Divina

Divina

lunes, 11 de enero de 2016

After 0 Capitulo 23


La paranoia se apoderó de él y fue arrastrándolo más y más lejos de ella. Intentó aferrarse a la pequeña esperanza de que podía tener la vida que quería a su lado.
Trató de idear una infinidad de planes para salvar la única cosa buena que le había pasado jamás.
Suplicó a sus enemigos y rogó a sus amigos que guardaran silencio. Pero ninguno de sus planes funcionaría, ninguno de ellos podría ocultar lo que le había hecho, y era consciente de que todo iba a estallarle en la cara.

Llevo a Pau al centro comercial y mi mala suerte continúa cuando nos sentamos en la zona de restauración antes de decidir a qué tiendas vamos a ir. La paranoia me atormenta y me persigue allá adonde voy. No puedo dejar de pensar en lo que podría haberle contado Steph. ¿Sabe todo lo que le hemos estado ocultando? ¿Acabará descubriendo que no soy digno de ella?

Jugueteo con la comida sumido en mis pensamientos mientras Pau come despacio y me observa todo el tiempo. ¿Qué está buscando? ¿Algún signo que delate mis mentiras?

—¿Y si compramos lo tuyo primero? —digo.

Aún no puedo creer que haya accedido a ir a la boda. Voy a estar incómodo de la hostia, y mi único plan en estos momentos es centrar la atención en Pau y olvidar toda la puta mierda anterior a los últimos tres meses.

—Yo tampoco sé qué ponerme —replica ella.

—Bueno, tienes la suerte de que estarás preciosa te pongas lo que te pongas.

Mi cumplido hace que se le ilumine la cara.

—Eso no es verdad. Tú llevas como nadie el estilo ese de «Me importa una mierda mi aspecto pero siempre voy perfecto». —Se echa a reír, y la presión que siento en el pecho disminuye ligeramente cuando la veo hacerlo.

—¿Tú también te has dado cuenta? —Sonrío.

Aunque ella también luce ese look. Mucho más que yo, y ni siquiera se esfuerza en hacerlo. Su teléfono empieza a vibrar en la mesa. Actúa de un modo bastante normal para tratarse de alguien que sabe que están jugando con ella de esta manera. Igual lo está haciendo a propósito para distraerme hasta poder devolvérmela y vengarse.
¿O quizá es que en realidad no sabe nada?

—Es Landon —dice mientras leo su nombre en la pantalla.

Mi corazón deja de martillear de manera descontrolada. Contesta la llamada y me quedo observando cómo mueve la boca mientras habla. Succiona su labio inferior durante unos segundos y me mira de arriba abajo.

Se me ha ocurrido una manera de impedir que se quede a solas con Steph. Tengo que mantenerme pegado a ella de ahora en adelante. He estado demasiado relajado respecto a todo esto. Debería estar con ella a todas horas.

—Vale, haré lo que pueda para que se ponga corbata —dice Pau al aparato, y está claro a quién se está refiriendo.

Pega la mano a la mejilla y apoya el codo sobre la mesa. Está adorable, pero ¿una corbata?

«Buena suerte.»

Empieza a decirle algo más a Landon, pero mi atención se dirige hacia el centro de la zona de restauración, donde veo a Zed, a Jace y a Logan. Cada uno va vestido de una manera diferente; un claro esfuerzo por demostrar quiénes son a través del vestuario. Logan es el típico punk pijito con cara de niña, y es el que menos pinta de agresivo tiene de los tres. Zed, alto y moreno, parece estar en un desfile de modelos de prendas de cuero, a pesar de encontrarse en un centro comercial de clase media. Está totalmente fuera de lugar. Y Jace parece el típico malote al que las adolescentes no deberían acercarse.

—Vuelvo enseguida. —Me levanto de la mesa dejando toda mi comida en el plato.

