Divina

Divina

viernes, 1 de enero de 2016

After 4 Capitulo 70


Pau

—Buenos días, nena —oigo decir a alguien.

Cuando abro los ojos, lo primero que veo es tinta negra con forma de golondrina. La piel de Pedro está más bronceada que nunca, y los músculos de su pecho son mucho más prominentes que la última vez que los vi. Siempre ha sido muy guapo, pero ahora está para comérselo, y es una tortura exquisita estar aquí, tumbada en su pecho desnudo, mientras me rodea la cintura con uno de sus brazos y con el otro me aparta el pelo de la cara.

—Buenos días. —Apoyo la barbilla en su pecho, tengo una vista perfecta de su cara.

—¿Has dormido bien? —me peina con suavidad con los dedos y su sonrisa sigue perfecta y en su sitio.

—Sí.

Cierro los ojos un momento para aclararme las ideas porque de repente su voz grave, rasposa y soñolienta me ha dejado sin sentido. Hasta su acento parece más intenso, más distintivo. «Lo mato.» Sin otra palabra, me roza los labios con la punta del pulgar.

Abro los ojos cuando oigo que se abre la puerta del dormitorio de Landon e intento sentarme, pero Pedro me estrecha con más fuerza.

—De eso nada. —Se echa a reír. Se incorpora en el sofá y mi cuerpo lo sigue.

Landon entra en el salón sin camisa, con Sophia detrás. Lleva puesta la ropa de trabajo de anoche: el uniforme negro acompañado de una enorme sonrisa le sienta muy bien.

—Hola —dice Landon ruborizándose, y ella lo coge de la mano y me mira.

Creo que me guiña un ojo, pero todavía estoy medio atontada por haberme despertado junto a Pedro.
Le da a Landon un beso en la mejilla.

—Te llamo cuando acabe mi turno —dice a continuación.

La mata de pelo en la cara de Landon es algo a lo que todavía tengo que acostumbrarme, pero le queda bien. Le sonríe a Sophia y le abre la puerta.

—Bueno, ahora ya sabemos por qué Landon no salió anoche de su cuarto —me susurra Pedro al oído, con el aliento tibio contra mi piel. Hipersensible y caliente a más no poder. Intento separarme de él.

—Necesito café —protesto.

Deben de ser palabras mágicas, porque asiente y me permite que baje de su regazo. Mi cuerpo siente de inmediato haber perdido su contacto, pero me obligo a llegar a la cafetera.

Hago como si no viera a Landon menear la cabeza con una sonrisa de oreja a oreja y me meto en la cocina. La sartén de anoche sigue llena de salsa de vodka que no nos comimos y, cuando abro el horno, veo que la fuente con las pechugas de pollo continúa dentro.

No recuerdo haber apagado ni el fuego ni el horno, pero tampoco es que anoche tuviera cabeza para mucho. Mi cerebro no quería pensar en nada que no fueran Pedro y sus labios en los míos después de meses de privaciones. Se me eriza la piel al recordarlo, al recordar sus caricias, cómo adoraba mi cuerpo.

—Menos mal que apagué el fuego, ¿no? — Pedro entra en la cocina con un pantalón de chándal que le cuelga de las caderas. Los tatuajes nuevos acentúan su vientre plano, y no puedo dejar de mirar el punto en el que acaban sus abdominales.

—Pues sí.

Me aclaro la garganta e intento decidir por qué de repente me vuelven loca las hormonas. Me siento como cuando lo conocí, y eso me preocupa. Es fácil volver a caer en las rutinas perversas de Pedro y Paula. Tengo que mantener la cabeza fría.

—¿A qué hora vas a trabajar hoy? — Pedro se reclina contra la encimera frente a mí y me observa mientras lo recojo todo.

—Al mediodía. —Vierto la salsa en el desagüe del fregadero—. Hoy sólo trabajo un turno. Llegaré a casa sobre las cinco.

—Te invito a cenar. —Sonríe y se cruza de brazos. Ladeo la cabeza y enarco una ceja. Pongo en marcha el triturador de basura del fregadero—. Estás pensando en meterme la mano ahí dentro, ¿no? — dice señalando el triturador. Su risa es suave, encantadora y embriagadora.

