Toda novela representa al héroe romántico a su manera. La mayoría emplea el clásico recurso del que todos estamos ya cansados: el triángulo amoroso. Wickham mintió sobre el padre de Darcy para granjearse el afecto de Elizabeth. Jay Gatsby invitó a cenar y a beber a Daisy Buchanan, ofreciéndole una vida que Tom, su marido, no podía proporcionarle. Linton era la opción más segura para mi heroína favorita, Catherine Earnshaw, quien lo prefirió antes que una vida de pasión destructiva con Heathcliff.
Incluso un hombre lobo de piel bronceada intentó ganarse el corazón de la ingeniosa Bella Swan, pese al vampiro centenario y conquistador de ojos azules.
Está más visto que el tebeo y, como lo había vivido en tantas historias, le hizo gracia verse inmerso en un triángulo amoroso de verdad. En su historia, el chico malo con aspiraciones de santo y problemas con su padre intenta mantener a la virgen, inocente y testaruda, lejos del chico moderno y emocional que quiere salvar las flores y el planeta en un solo día. En los clásicos, estos personajes casi siempre acaban muertos, o trayendo al mundo bebés que son mitad vampiro, pero todos tienen un tema común: uno de los dos rivales nunca tiene la menor oportunidad y, en lo que a su relación respecta, él nunca supo si ser importante para ella significaba que al final alcanzaría la victoria.
Aun así, cumplen su papel. Son los otros, los chicos que vuelven al ruedo después de haber perdido ante el evidente ganador.
Otra fiesta. Otra fiesta donde hay demasiada gente que hace exactamente lo mismo en días distintos.
La bebida se sirve en vasos de plástico rojo y la música retumba en todas las habitaciones. Cada persona junto a la que paso parece más aburrida que la anterior, por eso se me hace raro que a esta fiesta de vuelta a las clases haya aún más gente que en la del año pasado.
¿De dónde han salido? ¿Es que están todos tan aburridos de mirarse el ombligo que tienen que aferrarse a un grupo y fingir que tienen una vida social fabulosa? Comienzo a entender que la universidad consiste en eso. Washington es muy diferente de Florida, el lugar en el que me crie, pero las universidades parecen ser iguales en todas partes.
—Tengo que mear —me quejo al aire mientras me apoyo en la pared que hay junto a la puerta del cuarto de baño.
Momentos después, una chica bajita con el cabello rubio por los hombros sale del servicio. Lleva una blusa de manga larga que le envuelve las sinuosas curvas de sus caderas a la perfección, a pesar de que lleva unos vaqueros demasiado grandes, tipo árabe.
—Disculpa —dice, y sonríe mirando a la moqueta mientras maniobra para salir al pasillo.
Entro en el baño y cierro la puerta. Huele a ambientador de vainilla. Me marea un poco, así que me doy prisa en mear, lavarme las manos y abrir la puerta... y encontrarme con una muchedumbre de chicas. Una de ellas me mira de arriba abajo con ojos golosos, admirando mis facciones. Casi puedo leerle la mente. Abre la boca para hablar, pero detrás de ella veo a la rubia de las caderas de vértigo, de pie en lo alto de la escalera. Se lleva la mano al bolsillo de atrás pero la saca vacía, se pasa la lengua por los labios y pone los ojos en blanco. Tiene carácter, se nota desde aquí. Me he prometido no intentar nada con nadie durante un tiempo después de lo de Pau, pero de repente estoy andando en dirección a la rubia. No busco nada serio, aunque me vendría bien un poco de conversación. Mientras me acerco, observo cómo su pequeña mano rodea el poste de metal con delicadeza. Doy un par de pasos más hacia ella para poder verla mejor y ella baja la escalera despacio y con cuidado pese a que lleva zapatillas deportivas. Tiene una buena mata de pelo que le llega hasta la cintura. Está buscando algo entre la multitud. Es consciente de dónde está, lo sé por cómo examina una a una todas las caras. ¿Estará buscando a alguien? Se muerde el labio superior y decido hablarle. Lleva el dobladillo de los vaqueros remangado, dejando a la vista una estrella en su tobillo.
—¿Buscas a alguien? —le pregunto.
Cuando se vuelve veo que tiene unos ojazos marrones enormes, casi demasiado grandes para su cara, ya que hacen que parezca un poco asustada.
—Estaba buscando a mis amigos, pero creo que se han ido. —Frunce el ceño.
—¿Quieres que te ayude a buscarlos? —me ofrezco.
