Divina

Divina

sábado, 9 de enero de 2016

After 0 Capitulo 9


Lo sintió en el momento en que los labios de ella rozaron los suyos por primera vez. Sintió que algo se revolvía en su interior, en un lugar profundo, escondido y cubierto de polvo. No recordaba que nadie hubiera llegado nunca hasta él, probablemente nadie lo había hecho hasta entonces. Ella lo despertó, le trajo la luz y la risa y el anhelo y, en el instante en que sus labios se encontraron, supo que jamás volvería a ser el mismo.

Pau me ha echado agua en la cara y ha salido de mi habitación resoplando, refunfuñando y poniendo los ojos en blanco. Sin embargo, aquí estoy, siguiéndola escaleras abajo apenas unos minutos después de haber estado sentado en mi cuarto, lloriqueando como un niño que tiene una pataleta por su juguete favorito.

Sólo que Pau no es mi juguete favorito. Brilla demasiado, está demasiado nueva para que mis sucias manos jueguen con ella.

Únicamente trataba de animarla, de alegrarla, pero es evidente que he fracasado. Debería haber sabido que sacar el tema del pardillo de su novio iba a ponerla de mal humor.

Es una pesada. Se cree superior y cambia de humor con el viento. Demasiado sensible, la verdad, y me cabrea que no veas. ¿Quién le tira la bebida, aunque sea agua, a alguien a la cara? Para alguien que se cree tanto he de decir que se comporta como una mocosa engreída.

Cuando llego al pie de la escalera Pau está en la cocina, bebiendo de una botella de licor. Está buscando a alguien con la mirada y, mientras la observo, me suena el móvil en el bolsillo:

Esta noche le toca a Karen preparar la cena, por si te apetece venir. Tengo que hablar contigo de algo. No has respondido a ninguno de mis mensajes, así que he pensado que, si te escribía a las tres de la madrugada, al menos te pillaría despierto.

¿Quiere hablar conmigo de algo? Tengo cosas mejores que hacer, como enseñarle a Zed quién es aquí el rey del mambo. Vuelvo a mirar hacia donde Pau está de pie y veo que Zed está ahora con ella.

Cómo no, ese cretino aparece a su lado en cuanto doy media vuelta.
Ella sigue bebiendo. No debería beber tanto. Mañana estará hecha mierda. Aunque, claro, así es como Zed planea ganársela.

—¿A que son una monada? —oigo que dice alguien. Tengo a Steph al lado, con un calimocho en la mano. El pelo rojo alborotado le enmarca la cara.

Miro a Zed y a Pau otra vez, aunque ahora me fijo en cómo ella suspira mientras lo mira directamente a los ojos. Parece estar cómoda, tiene los hombros relajados y una mirada dulce. Nada que ver con cuando está conmigo. No conoce a Zed mejor de lo que me conoce a mí, ¿a qué se debe la diferencia? ¿Será porque, al contrario que yo, él se apoya en la encimera sin dejar de mirarla a los ojos? Él no deja que sus tetas lo distraigan. Se acerca a ella y ella le sonríe. Parece que está haciendo de poli bueno, ya que yo soy el poli malo.

Maldición, lo hace mucho mejor de lo que imaginaba.

Pau mira hacia la puerta y Steph da un paso atrás y me tira del brazo. La aparto.
Tiene los ojos inyectados en sangre, sus pupilas son diminutos puntos negros en un mar rojo.

—No le digas que estoy aquí. Estoy harta de hacer de niñera —dice poniendo los ojos en blanco.

Steph ni siquiera intenta aparentar ser simpática cuando Pau no está presente. Es una arpía de primera.

Una rubia borracha con un vestido reventón pasa junto a mí y me guiña el ojo. Me acuerdo de ella... ¿Creo?

—La has traído tú —le recuerdo a Steph como sin darle importancia. Esto no me interesa lo más mínimo. Ni siquiera estoy seguro de por qué he mencionado el tema.

—¿Y? Por esta noche ya he tenido bastante, y es para que vosotros dos juguéis con ella, ¿recuerdas? —Se encoge de hombros y se aleja. Vale...

—¡Vas a perder si te quedas ahí como un pasmarote! —grita Steph al llegar a la puerta principal mientras coge del brazo al raro ese del que tanto se quejaba la semana pasada. 