Menos mal que Pau está al teléfono, así no me seguirá, o al menos no de inmediato.
Cuando llego hasta ellos, Logan se está aplicando un protector labial. Jace tiene una puta expresión de suficiencia en la cara y Zed parece bastante agobiado.

—Yo también me alegro de verte —dice Logan, y golpetea el suelo de linóleo con el pie mientras Jace se ríe, colocado.

Los tres tienen las pupilas dilatadas y los ojos rojos. Huelen a maría y a tabaco rancio. Si Zed y Pau se besaron, ¿le gustaría a ella el sabor a tabaco en su lengua?

—¿Qué estáis haciendo aquí? —pregunto, y vigilo a Pau con el rabillo del ojo.

—¿Dónde? ¿En un centro comercial público? —responde Jace.

Inspiro hondo a modo de amenaza silenciosa. Como me joda esto hoy, no tendré reparos en hacerle daño.

—Andábamos por la zona —explica Logan.

Se encoge de hombros y me mira con una expresión parecida a la comprensión. Sabe qué me preocupa, y me está indicando de alguna manera que no han venido aquí para eso.

—Es verdad —añade, y me relajo ligeramente.

—¿Dónde está tu mascota? —pregunta Jace, y chasquea la lengua de un modo muy desagradable. Zed se encoge, avergonzado por su gesto, y Logan pasa de nosotros y mira la pantalla rajada de su iPhone.

—¡Vaya, si está ahí! —dice Jace alzando la voz, lo que provoca que casi me abalance sobre él. Es el típico canalla despreciable, como mi viejo amigo Mark, que jugaba con la gente como si fueran juguetes y no sentía ningún tipo de remordimiento por sus actos. 

«Aunque supongo que yo soy igual», pienso, en lo que respecta a la Apuesta, y al final del juego al que jugamos todos, fui yo quien alzó el trofeo.

—Ya basta —digo avanzando hacia él.

Jace sonríe con malicia. Le encanta crisparme. Sabe que me está sacando de quicio. Él lo sabe, yo lo sé, y pronto Pau lo sabrá también.

—Viene hacia aquí. —Logan sigue mirando su teléfono, pero nos advierte de la llegada de Pau.

Me sudan las manos y me duele la piel de los nudillos cada vez que me clavo las uñas en la palma.

Van a joderme la vida en este mismo instante, aquí, en este centro comercial de alguna puta ciudad estadounidense.

—Hola, Pau, ¿cómo estás? —Zed avanza hacia ella, y doy un paso adelante.

La rodea con los brazos y me dan ganas de arrancárselos del cuerpo al instante.

—Pedro, ¿no vas a presentarme a tu amiga? —Jace me mira, y en sus ojos rojos puedo ver lo mucho que está disfrutando con esto.

—Sí. —Meneo la mano entre ambos y cuento los segundos que hemos alargado esto—. Ésta es mi amiga Pau; Pau, te presento a Jace.

Ella frunce el ceño furiosa, y yo miro a nuestro alrededor confundido. ¿Por qué se enfada?
Analizo su rostro y espero a que me mire. No lo hace.

—¿Estudias en la WCU? —le pregunta a Jace.

¿Por qué tiene que ser amable con la gente y entablar conversación? Salta a la vista que no tiene mucha experiencia socialmente hablando; no parece tener ni el más mínimo sentido de la etiqueta. 

—No, por Dios. Yo paso de la universidad. —Jace se echa a reír y Pau se relaja un poco—. Pero si todas las universitarias son tan guapas como tú, voy a tener que replanteármelo.

Pau parece un poco asustada, y cuento mentalmente los tonos de azul que podría ver en la cara de Jace al estrangularlo.

—Vamos a ir a los muelles esta noche. Deberíais pasaros —dice Zed.

«¿Pasarnos? Vete a la mierda, Zed.»

—No podemos. La próxima vez será —contesto para zanjar la conversación. —¿Por qué no? —insiste Jace.

