Divina

Divina

jueves, 7 de enero de 2016

After 0 Capitulo 3


A la mañana siguiente no me apetece ir a la primera clase, así que decido ir a la habitación de Steph en su lugar. Seguramente aún esté dormida, pero me aburro, y su cuarto está más cerca de mi siguiente clase que el de nadie más del grupo. Le mando un mensaje y le digo que voy de camino, pero no espero a que responda. El vestíbulo del viejo edificio está casi vacío, sólo unos cuantos rezagados frenéticos corren de un lado a otro con los brazos cargados de libros. Llamo a la puerta, para que a doña Remilgada no le dé un ataque y, al no oír respuesta, entro con la llave que Steph me ha dado.

Para evitar quedarme dormido sobre el colchón de mierda de Steph, zapeo entre los canales básicos de la televisión por cable. Justo cuando un «médico» aburrido está a punto de dar un consejo matrimonial a dos idiotas, la puerta se abre y la compañera de cuarto de Steph entra corriendo. Está envuelta en una toalla húmeda, y tiene el pelo largo y empapado pegado a la cara de un modo que casi resulta cómico. Mientras abre mucho los ojos por la sorpresa, apago la tele y observo al espécimen que tengo ante mí.

—Esto... ¿Dónde está Steph? —dice casi como un alarido.

Se queda mirando al suelo, luego me mira a mí de nuevo, y otra vez al suelo.
Sonrío al verla tan avergonzada y me quedo callado.

—¿No me has oído? Te he preguntado dónde está Steph. —Ahora su voz es más suave, más amable.

Mi sonrisa se intensifica.

—No lo sé.

Está muerta de vergüenza y, por cómo está agarrando los bordes de la toalla, temo que vaya a hacerla trizas. Enciendo de nuevo la tele y me incorporo.

—Vale. Bueno, ¿te importaría... irte o algo para que pueda vestirme?

No pienso largarme. No ahora que he encontrado la única posición cómoda en esta cama. Hago como que me vuelvo y me tapo la cara con las manos para seguirle el rollo.

—No seas tan creída, no pienso mirarte.

¿Cómo puede tenérselo tan creído como para pensar que voy a estar aquí mirándola?

Vale..., está bien, seguramente lo haría, sobre todo teniendo en cuenta que la toalla que lleva enrollada se ciñe a su cuerpo de un modo la hostia de delicioso. La oigo moverse de acá para allá, el sonido de un sujetador que se abrocha y su fuerte respiración. Sigue nerviosa, y me encantaría verle la cara mientras intenta subirse la ropa todo lo rápido que puede. Me destaparía los ojos sólo para fastidiarla, pero hoy estoy de un humor bastante decente. Además, voy a ver a esta chica bastantes veces, así que más me vale mostrarme algo cívico.

—¿Has acabado ya? —pregunto poniendo los ojos en blanco por debajo de las manos.

—¿Por qué eres tan desagradable? Yo no te he hecho nada. ¡¿Qué narices te pasa?! —grita.

¿«Narices»? Por supuesto, no esperaba que nada más fuerte saliera de esa boquita de niña inocente. Está intentando con todas sus fuerzas tener paciencia conmigo, y yo estoy intentando con todas mis fuerzas que estalle. No puedo evitar reír. Mientras observo a la furibunda compañera de Steph, se me hace raro reírme así, tan fuerte, pero es que su expresión es digna de ver. Está muy mosqueada.

La puerta se abre y Steph entra vestida con la misma ropa que llevaba anoche.

—Siento llegar tarde. Tengo una resaca de mil demonios —gimotea.

Pongo los ojos en blanco de nuevo. ¿Cuándo no tiene ella resaca?

—Perdona, Pau, olvidé decirte que Pedro se pasaría por aquí. —Se encoge de hombros, como si le importara una mierda.

—Tu novio es un grosero —le suelta la rubia.

No puedo evitar echarme a reír otra vez. Steph me mira con una ceja levantada al ver lo mucho que me estoy riendo.