¿Voy a perder?
Por favor... Ni de coña.
Pero tampoco voy a quedarme pasmado en el umbral.

Vuelvo al salón y encuentro un hueco en el sofá. Esperaré a que venga a buscarme. 

Acabará por hartarse de Zed y de sus rollos sobre ciencias y plantas y salvar el mundo con flores de colores y toda esa mierda. Supongo que él se lo cree, tal vez. Con ese pavo nunca se sabe. Lo más probable es que sepa, en el fondo de su subconsciente, que sólo las plantas lo aguantan. Como era de esperar, Pau llega al salón, con Zed pegado a sus talones como si fuera un perrito faldero. Ni siquiera se da cuenta de que estamos en la misma habitación cuando se sienta en el suelo con mi pandilla a pocos metros de mí.

Siento un apretón en el bíceps y me vuelvo justo cuando la rubia de hace un momento me rodea el torso con los brazos y me estrecha con fuerza.

—Pedroooo... —dice con tal cadencia de borracha que de repente no sé si quiere meterme mano o que la habitación deje de dar vueltas—. Me alegro mucho de volver a verte, pero aún me alegra más volver a sentirte... 

La aparto un poco intentando que me suelte. Pero el alcohol la ha convertido en un pulpo insistente y vuelve a pegárseme. Al final, me siento junto a uno de los «hermanos» de la fraternidad cuyo nombre nunca consigo recordar y paso uno de los brazos de la borracha por sus hombros. No falla, el resto de su cuerpo lo sigue, y dice arrastrando las palabras:

—S-Steeeve, cuánto tiempo sin verte... —mientras yo desaparezco.

Me cabreo más con la noche con cada paso que mis botas dan sobre la moqueta llena de manchas. 

—¿Hay autobuses toda la noche? —oigo preguntar a Pau, que ya no está achispada, sino borracha como una cuba.

Tiene la voz más gruesa. Observo sus labios, el inferior sobresale más que el superior. Habla muy despacio, casi arrastra las palabras.

Me obligo a dejar de escuchar y a regresar a la cocina. No es problema mío, no tengo por qué preocuparme de si se emborracha o no. Menos de diez segundos más tarde, doblo la esquina y vuelvo al salón. Mis pies se detienen frente a donde Pau está sentada en el suelo.

Al verme, la mocosa arrogante pone los ojos en blanco. Parece que lo hace muy a menudo. Pero no con Zed. A él no se lo hace nunca.

—¿Zed y tú...? —Arqueo una ceja y ella trastabilla al ponerse de pie. ¿Cuánto ha bebido? 

Tiene la mirada clara en el momento en que encuentra la mía. No sabría decirlo.
La cojo del brazo cuando me empuja para pasar.

—¡Suéltame, Pedro! —Sus brazos vuelan en el aire e intento no reírme de su dramatismo. Sus ojos recorren la habitación como si estuviera buscando algo que arrojarme—. Sólo le estaba preguntando por el autobús.

Me da un empellón con el hombro y sigue andando. La cojo con cuidado del brazo para estabilizarla.

—Relájate... Son las tres de la madrugada. No hay autobuses. —La suelto y observo cómo asimila el dato—. Tu recién estrenado estilo de vida ha hecho que te quedes aquí tirada otra vez.

La cosa tiene gracia. Insiste en que odia este tipo de ambiente y, sin embargo, va a pasar de nuevo la noche aquí.
Me mira inexpresiva, con unos ojos como platos y un mohín en los labios. Me tomo un momento antes de echar sal en su ego herido.

—A no ser que quieras irte a casa con Zed... —Señalo con la cabeza hacia el salón y ella frunce el ceño.

Echa a andar sin mediar palabra.

¿Qué sentido tiene? ¿Por qué sigo intentando sacarla de quicio? No tiene ningún sentido, y la verdad es que es una pérdida de tiempo. Parece que jugar se le da tan bien como a mí.

Cuando vuelvo a mi habitación, cojo un libro de la estantería, me quito la camiseta, la tiro al suelo y añado mis vaqueros al montón de ropa tirada. Abro la novela por una página al azar y empiezo a leer:

¿De qué podían servir mi enojo ni mis protestas para vencer aquella pueril credulidad? Nos separamos enfadadas aquella noche, pero al día siguiente ya me tenía usted camino de Cumbres Borrascosas, escoltando la jaca de mi testaruda señorita. No pude soportar el espectáculo de su tristeza, su palidez, sus ojos hinchados ni su decaimiento. Cedí, alimentando la débil esperanza de que el propio Linton ratificara con su manera de recibirnos el poco fundamento que en realidad tenía el relato hecho por su padre.