Está claro que me está desafiando delante de Pau y de Zed.

—Mañana trabaja. Supongo que yo podría pasarme más tarde. Solo —digo para dejárselo bien claro a todo el mundo.

No pienso vivir esta situación nunca más. Va a ser difícil, pero estoy lo bastante loco como para creer que puedo continuar ocultando esto. Yo he ganado la Apuesta, es mía, y por mi parte pueden darle por el culo a Zed.

—Qué lástima. —Jace sonríe a Pau y me esfuerzo por mantener la compostura.

Me está provocando. Me está restregando por las narices este puto juego de mierda al que accedí a participar como si fuera un ratón y él tuviera un sabroso trozo de queso.

—Ya. Bueno, os llamo cuando esté de camino —les miento.

Tengo que pensar en qué cojones voy a hacer con él. Está deseando encontrar el momento para hablarle a Pau de la Apuesta..., es así de cabrón. Pero sé que sacar el tema sólo lo incitará aún más a abrir su enorme bocaza, o le daré la idea en caso de que todavía no se le haya ocurrido.

Los tres se marchan y Pau los apuñala por la espalda con la mirada. Me quedo callado y la sigo, a ella y a su mal genio, por Macy’s. Camina de un modo acelerado y con la cabeza alta, como una niña que quiere demostrar que está enfadada.

—¿Qué te pasa? —pregunto.

Siempre parece estar enfadada por algo: porque he dicho algo, porque he hecho algo, porque el gato de alguien la ha mirado mal... Siempre le pasa algo.

—¡Ah, pues no sé, Pedro!

—¡Yo tampoco! ¡Tú eres la que ha abrazado a Zed! —le grito.

En lo único que puedo pensar en este momento es en sus brazos rodeando a Zed, ¿y encima se mosquea conmigo?

—¿Es que te avergüenzas de mí? Vamos, que lo entiendo, no soy precisamente la chica más molona, pero pensé que...

No comprendo adónde quiere ir a parar. ¿Cree que me avergüenzo de estar con ella? ¿Por qué siempre acaba pensando eso?

—¿Qué? ¡No! Por supuesto que no me avergüenzo de ti. ¿Estás loca?

Menuda pregunta. Claro que está loca. Ambos lo estamos.

—¿Por qué me has presentado como si fuera una amiga? No te cansas de repetirme que nos vayamos a vivir juntos... ¿y luego vas y les dices que somos amigos? —me suelta subiendo el tono de voz con cada palabra—. ¿Qué intentas hacer?, ¿ocultarme? No seré el secreto de nadie. Si no soy lo bastante buena para que tus amigos sepan que estamos juntos, puede que no me apetezca seguir contigo.

¿Cómo voy a decir que es algo más que una amiga? Me odiará más que a cualquier enemigo cuando mi tiempo se agote con ella. Es mucho más que un secreto para mí. No pretendo ocultarla. Joder, no quiero seguir manteniéndola escondida. Quiero presumir de ella y que todo el puto mundo sepa que es mía. Sólo mía. Pero soy demasiado idiota como para conseguir que todo funcione entre nosotros, por eso tengo que ocultar a la cosa más preciosa, al único tesoro que he tenido en toda mi vida. Tengo que ocultarla en lugar de dejar que reluzca al sol, y eso me está matando por dentro. 

—¡Pau! Maldita sea... —No termino la frase, y entonces veo que ella mira hacia los probadores de la sección de ropa femenina de la tienda—. Me meteré contigo —le advierto, y lo digo en serio.

Me encantaría entrar con ella en ese probador y follármela contra el espejo de cuerpo entero.

Pau levanta las cejas y frunce los labios. Sabe perfectamente que lo haré. La seguiría hasta la parte más profunda del infierno si ella me lo pidiera.

—Llévame a casa —me ordena.