—Tal vez. —Sonrío—. ¿No deberías reformular la frase para que sea una pregunta?

—Ésa es la Paula a la que tanto quiero —bromea y desliza las manos por la encimera.

—¿Otra vez con lo de Paula? —Intento mirarlo mal, pero se me escapa una sonrisa.

—Sí, otra vez. —Asiente y hace algo que no es nada propio de él: saca el pequeño cubo de basura de debajo del fregadero y me ayuda a recoger los desperdicios que hay sobre la encimera—. ¿Me concedería usted el honor de cenar conmigo en un lugar público y dedicarme su tiempo esta noche?

Su sarcasmo juguetón me hace reír, y cuando Landon entra en la cocina, se limita a mirarnos y a apoyarse en la encimera.

—¿Te encuentras bien? —le pregunto.

Está observando al señor de la limpieza que ha poseído el cuerpo de Pedro, y luego me mira a mí anonadado.

—Sí, sólo un poco cansado —contesta frotándose los ojos.

—Ya, lo imagino —interviene Pedro mientras levanta las cejas, y Landon le da un empujoncito con el hombro.

Me quedo mirándolos, pensando que estamos en una realidad paralela o algo así. Una en la que Landon coge por los hombros a Pedro y éste se ríe y lo llama cretino, en vez de lanzarle cuchillos con la mirada o amenazarlo.

Me gusta esta realidad paralela. Creo que me encantaría quedarme una temporada aquí.

—No es lo que estás pensando —añade Landon—. Ni lo digas. —Echa café molido en la cafetera, saca tres tazas del armario y las dispone sobre la encimera.

—Ya, ya... — Pedro pone los ojos en blanco.

—Yaaa, yaaaaa —repite Landon burlón.

Los oigo bromear y lanzarse pullas inocentes mientras cojo los cereales del armario más alto. Estoy de puntillas cuando noto que Pedro da un tironcito a mis pantalones cortos para que no se me vea nada.

Una parte de mí quiere subírselos aún más, o quitárselos del todo, para ver la cara que pone pero, por el bien de Landon, decido no hacerlo.

En vez de eso, el gesto de Pedro me hace gracia y le pongo los ojos en blanco mientras le quito la pinza a la bolsa de cereales.

—¿Y los frosties? —pregunta Pedro.

—En el armario —contesta Landon.

Me viene a la mente un recuerdo de Pedro refunfuñando porque mi padre se había comido todos sus frosties . Sonrío al recordarlo. Ya no siento pena al pensar en mi padre. He aprendido a sonreír al recordar su buen humor y lo positivo que fue durante el poco tiempo que lo tuve en mi vida.

Decido darme una ducha antes de ir a trabajar. Landon le está contando a Pedro que a su jugador de hockey favorito lo ha fichado otro equipo y, para mi sorpresa, Pedro se queda sentado a la mesa con él y no me sigue al baño.

Una hora después, estoy vestida y lista para ir andando al restaurante. Pedro está sentado en el sofá, poniéndose las botas, cuando entro en el salón.
Alza la vista y me sonríe.

—¿Lista?

—¿Para qué? —Cojo el delantal de la silla en la que lo dejé y me meto mi móvil en el bolsillo.

—Para ir a trabajar —dice como si fuera evidente.

Es un bonito detalle. Asiento sonriendo como una tonta y lo sigo fuera de casa.
Pasear por Nueva York con Pedro es un poco raro. Encaja con su estilo y su forma de vestir, pero al mismo tiempo es como si su voz y su alegría llenaran la calle e iluminaran este sombrío día.

—Ése es el único problema..., bueno, uno de los problemas que tengo con esta ciudad... —dice señalando al aire. Le doy un segundo para que se explique—. No se ve el sol —dice al fin.

Sus botas resuenan en el asfalto mientras caminamos, y me doy cuenta de que me encanta ese sonido. Lo echaba de menos. Es una de esas pequeñas cosas que no me percaté de que me encantaban hasta que lo dejé. De repente estaba paseando por las ruidosas calles de la ciudad y echaba de menos la forma que tiene Pedro de dejar que se oigan sus botas al caminar.

—Pero si vives en Washington y allí siempre está lloviendo —replico—. No puedes quejarte de la falta de sol en Nueva York.