Una Catherine rubia está sentada en el linde del páramo con el pelo recogido con un lazo rojo como la sangre que corre por sus venas. No pensaba, estaba perdida. Se volvió hacia él y su voz resonaba en el aire que los separaba.

—¿Pedro?

La voz de Catherine es fuerte, tanto que se escapa de mis sueños. ¿Estoy soñando?

—¡Pedro! ¡Pedro, abre la puerta, por favor!

Salto de la cama, confuso y asustado al ver moverse el pomo. Golpean la puerta con los puños. 

—¡Pedro! —grita de nuevo la voz.

«¿Ésa es...?»

Descorro el pestillo y abro. Pau está ahí de pie, con cara de espanto y la mirada aterrorizada. Se me eriza el vello de la nuca y entro en modo defensivo.

—¿Pau? —Me froto los ojos para ver mejor, intentando disipar el sueño, centrarme en lo que está pasando.

—Pedro, ¿puedo pasar, por favor? Ese tipo... —Pau echa la vista atrás, hacia el pasillo. 
Salgo a ver a qué le tiene tanto miedo.

Neil camina hacia nosotros, con los ojos inyectados en sangre y la camisa manchada. Es asqueroso. Y, cuando tropieza contra la pared, me doy cuenta de lo pedo que va. ¿Por qué está huyendo de él? ¿La habrá...?

Los ojos de Neil encuentran los míos y se detiene en el acto. Si sabe lo que le conviene, dará media vuelta y se largará por donde ha venido. Si no, Pau y todos los que están en el pasillo, toda esa gente que no parece querer ayudarla, van a ver el espectáculo en primera fila. La miro un instante para asegurarme de que el tío no le ha hecho nada que me obligue a esconder su cadáver cuando llegue la policía.

—¿Lo conoces? —me pregunta con la voz rota.

Noto que las manos me tiemblan en los costados.

—Sí, pasa. —La hago entrar en mi cuarto y me siento en la cama. Sus ojos grises me 
observan con intensidad, y vuelvo a frotarme los ojos—. ¿Estás bien? —le pregunto.

Parece estar bien, un poco nerviosa, pero no está llorando. Buena señal... O eso creo.

—Sí... —dice en voz baja—. Sí. Siento haber venido aquí y haberte despertado. Es que no sabía que... —añade a toda velocidad con voz trémula. ¿Se está disculpando por haberme despertado?

Me paso la mano por el pelo para apartármelo de la frente.

—No te preocupes. —Noto que le tiemblan las manos, igual que a mí, y hago la pregunta que da vueltas en mi cabeza desde que he abierto la puerta—: ¿Te ha tocado?

Ideas asesinas flotan en mi mente. Nadie echaría de menos a Neil, eso fijo.

—No —empieza a decir; luego titubea—. Pero lo ha intentado. No sé cómo se me ocurre encerrarme en un cuarto con un desconocido bebido. Supongo que ha sido culpa mía.

«¿Culpa suya? ¿Está tonta?»

—No ha sido culpa tuya que haya hecho eso. No estás acostumbrada a este tipo de... situación. — Intento mantener la voz calmada y no asustarla más.

He visto cómo les pasaba lo mismo a muchas chicas. A mi madre, a chicas que bebían demasiado en una fiesta... El año pasado tuve que salvar el culo borracho de Molly de las garras de Neil. Pensaba que había aprendido la lección cuando le rompí la nariz y le disloqué el hombro. Pero no. Se ve que necesita que le refresquen la memoria. Logan ayudará, igual que la última vez.

Pau se acerca a mí y le doy unas palmaditas al colchón. Se sienta a mi lado y coloca las manos en el regazo. Al ver su expresión de vulnerabilidad, me doy cuenta de que sólo llevo puesto el bóxer negro. Quiero ponerme algo más de ropa encima, pero no quiero darle importancia y tampoco quiero que se sienta incómoda. Ha venido huyendo de lo mismo, en busca de paz.

