Cuando abro la puerta, Pau está en la cama de Steph, con Zed, y la suya está vacía. En una cama pequeña. Con Zed. Y con Steph y Tristan también. Además, sólo está allí sentada, sin hacer nada, pero me da igual. Está con Zed. En una cama. En una cama con Zed. Ni siquiera rima.
Y la furia me invade.
—Joder, tío, a ver si llamas a la puerta aunque sea por una vez —dice Steph haciéndose la tonta.
Sabía muy bien que iba a venir directamente aquí. Quería que lo hiciera, por eso ha informado a Molly, no me cabe la menor duda. Lo que me sorprende es que Molly me lo dijera. Steph me mira a los ojos y se echa a reír—. Podrías haberme pillado desnuda o algo. ¿Podría? Ya lo he hecho, y veo en sus ojos un ápice de terror. Sí, yo la he visto desnuda del todo, por eso sé que no tiene las tetas ni la mitad de grandes de lo que parece gracias a esos sujetadores con relleno que lleva. No obstante, tiene uno de los culos más bonitos que he tocado jamás... Me adentro en el dormitorio y suelto:
—No es nada que no haya visto ya.
Tanto Pau como Tristan ponen cara de que alguien se haya echado una meada matutina en sus cereales.
—Cállate. —Steph se ríe y disfruta de la atención que tanto ansía siempre.
—¿Qué hacéis? —pregunto mientras me siento enfrente de ellos, en la cama de Pau. Al menos Zed no está en su cama. Supongo que eso es un consuelo..., más o menos. Zed sonríe desde el otro lado de la minúscula habitación. «¿Por qué cojones sonríe?»
—Pues íbamos a ir al cine —dice—. Pau, ¿te vienes?
Ella me mira, y después a él. Parece nerviosa. ¡Va a decir que sí!
—La verdad es que Pau y yo tenemos planes —intervengo antes de que puedan quedar en nada.
Miro directamente a Zed lanzándole una advertencia. Él parpadea con lentitud, desafiándome. Tristan no dice nada cuando lo miro. No quiere tener nada que ver con nuestro drama. La verdad es que no es mal tío, si pasamos por alto que está saliendo con esa bruja.
—¿Qué? —exclaman Zed y Steph.
—Sí, sólo venía a recogerla.
Pero Pau permanece quieta y no parece tener intención de moverse para marcharse conmigo.
—¿Estás lista o qué? —digo con aire despreocupado.
No sabe qué hacer, como si estuviera luchando contra sí misma. Justo cuando voy a intervenir para convencerla, asiente y se levanta de la cama.
—Bueno, nos vemos luego —digo en voz alta, y empujo a Pau por la puerta tan rápido que parece que me haya tomado un speed o algo.
Una vez fuera, me sigue dando largas zancadas para alcanzarme. Tiene unas piernas bastante largas, y los muslos ligeramente gruesos. No puedo parar de fantasear que me aferro a ellos mientras la poseo sobre el capó de mi coche. Intento no pensar en ella al tenerla tan cerca. Siento mi polla ansiosa, rogándome que imagine lo suave que sería, y lo mucho que me gustaría estrecharla...
Dejo de soñar despierto al darme cuenta de que hemos llegado a mi coche y que le he abierto la puerta del pasajero por acto reflejo. Sin embargo, cuando la miro, veo que por alguna razón no tiene intención de entrar. Está cruzada de brazos, lo que hace que se le levanten las tetas.
Estoy seguro de que está intentando mostrarse furiosa, pero ahora mismo sólo me parece sexi.
—Vale, recordaré que nunca jamás tengo que volver a abrirte la puerta —le digo con tono sarcástico.
Ella sacude la cabeza y sé que está a punto de escupir fuego.
—¿A qué demonios ha venido eso? Sé perfectamente que no has ido a mi cuarto a recogerme. ¡Me has dejado bastante claro que no querías salir conmigo!
Está chillando. Miro a nuestro alrededor y veo que hay gente en el aparcamiento. Pau no parece percatarse de su presencia. No da la impresión de ser el tipo de chica a la que le gusta montar espectáculos, aunque ya hemos discutido dos veces en público. Joder, me saca de quicio.
—Sí, es verdad, y ahora métete en el coche. —Le indico que entre.
He limpiado y todo, así que más le vale entrar.
—¡No! Si no admites que no has venido aquí a por mí, volveré ahí dentro y me iré al cine con Zed —dice con aire desafiante.
¿Qué coño le pasa? Me llama a mí grosero y mira cómo me está hablando ella ahora. Una hipócrita sentenciosa, eso es lo que es. «¿Qué cojones le respondo a eso?»
¿Debería confesarle que Molly me ha avisado? Joder, no. Si lo hago, la del pelo rosa no
volverá a decirme nada más en la vida. Y ¿por qué me amenaza Pau con salir con Zed? ¿Acaso sabe algo sobre la Apuesta? ¿Está compinchada con Steph? Aunque apenas la conozco, sé que algo no va bien. Seguro que Steph se lo ha contado.
—Admítelo, Pedro, o me largo —dice.
No sé si se está quedando conmigo o no. Parece enfadada de verdad, y no para de dilatar las aletas de la nariz. Resulta bastante cómico. Me tragaré mi ego por esta vez.
—Vale, sí, lo admito. Y ahora sube al puto coche. No voy a volver a pedírtelo.
Quiero ganar la Apuesta, pero el reto se está convirtiendo en un desastre, y no pienso esforzarme mucho más. Si las cosas siguen así, le regalaré el trofeo a otro compañero. Me dirijo al lado del conductor de mi coche y dejo la puerta del pasajero abierta para que entre si quiere.
Y, cómo no, lo hace.
