Supo desde el principio, desde su primer encuentro hasta la primera vez que ella usó su insolencia contra él, que sentía algo diferente con respecto a su persona. No imaginaba..., no, no tenía ni puta idea de que el fuego que ardía en su interior acabaría debilitándose hasta extinguirse por su mala costumbre de cometer un error tras otro. Y ahora a menudo se encuentra sentado solo, reviviendo los días en los que ella rebosaba intensidad. Cuando su voz y sus acciones destilaban tanta pasión que el aire entre ellos se cargaba de humo.
Debería haber imaginado que toda esa pasión acabaría en destrucción, que terminaría quemando su alma y consumiendo cada milímetro de su espíritu, llevándose a la chica a la que amaba, a la chica sin la que no podía y aún no puede respirar, y se vería obligado a ver cómo se aleja lentamente, con las últimas nubes de humo gris.
Me paseo por la fiesta llena de gente y me abro paso a través de un grupo de capullos borrachos que están jugando a alguna especie de juego de beber para entretenerse mientras intentan encajar desesperadamente. Sus ojos inyectados en sangre y sus estúpidas sonrisas me dan ganas de vomitar. Uno por uno, todos me miran con cara de estar pensando «es un gilipollas» mientras lanzan bolas de plástico en unos vasos llenos de cerveza y lo celebran a gritos como si hubieran ganado una especie de medalla por haberse puesto ciegos de alcohol compartiendo vasos con la cerveza más barata del mercado.
Cuando llego al atestado vestíbulo, veo a Steph y a su lapa. La rubia parece perdida, completamente fuera de lugar en este enjambre de cuerpos en movimiento. Alguien le da una bebida y ella sonríe con amabilidad, a pesar de que no la quiere. Lo sé porque se refleja en sus ojos. Pero la acepta, y se lleva el vaso rojo a la boca.
Otra que hace lo que hacen todos. Menuda sorpresa.
—¡Hooolaaa, Tierra llamando a Pedro! —oigo que dice Molly por encima del barullo.
La miro y veo la expresión de enfado en su rostro mientras apoya una mano sobre la cadera.
Tiene la vista clavada en Pau y Steph.
—¿Qué estabas mirando? —pregunta con voz tensa.
—Nada. Métete en tus putos asuntos.
Continúo mi camino y subo la escalera rumbo a mi habitación. Por detrás de mí oigo un repiqueteo insoportable de bisutería barata y excesiva. Me vuelvo y me encuentro con Molly y sus ojos de cachorro.
—¿Me estás siguiendo por algún motivo?
Se aparta el pelo rosa del hombro.
—Me aburro —se queja.
—¿Y?... —Me saco el móvil del bolsillo trasero y finjo que hago cualquier cosa menos escucharla.
Molly me pasa la mano por el brazo.
—Entretenme, capullo.
La miro de arriba abajo, y me deleito en el modo en que su minúsculo vestido resalta todas las cosas que ya he visto. Me clava las uñas, y su sonrisa se intensifica.
—Venga, Pedro, ¿cuándo fue la última vez que te corriste?
No tiene vergüenza. Me gusta.
—Pues, teniendo en cuenta que me la mamaste hace dos días...
Pega sus labios a los míos antes de que pueda decir una palabra más. Me aparto hacia atrás, pero ella se adelanta.
«En fin, ¿por qué no?» No está nada mal, y podría estar perdiendo el tiempo con cosas peores. Como Steph con santa Paula toda la noche. Menudo rollo.
Molly me guía hasta la última habitación que hay a la derecha; sabe perfectamente que no debe intentar ir a mi cuarto. Nadie entra en mi cuarto. Cierra la puerta después de pasar y se abalanza sobre mí en cuestión de segundos. Tiene la boca caliente y los labios pintados con un brillo pegajoso. El hecho de tocarnos, ya sea con Molly o con cualquier otra, me ayuda a evadirme. No entiendo muy bien por qué, pero cuando desconecto la mente durante un rato todo me resulta más fácil. Es un subidón, el único momento en el que realmente siento algo.
Molly me lleva hasta el catre, que apenas tiene una sábana encima. Estos pequeños detalles no importan cuando no sientes nada. Molly extiende su cuerpo menudo sobre el mío y se restriega contra mi pierna. La agarro del pelo rosa y aparto su boca de la mía.
—No —le advierto.
Ella responde con el gruñido quejumbroso que suele emitir cuando le recuerdo que no me bese.
