Divina

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sábado, 2 de enero de 2016

After 4 Capitulo 73


Pedro

Complicaciones.

La vida está llena de ellas; la mía propia parece estar repleta, tanto que rebosan y se derraman por el borde sin cesar. Olas y olas de complicaciones rompen contra los momentos y las cosas más importantes de mi vida, pero precisamente en este momento no puedo permitirme ahogarme.

Si mantengo la calma, si mantengo la puta calma e intento explicarme, podré evitar el maremoto que amenaza con arrasar este pequeño salón en cualquier momento.

Veo cómo se avecina tras esos ojos grises azulados suyos, y veo cómo la confusión se agita y se funde con la ira generando una fuerte tempestad, igual que el mar antes de los relámpagos y los truenos. Las aguas están mansas, serenas, encrespándose apenas en la superficie, pero la estoy viendo venir.

La hoja blanca de papel que agarra con mano temblorosa y la ominosa expresión de Pau me advierten del peligro que se avecina.

No tengo ni puta idea de qué decirle, por dónde empezar. Es una historia muy complicada, y a mí se me da como el culo resolver problemas. Tengo que tranquilizarme, tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano por adaptar y moldear mis palabras, por conformar una explicación que consiga evitar que ella salga huyendo de nuevo.

—¿Qué es esto? —Desvía la mirada hacia la página antes de lanzarla por los aires con una mano y arrugar los bordes del pequeño montón que aún tiene en la otra.

—Pau. —Avanzo con cautela hacia ella.

Me observa. Su expresión es severa, recelosa de un modo al que no estoy acostumbrado, y sus pies retroceden unos pasos.

—Necesito que me escuches —le suplico, inspeccionando sus sombríos rasgos.

Me siento como una mierda total y absoluta. Acabábamos de volver a ser lo que éramos. Por fin la había recuperado, y ahora esto, después de un plazo tan corto de tiempo juntos.

—Sí, te escucho atentamente —me espeta con sarcasmo.

—No sé por dónde empezar; dame un minuto para que me explique.

Me paso los dedos por el pelo y me tiro de las raíces, deseando poder intercambiar su dolor por el mío y arrancarme el cabello de la cabeza. Sí, una imagen bastante desagradable.

Pau espera, con paciencia impaciente, ojeando página tras página. Enarca una ceja y la vuelve a bajar, y sus ojos se abren como platos.

—Deja de leerlo. —Me acerco y le quito el manuscrito de las manos.

Las páginas caen al suelo y se unen a la que ya hay tirada a sus pies.

—Explícame esto ahora mismo —me apremia con unos ojos fríos y tormentosos que me aterran.

—Vale, vale. —Me revuelvo en mis zapatos—. Verás, he estado escribiendo.

—¿Desde cuándo? —Avanza hacia mí.

Me sorprende el modo en que mi cuerpo se retrae, como si tuviera miedo de ella.

—Desde hace mucho. —Evito decir la verdad.

—Dime cuánto tiempo exactamente.

—Pau...

—Déjate de tonterías, hijo de... Ya no soy la misma cría que conociste hace un año. Contéstame ahora mismo o lárgate de aquí. —Pisa una hoja a propósito, y no encuentro el modo de culparla—. Bueno, yo no puedo echarte, porque ésta es la casa de Landon, pero te dejaré si no me explicas esta mierda inmediatamente —añade, demostrando que, a pesar de su enfado, sigue siendo un encanto.

—He estado escribiendo desde hace mucho, desde el principio de nuestra relación, pero no tenía ninguna intención de hacer nada con ello. Sólo quería desahogarme en el papel para intentar comprender qué cojones pasaba por mi cabeza, pero entonces se me ocurrió esto.

—¿Cuándo? —me presiona el pecho con un dedo y cree hacerlo de manera contundente, aunque no lo consigue y yo no voy a decírselo.

—Empecé después de que nos besáramos.

—¿La primera vez? —Extiende las manos y me empuja el pecho, y yo atrapo sus muñecas con los dedos cuando vuelve a empujarme—. Estabas jugando conmigo. —Libera sus manos de las mías y las hunde, abiertas, en su largo cabello.

—¡No, no, no! ¡Eso no es verdad! —digo mientras intento no alzar la voz.

