Divina

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viernes, 1 de enero de 2016

After 4 Capitulo 69


Pau

He acertado. Ahí está, apoyado en la pared con el falso grafiti de Banksy.

—No me habías dicho que Danielle y Sarah eran compañeras de piso. —Eso es lo primero que me dice. Está sonriente, es esa sonrisa que le levanta la nariz de lo amplia que es.

—Sí, es un follón. —Meneo con la cabeza y pongo los ojos en blanco—. Y más aún porque ésos no son sus verdaderos nombres, y lo sabes.

Pedro se echa a reír.

—Qué bueno. ¿Qué probabilidades hay? —Se lleva la mano al pecho y el cuerpo le tiembla de la risa—. Parece cosa de telenovelas.

—¿Me lo dices o me lo cuentas? Soy yo la que tiene que vivirlo en directo todos los días. 

Pobre Landon, deberías haberle visto la cara la noche que quedamos con Sophia y sus compañeras de piso para salir de copas. Casi se cae de la silla.

—Es demasiado. — Pedro se parte.

—No te rías delante de él. Lo está pasando mal con esas dos.

—Ya, ya. Me lo imagino. — Pedro pone los ojos en blanco.

Entonces el viento vuelve a soplar con fuerza y su pelo largo vuela alrededor de su cabeza. No puedo evitar señalarlo y echarme a reír. Es mejor que la alternativa: preguntarle a Pedro qué está haciendo en Nueva York.

—Creo que me queda mejor así, y las mujeres tienen de donde tirar —bromea, pero sus palabras me atraviesan el corazón.

—Ah —digo, pero me río porque no quiero que sepa que la cabeza me da vueltas y me duele el pecho al pensar en otras mujeres tocándolo.

—Eh... —Me coge y me da la vuelta para que lo mire, como si estuviéramos solos en la acera—. Era una broma, una broma de mal gusto y sin gracia.

—No pasa nada. Estoy bien. —Le sonrío y me coloco un mechón detrás de la oreja.

—Puede que seas muy independiente y que no te dé miedo ser amiga de los vagabundos, pero sigues mintiendo de pena —dice. Me ha pillado.

Intento mantener el tono ligero de la conversación.

—Oye, no hables así de Joe. Es mi amigo. —Le saco la lengua mientras pasamos por delante de una pareja sentada en un banco.

Lo bastante alto para que puedan oírlo, Pedro dice:

—Cinco pavos a que le mete la mano bajo la falda en menos de dos minutos.

Le pego un empujón cariñoso en el hombro y me rodea la cintura con el brazo.

—No te pongas muy sobón, ¡o tendrás que responder ante Joe! —Lo miro con las cejas enarcadas y se echa a reír.

—¿Cómo es que te gustan tanto los vagabundos?

Me acuerdo de mi padre y se me borra la sonrisa de la cara un instante

—Joder, no iba con segundas —se apresura a disculparse él.

Alzo la mano y sonrío.

—No, no pasa nada. Esperemos que Joe no resulte ser mi tío. — Pedro se me queda mirando como si me hubiera salido otra cabeza y me río de él—. ¡Estoy bien! Puedo aceptar una broma. He aprendido a no tomarme a mí misma demasiado en serio.

Parece que le gusta oírlo, e incluso le sonríe a Joe cuando le entrego su paquete de pescado y buñuelos de maíz.

El apartamento está a oscuras cuando entramos. Lo más probable es que Landon lleve ya unas cuantas horas durmiendo.

—¿Has cenado? —le pregunto a Pedro en el momento en que me sigue a la cocina.

Se sienta a la mesa para dos personas y apoya los codos en lo alto.

—La verdad es que no. Iba a robarte ese paquete de comida, pero Joe se me ha adelantado.

—¿Te preparo algo? Me muero de hambre.

Veinte minutos más tarde, estoy metiendo el dedo en la salsa de vodka para probarla.