—Eres un capullo —protesta, pero pasa a ponerse a horcajadas sobre mi cintura.
La puerta se abre y deja de menear las caderas. Se vuelve, se incorpora, y yo me apoyo sobre los codos.
—¿Puedo ayudarte en algo? —pregunta Molly con un tono duro, cargado de impaciencia y necesidad.
Y, por supuesto —¿cómo no?—, la persona que está en la puerta es Pau, la compañera de Steph, con una expresión que me indica que está más cortada que Molly y yo juntos.
—Esto..., no. Perdón, yo... —tartamudea—. Estoy buscando un baño, alguien me ha tirado la bebida encima.
Mira hacia abajo, hacia su vestido manchado, a modo de prueba. Parece ser que esta chica pasa mucho tiempo mirando hacia abajo.
—Muy bien. Pues sigue buscando —responde Molly haciéndole un gesto con la mano para que se largue.
Pau sale de la habitación inmediatamente y cierra la puerta.
Sin embargo, mientras Molly se abalanza sobre mi cuello, veo la sombra de los pies de Pau al otro lado. ¿Nos está escuchando? Joder, qué tía más rara. Unos segundos después, desaparece, y Molly desliza la mano entre mis piernas.
—Joder, esa chica me saca de quicio —dice.
Para ser una persona que tampoco cae demasiado bien, a Molly la «saca de quicio» demasiada gente.
—¿Debería haberla invitado a participar? —digo encogiéndome de hombros, y ella pone cara de asco.
—¡Puaj! Ni hablar. Con Bianca o Steph no te diría que no, pero con la Pau esa, ni hablar. Ni siquiera está buena, y mide casi el doble que yo.
—Eres una zorra, ¿lo sabías? —le digo, y sacudo la cabeza.
Por muy sosa que sea, Pau tiene un cuerpo bonito, la clase de cuerpo que les gusta a los hombres; la clase de cuerpo que devoraría en un santiamén si ella aprendiera a domar esa actitud que tiene.
—Venga ya. Lo único que te gusta de ella son sus tetas.
Molly se abalanza sobre mi cuello de nuevo.
—No me gusta —digo, sintiendo de repente la necesidad de defenderme.
—Ya, está claro que no te gusta. —Se aparta para mirarme a los ojos y sonríe como si estuviéramos compartiendo un secreto o algo así—. Pero eso no significa que no te la follarías.
Acerca su boca a mi mandíbula y empieza a mordisquearme la piel. Me agarra la polla a través de los pantalones y continúa moviendo su cuerpo menudo sobre el mío.
—Basta de cháchara.
Deslizo la mano entre sus muslos separados y empiezo a acariciarla con los dedos. Gime contra mi cuello, y yo me concentro en el placer que me está proporcionando. Molly se parece más a mí de lo que admitiría jamás. Su día a día también es aburrido y deprimente.
Ella utiliza asimismo las sensaciones para escapar de sus propios pensamientos. La verdad es que no sé mucho de ella, nunca cuenta nada, pero sé que no debe de haberlo pasado bien.
Molly empieza a estremecerse mientras le meto los dedos. Sé cómo hacer que se corra rápido. Cuando gime, oigo que suspira el nombre de «Lou», pero pronto recobra la compostura y dice mi nombre.
«¿Lou? Pero ¿qué cojones?» Intento no reírme al pensar que pueda estar refiriéndose a Logan, diciendo su nombre mientras se corre conmigo. Sabe perfectamente que él jamás se acostaría con ella. Es amable con ella porque es un tío amable con todo el mundo, pero tiene principios. Si me importara algo, la reprendería por ello, pero lo cierto es que me importa una mierda. La utilizo del mismo modo en que ella me utiliza a mí. Y ambos lo sabemos. Mi mente vaga hasta la fiesta en la planta inferior. Me pregunto cuántas veces habrá llorado ya la compañera de Steph. Parece una persona sensible, con sus respuestas y su actitud insolente que ocultan fragilidad. Molly agarra mis vaqueros y me desabrocha el botón. Cierro los ojos y siento cómo sus cálidos labios rodean mi polla.
Después, no dice nada, ni yo tampoco, cuando se pasa los dedos por los labios hinchados. Se levanta, se pone el vestido para cubrir su cuerpo todo lo que puede cubrírselo ese retal y sale de la habitación.