Sin dejar de examinar la estancia, levanta la mano y le quita la gorra de béisbol a un tío que pasa junto a nosotros. Él gruñe y ella sonríe, sólo un pelín avergonzada y un tanto desesperada.
La miro preguntándome por qué habrá hecho eso.
—Mi amigo John lleva una gorra como ésa —explica. No sé si es tímida o agresiva, pero quiero averiguarlo.
—Y ¿no puedes llamarlos? —le pregunto.
—No, mi móvil va en el bolso de mi amiga —dice con un suspiro—. No quería llevar bolso hoy. Sabía que no debería haber venido. No me van las fiestas —añade un poco más alto, y empieza a gesticular con las manos—. Pero Macy no paraba de insistir y de suplicarme que viniera. «Lo pasaremos bien», dijo. «Nos quedaremos sólo una hora», dijo. Con un pequeño bufido, arruga la nariz y tengo que morderme el labio para no soltar una carcajada.
Ella se ruboriza avergonzada.
—¿Qué?
—Nada —miento. Es muy mona—. ¿Te apetece una copa?
—No suelo beber —dice en voz baja.
—¿Nunca?
—Bebo alguna vez, pero desde luego no con extraños en fiestas multitudinarias.
—Parece sensato. —Sonrío para que sepa que me parece genial que no sienta la necesidad de emborracharse como las demás chicas que hay en la fiesta. Ni como los chicos, que también van finos.
—Puedo divertirme sin tener que pillar un ciego.
—Muy bien —asiento. Cada vez la encuentro más atractiva—. Oye, si quieres puedo traerte un vaso de agua, o un refresco, y puedes quedarte conmigo y con mis amigos hasta que encuentres a los tuyos.
—No sé, yo... —Echa un vistazo al salón lleno de desconocidos—. No conozco a nadie, y en las fiestas como ésta no suele pasar nada bueno.
Se queda mirando a dos borrachos que rodean a un grupo de chicas con vestidos minúsculos. No va desencaminada.
Nate me saluda desde la otra punta de la estancia y
yo miro de nuevo a esta chica tan misteriosa.
—Bueno, si te cansas de estar aquí sola, eres
bienvenida en nuestro grupo. —Señalo a mis amigos y observo cómo abre los ojos
al ver la cantidad de tatuajes que llevamos todos—. Son más simpáticos de lo
que parece —insisto.
Cuando sonríe con incredulidad, añado—: Bueno, la
mayoría. Me sorprende al soltar una pequeña carcajada y seguirme a donde están
ellos. Tristan se levanta para dejarle sitio en el sofá y ella le da las
gracias con educación. Hacía tiempo que no lo veía, pero me alegro de que haya
vuelto de Luisiana, soltero y oficialmente libre de las mentiras de Steph.
—¡Por el último año de universidad! —Alza la copa.
—Qué suerte tenéis. A mí aún me faltan dos
—refunfuña Nate.
La chica con la que está saliendo (Briana, creo que
se llama) pone los ojos en blanco y masculla algo así como «Qué exagerado»,
coge el vaso de Nate y le da un trago.
—Tendría que haber hecho un ciclo formativo. —Echa
la cabeza atrás y la chica lo mira divertida —. La universidad es una puta
mierda.
—Ya te dije que deberías haber aceptado el puesto de
aprendiz en el local de tatuajes —lo regaña. Él pone cara de estar harto y le
baja el fino tirante del vestido. Lleva descubierta la mitad de su piel morena,
pero estoy segura de que a Nate no le molesta.
—Lo estoy pensando —dice él. La verdad es que parece
una buena opción, porque le está costando un mundo acabar la universidad.
—En fin, ya basta de pensar en el futuro. ¿Quién es?
—Molly señala a la chica que he conocido en el pasillo.
—Os presento a... —La miro pidiendo ayuda. Se me ha
olvidado preguntarle su nombre.
—Paulina —dice, y detecto un leve acento del que no
me había percatado antes.
Maldita sea.
—Dime que es una broma. —Molly se echa a reír y se
reclina contra Logan.
—Bonito nombre —se burla Jace lamiendo el borde del
papel de fumar que tiene en las manos.
—¿Te apetece jugar a una cosa, Pauli? —dice Molly
con un tono de voz que conozco muy bien —. ¿Verdad o desafío? —Me mira y yo
niego con la cabeza.
—No, nadie quiere jugar a esa tontería. —Le lanzo a
Molly una mirada asesina.
Pauli no entiende lo que ocurre, y parece nerviosa y
un tanto incómoda.
—Venga... Apuesto a que será divertido —dice Jace.
Molly asiente.