¿Que la lleve a casa? ¿Por una absurda pelea? Para dejarme bien claro que está enfadada, camina varios pasos por delante de mí mientras sale de la tienda y se dirige de vuelta al coche. Una vez fuera, hago ademán de abrirle la puerta, pero ella me fulmina con la mirada impidiendo que lo haga.

—¿Se te ha pasado la pataleta?

—¿La pataleta? ¿Me tomas el pelo? —chilla con rabia.

—No sé por qué le das tanta importancia a que haya dicho que eras mi amiga. Sabes que no era eso lo que quería decir. Sólo es que me han pillado por sorpresa. —Es una verdad a medias.

—Si te avergüenzas de mí, creo que no quiero volver a verte —dice con voz temblorosa. 

Está haciendo un esfuerzo por no llorar. Ya estoy lo bastante familiarizado con sus reacciones como para saber que se está clavando las uñas en los muslos y sus ojos grises se están inundando de lágrimas. Más lágrimas que derrama por mi culpa.

—No me digas eso. —Me paso la mano por el pelo grasiento y me dan ganas de arrancármelo a tirones—. Pau, ¿por qué supones que me avergüenzo de ti? Eso es absurdo.

No tengo ningún motivo para avergonzarme de ella; más bien sería al contrario. Para mis amigos, ella no es más que un juguete; cada puto momento que he compartido con esta chica ha quedado reducido a la nada. He convertido todo en nada y no tardará en descubrirlo, y no hay nada que pueda hacer para evitar que este tren de mercancías me destroce la vida de nuevo. Acababa de empezar a reconstruirla, pero la he cagado.

—Que te diviertas esta noche en la fiesta —dice haciendo un puchero desde el asiento del pasajero.

—Por favor, no voy a ir. Sólo lo he dicho para librarme de Jace.

Es la verdad. No quiero ir a ninguna puta fiesta. Quiero pasarme toda la noche sumergido entre los muslos de Pau.

—Si no te avergüenzas de mí, llévame a la fiesta.

Debería haber imaginado que me saldría con ésas. Para ella todo es siempre un juego, todo. Y mira quién fue a hablar.

—Eso sí que no —mascullo.

Evidentemente, fuimos a la puta fiesta porque, una vez más, Paula Chaves se salió con la suya. Conforme van pasando los días, cada vez me siento más cómodo en mi propia mentira de lo que me gusta admitir. Hago como si nada se estuviera desmoronando poco a poco, como si los minúsculos fragmentos de todo lo que nos mantiene unidos no se estuvieran despegando a cada minuto que pasa sin que se lo cuente. No puedo hacerlo. No puedo abrir esa lata de gusanos y dejar que nos destruya. La verdad nos ahogaría sin remedio. Es inevitable, como lo es mi amor por Pau.

—Pues... ¿Bienvenida a casa? —digo cuando el agente inmobiliario nos deja por fin solos en el apartamento.

Pensaba que no iba a pirarse nunca. Pau se ríe, se cubre la boca con el dorso de la mano y se acerca. La abrazo y doy gracias a quien sea que la pusiera en mi camino por permitirme seguir con ella un poco más antes de que la arranquen de mi vida. Merezco disfrutar de un poco de felicidad mientras dure, ¿no?

—Es increíble que ahora vivamos aquí. No parece de verdad.

Sus ojos curiosos examinan la sala de estar, y brillan con una emoción que jamás le había visto. Con este gesto le he dado libertad. Le he dado un bonito apartamento en el que puede ser ella misma, la versión a la que nadie puede juzgar ni exigirle cosas. Su madre no está para decirle que se cepille el pelo, y Steph no está para calcular maneras de hacernos daño.

—Si alguien me hubiera dicho que iba a vivir contigo, o a salir contigo, hace dos meses, me habría partido de risa en su cara... O se la habría partido de una hostia... Cualquiera de las dos cosas. —Me río y le cojo la cara entre las manos.
Su rostro está caliente y radiante de emoción.