Me cuesta, pero consigo mantener un tono suave.
Pau empieza a pasearse por el pequeño salón echando humo. Pone los brazos en jarras y vuelve a alzarlos al aire de nuevo.

—Tú y tus secretos..., demasiados secretos. Paso de esto.

—¿Que pasas de esto? —La miro boquiabierto.

Sigue caminando sin parar por el salón.

—Habla conmigo; dime cómo te sientes con respecto a esto.

—¿Que cómo me siento? —Sacude la cabeza y me mira con ojos feroces—. Siento que esto ha sido una voz de alarma, el hilo que me ha devuelto a la realidad, lejos de las estúpidas esperanzas de los últimos días. Éstos sí somos nosotros. —Agita una mano entre ella y yo—. Siempre hay alguna bomba a punto de estallar, y no soy tan tonta como para esperar a que me destruyan. Ya no.

—Esto no es ninguna bomba, Pau. ¡Te comportas como si hubiera escrito esto para hacerte daño a propósito!

Abre la boca para decir algo, pero la cierra de nuevo, incapaz de encontrar las palabras. Cuando se recompone, dice:

—Y ¿cómo creías que iba a sentirme al ver esto? Sabías que acabaría descubriéndolo tarde o temprano, ¿por qué no me hablaste de ello? Odio esta sensación.

—¿Qué sensación? —pregunto con cautela.

—Ésta. Noto como si me ardiera el pecho cada vez que haces algo así, y lo odio. Hacía mucho tiempo que no sentía nada parecido, y no quería volver a sentirlo en la vida y, sin embargo, aquí estamos. —En su voz se detecta claramente la derrota, y se me ponen los pelos de punta al ver que se aleja de mí.

—Ven aquí. —La cojo del brazo y tiro de ella en mi dirección, lo más cerca que me lo permite. Cruza los brazos sobre el pecho cuando la aplasto contra mí.

No se resiste, pero no me devuelve el abrazo. Permanece inmóvil, y no estoy seguro de que lo peor haya pasado.

—Dime cómo te sientes —le pido con voz incómoda y directa—. Dime qué piensas.
Me empuja el pecho de nuevo, esta vez con menos fuerza, y la dejo ir. Se arrodilla y recoge una de las páginas.

Empecé a escribir esto como una forma de expresión y, sinceramente, porque me había quedado sin mierdas que leer. Me encontraba atrapado en los libros, y Pau, Paula Chaves por aquel entonces, había comenzado a intrigarme. Empezó a cabrearme y a sacarme de quicio, y de repente me di cuenta de que no podía dejar de pensar en ella.

Cuando estaba en mi cabeza, no parecía haber espacio para nada más. Se convirtió en una obsesión, y yo me convencí a mí mismo de que todo formaba parte del juego. No obstante, sabía que no era así, sólo que no estaba preparado para admitirlo todavía. 

Recuerdo cómo me sentí la primera vez que la vi, recuerdo sus labios carnosos, y lo espantosa que me parecía la ropa que llevaba.

La falda le llegaba hasta el suelo, y sus zapatos planos hacían que fuera arrastrándola. Miró al suelo cuando dijo su nombre por primera vez:

«Eh... Yo soy Pau», anunció, y recuerdo que pensé que tenía un nombre raro.

No le presté mucha atención después de eso. Nate fue amable con ella, y a mí me irritaba el modo en que me miraba, el modo en que me juzgaba con esos ojos grises.
Me crispaba a diario, incluso cuando no hablaba conmigo. Especialmente cuando no hablaba conmigo.

—¿Me estás escuchando? —Su voz interrumpe el recuerdo y yo la miro y veo que está furiosa otra vez.

—Claro que... —vacilo.

—Ni siquiera me estabas escuchando —me acusa con toda la razón del mundo—. No puedo creer que hayas hecho esto. Esto era lo que hacías todas esas veces que yo llegaba a casa y apartabas el archivador. Esto fue lo que vi en el armario justo antes de encontrarme a mi padre...

—No pretendo que sirva de excusa, pero la mitad de lo que hay escrito ahí proviene de mi mente intoxicada.

—¿«Ordinaria»? —Sus ojos escrutan la página que tiene en la mano—. «No sabía beber. Iba tambaleándose por la habitación como se mueven las chicas ordinarias cuando beben demasiado para impresionar a los demás.»

—Deja de leer esa mierda, esa parte no es sobre ti. Te lo juro y, además, lo sabes. —Le quito la página, pero ella me la arrebata de nuevo.

—¡No! ¡No tienes ningún derecho a escribir mi historia e impedirme que la lea! Todavía no me has dado ninguna explicación.

Se pasea por la habitación y recoge un zapato de la alfombra que está cerca de la puerta de entrada. Se calza los dos pies y se ajusta los shorts.

—¿Adónde vas? —Estoy dispuesto a seguirla.

—A dar un paseo. Necesito aire. Necesito salir de aquí. —Noto que se maldice a sí misma mentalmente por estar proporcionándome esa información.

—Voy contigo.

—No, de eso nada. —Coge las llaves. Después se recoge el pelo revuelto por encima de la cabeza, lo retuerce y vuelve a ponerse la goma.

—Vas casi desnuda —señalo.

Me fulmina con la mirada y, sin mediar palabra, sale del apartamento dando un portazo.
No he conseguido nada, no he solucionado nada. Mi plan de controlar las complicaciones ha acabado siendo un desastre, y ahora todo se ha complicado más aún. Me arrodillo frente a la puerta y me obligo a no seguirla. Me obligo a no salir tras ella, a no cargármela sobre el hombro mientras grita y patalea y a no encerrarla en su habitación hasta que esté dispuesta a dialogar conmigo.

No, no puedo hacer eso. Eso sería echar por tierra todos mis «progresos». En lugar de hacerlo, recojo las páginas tiradas por el suelo y ojeo algunas de las palabras para recordarme a mí mismo por qué decidí intentar hacer algo con toda esta mierda.

«—¿Qué es lo que estás intentando esconder? —Nate se inclinó para mirar, tan chismoso como de costumbre.

»—Nada, tío, métete en tus asuntos. — Pedro frunció el ceño y miró hacia el patio.

»No sabía cómo había empezado a sentarse allí todos los días, a esa misma hora. No tenía nada que ver con el hecho de que Pau y el insufrible Landon se reunieran en la cafetería todas las mañanas. No tenía nada que ver con eso en absoluto.

»No quería ver a esa chica tan desagradable. De verdad que no.

»—Anoche os oí a Molly y a ti en el pasillo, cabrón. —Nate apagó su cigarrillo e hizo una mueca de asco.

»—Tío, por nada del mundo iba a meterla en mi habitación, y no aceptaba un no por respuesta. — Pedro se echó a reír, orgulloso de que la chica estuviera dispuesta a comerle la polla en cualquier momento, incluso en el pasillo, junto a su habitación.

»Lo que no les había dicho a sus amigos era que acabó rechazándola y machacándosela pensando en cierta rubia.

»—Eres un capullo. —Nate sacudió la cabeza—. ¿No te lo parece? —le preguntó a Logan cuando éste se acercó a la deteriorada mesa de picnic.

»—Sí, lo es. —Logan extendió la mano para que Nate le diera un cigarrillo, y Pedro intentó no mirar a la chica con un saco de patatas por falda que esperaba para cruzar la calle.

»—Uno de estos días te vas a enamorar, y yo me partiré el culo. Serás tú el que acabe comiéndole el coño a alguien en el pasillo, y ella no te dejará entrar en su cuarto. —Nate disfrutaba de lo lindo mofándose de él, pero Pedro apenas lo escuchaba.

»“¿Por qué viste así?”, se sorprendió preguntándose al ver que ella se remangaba su camisa de manga larga.

» Pedro observó, bolígrafo en mano, cómo se aproximaba, con los ojos fijos en la acera que tenía delante, y cómo se disculpaba demasiadas veces al tropezar con un chico esmirriado al que se le cayó un libro de las manos.

»Se agachó para ayudarlo y le sonrió, y Pedro no pudo evitar recordar lo suaves que eran sus labios cuando se lanzó sobre él la otra noche. Se había quedado pasmado. No la tenía por el tipo de chica que da el primer paso, y estaba convencido de que en su vida sólo había besado al soso de su novio. Sus jadeos y el modo en que sus manos parecían tan ansiosas por tocarlo lo dejaban bastante claro.