Me quedo ahí tumbado, sobre una cama que no es la mía. Miro el techo durante unos minutos y salgo al vestíbulo. La fiesta continúa; el suelo está cada vez más guarro a cada minuto que pasa. Un grupo de tres borrachas cogidas de la mano pasa por mi lado.
—Chicas, sois mis mejores amigas —dice la más bajita de las tres.
Una de ellas, la del suéter azul y los ojos inyectados en sangre, se tambalea por el pasillo y está a punto de caerse.
—¡Os quiero, tías! —responde, y se le llenan los ojos de lágrimas.
Las chicas, cuando están borrachas, lloran y son las «mejores amigas» de todo el mundo...
Logan aparece al otro extremo del pasillo, con una sonrisa torcida y una bebida en cada mano.
Me ofrece una, pero la rechazo negando con la cabeza.
—La tuya es agua —dice sosteniendo el vaso rojo entre ambos. Lo cojo, me lo acerco a la nariz y huelo el líquido.
—Eh..., gracias.
Bebo un trago del agua fría y decido obviar el modo en que Logan me juzga para sus adentros por no beber.
—La casa está petada, tío —me dice, y se aclara la garganta con una mueca de dolor—. Este vodka barato quema de la hostia.
No contesto nada. Simplemente observo el vestíbulo mientras nos dirigimos hacia la escalera.
—Por cierto, he visto que esa tal Pau entraba en tu habitación —dice detrás de mí. Me vuelvo para mirarlo.
—¿Qué?
—Ha entrado con Steph, que había estado vomitando en el cuarto de baño.
—Y ¿por qué han ido a mi cuarto? —digo levantando la voz.
Habría jurado que lo había cerrado con llave. Nadie entra en mi habitación, por muy enfermo que esté. De hecho, especialmente si están enfermos. No quiero que nadie vomite sobre mis cosas. Logan se encoge de hombros.
—No lo sé. Sólo te estoy informando.
Desaparece entre la multitud y yo me dirijo a mi habitación. Steph sabe perfectamente que no debe entrar. ¿Por qué no se lo ha advertido a su lapa?
Entro cabreado y, cómo no, ahí está Pau al lado de mi estantería. Veo al instante que ha puesto la mano en mi ejemplar más antiguo de Cumbres borrascosas. Las páginas gastadas delatan su uso.
—¿Qué coño haces tú en mi habitación? —le digo.
Sin apenas inmutarse, cierra el libro suavemente.
—Te he preguntado qué coño haces en mi habitación —repito con el mismo tono áspero que la primera vez.
Cruzo la estancia, le quito el libro de las manos y lo coloco de nuevo en su sitio en la estantería.
Todavía no me ha contestado; sigue ahí plantada, cerca de mi cama, con los ojos abiertos como platos y la boca cerrada.
—Nate ha dicho que trajésemos a Steph aquí... —susurra.
Señala con la mano en dirección a mi cama. Steph está inconsciente sobre el colchón, y no me hace ni puta gracia.
—Ha bebido demasiado y Nate ha dicho...
Ya he tenido suficiente.
—Ya te he oído la primera vez —la interrumpo tranquilamente.
—¿Perteneces a esta fraternidad? —pregunta con voz curiosa y algo afectada.
No es que me sorprenda. Estoy acostumbrado a que me juzguen, sobre todo los niños ricos de actitud soberbia. Aunque no creo que esta chica sea rica. Su vestido parece sacado de una tienda de oportunidades y no de un centro comercial, cosa que, por alguna razón, me sorprende.
—Sí, ¿por? —Camino hacia la muy cotilla y ella retrocede y se golpea con la estantería—. ¿Tanto te sorprende, Paula?
—Deja de llamarme Paula —me espeta. «Vaya, menudo carácter...»
—Es tu nombre, ¿no?
Suspirando, da media vuelta. Miro hacia mi cama al ver que pretende marcharse de la habitación.
—No puede quedarse aquí —le digo.
No pienso dejar que Steph duerma en mi cama toda la noche.
—¿Por qué no? Creía que erais amigos.
Qué mona..., qué ingenua.
—Y lo somos, pero nadie se queda en mi habitación.
Me cruzo de brazos y la observo detenidamente. Su mirada recorre mis tatuajes. Me gusta cómo me está mirando, como si intentara comprenderme. Diría que es hasta excitante que me examine de ese modo. Es evidente que está intrigada.
De repente parece salir de su estado de observación.
—Ah..., ya veo —dice, y suelta una carcajada—. ¿De modo que sólo las chicas que se lo montan contigo pueden entrar en tu cuarto?
