Una noche, meses después de conocerla, se despertó. Al darse la vuelta, se la encontró acurrucada junto a él, con las piernas alrededor de las suyas. Nunca había sentido nada parecido. Era consciente de lo mucho que había disminuido su dolor, pero al mismo tiempo una corriente eléctrica invadía su corazón y su mente, y no tenía experiencia en estas cosas. Quería despertarla; quería confesar sus pecados a su ángel esa noche, pero ella se despertó justo en el momento en que iba a pedir perdón... y no tuvo fuerzas.
Era un cobarde y un mentiroso, y lo sabía. Sólo podía esperar que ella se compadeciera de él. Abrió los ojos y lo buscó con la mirada, y él sintió un aplastante peso sobre su pecho. No podía manchar la imagen que ella tenía de él, pero lo aterrorizaba su futuro, pues de niño había aprendido que todas las mentiras dichas en la oscuridad se transforman en una horrible verdad con la luz.
Unas risas y los ladridos de un perro me despiertan de mis tres horas de sueño. Nunca duermo mucho de todos modos, pero agradecería un poco de silencio en el vestíbulo, teniendo en cuenta que es lunes por la mañana y que tengo clase dentro de... Cojo el móvil y miro la hora. Las 8.43.
«Mierda.»
Tengo que estar en clase de literatura antes de media hora... Y ¿qué hace un perro en la casa? Recojo del suelo los vaqueros negros que llevaba anoche y me los pongo, tambaleándome ligeramente y maldiciendo la tela tan ajustada. Tengo las piernas demasiado largas como para llevar pantalones anchos sin parecer un puto zancudo de feria. Anoche se me cayeron las llaves al suelo, así que ahora me toca rebuscar entre la montaña de camisetas negras, vaqueros negros y calcetines sucios para encontrarlas.
Recorro la casa y paso por alto los reveladores signos de la fiesta de anoche. Logan me saluda, con unas ojeras enormes y una bebida energética en la mano.
—Me encuentro como el culo, tío —se lamenta, intentando sonreír.
Siempre está sonriendo, y hace que me pregunte qué se siente al ser así, al estar contento todo el tiempo, igual que él. Incluso a pesar de la resaca. Yo nunca lo he conseguido.
—Haces bien en no beber. —Se acerca a la nevera, saca una botella de dos litros de leche y bebe directamente de ella.
—Joder, qué asco, tío. —Sacudo la cabeza censurando su gesto.
Él sonríe y bebe un poco más. La cocina empieza a llenarse con otros miembros de la fraternidad y, como no estoy en su círculo, cojo un trozo de pizza de lo que sobró anoche cuando a alguien se le ocurrió la ebria idea de pedir diez pizzas a las cuatro de la mañana.
Mientras salgo de allí, oigo cómo Neil le pregunta a todo el mundo si quieren ir a cenar a algún restaurante esta noche antes de la fiesta. No esperaba que me invitaran..., nunca lo hacen. Además, jamás me dejaría ver con un grupo de capullos de fraternidad con demasiada gomina en el pelo, fuera de un par de fiestas.
Mi madre siempre me está dando la lata con lo de «hacer amigos», pero no lo pilla. No es tan fácil, ni remotamente entretenido. ¿Por qué iba a esforzarme por obtener la aprobación de gente que no soporto, sólo para sentirme ligeramente más importante en la vida? No necesito tener amigos.
Tengo un reducido grupo de personas a las que tolero algo, y con eso me sobra.
Para cuando llego al campus, el aparcamiento está casi lleno, y tengo que cerrarle el paso a un gilipollas con un Beamer para quitarle la plaza.
El profesor ya ha empezado la clase cuando entro en el aula. Echo un vistazo, busco un asiento vacío y me fijo en la chica que está sentada en primera fila. Me parece reconocer su pelo largo y rubio, pero es la falda hasta el suelo la que me confirma de quién se trata. Es Pau, la compañera puritana de Steph.
Y está sentada junto a Landon Gibson. Cómo no. Será divertido: Pau atrapada en una clase conmigo, con un asiento vacío a su lado. Esto acaba de alegrarme el día.
Conforme me acerco, se vuelve, me ve y abre los ojos como platos. Se vuelve otra vez rápidamente, y yo acelero el paso para sentarme a su lado. Tal y como imaginaba, finge que no estoy. Lleva puesta una blusa azul unas dos tallas demasiado grande, y tiene el pelo recogido, apartado de la cara.
Justo cuando estoy cerca de ellos, me vibra el móvil en el bolsillo.
Es un mensaje de mi donante de esperma:
«Karen va a preparar una magnífica cena, deberías venir».
¿Se le ha ido la olla? Miro a Landon, que resulta ser el perfecto hijo de Karen, todo impecable con su polo de mierda.
Joder, no, no pienso ir. Jamás se me ocurriría ir a su fastuosa casa nueva a cenar con su novia y con Landon. El perfectito de Landon, al que le encantan los deportes y le lame el culo a todo el mundo para ser el chico más agradable y más respetuoso de la Tierra.
«Bah.»
Espero que mi querido «hermano» Landon me diga algo, pero no lo hace. Y luego mi padre me viene con sus mierdas de «unir a la familia». «Menudo capullo.»
—Creo que ésta va a ser mi clase favorita —le dice Pau después de que el profesor nos haya despachado.
Curiosamente, creo que también será la mía, aunque en realidad estoy aquí sentado por diversión.
Conseguí que me dejaran escogerla como optativa, aunque ya la he dado antes.
Pau se vuelve hacia mí al darse cuenta de que estoy siguiendo su conversación.
—¿Qué quieres, Pedro?
Ya está funcionando.
Esbozo una sonrisa inocente, como si no estuviera intentando sacarla de sus casillas.
—Nada. Nada. Es sólo que me alegro tanto de que coincidamos en una clase... —digo con tono burlón, y ella responde a mi sarcasmo poniendo los ojos en blanco.
En clase no he dejado de mirarla y, cada vez que resoplaba o se revolvía incómoda, me ha dado un subidón. Es tan fácil exasperarla... Me encanta. La clase ha terminado antes de lo que me habría gustado, y Pau ha recogido sus cosas antes de que el profesor diera por concluida la sesión. No tan deprisa.
Yo me he puesto de pie, dispuesto a seguirlos a ella y a Landon fuera del edificio. No quiero que mi diversión termine tan pronto. Cuando llegamos al pasillo, Landon se vuelve hacia Pau. Ella parece nerviosa al tenernos a ambos delante.
—Nos vemos luego, Pau —dice Landon sin dirigirme ni una palabra a mí.
—Tenías que hacerte amiga del chico más soso de la clase —la provoco mientras él desaparece entre los estudiantes de primer curso que intentan orientarse por el campus.
Me imagino a la madre de Landon y a mi padre, cogidos de la mano en un alegre gesto de «mira qué felices somos». La idea de su madre cogiendo la mano de mi padre, Ken Alfonso, alias «padre del puto año», me pone enfermo. No recuerdo que cogiera a mi madre de la mano de ese modo ni una sola vez.
—No hables así de él; es muy simpático. A diferencia de ti —me suelta.
Me vuelvo hacia ella, sorprendido ante su exaltada lealtad hacia él. ¿Es que ya lo conoce? ¿Y él a ella? ¿Acaso le gusta?
«Pero y ¿a mí qué cojones me importa?»
Mientras aparto esas preguntas de mi mente siento la imperiosa necesidad de apretarle las tuercas un poco más.
—Cada vez que hablamos te vuelves más beligerante, Paula.
Empieza a caminar más rápido para alejarse de mí, de modo que hago lo propio para ir a su paso.
—Como vuelvas a llamarme Paula... —Frunce sus labios carnosos e intenta fulminarme con la mirada, pero sus ojos se tornan cálidos en el proceso. El gris de su iris se vuelve azul glaciar, y siento cómo la tensión desaparece de mis hombros. Noto cómo algo asciende por mi columna al tiempo que mi cuerpo comienza a relajarse.
Me sacudo de encima esa extraña sensación. Ella sigue mirándome. He cambiado de idea; pensaba que me gustaba el modo en que me miraba, intentando descifrarme, pero ahora siento en la piel cómo me juzga. Está mirando mis tatuajes del mismo modo en que lo hace mi abuela. No necesito que me cuestione, ni a mí ni mis putas decisiones.
—¡Deja de mirarme! —le exijo, y me largo.
Al doblar la esquina me falta el aliento. Eso me recuerda a todas aquellas noches en las que fumaba demasiados cigarrillos. «Ya no fumo. Ya no hago eso», me obligo a recordarme, y me apoyo contra la pared de ladrillo para recobrar la respiración. Es rara esa chica rubia con excesivo mal carácter.
La semana entera ha sido una mierda. Fiestas y más fiestas, ruido y más ruido. Todos los sonidos de la miseria.
Habré dormido como mucho veinte horas en total, y hoy estoy agotado. Apenas veo nada con este horrible dolor de cabeza y, por la mañana, no encuentro las llaves. Estoy cabreado de la hostia y tengo ganas de pelea. Mientras pongo mi cuarto patas arriba, alguien llama a la puerta. Me planteo fingir que no estoy, pero entonces llaman de nuevo, esta vez con más fuerza.
Al abrir la puerta me encuentro con una chica vestida con un suéter de la WCU. Tiene los ojos rojos y las mejillas coloradas.
—¿Puedo pasar? —pregunta con manos temblorosas.
—No. Lo siento. —Le cierro la puerta en la cara.
Unos segundos después, vuelve a llamar. Joder. No sé quién es esta tía, pero tiene que buscarse otra puerta a la que llamar. Continúa golpeando la puerta sin parar, hasta que la abro de golpe.
El que ahora está fuera es Neil, uno de los mayores imbéciles de la fraternidad. Tiene el pelo alborotado, y huele a cerveza y a coño.
—¿Qué cojones quieres? —le pregunto.
Vuelvo a entrar en mi cuarto y le tiro un par de vaqueros.
—¿Hasss visssto a Cady? —Parece cabreado, y habla arrastrando las palabras.
—¿A quién?
—A la chica que essstaba conmigo anoche. ¿La has visssto?
Pienso en la chica del suéter con los ojos rojos y en cómo iba de acá para allá y sacudo la cabeza.
Al principio he pensado que estaba colocada, y puede que lo estuviera, pero nunca deben darse las cosas por sentado.
—Se ha largado y no va a volver. Déjala en paz. —Cojo un libro de la estantería y se lo lanzo.
Refunfuñando, me llama capullo y se larga.
Mientras conduzco de camino al campus, sigo cabreado, y continúo con mi nuevo hobby de fastidiar a la compañera de habitación de Steph.
—Estoy deseando empezar esta clase. Me han hablado muy bien de ella —le dice Landon mientras los sigo.
Deben de ser más amigos de lo que pensaba. Su sonrisa es cálida, tan cálida que tengo que apartar la mirada por un instante.
¿Acaso se gustan? Ella tiene un novio que parece un maniquí y, hasta donde yo sé, Landon tiene novia. Pero por el modo en que está mirando a Pau, deben de haber cortado.
A media clase, él se marcha, y Pau desplaza su silla literalmente para alejarse de mí.
—El lunes empezaremos con Orgullo y prejuicio de Jane Austen —anuncia a la clase el profesor Nosequé.
Miro a Pau y veo que está sonriendo. No es una simple sonrisa; es una sonrisa de oreja a oreja. Cómo no. A las tías les encanta Orgullo y prejuicio. Se vuelven locas con Darcy y su mierda de orgullo encantador.
Pau recoge sus cosas: un horario enorme y todos los libros de texto del campus. Intento hacer como que me retraso, pero hasta eso me resulta difícil teniendo en cuenta lo mucho que está tardando en recogerlo todo y guardarlo de manera ordenada en su cartera.
La sigo fuera y le digo:
—Deja que lo adivine: estás perdidamente enamorada del señor Darcy.
Tengo que chincharla con esto. No puedo evitarlo.
—Todas las mujeres que han leído la novela lo están —responde, y saca ligeramente la lengua al final mientras fija la mirada en cualquier parte menos en mi cara.
Continúo siguiéndola y veo cómo mira a ambos lados antes de cruzar la calle en la intersección.
—Por supuesto que sí. —Me río, y me detengo un instante, hasta que me doy cuenta de que ha cruzado casi toda la calle sin mí.
Joder, qué rápido anda.
—Seguro que eres incapaz de comprender el atractivo del señor Darcy —dice Pau a modo de insulto cuando la alcanzo, pero me echo a reír de nuevo.
—¿Un hombre rudo e insufrible convertido en un héroe romántico? Es absurdo. Si Elizabeth tuviera algo de sentido común, lo habría mandado a la mierda desde el principio.
Doña Remilgada me mira y, para mi sorpresa, oigo el leve sonido de una risita. Es una de esas risitas inocentes y accidentales que parecen haber desaparecido de este mundo. En el momento en que el sonido golpea el aire, se cubre la boca, pero la he oído. La he oído y ha sido como si me hubiera atravesado.
—¿Estás de acuerdo en que Elizabeth es una estúpida? —insisto.
—No, es uno de los personajes más fuertes y más complejos que jamás se hayan escrito.
Defiende a Elizabeth Bennet de un modo en que la mayoría de las chicas de dieciocho años serían incapaces de hacerlo, y además con referencia a una película de Tom Hanks incluida. Me sorprendo riéndome, riéndome de verdad, y ella ríe también. Su risa es suave como el algodón.
«¿Qué cojones acabo de...?»
Dejo de reírme al instante y aparto la vista de ella. Esto es raro de cojones.
Ella es rara. E insufrible.
—Ya nos veremos, Paula. —Me despido de ella y me voy en la dirección opuesta.
«¿Suave como el algodón?» ¿Que su sonrisa «me ha atravesado»? ¿A qué coño ha venido eso? Aparto todas esas gilipolleces de mi mente y me dirijo al coche. Esta noche hay otra fiesta, como siempre, y pienso evadirme de toda esta mierda hundiéndome en un estrecho y húmedo... La vibración del móvil en el bolsillo me distrae de mis pervertidos pensamientos. Lo saco, veo el nombre de Jace en la pantalla y me apresuro a contestar.
Ha estado mucho tiempo fuera, y me alegraré de tenerlo de vuelta. Todo el mundo tiene una persona con la que quedar que lo hace sentirse mejor consigo mismo. En mi caso, esa persona es Jace. Es un capullo, un gilipollas de alto nivel, cualquiera podría confirmarlo, pero con él la diversión está asegurada.
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