»—Bueno, ¿qué pasa con la apuesta? —preguntó Logan señalando a Pau con la cabeza mientras ella sonreía alegremente al ver a Landon con su aspecto de empollón, mochila incluida.

»—Nada nuevo —respondió Pedro al instante tapando el papel con un brazo.

»¿Cómo iba a saber cómo iban las cosas con esa chica tan mal vestida y tan impertinente? Apenas le había hablado desde que la loca de su madre y el soso de su novio se presentaron y aporrearon la puerta el sábado por la mañana.

»¿Por qué estaba su nombre escrito en ese papel? Y ¿por qué sentía Pedro que iba a 
empezar a sudar la gota gorda si Logan no dejaba de mirarlo como si supiera algo?

»—Esa tía es un incordio, pero creo que al menos le gusto más que Zed.

»—Está buena —dijeron los otros dos al mismo tiempo.

»—Si yo también fuese un cabrón, competiría contra los dos. Además, yo soy más guapo —bromeó Nate, echándose unas risas con Logan.

»—Yo no quiero saber nada de esa mierda. Es una estupidez, en serio. No deberías haberte follado a su novia —reprendió Logan a Pedro.

»—Mereció la pena —dijo éste riendo, y luego se volvió de nuevo hacia la acera, mirando al otro lado del patio.

»Ella había desaparecido, y Pedro cambió de tema y preguntó por la fiesta del próximo fin de semana.

»Mientras los dos discutían sobre cuántos barriles de cerveza comprar, Pedro se sorprendió escribiendo lo asustada que parecía Pau el viernes, cuando casi echó la puerta abajo a golpes para escapar de ese pervertido de Neil, que intentó aprovecharse de ella. 

Ese tío era un cerdo, y probablemente todavía estuviera cabreado con Pedro por haberle vaciado una botella de lejía sobre la cama el domingo por la mañana. No era que a Pedro le importara una mierda ella, pero las circunstancias lo habían llevado a hacerlo.»

Después de eso, las palabras siguieron escribiéndose solas. Era algo que no podía controlar, y a cada interacción con ella surgían más cosas que contar. Por ejemplo, el modo en que arrugaba la nariz con desagrado mientras me explicaba que odiaba el kétchup. En serio, ¿quién odia el kétchup?

Con cada pequeño detalle que aprendía sobre ella, mis sentimientos aumentaban. Me negué a aceptarlos hasta más adelante, pero estaban ahí.

Cuando vivíamos juntos me resultaba más difícil escribir. Lo hice con mucha menos frecuencia pero, cuando lo hacía, escondía mis últimas palabras en el armario, en una caja de zapatos. No tenía ni idea de que Pau la hubiera encontrado hasta ahora, y aquí estoy, preguntándome cuándo voy a dejar de complicarme la puta vida.

Más recuerdos inundan mi mente, y ojalá pudiera simplemente conectarla a mi cabeza para que pudiese leerme los pensamientos y ver mis intenciones.

Si estuviera en mi cabeza, podría ver la conversación que me llevó a Nueva York a reunirme con varios editores. No es algo que pretendiera hacer; simplemente sucedió. 
Había anotado tantas situaciones, tantos momentos memorables entre nosotros... La primera vez que le dije que la quería; la segunda vez, la que no lo retiré. Pensar en todos esos recuerdos mientras recojo este desastre me resulta abrumador, y no puedo evitar que éstos se instalen en mi mente.

«Él estaba apoyado contra la portería, borracho y magullado. ¿Por qué había empezado una pelea con esos tipos en medio de la estúpida hoguera? Ah, sí, porque Pau se había marchado con Zed, y él le había colgado el teléfono a Pedro, dejándolo sin nada más que un tono sarcástico y el conocimiento de que Pau estaba en su apartamento.

»Eso le afectó mucho más de lo que debería. Quería olvidarse de ello, bloquearlo y sentir dolor físico en lugar de la desagradable comezón de los celos. “¿Se acostaría con él?”, se preguntaba sin cesar. “¿Ganaría él?”

»Ya ni siquiera sabía si se trataba de ganar. Las líneas se habían difuminado en algún momento, y Pedro no habría sabido decir exactamente cuándo sucedió, pero era más o menos consciente de ello.

»Se había sentado en el césped y se hallaba limpiándose la sangre de la boca cuando Pau apareció. La vista de Pedro estaba ligeramente borrosa, pero recordaba haberla visto a ella claramente. Durante el trayecto de regreso a casa de Ken, ella estaba nerviosa, insegura, y actuaba como si él fuera una especie de animal rabioso. »Se centró en la carretera y le preguntó:

»—¿Me quieres?

»A Pedro eso lo pilló de sorpresa. Joder, lo pilló de puta sorpresa y no estaba preparado para responder a su pregunta. Ya había admitido su amor por ella, pero después lo había retirado, y ahí estaba ella, tan loca como siempre, preguntándole si la quería mientras su rostro estaba hinchado y magullado.

»Por supuesto que la quería, ¿a quién cojones quería engañar?

» Pedro evitó responder a su pregunta durante un tiempo, pero callárselo empezó a hacérsele insoportable, y de repente las palabras brotaron solas:

»—Tú eres la persona a la que más quiero en el mundo.

»Era verdad, por mucha vergüenza que le diese admitirlo. La amaba, y desde ese mismo momento supo que su vida jamás volvería a ser igual después de ella.

»Si ella lo dejara, si se pasara el resto de su vida ausente de la suya, él seguiría sin volver a ser el mismo. Ella lo había alterado, y ahí estaba él, con los nudillos ensangrentados y demás, queriendo ser mejor por ella.»

Al día siguiente me encontré dándole al montón de páginas arrugadas y manchadas de café un nombre: After.

Yo todavía no estaba preparado ni tenía en mente publicarlo, hasta que cometí el error de comentarlo en una de mis sesiones de terapia de grupo hace unos meses. Luke sacó el archivador de debajo de mi silla de plástico mientras yo le narraba la historia de cómo había incendiado la casa de mi madre hasta los cimientos. Me costó un mundo contarlo. 

Odio hablar de esa mierda, pero mantuve la mirada curiosa que me observaba y fingí que Pau estaba allí, en esa habitación, sonriendo y orgullosa de mí por haber compartido mi momento más oscuro con un grupo de extraños que estaban tan jodidos como yo... lo estaba.

Me agaché para recoger el archivador cuando el doctor Tran se despidió del grupo. Sentí un pánico instantáneo cuando me volví hacia Luke y lo descubrí en sus manos.

—¿Qué es todo esto? —preguntó ojeando una página.

—Si me hubieses conocido hace un mes, ahora mismo te estarías tragando los putos dientes. —Lo fulminé con la mirada y le arranqué el archivador de un tirón.

—Perdona, tío, se me dan fatal las convenciones sociales. —Sonrió algo apurado y, por alguna razón, el gesto hizo que sintiera que podía confiar en él.

—Salta a la vista.

Puse los ojos en blanco y volví a meter todas las páginas sueltas en los compartimentos.
Él se echó a reír.

—¿Me dirás qué es si te invito a un refresco aquí al lado?

—Qué patéticos somos. Un par de alcohólicos en proceso de rehabilitación negociando sobre la lectura de una historia real. —Sacudí la cabeza, preguntándome cómo había llegado a esta situación a una edad tan temprana, pero dando gracias de que Pau apareciera en mi vida. De no ser por ella, seguiría ocultándome en la oscuridad, pudriéndome lentamente.

—Bueno, un refresco no hará que incendies ninguna casa, y tampoco hará que yo le diga cosas horribles a Kaci.

—Cierto. Los refrescos son inofensivos —repuse.

Sabía que Luke iba a ver al doctor Tran por algo más que para recibir consejos de pareja, pero decidí no ser un capullo redomado y no decirle nada al respecto.
Fuimos hasta el restaurante de al lado. Yo pedí un montón de comida, a su costa, y acabé dejándole leer algunas páginas de mis confesiones.

Veinte minutos después, tuve que cortarlo. Lo habría leído todo si lo hubiese dejado.

—Esto es increíble, tío, en serio. Es..., algunas cosas son horribles, pero te entiendo. No eras tú quien hablaba, sino los demonios.

—Los demonios, ¿eh? —dije, y bebí un largo trago hasta terminarme mi refresco.

—Sí, los demonios. Cuando estás borracho, estás lleno de ellos. —Sonrió—. Sé que parte de lo que acabo de leer no lo escribiste tú. Tuvieron que ser los demonios.

Sacudí la cabeza. Él tenía razón, por supuesto, pero no podía dejar de imaginarme un diablillo rojo sobre mi hombro, escribiendo las mierdas de algunas de esas páginas.

—Permitirás que ella lea esto cuando lo hayas terminado, ¿verdad?

Mojé un palito de queso en la salsa e intenté no insultarlo por fastidiarme mis divertidos pensamientos sobre pequeñas criaturas demoníacas.

—No. Jamás permitiré que lea esta mierda —dije golpeteando el archivador de piel, y recordé la ilusión que le hacía a Pau que lo usara cuando me lo compró.
Yo rechazaba la idea, cómo no, pero me encantó esa tontería.

—Pues deberías. Bueno, mejor si quitas algunas de las cosas más retorcidas, sobre todo la parte que habla sobre su infertilidad. Es muy cruel.

—Lo sé.

No lo miré; miré la mesa y me encogí, preguntándome en qué cojones estaba pensando cuando escribí esa mierda.

—Deberías plantearte hacer algo con ello. No soy ningún experto en literatura ni en Heningsway, pero sé que lo que acabo de leer es muy pero que muy bueno.
Tragué saliva y decidí pasar por alto su error de pronunciación.

—¿Que lo publique? —me eché a reír—. Joder, ni hablar —dije zanjando la conversación.

Sin embargo, estaba absolutamente harto de acudir a innumerables entrevistas de trabajo, y salía de todas ellas sintiéndome aún menos motivado que con la anterior. No me imaginaba sentado en ninguna de esas oficinas de mierda. Quería trabajar en el sector editorial, en serio, pero acabé releyendo página tras página de mis espantosos pensamientos y, cuanto más lo leía y recordaba, más quería..., no, más necesitaba hacer algo con ello.

Me quedaba allí sentado, rogándome a mí mismo que lo intentara al menos, y se me pasó por la cabeza que si ella lo leía, después de que hubiera eliminado las partes más duras, le encantaría. Se convirtió en una obsesión, y me sorprendió ver el interés que la gente parecía tener en leer el camino hacia la recuperación de otra persona.

Por patético que parezca, la cosa cuajó. Envié una copia por correo electrónico a todas las editoriales que pudieran estar interesadas a través de un agente que conocía de mi época en Vance. Al parecer, los días de presentarse con un tocho de páginas escritas mitad a mano mitad a máquina ya han pasado.

Pero con esto lo conseguiría, o al menos eso pensé. Estaba convencido de que este libro sería el gran gesto que ella necesitaba para readmitirme en su vida. Aunque, por supuesto, creía que sería mucho más adelante, cuando se hubiera impreso y ella hubiera tenido más tiempo para hacer lo que cojones sea que esté haciendo aquí en Nueva York.

No puedo seguir aquí sentado. Mi recién hallada paciencia tiene un límite, y lo he alcanzado. Odio con todas mis fuerzas pensar que Pau deambula por esta inmensa ciudad sola, cabreada conmigo. Ya hace mucho rato que se ha ido, y tengo muchas explicaciones que darle.

Cojo la última página del libro y me la meto en el bolsillo sin molestarme en doblarla. Después le envío un mensaje de texto a Landon y le digo que no eche la llave de la puerta si vuelve o si sale y me marcho del apartamento para encontrarla.

Sin embargo, no necesito ir muy lejos. En cuanto pongo un pie fuera, me la encuentro sentada en la escalera delantera del edificio. Tiene la mirada perdida, fija y severa. Ni siquiera advierte mi presencia cuando me aproximo a ella. Sólo cuando me siento a su lado levanta la vista, pero sus ojos siguen distantes. Observo detenidamente cómo se suavizan despacio.

—Tenemos que hablar —digo.


Ella asiente, aparta la mirada y espera a que le dé una explicación.

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