—¿No vas a compartirlo? —me pregunta Pedro desde atrás—. No sería la primera vez que como de tu dedo —bromea con una sonrisa de satisfacción—. La cobertura de tarta era uno de mis sabores de Pau favoritos.

—¿Te acuerdas de eso? —le ofrezco un poco de salsa en una cuchara.

—Me acuerdo de todo, Pau. Bueno, siempre que no estuviera demasiado borracho o colocado. — Frunce el ceño y su sonrisa provocativa desaparece.

Meto el dedo en la cuchara y se lo ofrezco. Funciona. Vuelve a sonreír.
Tiene la lengua caliente y sus ojos buscan en los míos cuando chupa la salsa de mi dedo. Se lo mete entre los labios y chupa de nuevo aunque ya no quede salsa.
Con mi dedo en los labios, dice:

—Quería hablar contigo. Tiene que ver con lo que has dicho acerca de que me acuerdo de las cosas. Pero el modo en que sus suaves labios rozan mi piel me tiene distraída.

—¿Tiene que ser ahora?

—Pronto, no hace falta que sea esta noche —susurra, y su boca humedece también la punta de mi dedo corazón.

—¿Qué haces?

—Me lo has preguntado tantas veces... —Sonríe y se levanta.

—Hace mucho que no nos vemos. No creo que sea buena idea —digo, aunque no me lo creo ni yo.

—Te he echado de menos, y he estado esperando que tú también te echaras de menos a ti misma. — Posa la mano en mi cadera, contra la tela de mi camisa de trabajo—. No me gusta verte toda de negro. No te pega. —Agacha la cabeza y me acaricia la mandíbula con la nariz.

Mis dedos torpes se pelean con los botones de la camisa, resbalando en las pequeñas piezas de plástico.

—Me alegro de que tú no aparecieras vestido de otro color.

Sonríe contra mi mejilla.

—No he cambiado mucho, Pau. Sólo voy a un par de médicos y acudo más al gimnasio.

—¿Sigues sin beber? —Dejo caer la camisa en el suelo, detrás de nosotros, y me acorrala contra la encimera.

—Sólo un poco. Normalmente una copa de vino o de cerveza y ya está. Pero no, no pienso volver a empinarme una botella de vodka.

Me arde la piel y mi cerebro está intentando comprender cómo hemos acabado aquí, pasados tantos meses, con mis manos esperando que les den permiso para quitarle la camiseta. Como si me leyera el pensamiento, las coge y las deja sobre la tela fina.

—Es el mes de nuestro aniversario, ¿lo sabías? —dice mientras le quito la camiseta por la cabeza y contemplo su torso desnudo.

Escaneo la zona buscando dibujos nuevos y me alegra encontrar sólo las hojas. Helechos, los llamó Pedro si no me falla la memoria. A mí me parecen unas hojas muy raras, con laterales gruesos y tallos largos que nacen en la base.

—No tenemos un mes de aniversario, loco —replico.

Intento verle la espalda, pero me da vergüenza cuando me pilla, y se da la vuelta.

—Claro que lo tenemos —discrepa—. En la espalda sólo llevo el tuyo —me explica mientras observo los nuevos músculos de hombros y espalda.

—Me alegro —confieso en voz baja, con la boca seca.

Tiene cara de estar disfrutando con esto.

—¿Se te ha ido ya la cabeza y te has hecho uno?

—No. —Le doy un manotazo, se vuelve hacia la encimera y me coge.

—¿Te parece bien que te acaricie así?

—Sí —confiesa mi boca antes de que mi cerebro tenga tiempo para pensar. Con los dedos de una mano, recorre el escote de mi camiseta.

—¿Y así?

Asiento.

El corazón se me va a salir del pecho, me late tan fuerte que estoy segura de que puede oírlo. Me siento conectada a él, viva y despierta, y me muero por sus caricias. Ha pasado tanto tiempo... Y aquí lo tengo, diciendo y haciendo esas cosas que tanto me gustaban. 