Se echa a reír y cambia de tema. Me pregunta sobre el oficio de camarera. El resto del paseo es muy agradable. Pedro me hace una pregunta tras otra, qué he estado haciendo estos últimos cinco meses, y le hablo de mi madre, de David y de su hija. Le cuento que Noah va a jugar al fútbol en el equipo de su universidad, en California, y que David y mi madre me llevaron al mismo pueblo en el que estuve con él y con su familia.

Le hablo también de mis dos primeras noches en la ciudad, de que no podía dormir por el ruido y de cómo la tercera noche me levanté de la cama y me fui a dar un paseo, y entonces conocí a Joe. Le digo que el amable vagabundo me recuerda un poco a mi padre, y que me gusta pensar que al llevarle comida lo estoy ayudando, cosa que no pude hacer con la sangre de mi sangre.

Al oírlo, Pedro me coge de la mano y no la aparto.

Le cuento lo mucho que me preocupaba venir a vivir aquí y cuánto me alegra que haya venido a visitarnos. No menciona que anoche se negó a acostarse conmigo y que me estuvo provocando hasta que me quedé dormida en sus brazos. No menciona su proposición de matrimonio, y me parece bien. Todavía trato de comprender qué está pasando. Llevo intentando discernir qué siento por él desde que aterrizó en mi vida hace un año.

Cuando Robert me recibe en la esquina, como hace siempre que trabajamos juntos, Pedro se acerca un poco más a mí y me estrecha la mano con más fuerza. No hablan mucho, sólo se miran de arriba abajo y yo pongo los ojos en blanco. «Hombres...» Hay que ver cómo se comportan cuando hay una mujer presente.

—Estaré aquí cuando acabes. — Pedro me da un beso en la mejilla y me coloca un mechón de pelo detrás de la oreja—. No trabajes mucho —me susurra contra la mejilla. 

Noto el tono burlón en su voz, pero sé que en parte lo dice en serio.

Cómo no, sus palabras me persiguen durante todo el turno. El restaurante está hasta la bandera, una mesa tras otra de hombres y mujeres que beben demasiado vino o brandy y pagan barbaridades por diminutas raciones de comida en platos ornamentados. Un niño decide que mi uniforme necesita un cambio: un plato de espaguetis, para ser exactos. No tengo ni un minuto libre en todo el día y, cinco horas después, cuando termina mi turno, los pies me están matando.

Tal y como me había prometido, Pedro me está esperando en la entrada, sentado en un banco. Sophia se encuentra de pie a su lado. Lleva el pelo negro recogido en un moño alto que destaca sus impresionantes rasgos. Tiene un aire exótico con esos pómulos tan marcados y los labios carnosos. Me miro el uniforme sucio y tuerzo el gesto. Mi camisa huele a ajo y a salsa de tomate. Pedro no parece notar que voy llena de manchas, pero me quita algo de la coleta cuando salimos a la calle.

—No quiero saber lo que era —digo con una pequeña carcajada.

Él sonríe, se saca una servilleta, no, un pañuelo de papel, del bolsillo y me lo ofrece.

Lo uso para limpiarme los ojos. El delineador de ojos corrido no debe de resultar nada atractivo. Pedro se encarga de la conversación. Me hace preguntas sencillas sobre mi turno y estamos de vuelta en el apartamento en un santiamén.

—Los pies me están matando —gruño mientras me quito los zapatos y los tiro al suelo. Él los sigue con la mirada y casi puedo leer los comentarios sarcásticos que se forman debajo de su mata de pelo sobre lo desordenada que soy—. Los guardaré en cuanto pueda, claro está.

—Claro está. —Sonríe y se sienta a mi lado en la cama—. Ven aquí.

Me coge de los tobillos y me vuelvo para mirarlo cuando se lleva mis pies al regazo. Empieza a masajearme los pies doloridos. Me tumbo en la cama, intentando no pensar que esos pies han pasado horas metidos en los zapatos.

—Gracias —medio gimo.

El masaje es tan relajante que me gustaría cerrar los ojos, pero prefiero mirarlo. He pasado meses sin verlo, y ahora no quiero ver otra cosa.

—De nada —dice—. Puedo soportar el olor con tal de verte así de relajada. —Levanto la mano y le pego un manotazo al aire. Él sigue haciendo magia en mis pies.

Sus manos ascienden hasta mis gemelos y por mis muslos. No me molesto en contener los sonidos que manan de mis labios. Es tan relajante, tan agradable, mis pobres músculos lo agradecen tanto...

—Ven, siéntate delante de mí —me indica retirando los pies de su regazo.

Me incorporo y me siento entre sus piernas. Sus manos van a por mis hombros y masajean mis músculos hasta eliminar toda tensión.

—Te resultaría mucho más agradable si no llevaras puesta la camisa —comenta.

Me echo a reír, pero me interrumpo al recordar cómo me estuvo provocando anoche en la cocina. Me llevo la mano al bajo de la camisa y me la saco de los pantalones. Pedro traga saliva cuando me la quito, junto con la camiseta, por encima de la cabeza.

—¿Qué pasa? Ha sido idea tuya —le recuerdo, y me echo contra él.

Ahora sus manos son más duras y se hunden en mi piel con decisión. Echo la cabeza hacia atrás, contra su pecho.

Masculla algo para sí y mentalmente me doy una palmada en el hombro por haberme puesto un sujetador bonito. Sólo tengo dos en condiciones, pero tampoco es que los vea nadie, salvo Landon cuando hay algún error con la colada.

—Éste es nuevo. —Los dedos de Pedro se meten bajo uno de los tirantes. Lo levanta y lo deja caer.

No digo nada. Me sobresalto un poco y me recoloco entre sus piernas. Gruñe y me coge de la base del cuello. Sus dedos masajean mi mandíbula y la delicada piel de debajo de la oreja.

—¿Bien? —me pregunta, aunque ya sabe la respuesta.

—Mmm —es todo cuanto consigo decir.

Se ríe y me aprieto más contra él. Básicamente, me estoy restregando contra su bragueta. 

Me bajo un tirante del sujetador.

Su mano se tensa en mi garganta.

—No se vale provocar —me advierte y coloca el tirante en su sitio con la mano que me estaba masajeando los hombros.

—Dice el experto en la materia —protesto, y vuelvo a bajar el tirante.

Me está volviendo loca estar sin camisa y bajándome el tirante del sujetador delante de Pedro. Estoy que exploto, y él no hace más que darles cuerda a mis hormonas, jadeando y restregándose contra mí.

—No se vale provocar —le recuerdo con sus propias palabras.

No me da tiempo a reírme de él porque me pone las manos en los hombros y me vuelve la cabeza.

—Llevo cinco meses sin follar, Paula. Estás poniendo a prueba mi autocontrol —susurra con brusquedad a unos milímetros de mi boca.

Yo doy el primer paso, lo beso y entonces recuerdo la primera vez que nos besamos, en su cuarto de la maldita casa de la fraternidad.

—¿No? —exclamo sorprendida, dándole las gracias a mi buena estrella por el hecho de que no haya estado con nadie durante nuestra separación. Siento como si, de algún modo, supiera que no iba a hacerlo. O eso, o me he obligado a creer que nunca más iba a tocar a otra.

No es la misma persona que era hace un año. No usa el deseo y duras palabras para controlar a la gente. No necesita una chica distinta cada noche. Ahora es más fuerte. Es el mismo Pedro al que amo, pero mucho más fuerte.

«No me había dado cuenta de lo grises que son tus ojos.» No hizo falta más. Entre el alcohol y su repentina amabilidad, no pude contenerme y lo besé. Sabía a... menta, cómo no, y el piercing del labio estaba frío cuando lo rocé con los míos. Era extraño y peligroso, pero me encantaba.

Me encaramo al regazo de Pedro, igual que hice entonces, y él me coge de la cintura y con mucho cuidado me tumba consigo en la cama.

—Pau —gime, igual que en mis recuerdos. Me da alas, me sume en el abismo de pasión y locura que compartimos. Estoy perdida y no tengo ningunas ganas de encontrar la salida.


Le rodeo el cuerpo con los muslos y hundo las manos en su pelo enmarañado. Estoy ansiosa y frenética al mismo tiempo, y sólo puedo pensar en cómo sus dedos suben y bajan por mi espalda, casi sin tocarla.



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solo 10 capitulos mas y el epilogo .....

Feliz Año Nuevo chikissss, les deseo de todo corazón....... 

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