—¡Pedro Alfonso no es mi novio! —exclama, quizá con demasiada rotundidad, muerta de la risa. Hemos echado algún polvo, pero nunca hemos salido.

Yo no salgo con chicas.

—¿Qué le has dicho? —Steph se vuelve hacia mí y pone las manos sobre sus caderas en un intento fallido de reprenderme. Después se vuelve hacia la chica—: Pedro tiene una... una manera muy particular de conversar.

¿«Conversar»? No estoy intentando hablar con ninguna de ellas. Me encojo de hombros y vuelvo a buscar alguna mierda que ver.

—Esta noche hay una fiesta; deberías venir con nosotros, Pau —oigo que le dice Steph. 

Sí, ya, como si esta tipa fuera a ir a alguna fiesta. Me muerdo el aro del labio para no volver a reírme y me quedo mirando hacia el televisor.

—No me van mucho las fiestas. Además, tengo que ir a comprar algunas cosas para mi escritorio y mis paredes.

—Venga..., ¡es sólo una fiesta! Ahora estás en la universidad, una fiesta no te hará daño —dice Steph, casi rogando, mientras intenta convencerla—. Oye, y ¿cómo vas a ir a comprar? Creía que no tenías coche.

—Iba a coger el autobús. Además, no puedo ir a una fiesta, no conozco a nadie todavía — responde, y yo me río de nuevo—. Pensaba quedarme a leer y a hablar con Noah por Skype.

Vaya, menudo planazo, ir a comprar. Probablemente va al puto Target; tiene toda la pinta. Y su cita por Skype... Seguro que va a enseñarle el tobillo a ese pobre tío.

—¡Ni se te ocurra coger el autobús un sábado! Van a tope. Él puede llevarte de camino a casa..., ¿verdad, Pedro?

Steph me mira.
No pienso llevar a nadie a ninguna parte.

—Y en la fiesta estaré yo, y a mí sí me conoces —continúa Steph—. Venga, ven..., por favor...

—No lo sé... y, no, no quiero que Pedro me lleve en coche a la tienda —gimotea la muy insoportable.

Me vuelvo y les sonrío a ambas; es lo único que puedo hacer, ya que están empezando a tocarme las narices.

—¡Ay, qué pena! Estaba deseando pasar el rato contigo —digo—. Venga, Steph, sabes que esta chica no va a aparecer por la fiesta.

Me tomo unos instantes para observar el modo en que su camiseta blanca se ciñe a su pecho y sus caderas. Debería vestir así en lugar de con esa falda larga hasta el suelo que llevaba el otro día. Sus shorts caquis siguen pareciéndome demasiado largos, pero no todo puede ser como a uno le gustaría.

—Pues ahora que lo dices, sí, iré —dice la chica..., ¿cómo se llamaba? ¿Pau? Sí, era Pau. 
Oigo unos grititos de júbilo y, cuando veo que empiezan a abrazarse y toda esa mierda, decido pirarme.

—¡Bien! ¡Lo pasaremos genial! —le asegura Steph mientras salgo de la habitación.

Conduzco hasta el campus y asisto al resto de las clases de la jornada. Después recibo un mensaje de Nate en el que me dice que me reúna con él y Tristan en Blind Bob’s y me dirijo hacia allí. Pongo música y bajo la ventanilla. De adolescente me parecía que la gente que ponía la música a toda hostia en el coche iba de guay por la vida, pero ahora lo entiendo. A veces necesito que desaparezca todo lo que me rodea, y sólo lo consigo con la música y la lectura. Todo el mundo tiene sus métodos, y éstos son los míos.

Cuando necesito silencio, el ruido ayuda.
Supongo que mejor eso que una botella de Jack Daniel’s. Mi madre, llorando al teléfono en mitad de la noche, diría lo mismo.

—¿Por qué has tardado tanto? —Tristan le da un bocado a una hamburguesa y la mitad de los ingredientes caen sobre el plato que tiene delante.