—No tengo intención de acostumbrarme. Ésta es definitivamente la última vez que pienso venir aquí, o a cualquier fiesta. No sé ni por qué lo he intentado. Y ese tipo... ha sido tan...

Se estremece y empiezan a rodarle las lágrimas por las mejillas.

—No llores, Pau —susurro, y llevo la mano a su mejilla.

Mi pulgar atrapa las lágrimas húmedas a medida que caen. Se sorbe los mocos. Es un sonido tan inocente y vulnerable que intento apartar la vista. Pero no puedo.

—No me había dado cuenta de lo grises que son tus ojos —confieso.

Hasta ahora no he prestado mucha atención a los detalles más allá de sus tetas y lo susceptible que es a mis jueguecitos. He estado demasiado ocupado, he sido muy superficial.

Llevo prestando atención a los detalles más insignificantes de esta chica desde el momento en que la vi.

Mi mano sigue contra su mejilla y ella continúa mirándome con sus labios carnosos entreabiertos. Me llevo el piercing del labio a los dientes y tiro de él como hago siempre. Tiene la mirada fija en mi boca y, cuando aparto la mano, se acerca y pega la suya a la mía.

Cojo aliento, me ha pillado por sorpresa. ¿Qué está haciendo? ¿Qué cojones estoy haciendo? Pero no me detengo. No puedo parar. Recorro sus labios suaves con la lengua. Me trago sus pequeños gemidos mientras le cojo las mejillas con las manos. Suspira en mi boca, como si se sintiera aliviada al besarme, y mis manos descienden a sus caderas.
Cuando noto el vodka en su lengua, me aparto.

—Pau... —susurro en su boca.

Ella suspira y acaricio sus labios con la lengua, separándolos de nuevo. Trago saliva e intento pensar con claridad. ¿Cómo hemos llegado a esto? Me siento tranquilo, lo opuesto al fuego que arde en mí. Es agradable. Alivia la quemazón constante. Nunca antes me había sentido tan calmado. Es aterrador.

Mi mente ya no está al mando. La sensación de su boca en la mía es más fuerte que el sentido común. La acerco más a mí, estrecho con fuerza sus caderas y me tumbo en la cama. Se encarama a mi torso y apoya las manos en mi pecho. Su lengua provoca a la mía sin salir nunca de mi boca. Esto se le da bien. Joder, se le da muy bien.

Su pelo cae sobre mi piel y aparto la boca de la suya. El gemido quejumbroso que brota de sus labios cuando lo hago me la pone dura al instante. Me desea. Sus manos suben y bajan por mi pecho, poniendo a prueba sus límites, lo sé.

No dejaré que vaya demasiado lejos. Esta noche no. Ha estado bebiendo y a mí ese rollo no me va. La deseo a ella, joder, quiero follármela una y otra vez. Voy a sentirla, toda entera. Pero esta noche no. Es virgen, pero ¿hasta dónde habrá llegado con su novio? ¿La habrá tenido él así, tumbada encima moviendo las caderas, tentándolo sin piedad y él sólo con los calzoncillos puestos? ¿Es así con él y luego ante el mundo parece una estrecha y una puritana?

¿El novio habrá recorrido con la lengua la suave piel de su cuello? Por cómo se le altera la respiración bajo las caricias de mi lengua, yo diría que no. Gime, la sujeto del pelo y le beso el cuello. Bajo la boca, le mordisqueo la clavícula y ella gime otra vez, susurrando mi nombre. Atraigo su boca a la mía y ella sigue moviéndose encima de mí. Sé que nota lo dura que se me ha puesto, lo mucho que la deseo.

—Pedro..., para —gime sin que su lengua deje de bailar con la mía—. ¡Pedro! —repite.

Me aparto y la miro. Tiene los labios hinchados, rosados y pecaminosos. Y la mirada salvaje.

—No podemos hacerlo —dice. Sus dedos abandonan mi piel y la quemazón se convierte en hielo. Sabía que no iba a durar. Ha sido el calentón del momento. Un momento que me habría gustado que durara más, pero todo tiene un final. Me apoyo en los codos y ella rueda lejos de mí, al otro lado de la cama.

—Lo siento. Lo siento. —Tiene la voz grave, rasposa, y no parece que lo sienta en absoluto a juzgar por lo agitado de su respiración y el modo en que no puede apartar la vista de mi boca.