Sólo que esta vez es un poco más cuidadoso, un poco más paciente.

—Me has hecho mucha falta, Pau. —Su boca está a menos de cinco centímetros de la mía. 

Sus dedos trazan lentamente círculos en la piel desnuda de mis hombros. Es como si estuviera borracha, la cabeza me da vueltas.

Cuando sus labios llegan a los míos, vuelvo a la casilla de salida. Me lleva de regreso a ese lugar en el que lo único que existe es Pedro, sus dedos en mi piel, sus labios acariciando los míos, sus dientes mordisqueando las comisuras de mi boca, los gruñidos suaves que salen de su garganta cuando le bajo la bragueta.

—¿Vas a volver a utilizarme sólo por el sexo? —Sonríe contra mi boca y aprieta con la lengua para cubrir la mía y que no pueda contestarle—. Qué tentación —musita pegando el cuerpo al mío.

Mis brazos le rodean el cuello y mis dedos se enroscan en su pelo.

—Si no fuera un caballero, te follaría aquí mismo, sobre la encimera. —Me coge las tetas con las manos y sus dedos se clavan bajo los aros de mi sujetador—. Te sentaría aquí, te bajaría estos pantalones tan horrendos, te abriría de piernas y te haría mía aquí mismo.

—Dijiste que no eras un caballero —le recuerdo sin aliento.

—He cambiado de opinión. Ahora soy medio caballero —bromea.

Estoy tan caliente que empiezo a pensar que voy a entrar en combustión espontánea y a dejar la cocina hecha un asco. Intento bajarle el bóxer y echo la cabeza atrás cuando dice:

—Joder, Pau.

—¿Medio caballero? ¿Eso qué quiere decir? —gimo cuando sus dedos se deslizan con facilidad bajo la cinturilla abierta de mis pantalones.

—Significa que, por mucho que te desee, por mucho que me muera por follarte aquí y ahora y hacerte gritar mi nombre hasta que toda la manzana sepa quién está haciendo que te corras... —me pasa la lengua por la nuca—, no voy a hacerlo hasta que te cases conmigo.

Mis manos se paralizan. Tengo una en su bóxer y la otra en su espalda.

—¿Qué? —pregunto aclarándome la garganta.

—Ya me has oído. No voy a follarte hasta que te cases conmigo.

—No lo dices en serio.

«Por favor, que no lo diga en serio. No puede estar diciéndolo en serio. Llevamos meses sin hablar. Es una broma, ¿verdad?»

—Lo digo completamente en serio. No es ningún farol. —Sus ojos bailan divertidos y pego una patada contra el suelo de cerámica.

—Pero no.... Ni siquiera hemos... —Me recojo el pelo con una mano para intentar comprender lo que me está diciendo.

—¿Creías que me iba a dar por vencido así como así? —Se acerca y me roza con los labios mi mejilla ardiente—. ¿Acaso no me conoces?

Me dan ganas de borrarle esa sonrisa de la cara de un bofetón y besarlo al mismo tiempo.

—Pero te rendiste.

—No, te estoy dando el espacio que querías y que me obligaste a darte. Confío en que el amor que sientes por mí volverá a centrarte, llegado el momento. —Levanta una ceja y saca esa sonrisa y esos hoyuelos malévolos—. Aunque te está costando lo tuyo...

«¿Qué significa todo esto?»

—Pero... —No tengo palabras.

—Vas a hacerte daño. —Se echa a reír y me coge las mejillas con las manos—. ¿Duermes conmigo en el sofá otra vez? ¿O es demasiada tentación para ti?

Pongo los ojos en blanco y lo sigo al salón, intentando comprender cómo es posible que nada de esto tenga sentido para él o para mí. Tenemos tanto de que hablar, tantas preguntas, tantas respuestas...


Pero por ahora, voy a dormir en el sofá con Pedro y a fingir que, por una vez, en mi mundo todo podría ir bien.

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