—Había un tráfico de la hostia. —Me deslizo en el asiento al lado de Nate.

Nuestra camarera de siempre me saluda con la cabeza e, instantes después, aparece junto a la mesa con un vaso de agua.

—¿Sigues sobrio? —pregunta Nate, y evita mirar mi vaso mientras da un trago a su cerveza.

—Sí, sigo sobrio. —Me bebo la mitad del vaso de agua e intento no pensar en la sensación de una cerveza bien fría en mi lengua.

—Me alegro por ti, tío. Sé que todo el mundo te toma el pelo al respecto, pero a mí me parece increíble que tengas tanto autocontrol.

El cumplido de Nate me incomoda.
Tristan se echa a reír y se pasa una servilleta por la barbilla.

—¿Autocontrol? Anoche mismo oí cómo Molly gritaba tu nombre.

—Bueno, sobrio con respecto a la bebida. No con respecto a las tías, claro.

Nate se echa a reír también y choca su hombro con el mío. Me siento aliviado con el cambio de tono. La cosa se estaba poniendo demasiado personal para mi gusto.

Nate acaba convenciéndome para que lo deje conducir mi coche. Sólo se ha tomado una cerveza, y la verdad es que no me apetece conducir, así que accedo a dejarlo si me lleva a recoger a Steph y a su compañera de habitación.

—No ha parado de llamarme, dice que no le coges el teléfono —dice Nate cuando salimos del aparcamiento.

Pongo los ojos en blanco.

—Le he dicho hace una hora que yo las llevaría. —A veces Steph puede ser un puto incordio.

—Acabo de decirle que vamos hacia allí. Me alegro de que esa tal Pau venga también —dice, y baja la ventanilla del lado del conductor.

—¿Por qué?

—Porque parece maja, y debería salir más. Steph dice que cree que su novio es su único amigo o algo así.

—¿Su novio? ¿Quieres decir que la Madre Paula tiene novio? —me mofo.

Un momento... ¿el chico de la habitación? Si parecían hermanos, no novios. ¿Es con él con quien iba a hablar por Skype? Entonces sin duda iba a ser un vídeo con toda la ropa puesta, puede que incluso con un blazer extra, por protección.

—Sí, es el que estaba con ella, ese tío tan pijo.

—Qué sorpresa. —Me río, y enciendo la música.

Pau y el estirado de su novio detestarían esta música, por lo que subo aún más el volumen. Cuando llegamos al aparcamiento de la residencia de Steph, empieza a sonar mi teléfono. Es Molly, así que le doy a ignorar la llamada.

—Señoritas. —Nate saluda a las chicas mientras se acercan al coche.

Steph lleva un vestido de rejilla, y su lapa lleva lo que parece un saco granate. No lo entiendo. He visto el contorno de su cuerpo bajo esa toalla. ¿Por qué se pone esa cosa tan horrenda?

—Eres consciente de que vamos a una fiesta, no a misa, ¿verdad, Paula? —le digo mientras se sube al coche.

—No me llames Paula, por favor. Prefiero Pau —se limita a responder con aire pretencioso. Sabía que su nombre sería Paula. He leído suficientes novelas como para imaginármelo. Parece que con lo del nombre he tocado un tema sensible.

—Claro, Paula —la provoco.

Durante el trayecto, la miro unas cuantas veces a través del espejo. No parece incómoda, ya que no sabe que la estoy mirando. La casa está cerca; sólo tenemos que seguir unos cuantos minutos más en un embarazoso silencio. Nate aparca delante de la casa, tras una fila de coches.

Ella resopla y pone los ojos en blanco.

—Es enorme. ¿Cuánta gente habrá aquí? —pregunta.

¿Acaso el césped lleno no le sirve como pista?

—Un montón. Vamos —le digo, y cierro la puerta del coche.


Ella permanece sentada en su sitio, en shock, creo, y yo me alejo por el patio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario