LANDON
Odiaba
al chico perfecto incluso antes de conocerlo. Cuando su padre le dijo que iba a
tener un hermano, esperaba que la noticia lo hiciera feliz. Esperaba que de
repente le importaran la familia, las cenas y la bollería para llevarse bien
con el nuevo hijo de su padre.
Cuando
conoció a este otro chico su odio no hizo más que acrecentarse. Sabía que sólo
lo detestaba por celos, pero no podía evitarlo. No sabía hablar de deportes ni
de deportistas, como el nuevo hijo de su padre, ni era capaz de encandilar a
todos los comensales, como el hijo nuevo de su padre. Sabía que no podía
competir con el chico pero, a medida que su vida cambiaba, se dio cuenta de que
tampoco hacía falta. Luchó duro, muy duro, para guardar las distancias con el
Hijo Predilecto, que al final se convertiría en su mejor amigo.
Todos los días, las tres primeras cosas que me
vienen a la cabeza son:
«No está tan masificado como creía».
«Espero que Pau salga pronto del trabajo para que
podamos pasar un rato juntos.»
«Echo de menos a mi madre.»
Sí, estoy en segundo de la universidad, en Nueva
York, pero mi madre es una de mis mejores amigas.
Añoro mi hogar. Aunque me ayuda que Pau esté aquí;
ella es lo más parecido a una familia que tengo.
Sé que lo hacen todos los universitarios: se van de
casa y se mueren de ganas de perder de vista su ciudad natal. A mí eso no me
sucede. A mí me gustaba mi casa, aunque no me hubiera criado en ella. Cuando me
matriculé en la Universidad de Nueva York tenía un plan, sólo que la cosa no
salió como yo esperaba. Me trasladé aquí para empezar mi vida con Dakota, mi
novia del instituto. No tenía ni idea de que ella fuera a cambiar de opinión y
a decidir que prefería pasar su primer año en la universidad soltera.
Me destrozó. Aún no estoy bien del todo, pero quiero
que sea feliz, aunque sea sin mí.
En septiembre aquí hace un frío que pela, pero no
llueve apenas en comparación con Washington.
Ya es algo.
De camino al trabajo, miro el móvil. Lo hago como
cincuenta veces al día. Mi madre está embarazada, voy a tener una hermanita, y
quiero estar al tanto de las novedades para poder coger el primer avión si pasa
cualquier cosa y así poder estar allí con ella. Por ahora, lo único que me
envía son fotos de las cosas tan increíbles que prepara en la cocina.
Ni una emergencia, pero hay que ver cómo echo de
menos su comida.
En la calle no hay tanta gente como imaginaba. Estoy
esperando en un paso de cebra, rodeado de extraños; casi todo son turistas con
enormes cámaras colgando del cuello. Me río para mis adentros cuando un
adolescente saca un iPad gigante para hacerse un selfie. Nunca entenderé lo de
los selfies.
Cuando el semáforo se pone en ámbar y los peatones
podemos cruzar, subo el volumen de los auriculares.
Aquí siempre llevo los auriculares puestos. La
ciudad es mucho más ruidosa de lo que yo me esperaba y me ayuda tener algo que
bloquea parte del ruido y añade un toque de color a los sonidos que aun así me
llegan.
Hoy toca Hozier.
Llevo los cascos puestos incluso mientras trabajo
(al menos en una oreja, con la otra escucho a los clientes que me piden café).
Me distraigo mirando a dos hombres que van vestidos de pirata y se gritan el
uno al otro. Entro en la cafetería y me tropiezo con Aiden,
el compañero de
trabajo que peor me cae.
Es alto, mucho más alto que yo. El pelo rubio
platino le da un aire a Draco Malfoy y me da repelús. Además de parecerse a
Draco, a veces es un poco maleducado.
Conmigo es amable, pero veo cómo mira a las
universitarias que vienen a Grind. Se
comporta como si la cafetería fuera un
club, y no un sitio donde sólo se sirve café.
Les sonríe a todas, coquetea y las hace reír con su
«arrebatadora» mirada. Es repelente. Encima, no es tan guapo. Aunque a lo
mejor, si fuera mejor persona, me lo parecería.
—Mira por dónde vas —masculla dándome una palmada en
el hombro como si estuviéramos paseando por un campo de fútbol vestidos con
camisetas a juego.
Hoy empieza pronto a tocarme las narices.
Me olvido del asunto, me pongo el delantal amarillo
y miro el móvil otra vez. Después de fichar busco a Posey, la chica a la que
tengo que formar durante un par de semanas. Es simpática. Tímida pero muy
trabajadora, eso me gusta. Se toma la galleta que le regalamos todos los días
durante el período de formación como un incentivo para estar un poco más contenta
durante el turno de trabajo.
Casi todos los novatos la rechazan, pero ella se ha
comido una al día esta semana, cada día una distinta: chocolate, chocolate con
nueces de macadamia, vainilla y una misteriosa de color verde que creo que es
una especialidad local sin gluten.
—Hola —la saludo con una sonrisa mientras ella está
apoyada en la máquina de hacer hielo.
Lleva el pelo detrás de las orejas y está leyendo la
etiqueta de uno de los paquetes de café molido.
Alza la vista, me saluda con una sonrisa rápida y
sigue leyendo.
—No entiendo cómo pueden cobrar quince dólares por
un paquete de café tan pequeño como éste —dice lanzándome la bolsa.
La atrapo al vuelo y casi se me resbala de entre los
dedos, pero la sujeto con fuerza.
— Podemos —la corrijo con una sonrisa, y dejo el
paquete en el expositor—. Eso es lo que cobramos.
—No llevo trabajando aquí lo suficiente para usar la
primera persona del plural —replica.
Se saca una goma de la muñeca y levanta
sus rizos cobrizos en el aire. Tiene mucho pelo y se lo recoge pulcramente con
la goma. Luego me hace un gesto para indicarme que está lista para trabajar.
Posey me sigue a la sala y espera junto a la caja.
Esta semana está aprendiendo a tomar las comandas de los clientes. La semana
que viene empezará a prepararlas. A mí lo que más me gusta es coger comandas
porque puedo hablar con los clientes en vez de quemarme los dedos con la
máquina de café, como me pasa siempre.
Estoy preparando mi zona de trabajo cuando suena la
campanilla de la puerta. Miro a Posey para ver si está lista. Lo está,
sonriente y dispuesta para recibir a los adictos a la cafeína de esta mañana.
Dos chicas se acercan a la barra cacareando como
gallinas. Una de las voces se me clava en el alma: es Dakota. Va vestida con un
sujetador deportivo, pantalón corto y ancho y zapatillas de colores chillones.
Habrá salido a correr, no se pondría eso para una clase de baile. Para bailar
prefiere maillot y pantalones cortos ajustados. Estaría igual de guapa.
Siempre
está preciosa. Lleva varias semanas sin aparecer por aquí y me sorprende volver
a verla. Me pone nervioso. Me tiemblan las manos y estoy pulsando la pantalla
del ordenador sin motivo. Su amiga Maggy me ve primero, toca a Dakota en el
hombro y ésta se vuelve hacia mí con una enorme sonrisa en la cara.
Una fina capa de sudor le cubre el cuerpo y lleva
los rizos negros recogidos en un moño despeinado.
—Esperaba encontrarte aquí. —Nos saluda con la mano
primero a mí y luego a Posey.
«¿Ah, sí?» No sé cómo tomármelo. Sé que acordamos
ser amigos, pero no sé si esto no es más que una conversación cordial o algo
más.
—Hola, Landon. —Maggy también me saluda con la mano.
Les sonrío a las dos y les pregunto qué van a tomar.
—Café helado con extra de nata —dicen ambas al
unísono. Van vestidas casi igual, sólo que Maggy es prácticamente invisible al
lado del cutis radiante de color caramelo y los ojos brillantes y marrones de
Dakota.
Entro en piloto automático. Cojo dos vasos de
plástico y los lleno de hielo de una sola palada, luego añado el café de una
jarra que ya tenemos preparada. Dakota me observa, puedo sentir su mirada. Por
alguna razón me incomoda, así que cuando noto que Posey también me está
mirando, me doy cuenta de que podría (de que debería) explicarle qué demonios
estoy haciendo.
—Simplemente hay que servirlo después de poner el
hielo. Los del turno de noche lo preparan el día antes para que se enfríe y no
derrita el hielo —digo.
No es en absoluto complicado, y me siento un poco
tonto explicándolo delante de Dakota.
No es que nos llevemos mal, sólo es que ya
no estamos juntos a todas horas. Está en Nueva York, una ciudad nueva donde ha
hecho nuevas amistades, y yo he cumplido mi promesa y seguimos siendo amigos.
La conozco desde hace años y siempre será muy importante para mí. Fue mi
segunda novia pero la primera relación de verdad que he tenido hasta ahora. He
estado viendo a So, una mujer tres años mayor que yo, aunque sólo somos amigos.
Se ha portado muy bien con Pau y la ha ayudado a conseguir trabajo en el
restaurante en el que trabaja.
—¿Dakota? —La voz de Aiden ahoga la mía cuando
empiezo a preguntarles si prefieren que la nata sea montada, que es la que me
gusta echarle a mí al café.
Confundido, observo cómo Aiden alarga el brazo y
coge la mano de Dakota. Ella la levanta y, con una enorme sonrisa, hace una
pirueta delante de él.
Entonces me mira de reojo y se aleja un poco de él.
—No tenía ni idea de que trabajaras aquí —dice en
tono neutro.
Miro a Posey para intentar no escuchar lo que dicen
y finjo que estoy mirando el horario que está colgado de la pared que tiene
detrás. Sus amistades no son asunto mío.
—Creo que te lo dije anoche —replica Aiden, y toso
para que nadie se dé cuenta del sonido que he emitido.
Por suerte, sólo Posey parece haberlo notado. Hace
todo lo posible por no sonreír.
No miro a Dakota pese a que percibo que está
incómoda. Como respuesta a Aiden, se ríe. Es la misma risa que cuando abrió el
regalo que le hizo mi abuela las Navidades pasadas. Una risa encantadora...
Dakota hizo feliz a mi abuela al reírse del horrible pez cantarín pegado a un
tocón de madera de imitación. Cuando vuelve a reírse sé que está incómoda a más
no poder. Para que la situación no sea tan rara, le paso los dos cafés con una
sonrisa y le digo que espero volver a verla pronto.
Antes de que pueda responder, sonrío de nuevo, me
voy a la trastienda y subo el volumen de los cascos.
Aguardo a que suene otra vez la campanilla de la
puerta, así sabré que Dakota y Maggy se han ido. Entonces me doy cuenta de que
no oiré nada porque tengo muy alta la repetición del partido de hockey de ayer.
Sólo llevo un casco puesto, pero la multitud grita y aplaude mucho más alto de
lo que suena la campanilla de metal. Vuelvo a la sala; Posey pone los ojos en
blanco mientras Aiden le explica cómo se prepara la crema de leche para el
café.
Aún parece más raro con el pelo rubio platino envuelto en una nube de
vapor.
—Dice que son compañeros de clase en la academia de
danza —me susurra Posey cuando me acerco.
Me quedo de piedra y miro a Aiden, que no se ha dado
cuenta de nada de tan enfrascado como está en su maravilloso mundo.
—¿Se lo has preguntado? —digo impresionado y a la
vez preocupado por la respuesta que haya dado a otras preguntas acerca de
Dakota.
Posey asiente y coge una taza de metal que está para
enjuagar. La sigo al fregadero y ella abre el grifo.
—He visto cómo te has puesto cuando la ha cogido de
la mano. Así que le he preguntado qué hay entre ellos.
Se encoge de hombros y sus rizos se mueven con ella.
Tiene las pecas más imperceptibles que he visto,
repartidas entre las mejillas y el puente de la nariz. La boca grande, con los
labios carnosos, y es casi tan alta como yo. De eso me di cuenta el tercer día
que la vi, cuando imagino que despertó mi interés durante un segundo.
—Salíamos juntos —le confieso a mi nueva amiga, y le
doy un paño para que seque la taza.
—No creo que estén juntos. Hay que estar loca para
salir con un Slytherin.
—¿Tú también lo has notado? —pregunto.
Cojo una galleta de menta y pistacho y se la
ofrezco.
Ella sonríe, toma la galleta y, para cuando he
terminado de cerrar el bote, ya casi se la ha comido entera.
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