menos llena que la última vez que lo he visto, hace unos quince minutos.

«Parece que le gusta la fiesta. Eso es bueno.»

Me levanto del sofá, demasiado rápido, y Dan me agarra del brazo. Será mejor que me invente una buena excusa para salir de la habitación. Si le digo que voy a buscar a Pedro, me seguirá.

—¿Adónde vas? —me pregunta.

—A hacer pis —miento.

Detesto que siempre me invite a estas fiestas y que luego actúe como si fuera mi padre cuando me alejo de su lado.

Se me queda mirando y examina mi expresión para ver si estoy mintiendo, pero doy media vuelta.

Siento cómo me sigue con la mirada mientras atravieso el salón, de modo que me dirijo hacia la escalera. Los únicos cuartos de baño que hay en esta enorme casa están todos arriba, cosa que no tiene ningún sentido, pero así son las casas de la fraternidad. Subo los escalones lentamente y, cuando llego arriba, me vuelvo para mirar a mi hermano. En cuanto me vuelvo de nuevo, me doy de frente con un muro negro.
Pero no es un muro..., es el pecho de Pedro.

—¡Joder, lo siento! —exclamo mientras intento limpiarle de la camiseta la humedad del 
enfriador de vino que llevo en la mano—. Al menos no dejará mancha —bromeo.
Sus ojos son verde brillante y su mirada es tan intensa que me veo obligada a apartar la mía.

—Ja-ja —responde sin rastro de humor.

«Será idiota.»

—Mi hermano me ha advertido que no me acerque a ti —le suelto sin pensar.

Su mirada es tan intensa que me está volviendo loca mantener el contacto visual, pero no quiero rebajarme ante él. Tengo la impresión de que está acostumbrado a eso, y creo que así es como pierdes frente a él. Levanta la ceja en la que lleva el piercing.

—¿En serio?

«Sí, definitivamente tiene acento inglés.» Quiero comentar algo al respecto, pero sé lo mucho que fastidia que la gente señale tu manera de hablar. A mí me lo hacen todo el tiempo. Asiento, y el británico abre la boca para hablar otra vez.

—Y ¿eso por qué?

No lo sé..., pero quiero saberlo.

—Debes de ser muy malo para no gustarle a Dan —bromeo.

No se ríe.
Me pongo tensa. La energía de Pedro me tiene atrapada.

—Si aceptamos juicios de valor por su parte, estamos todos jodidos —responde.

Mi primera reacción es contradecirlo, decirle que mi hermano no es tan malo, lo que pasa es que la gente no lo entiende. Debería defenderlo contra ese insulto.

Pero entonces recuerdo el día en que toda la familia de la última novia de Dan se presentó en casa.

La pobre chica preñada estaba escondida detrás de su furioso padre. El mío le firmó un cheque y todos desaparecieron con mi sobrina o sobrino y nunca volvimos a saber de ellos. Algo en mi interior me dice que hay algo muy oscuro en mi hermano, pero me niego a reconocerlo.

Con mi madre tan lejos y mi padre tan pegado al culo de Tasha, Dan es todo lo que tengo. Me echo a reír.

—Claro, y seguro que tú eres mucho mejor.

Pedro levanta su mano tatuada y se aparta el pelo de la frente.

—No, yo soy peor.

Me mira directamente a los ojos, y algo en mi interior me dice que habla en serio. Percibo la advertencia en sus palabras y, sin embargo, cuando me ofrece la botella medio vacía de whisky, bebo un trago.

El alcohol arde con tanta intensidad como sus ojos...


Y tengo la sensación de que Pedro está hecho de gasolina.

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