La miro y pienso en un libro que leí sobre un pueblo en que las mujeres deciden dejar de disculparse en su vida cotidiana. Lo interesante era que se dieron cuenta de que el noventa por ciento de las veces que pedían disculpas lo hacían por cosas que no eran culpa suya. 

Pau encajaría a la perfección en ese pueblo.

—¿Qué es lo que sientes? —digo todo lo calmado que puedo, y me levanto mientras ella me mira de arriba abajo y al bóxer y se ruboriza.

—Haberte besado...

¿Por qué tiene que disculparse por haberme besado? Si no quiere nada conmigo, yo tampoco quiero nada, pero no le he dado la menor indicación de que no quisiera lo mismo que ella. 

—Sólo ha sido un beso; la gente se besa sin parar —replico. Mantengo un tono neutro a propósito, no quiero que se sienta aún peor.

Ya se está arrepintiendo y está a punto de salir corriendo. Lo sé, y, si lo hace, tendré que ir detrás de ella. No puedo abandonar nada más empezar la partida, cuando ya he hecho progresos. He sentido sus manos en mi cuerpo, he saboreado su lengua. La he hecho jadear, querer más. Ahora voy ganándole a Zed y no puedo estropearlo. Va a hacer una montaña de un grano de arena. Si la consuelo, es probable que confíe en mí, y esa confianza me dará la oportunidad de llegar aún más lejos la próxima vez. Se queda mirando el suelo. Otra vez. ¿Tanto se arrepiente que ni siquiera puede mirarme a la cara? 

Esto no me gusta un pelo.
No puede estar arrepintiéndose ya. Si no lo supera, estoy bien jodido, y Zed ganará.

—¿Te importaría que esto no saliera de aquí? —pregunta Tessa.

—Créeme, yo tampoco quiero que nadie se entere de esto. Deja de hablar de ello.

Hace una mueca al oír mis palabras y desearía poder retirarlas. Esto se me da de puta pena. 

—Vaya, veo que vuelves a ser el de siempre. —Se le aguza la mirada, preparándose para la batalla. Quiero contestarle lo que se merece, pero me contengo.

No sabe nada de mí. Me cabrea que piense que, después de habernos visto tres veces, se crea que es la gran experta en Pedro Alfonso. Se cree mucho mejor que yo y la aterra que la gente se entere de que me ha besado porque... pues porque yo soy como soy y ella es doña Perfecta. No puedo contenerme más.

—Nunca he sido otra persona —le digo—. No vayas a pensar que porque me hayas besado, básicamente en contra de mi voluntad, ahora tenemos alguna especie de vínculo.

Puedo sentir cómo mis palabras le caen como un jarro de agua fría y se pone de pie. La ira brilla en sus enormes ojos. Una Juana de Arco contemporánea, lista para quemarme en la hoguera.

—Podrías haberme parado —masculla. Aprieta los puños, se creerá que están hechos de fuego. Mi boca reacciona antes de que pueda pensar en algo que decir, y replico:

—Habría sido difícil.

Pau suspira y se cubre la cara con las manos. Miro hacia otro lado. Es muy visceral, y eso no es lo más raro. Supongo que ser visceral es normal, pero es que ella no se corta un pelo. No soy amigo suyo ni tampoco un pariente, y ahí está, exhibiendo sus emociones como si nos conociéramos de toda la vida. No le da miedo mostrarme cómo se siente, no le importa quedar así de expuesta.

Paula Chaves es un misterio que me vuelve loco. Es tan frágil y tan abierta..., y a la vez es reservada y aguda como un punzón. No logro entenderla. Es muy extraño. La facilidad con la que me permite verla así es un poco tierna pero, aun así, sigue siendo muy raro.

—Puedes pasar aquí la noche, ya que no tienes adónde ir —le ofrezco en voz baja.

Pau menea la cabeza, con las manos en las caderas, y me lanza cuchillos con la mirada. Quiero decirle que tal vez sienta ser tan borde con ella, que puede que a veces diga chorradas que debería callarme, pero ¿para qué malgastar fuerzas con una desconocida? Ni me conoce ni va a conocerme.

—No, gracias.


Cuando desaparece por el pasillo, me agarro al marco de la puerta y en silencio le deseo que duerma bien. Sé que yo no voy a pegar ojo. 

—Pau —digo en voz baja, sin estar muy seguro de si quiero que me oiga.

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