—Eres un amor. —Pone las manos sobre mis caderas y se apoya en mí.

Siento el peso de su cabeza sobre mi pecho. Mi vida es perfecta por primera vez desde que me alcanza la memoria. He decidido no pensar en la catástrofe que se avecina. Por ahora, mi vida es perfecta.

—Aunque es un gran alivio tener un sitio sólo para nosotros. No más fiestas, ni compañeros de habitación, ni duchas comunitarias —añade.

Mi corazón bombea con fuerza contra su mejilla, y me pregunto si sentirá mi creciente paranoia. 

—Y nuestra propia cama —digo, y enmascaro mis temores con humor—. Tendremos que comprar cosas, como platos y demás.

Cuantas más cosas tenga aquí, más difícil será cuando llegue la hora de marcharse. Joder, estoy atrapado en esta mentira y rodeándola con la soga conforme hablamos. Esta chica tan maravillosa nunca me perdonará.
Sin embargo, ya pensaré en eso más adelante. Algo se me ocurrirá.
Me coloca la mano en la frente y presiona un poco.

—¿Te encuentras bien? —Sonríe—. Hoy estás de lo más colaborador.

Sus sarcasmos hacen que la adore aún más.
Acerco su mano a mis labios y se la cubro de besos.

—Sólo quiero estar seguro de que estás contenta aquí. Quiero que te sientas como en 
casa... conmigo.

No hay nada que desee más. Nunca he sentido que tenía un hogar hasta que Pau ha firmado sobre esa línea de puntos para trasladarse a vivir conmigo. Despertarme con la insufrible alarma de su móvil todos los días se ha convertido en una necesidad para mí, en algo que echaba de menos sin saberlo.

—Y ¿qué hay de ti? ¿Te sientes en casa? —pregunta con la voz cargada de esperanza. 

Aunque es una esperanza tenue. Está aguardando a que exprese alguna opinión desagradable sobre nuestra convivencia. Lo veo en sus ojos. Está ilusionada, pero espera lo peor por mi parte porque es lo que recibe siempre.

—Para mi sorpresa, sí —respondo con honestidad y esforzándome por que mi voz suene lo más convincente posible.

Me encanta estar aquí, con ella.

—Deberíamos ir a por mis cosas —sugiere, y me habla de los libros y la ropa de los que ya me he ocupado.

—Ya está hecho. —Sonrío.

Ladea la cabeza, confundida.

—¿Qué?

—Te he traído tus cosas de tu habitación. Está todo en el maletero de tu coche.

No podía esperar. Quería verla aquí y que no se marchara nunca. Necesito que no se marche jamás, así que tengo que hacer todo lo posible para que se sienta cómoda.

—¿Cómo sabías que iba a firmar? ¿Y si no me hubiera gustado el apartamento? —Levanta el rostro hacia el mío y me mira con una expresión medio curiosa, medio desafiante.

—Si éste no te hubiera gustado, habría buscado otro —le contesto.

Asiente. Sabe que lo digo completamente en serio.

—Vale... Y ¿qué hay de tus cosas? —me pregunta.

—Podemos ir a recogerlas mañana. Tengo ropa en el maletero.

—Y ¿eso por qué?

—La verdad es que no lo sé. Pero uno nunca sabe cuándo va a necesitar ropa.

¿Por qué tiene que ser tan cotilla? Tengo ropa en el maletero del coche por muchos motivos, y probablemente la mayoría de ellos no le gustarían.

—Vayamos a comprar lo que nos hace falta para la cocina y comida —sugiero.

Pau se vuelve hacia mí cuando llegamos al vestíbulo.

—Vale. ¿Puedo conducir yo?


—No lo sé... —bromeo, pero por supuesto que puede conducir mi coche.


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mañana ultima parte ...

cuenta...
*Zed
*Landon
*Christian
*Smith
* y dos de Pedraula ... 

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