Salgo del aparcamiento cabreado como una mona. Había cancelado esto. No quería salir con ella. Y, sin embargo, aquí estamos ahora. Me duele la cabeza y tengo pensamientos contradictorios. Una parte de mí quiere gritar y bajar las ventanillas para poder ahogarme con mi propia respiración, pero la otra siente una extraña calma. Es una calma que me va inundando lentamente, pero que está cargada de paz. Subo la música para desconectar; eso suele funcionar: unos cuantos hombres gritando, cantando sobre la muerte y su propia depresión en puentes que se repiten una y otra vez y con estruendosos solos de batería que intensifican la furia.
Pau parece no coincidir con Slipknot, y acerca la mano al dial de la radio. ¿Cómo se atreve?
—No toques mi radio.
—Si vas a comportarte como un capullo todo el tiempo, no quiero salir contigo —me amenaza, y se deja caer contra el asiento de piel con dramatismo.
—No lo haré, pero no toques mi radio.
Apenas puedo respirar, y el ruido está ahogando mi pánico. Cuando me vuelvo hacia ella veo que está mirando la radio con una intensa expresión de odio. Eso me aligera el ánimo y me dan ganas de echarme a reír, aunque probablemente no sea el mejor momento para hacerlo.
—¿Qué más te da que vaya al cine con Zed? Steph y Tristan también iban a ir —dice Pau, levantando la barbilla para subrayar la cuestión.
«Vaya, ¿como una doble cita? Por favor...»
—No me parece que Zed tenga muy buenas intenciones. —No sé qué más decir, así que mantengo la vista fija en la carretera.
Tras un tenso momento de silencio, Pau se echa a reír. «Pero ¿qué cojones le pasa?»
—Ah, y ¿tú sí? Al menos Zed es agradable conmigo.
Continúa riéndose. ¿Que Zed es agradable con ella? ¿«Agradable»?
Pero «ha apostado a que va a arrebatarte la virginidad, querida» es algo que no puedo decir.
Porque supongo que yo también lo he hecho.
Me quedo callado, y Pau mantiene la guardia alta.
—¿Te importaría bajar el volumen, por favor? —grita por encima de la música.
Asiento. Será mejor que contribuya a que se ponga de mejor humor.
—Esa música es espantosa —protesta.
Sabía que no le gustaría; por su aspecto, estoy seguro de que escucha una música determinada, totalmente opuesta a la mía.
Golpeteo el volante con los dedos y observo cómo ella hace lo mismo en sus muslos sin darse cuenta.
—No, no lo es. Aunque me encantaría saber qué consideras tú que es buena música.
Sonrío al imaginarme su reproductor de CD de adolescente: ‘N Sync, Jessica Simpson y seguro que alguna de esas horribles bandas femeninas que salen de Inglaterra completan el lote.
—Pues me gustan Bon Iver y The Fray —responde después de considerarlo durante unos segundos.
—Cómo no.
Una banda cristiana y otra megahipster. No me sorprende en absoluto.
Bueno, vale, las dos hacen música decente, pero no son lo mío. No exudan el suficiente dolor.
—¿Qué tienen de malo? Tienen muchísimo talento, y su música es maravillosa —responde con pasión.
Cuando mis ojos se encuentran con los suyos, aparta la mirada y se vuelve hacia la ventana.
—Sí..., tienen talento. Talento para hacer que la gente se duerma.
Pau alarga la mano y me da un golpecito juguetón en el brazo. Es algo extraño. Veo que las parejas lo hacen todo el tiempo, pero nunca nadie me lo había hecho a mí.
—Pues a mí me encantan —dice, y sonríe con orgullo. Parece estar pasándolo bien—. ¿Adónde vamos?
—A uno de mis lugares favoritos.
No le doy una respuesta exacta. Es demasiado curiosa.
—¿Que está...? —insiste, tal y como me lo había imaginado. Es superior a ella.
—Tienes que saberlo todo de antemano, ¿verdad? —le digo, pagándole con la misma moneda.
—Sí..., me gusta...
—¿Controlarlo todo?
Se queda callada.
Decido dejarlo estar de momento. No quiero que se cabree.
—Pues no voy a decírtelo hasta que hayamos llegado..., que será dentro de unos cinco minutos.
Mientras continuamos, Pau echa un vistazo a los alrededores confundida. Sé que se está esforzando por no hacerme más preguntas. Intenta relajarse, y eso me pone las cosas más fáciles. Al cabo de un par de minutos veo que está mirando el asiento trasero.
—¿Ves algo que te guste ahí atrás? —bromeo, y ella niega con la cabeza.
Un tirabuzón de su largo pelo cae sobre su hombro, y lo aparta hacia atrás. Su cabello parece muy suave. Me pregunto si será rubia natural. Entonces recuerdo el aspecto de su madre y llego a la conclusión de que así es.
—¿Qué coche es éste? —pregunta con la mirada fija en sus zapatos de tela.
—Un Ford Capri. Es un clásico —contesto.
Amo mi coche más que a mí mismo, y estoy orgullosísimo de tenerlo. Pau se involucra ligeramente en la conversación mientras le hablo sobre el motor restaurado y el nuevo silenciador del tubo de escape. Sonríe y asiente una y otra vez y, aunque sé que no sabe de qué le hablo, es curiosamente agradable hablar con un ser humano. Al cabo de unos minutos, me vuelvo hacia ella y veo que me está mirando directamente. Siento una creciente presión en el cuello que desciende por mi columna.
Demasiado personal. Se está convirtiendo en algo demasiado personal. «Es un juego, Pedro. Trátala como una parte de él.»
—No me gusta que me miren fijamente —digo intentando mantener una expresión seria.
Es demasiado curiosa, y de repente me doy cuenta de que me gusta más de lo que debería.
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