Pau
Cuando me despierto el lunes por la mañana, Pedro no está en mi cama. Sé que tenía una especie de entrevista o una reunión, pero no me ha dicho de qué era exactamente ni en qué parte de la ciudad. No tengo ni idea de si habrá vuelto antes de que me vaya a trabajar.
Retozo en la cama, pego la nariz a las sábanas que todavía huelen a él y la mejilla al colchón. Lo de anoche..., en fin, lo de anoche fue maravilloso. Pedro fue maravilloso; nosotros fuimos maravillosos. La química, esa química tan explosiva que hay entre nosotros dos, sigue siendo tan indiscutible como siempre, y ahora por fin estamos en un momento de nuestras vidas en el que podemos ver nuestros defectos, los defectos del otro, y aceptarlos y trabajar en ellos como no pudimos hacerlo en el pasado.
Necesitábamos ese tiempo de separación. Necesitábamos ser capaces de mantenernos en pie solos para poder mantenernos en pie juntos, y estoy muy contenta de que hayamos conseguido salir de la oscuridad, de las peleas, del dolor, y de que lo hayamos hecho de la mano y más fuertes que nunca.
Amo a Pedro, Dios sabe que amo a ese hombre. A pesar de las separaciones, a pesar de todo el caos, se ha colado en mi alma y la ha marcado como suya de un modo que resulta imposible de olvidar. No podría haberlo hecho ni aunque lo hubiera intentado, y lo intenté. Me esforcé durante meses por pasar página, día tras día. Me mantuve ocupada tratando de apartar mi mente de él.
Pero no funcionó, y los pensamientos sobre él nunca se alejaron por mucho tiempo de mi cabeza. Ahora que he accedido a solucionar las cosas, a nuestra manera, por fin siento que todo puede salir bien. Podríamos ser lo que una vez deseé más que nada en el mundo.
«Debes saber que siempre te amaré. Tú me has hecho... como soy, Pau, y nunca lo olvidaré», me dijo mientras me penetraba.
Estaba jadeando y se comportaba de un modo dulce y apasionado. Yo me perdí en sus caricias y en la forma en la que sus dedos recorrían mi columna.
El sonido de la puerta de entrada al abrirse me saca de mi ensoñación y de mis recuerdos de la noche anterior. Salgo de la cama, recojo los shorts del suelo y me los subo por las piernas. Tengo el pelo hecho un desastre; dejar que se secara al aire después de la ducha con Pedro fue una idea pésima. Está todo enredado y encrespado, pero me peino con los dedos lo mejor que puedo y vuelvo a recogérmelo en una cola de caballo.
En el momento en que salgo al salón, encuentro a Pedro de pie con el teléfono pegado a la oreja. Viste su ropa negra de siempre, y su cabello largo está revuelto, como el mío, aunque a él le queda de maravilla.
—Sí, lo sé. Ben te informará de mi decisión —dice al tiempo que advierte mi presencia cerca del sofá—. Luego te llamo —añade en tono apremiante, casi impaciente, y corta la llamada. Su expresión de enfado desaparece cuando empieza a aproximarse a mí.
—¿Va todo bien? —pregunto.
—Sí —asiente mirando su teléfono de nuevo.
Se pasa la mano por el pelo y yo lo agarro de la muñeca.
—¿Estás seguro? —No quiero ser pesada, pero parece enojado.
El teléfono suena en su mano, y mira la pantalla.
—Tengo que contestar. —Suspira—. Ahora mismo vuelvo. —Me besa en la frente, sale al rellano y cierra la puerta.
Mis ojos reparan entonces en el archivador de cuero negro que hay sobre la mesa. Está abierto, y los bordes de un montón de papeles sobresalen por los lados. Es el que yo le compré, y sonrío al ver que aún lo conserva.
La curiosidad se apodera de mí y lo abro. En la primera página impresa, se lee:
AFTER, POR PEDRO ALFONSO
Paso a la segunda página.
«Caía el otoño cuando la conoció. La mayoría de la gente estaba obsesionada por el modo en que las hojas cambiaban de color y por el olor a madera quemada que siempre parece impregnar el aire durante esta época del año. Pero él, no. A él sólo le preocupaba una cosa: él mismo.»
«¿Cómo?» Rebusco entre las páginas una especie de explicación que calme mis caóticos pensamientos y mi confusión. Esto no puede ser lo que creo que es...
«Sus quejas le resultaban abrumadoras. No quería que le echaran en cara lo peor de sí mismo. Quería que ella pensara que era perfecto, del mismo modo en que ella lo era para él.»
Las lágrimas inundan mis ojos, y me encojo cuando algunos de los papeles caen al suelo.
«Con un gesto inspirado en Darcy, costeó el funeral de su padre, del mismo modo que él había cubierto la boda de Lydia. En este caso, él estaba intentando ocultar la delicada situación económica familiar causada por un drogadicto, no el matrimonio espontáneo de una hermana menor de edad, pero el fin era el mismo. Si su vida se transformaba en una novela, su amable gesto traería a Elizabeth de vuelta a sus brazos.»
La habitación gira a mi alrededor. No tenía ni idea de que Pedro hubiera pagado el funeral de mi padre. En su día se me pasó la remota posibilidad por la cabeza, pero supuse que la iglesia de mi madre habría ayudado con los gastos.
«A pesar de que era incapaz de concebir hijos propios, no podía abandonar el sueño de tenerlos. Él lo sabía, y aun así la amaba. Se esforzó al máximo por no ser egoísta, pero no podía dejar de pensar en las pequeñas versiones de sí mismo que ella no podría darle. Su amor por ella era mayor que su amor propio, pero no podía evitar lamentar esta gran pérdida para ambos durante más noches de las que podía recordar.»
Justo cuando decido que no puedo seguir leyendo esto, la puerta se abre y Pedro entra. Su mirada se dirige directamente al lío de folios repletos de desagradables palabras impresas en negro, y el teléfono se le cae al suelo para sumarse al caos.
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