No puedo evitar sonreír ante su actitud beligerante. Tiene el pelo largo y rubio y unas magníficas curvas ocultas bajo ese traje horrendo..., pero hay algo en esta chica que me irrita a un nivel mucho más profundo que Steph, o incluso Molly. No sabría decir qué es exactamente, pero me está sacando de mis casillas y tengo que acabar con esta situación.
—Ése no era mi cuarto. Pero si lo que intentas decir es que quieres montártelo conmigo, lo siento, no eres mi tipo.
Sonrío y observo cómo se le crispa el rostro de vergüenza y de furia.
—Eres un... eres un...
Me incomoda ver cómo intenta encontrar las palabras adecuadas para insultarme.
—En fin..., pues llévala tú a otro cuarto. Ya me las apañaré para volver a la residencia.
¿Yo? Su engreimiento me está cabreando a pasos agigantados.
No será capaz de largarse y de dejar a Steph aquí, ¿verdad? Abre la puerta y cruza el umbral. Mierda, tiene más huevos de lo que creía. Estoy ligeramente impresionado. Cabreado pero impresionado.
—¡Buenas noches, Paula! —le grito al tiempo que cierra de un portazo.
Observo mi habitación para ver si ha movido de sitio alguna cosa más. De repente capta mi atención el espejo de la pared, principalmente porque apenas reconozco al hombre que aparece reflejado en él. No sé en quién me he convertido en los últimos años.
Pero lo que más me sorprende es que no entiendo a qué viene la estúpida sonrisita que tengo en el rostro.
Estoy acostumbrado a discutir con gente insufrible en estas fiestas. ¿Por qué he disfrutado esta vez más de lo normal? ¿Es por esta chica nueva? No es mi tipo de presa habitual, pero me divierte jugar con ella.
El ruido proveniente de la planta inferior inunda mi habitación y, con Steph en mi cama, no tengo nada que hacer. Tendré que pedirle a Nate que la saque de aquí..., que la deje en el vestíbulo si es preciso. Seguro que ha dormido en sitios peores. Me sorprendo pensando en Pau y en su actitud. En cómo ha apoyado la mano sobre su cadera con ese aire tan testarudo y no se amilanaba ante mí. Salgo al vestíbulo y convenzo a un novato de la fraternidad para que traslade el cuerpo de Steph a un cuarto vacío del pasillo. Aguardo un momento para asegurarme de que no se queda allí con ella y, cuando sale de la habitación, me dirijo de nuevo a la mía.
Al pasar por delante del baño, oigo una voz agitada a través de la puerta. Es la tal Pau, reconozco su voz al instante.
—Sí. No. He ido a una estúpida fiesta con mi compañera de habitación y ahora estoy atrapada en la casa de una fraternidad sin un sitio donde dormir y no tengo manera de llegar a la residencia.
Está llorando. Debería alejarme de la puerta. No tengo ni la energía ni el más mínimo interés de aguantar a una llorona hipersensible.
—Pero en este momento está...
No logro distinguir las palabras con tanto sollozo. Pego la oreja a la puerta.
—Pues a eso me refiero, Noah... —la oigo decir.
Intento abrir la puerta. Ni siquiera sé por qué lo hago, así que probablemente haya sido
una suerte que esté cerrada con pestillo.
—¡Un momento! —grita, perdiendo la paciencia.
Llamo de nuevo.
—¡He dicho un mom...!
Tira de la puerta de golpe y abre mucho los ojos al verme. Aparto la mirada y ella pasa corriendo por delante de mí. La agarro del brazo y la detengo suavemente.
—¡No me toques! —grita, y se suelta de un tirón.
—¿Has estado llorando? —pregunto, aunque ya sé la respuesta.
—Déjame en paz —dice sin mucha convicción.
Parece agotada. «¿Con quién estaba hablando por teléfono? ¿Con su novio?» Abro la boca para provocarla, pero me hace un gesto de advertencia con el dedo.
— Pedro, por favor. Te lo estoy suplicando y, si tienes la más mínima decencia, me dejarás estar. Guárdate la mezquindad que vayas a decir para mañana. Por favor.
Sus ojos azul grisáceo se inundan de lágrimas, y el comentario grosero que tenía pensado decir de repente pierde su chispa.
—Hay una habitación al final del pasillo donde puedes dormir. He llevado a Steph allí —le digo.
Me mira como si de repente me hubieran salido tres cabezas.