—Sí, y por cómo te mira, a lo mejor ganas esta
vez...
Logan le tapa la boca a su novia con la mano. Me
cuesta creer que estos dos hayan acabado juntos.
—Corta el rollo —le dice a Molly.
Ella tuerce el gesto pero permanece callada cuando
él retira la mano de su bocaza.
—No pienso repetir lo del año pasado. Demasiadas
emociones. —Logan besa el hombro desnudo de Molly y ella sonríe, esta vez es
una sonrisa sincera que la hace parecer menos pérfida. Pauli me observa con el
ceño fruncido, luego mira a los demás; nota la extraña energía que flota en el
aire.
—¿Qué sucedió el año pasado? —pregunta.
—Nada —sentencio, y miro a mis amigos mientras rezo
para que no abran el pico.
Acabo de conocer a esta chica, es demasiado pronto
para bombardearla con toda aquella mierda.
—Pues que un chico, Pedr... —Molly no sabe estarse
calladita.
—¡No vamos a hablar más de Pedraula! —gruñe Logan—.
Son como la pareja de ese reality que nadie debe mencionar.
—¿Qué coño es eso de Pedraula? —pregunta la chica de
Nate.
Molly levanta la mano con orgullo.
—¡Se me ocurrió a mí! —grita—. El mérito es todo
mío. Yo les puse nombre a ese par de locos de atar, y espero que me inviten a
la boda. —Se ríe.
Lleva el pelo rosa apagado, ha perdido casi todo el
color y hace mucho que no se lo tiñe. Ya se le ve casi todo rubio, corto y
asimétrico.
—No van a casarse —le suelto.
Estoy hasta las narices de oír hablar de esos dos.
Estoy harto de ver las actualizaciones de Pau en Facebook. Es superfeliz en
Nueva York. Padro es superfeliz también. Todo el mundo es asquerosamente feliz.
Bien por ellos.
—No será mañana mismo, pero me jugaría un buen
pellizco a que acabará en boda. —Sonríe—. Y ganaría yo. —Se ha dibujado
círculos negros alrededor de los ojos y, cuando me guiña el ojo, parece un
gato.
Logan echa más sal a mi herida cuando asiente. Da la
impresión de que a todos les parece obvio.
Molly hace aspavientos con la mano para que todo el
grupo se calle.
—En fin, antes de que llegarais, estábamos
recordando la fabulosa historia de la exnovia de Zed.
—No era mi novia —protesto apretando los dientes.
—Mierda —dice alguien; ¿Jace, tal vez?
—En fin... —Pauli se levanta y se cruje los
nudillos, es un gesto raro—. Aquí es cuando yo me voy. —Sonríe vacilante y se
marcha.
Se ve que he puesto mala cara, o cara de pena, o de
enfado (desde luego, he sentido todo eso), porque Logan me dice:
—Es mejor que la dejes marchar. Sólo conseguirías
ganarte otro enemigo. Seguro que tiene un novio que te rajaría los neumáticos
del coche.
Por lo visto, mis amigos han decidido restregarme
esta semana todos mis errores pasados. La expectativa de que mi vida amorosa
acabe por ser un desastre tras otro hace que se me pase un poco el enfado. No
tengo fuerzas para estar cabreado, de verdad, cuando siempre pasa lo mismo.
—No sabía que la chica estaba prometida —digo, y me
avergüenzo al recordar lo que Jonah Soto le hizo a mi coche. Ese tipejo no
debería ser profesor en esta universidad. Está mal de la chaveta. Nate se
encoge de hombros y le pega un trago a su bebida.
—Entonces deja de acostarte con cualquiera.
—Eso fue hace un año. Y ¿cómo iba a saber yo que su
prometido era profesor en esta universidad?
Aquel fin de semana fue digno de olvidar. Si hubiera
sabido que la chica estaba en el club para celebrar su despedida de soltera, no
me la habría llevado a casa. La tradición esa de que la novia lleve uno de esos
fulares de plumas, tiaras y una banda que dice LA SOLTERA existe por algo. Es
una advertencia para que los tíos, o ella, no cometan ninguna estupidez. La
banda es lo primero que tienes que quitarte; es un recordatorio de que «anda,
mira, va a casarse». En este caso, al día siguiente. Pero, con mi mala suerte,
el único polvo de una noche que he echado en mi vida tuvo que acabar en drama.
