Divina

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martes, 12 de enero de 2016

After 0 Parte 3

DESPUÉS

Al fin se estaba convirtiendo en el hombre que jamás imaginó que pudiera ser. Canalizó su ira en la escritura y estaba empezando a sentirse orgulloso de la persona que era. Ella era la única razón por la que su vida era así y, si fuera posible, se arrodillaría y le daría las gracias por cada segundo. Ella se quedó con él hasta que dejó de ser bueno para ambos y luego le dio tiempo para que pusiera orden en su vida él solo. Apoyó sus decisiones un mes tras otro y nunca dejó de hacerle sentir que tenía que aspirar a más.

Durante ese tiempo, cada mes que pasaba sobrio, recibía una postal por correo, a la antigua usanza, con el nombre de ella y un corazón. Él la conocía lo suficiente para estar seguro de que los dos años que pasaron separados no debieron de ser fáciles para ella. 

Para ella fue un infierno; para él, un purgatorio eterno.

Cuando las palabras manuscritas de su archivador se convirtieron en líneas en una página impresa, ella tardó una semana en llamar.

Él sabía que había leído el libro y estaba seguro de que se había pasado la semana dando vueltas por el pequeño apartamento que compartía con su hermano. Él acababa de trasladarse a un lugar nuevo, se estaba adaptando a una ciudad donde siempre hacía viento, con edificios altos y un exceso de perritos calientes y béisbol. No se sentía en casa a pesar de que ella lo visitaba más a menudo de lo que él merecía. Así pasaba los días, trabajando, esperando una llamada o un correo electrónico de ella, haciendo planes para cuando volviera a verla de nuevo. A medida que se hacía digno de ella, empezó a gustarle el hombre que veía por las mañanas en el espejo.

Cuando transcurrió la semana y ella por fin llamó, la voz se le quebró al pronunciar la primera palabra, y a él le costó encontrar la frase adecuada. Quería hacerle entender que no había dos personas en el mundo que estuvieran tan hechas la una para la otra como ellos dos. Ella lo felicitó por su libro, aunque con una comedida distancia. Él empezó a cansarse, a preguntarse si aquélla iba a ser su vida: solo en un apartamento de un edificio residencial, alimentándose de comida para llevar mientras veía reposiciones de «Friends».

Semanas después, el corazón casi se le salió del pecho cuando ella llamó para decirle que iba a visitar la ciudad en la que él vivía, que iba a asistir a una boda y necesitaba acompañante. Bailó con él toda la noche y yació debajo de él, en su cama, durante tres días... Hasta que se marchó, llevándose su corazón consigo.

La vez siguiente fue él quien la visitó, en la caótica ciudad de Nueva York, y se quedó impresionado con su nueva vida. Aunque echaba de menos un sitio en ella. A ella le iban bien las cosas: tenía amigos y familia. Él tenía una vida imaginaria con ella y estaba esperando a que ella cambiara de parecer para poder hacerla realidad. Él creía que era su única oportunidad de tener una vida plena y siguió demostrándole que era mejor persona de lo que solía ser. Mucho mejor. Mucho más vivo.

En cierto momento, su desarrollo como ser humano y cómo se traslucía éste en su comportamiento con los demás empezaron a hacerlo sentir valioso, y con eso llegaron responsabilidades mayores. A su hermano le rompieron el corazón y él se aseguró de estar disponible para hablar y para ayudarlo a superarlo. De repente le era útil a su familia, en las cosas grandes y en las pequeñas.

Fue el padrino en la boda de su hermano. Ella estaba allí, resplandeciente por el amor que sentía por él y, de algún modo, los dos se dieron cuenta, afortunadamente, de que la separación había llegado a su fin. Ambos eran ya adultos capaces de enfrentarse juntos al mundo. Él había dejado de ser egoísta; ella al fin sabía quién era. Les había hecho mucho bien pasar un tiempo el uno sin el otro, pero estaban listos para comenzar su vida en compañía mutua.

Juntos sufrieron una devastación mayor de la que se habían causado entre sí en años anteriores, y a veces no sabían si conseguirían salir adelante. El día más triste de todos, cuando él desmontó la habitación del hijo que habían perdido, se preguntó si era un castigo, si sus pecados pasados eran la razón por la que tenían que afrontar semejante pérdida.

El día que nació su primer hijo, también lo hizo él. Había vuelto a nacer, a estar vivo. 

Había recorrido un largo camino y había cambiado. Le fue posible alcanzar un nivel más 
profundo y más elevado de amor y comprensión. Los dedos de la pequeña eran diminutos, pero se le clavaron en el corazón. Había visto transformarse, primero en mujer y después en la madre de su hija, a la chica a la que había amado durante años. No había nada más hermoso...

Hasta que fue madre por segunda vez, la madre de su pequeño.


A medida que sus hijos se hacían mayores, este hombre nuevo y esta mujer se sentían, de algún modo, más jóvenes y volvían a enamorarse el uno del otro a diario. Él se sentía afortunado, dichoso, tremendamente orgulloso de la vida que habían construido juntos. 

Le costaba creer la suerte que había tenido.

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