—Vale —se limita a responder al cabo de un instante.
—Es la tercera puerta a la izquierda —le indico, y me dirijo a mi habitación.
De repente siento la imperiosa necesidad de alejarme de esta chica cuanto antes.
—Buenas noches, Paula —digo, y luego entro en mi cuarto.
Cierro la puerta y me apoyo contra ella.
Estoy mareado. No me encuentro bien. Más le vale a Logan no haberme metido alguna mierda en el agua.
Me acerco a la estantería, cojo Cumbres borrascosas y lo abro por la mitad de la novela. Catherine es el personaje femenino más exasperante que he leído jamás, y no logro entender por qué Heathcliff aguanta sus mierdas.
Él también es un capullo, pero ella es lo peor.
Tardo un rato en quedarme dormido pero, cuando lo hago, acabo soñando con Catherine, o más bien con una versión joven y rubia de ella que llega de repente a la facultad. Pero el sonido de los gritos de mi madre me despierta y me incorporo de un salto con la camisa empapada de sudor, y enciendo la luz.
¿Cuándo acabará esta mierda? Llevo años así y no se me pasa.
Tras unas cuantas horas más de mirar al techo y a las paredes e intentar convencerme de que debo de haber dormido todo ese tiempo, me doy una ducha y bajo a la cocina. Cojo una bolsa de basura y decido ayudar a limpiar, por una vez. Igual si hago algo agradable por los demás, conseguiré dormir una noche entera para variar.
En la cocina me encuentro con Pau, que sigue aquí, riendo y apoyada contra la encimera.
—¿Qué tiene tanta gracia? —pregunto mientras tiro un montón de vasos vacíos de la encimera a la bolsa.
—Nada. ¿Vive Nate aquí también? —me pregunta.
Paso de ella.
Levanta un poco su suave voz e insiste:
—¿Vive o no vive aquí? Cuanto antes me digas si Nate vive aquí, antes me marcharé.
—Vale, ahora tienes toda mi atención. —Doy un paso hacia la furiosa chica para limpiar un montón de servilletas de papel empapadas de la encimera y sonrío con malicia—. Pues no, no vive aquí. ¿Te parece el típico chico de fraternidad?
—No, pero tú tampoco —me suelta.
No contesto. Maldita sea, esta casa es un puto desastre.
—¿Pasa algún autobús por aquí cerca? —pregunta golpeteando el suelo con el pie como una niña, y pongo los ojos en blanco.
—Sí, a una manzana.
—¿Podrías decirme dónde está la parada?
—Claro. Está a una manzana de distancia.
Algo en su enfado instantáneo me hace sonreír.
Da media vuelta sobre sus zapatos planos y se aleja a toda prisa. Me río para mis adentros y paso por alto el modo en que Logan me sonríe con malicia desde el otro lado de la cocina. Me acerco a él, pero cambio de dirección al ver que Pau se acerca a Steph.
—No vamos a coger el puto autobús. Uno de estos capullos nos llevará a la residencia.
Seguramente sólo te estaba tomando el pelo —oigo que le dice Steph.
De repente, irrumpe en la cocina como si fuera el huracán Katrina. Tiene todo el maquillaje corrido alrededor de los ojos. Miro a Pau, que apenas va maquillada, y la diferencia es abismal.
—Pedro, ¿nos puedes llevar de vuelta ahora? Me va a explotar la cabeza.
—Claro, dame un minuto.
Dejo la bolsa de basura en el suelo y me río para mis adentros cuando oigo a Pau resoplar indignada. Es tan fácil sacar a esta chica de sus casillas... Pau y Steph se reúnen conmigo junto al coche, y no puedo evitar seleccionar una de mis canciones heavy preferidas, War Pigs, durante el trayecto de vuelta al campus. Bajo todas las ventanillas y disfruto de la brisa.
—¿Te importaría subirlas? —pregunta Pau desde el asiento trasero.
La miro por el espejo retrovisor y me cojo el aro del labio entre los dientes para no reírme por el modo en que su pelo rubio le golpea en toda la cara. Finjo que no la he oído y subo el volumen. Cuando llegamos, mientras salen del coche, digo:
—Luego me paso, Steph.
Le veo las bragas a través del vestido, pero supongo que ése es el objetivo de llevar unas medias de rejilla.
—Adiós, Paula. —Sonrío y veo cómo ella pone los ojos en blanco. Mientras me alejo conduciendo, me sorprendo a mí mismo riéndome.
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