(Es posible que haya permitido que mis amigos crean que mi vida sexual es más
de lo que es, pero no tengo por qué darles explicaciones.) El tío se lo tomó
bastante bien, yo habría reaccionado peor, hasta que intentó que me expulsaran
de la facultad de ciencias y luchó para evitar la expulsión de Pedro. Nadie
pareció cuestionar por qué se puso de parte de un macarra problemático al que
ni siquiera conocía. Fue una jugada muy sucia, pero he de reconocer que me
alegré de que no echaran a Pedro.
—Le dijo la sartén al cazo... Porque Molly se ha
tirado a la mitad de los presentes.
—Esa boca —me advierte Logan, y todos se ponen
tensos.
Sin embargo, en lugar de discutir con él, decido ir
detrás de la nueva.
No la conozco, pero parece buena gente y es
preciosa. Sí, me recuerda a Pau y, sí, he tardado mucho en olvidarla y puede
que esto no sea buena idea. Pero casi nada lo es.
Tengo la cabeza como un bombo, pero me levanto a
buscarla.
No esperaba que la situación con Pau acabara así. Me
importaba, sí, pero me superaron los celos y la estúpida necesidad de vengarme
de Pedro por haberse acostado con Samantha.
Pau me gustaba mucho, pero mis
sentimientos no eran nada comparados con lo que Pedro sentía por ella. Samantha
era fantástica. Era divertida y unos años mayor que yo. Eso me ponía mucho,
pero estaba loca. Desde que lo de Pau acabó, he pensado a
menudo que su relación con Pedro era similar a la que yo tenía con Samantha.
Pero Samantha se acostó con Pedro y no le supuso ningún problema. Lo veía como
lo más normal del mundo.
Acostarse con mi amigo. Él tampoco le dio la menor
importancia, cómo no. Para mí la tuvo. Me partió el corazón, y estaba furioso y
dejé que me consumiera por dentro a la espera de poder devolvérsela a Pedro. Pau
confiaba en mí, pese a mi papel en la Apuesta.
Fui yo quien le contó los
detalles, y siempre acudía a mí cuando me necesitaba. Ése era el problema: sólo
me llamaba cuando él pasaba de ella. Eso a mí no me va. No soy plato de segunda
mesa. Además, eran demasiadas emociones y, tras la victoria pírrica de poder
fastidiar a Pedro, empezó a ser agotador tener que acudir en su rescate y estar
al corriente de su relación de mocosos inmaduros.
Debería haberla dejado en paz después de que su
novio me partiera la cara. Pero no, su cabreo me llevó a seguir intentando
ganarlo. ¿Por qué iba a dejar que Pedro se fuera de rositas después de haberse
acostado con Samantha y de haber participado en la Apuesta? ¿Y encima él decide
cuándo estamos en paz, pone fin al juego y cuándo yo he de dejar a un lado mis
sentimientos por Pau?... Fue todo muy infantil. Ahora lo veo claro. No debería
haber intentado nada aquella noche en casa de su madre y no debería haber dicho
la mitad de las sandeces que dije. Mi estupidez me ha mantenido soltero desde
entonces, y hace más de un año que no sé nada de Pau. Lo triste es que echo de
menos hablar con ella.
Me han dicho que se ha ido a vivir a Nueva York con
su amigo Landon, pero sé que Pedro no tardará en seguirla. Detesto admitirlo,
pero lo suyo es muy especial. Por muy disfuncionales que sean, nunca he visto a
nadie pelear por su relación con tanto empeño.
Pedro no se la merece, ni de
coña, pero no me corresponde a mí interponerme entre esos dos. Ya no.
Salgo afuera y busco a Paulina en el jardín. Está
sentada en lo alto del muro de piedra, cosa que me trae recuerdos, rascando la
piedra agrietada. Cuando ve que me acerco, se dispone a saltar.
—Espera. —Levanto las manos en son de paz—. Puedo
ayudarte a buscar a tus amigos o a encontrar a alguien que te lleve a casa.
—No sé... —Me mira con recelo, buscando pistas que
le indiquen si soy un asesino en serie.
—Sólo te llevarán a casa. A mis amigos les gusta
mucho hablar, pero ninguno te haría daño. Yo te acompaño, si quieres. Aunque,
como he bebido, no puedo conducir.
Enarco una ceja y ella menea la cabeza.
—Vaya, el punki mono tiene sentido común. —Sonríe,
burlándose de mí con dulzura.
—A veces —confieso encogiéndome de hombros. Le
ofrezco la mano—. Me llamo Zed.
Ella titubea un instante antes de estrecharla.
—Encantada de conocerte, Z-ed. —Pronuncia mi nombre
como si le diera miedo tragárselo.
—El placer es mío, Paulina.
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