Los golpes en la puerta no cesan. El hombre al otro lado me llama por mi nombre e intento no hacer el menor ruido cuando abro el armario y me escondo dentro. Lo cierro y espero, tapándome los oídos mientras los golpes son cada vez más fuertes.
—¡Sal ahora mismo! —resuena su voz.
Mi padre está borracho de nuevo. Ahora se emborracha todas las noches.
Con un último golpe, tira al suelo la puerta de madera, y el crujido me produce un escalofrío que asciende por mi columna vertebral. Detesto tenerle miedo, no debería tenérselo. Tengo diez años y soy bastante alto para mi edad. Debería ser capaz de defenderme.
¿Por qué tengo miedo? Porque soy patético.
Su voz se mezcla con las voces de otros hombres..., ¿están aquí? No estoy seguro. No deberían, porque está él, pero puede que, de todas formas, tampoco nos proteja.
La puerta del armario se abre y me pego a la pared hasta que no tengo dónde esconderme.
Me despierto con un alarido, gritando en el espacio vacío y solitario. Llevo tres días sin salir de la habitación y no me ha llamado ni una sola persona, nadie ha llamado a mi puerta. Sin embargo, he adelantado mucho trabajo que tenía pendiente. No quiero tropezármela. No quiero ver ni a Zed ni a los demás. Ellos tampoco han venido a verme.
Es lo que pasa cuando uno es invisible: no le importas a nadie una mierda y a ti tampoco te importa nadie nada.
Cojo la camiseta negra sucia que hay en el suelo junto a la cama y me seco el sudor de la frente.
Tengo el pelo empapado y la visión borrosa, mezcla del pasado y del presente, aunque por ahora mantengo fuera de este follón el hecho de que no tengo futuro. Tampoco se puede decir que no tenga futuro. Seré uno de esos hombres que trabajan demasiado, follan demasiado y vuelven a una casa vacía todas las noches. Tendré éxito económico y me compraré una casa aún más grande que la de Ken y nunca lo invitaré a verla, como Don Draper de Mad Men. Sólo para demostrarlo.
No sé muy bien qué quiero demostrar, pero ronda por ahí. En alguna parte. Hoy me levanto de la puta cama.
Cuando llego al campus busco a Pau de inmediato. Hace tiempo que no la veo. Me pregunto si Zed la habrá visto... ¿Habrá ganado puntos mientras yo estaba recluido? Es media mañana, estará saliendo de literatura. A menos que se haya fumado la clase...
Ni de coña. Entro en el edificio justo cuando acaba la clase y a tiempo de verla salir del aula. Se ha hecho algo en el pelo. Creo que sólo se lo ha cortado. Le queda bien, igual que antes, pero se lo ha cambiado lo justo para que yo lo note. Me pregunto si alguien más lo habrá notado... Cuando veo a su inseparable Landon a su lado, sé que él sí que lo ha notado. Cómo no.
Echo a andar detrás de ellos y digo:
—Te has cortado el pelo, Paula.
La he pillado por sorpresa, pero se vuelve y me saluda rápidamente:
—Hola, Pedro —y echa a andar aún más deprisa.
Sus zapatos planos rechinan contra el suelo como si se deslizara sobre azulejos. ¿Por qué tiene tanta prisa por...? Entonces lo pillo: no quiere que su angelical amigo sepa que me ha besado. Que prácticamente se arrojó a mis brazos.
Su incomodidad es un desafío que no puedo pasar por alto.
—¿Qué tal el fin de semana? —pregunto con una gran sonrisa.
Como respuesta, coge a Landon del brazo, se pega a él y huye de mí a toda velocidad.
—Bien. Bueno, ¡ya nos veremos! —dice sin mirar atrás.
Tira de Landon hacia la puerta principal y los dejo ir. Se me han pasado las ganas de verla. Deambulo por las calles del campus, de camino al coche, despacio. Lo de ir a clase se me hace muy cuesta arriba.
A los pocos minutos me encuentro a Zed sentado en un banco en el exterior del edificio de ciencias, con un cigarrillo en la boca.
Alza la vista y me mira. Le sale humo de entre los labios.
—Hola.
—Hola. —No sé si debería sentarme o largarme.
—¿Has avanzado con la chica? —pregunta.
—Sí, un poco —miento—. ¿Y tú?
Espero impaciente a que termine de dar otra calada.
—No. Empiezo a sentirme un poco mal al respecto. ¿Tú no?
—No —digo repitiendo la palabra que él usa demasiado a menudo. Siempre es «no» esto y «no» lo otro, como si nada fuera lo bastante bueno para merecer su atención, demasiado poca cosa para que se moleste en pronunciar una palabra de más de una sílaba.
Zed se encoge de hombros y decido ir a por Pau ahora que él se está comportando como un cagueta que fuma demasiado. Detesto el olor a tabaco, me recuerda a casa de mi madre. De pequeño apenas podía respirar por las densas nubes de humo, y casi puedo sentir las vetas amarillas y pegajosas de alquitrán que cubrían el papel descolorido de la sala de estar.
Para matar el tiempo me paro a tomar un café, pero me lo termino en menos de dos minutos. La garganta me escuece por lo caliente que estaba, y me pregunto por qué estoy tan nervioso. Me levanto sin un objetivo a la vista y decido ir a la facultad de Steph, pero me tomo mi tiempo para llegar y observar a todos los que pasean por el campus. Parejas de la mano y corros de empollones que debaten con entusiasmo, un puñado de atletas presuntuosos que juegan con una pelota. Es demasiado para mí.
Por el pasillo de la residencia veo el pelo rojo de Steph.
—¡Pedro! ¿Estabas buscándome a mí? —pregunta saludándome con la mano.
—No exactamente. —Miro hacia la puerta de su habitación.
—Ah, ya entiendo. —Se ríe y se arregla el canalillo—. Vale, iré a buscar algo que hacer para que puedas pasar un rato con ella. —A medio camino de la salida, se vuelve y grita—: ¡De nada, gilipollas!
—No voy a darte las gracias —musito por lo bajo, y llamo a la puerta de su cuarto.
Oigo ruido de papeles y un libro que se cierra. Pau da seis pasos hacia la puerta y echo una bocanada de aire por el cuello de la camiseta para comprobar que no me huele el aliento.
«¿De verdad acabo de...?»
—Steph aún no ha vuelto —dice ella nada más abrir la puerta.
Para mi sorpresa, ni siquiera me mira antes de acercarse a la cama, y tampoco me cierra la puerta en las narices. Empezamos bien.
—La esperaré. —Me siento en la cama de Steph y miro la mitad de la habitación que le corresponde a Pau.
—Como quieras —contesta con un gruñido y, con gesto infantil, se tapa la cabeza con la manta. Me río y observo su cuerpo inmóvil, me pregunto en qué estará pensando. ¿Será una especie de cucú inverso que se supone que me hará desaparecer o algo así?
Tamborileo con los dedos en la cabecera de la cama de Steph con la esperanza de molestar a Pau y que tenga que hablarme. No hay suerte. Pero a los pocos minutos suena la alarma de su móvil. Saca el brazo de debajo de la manta y la apaga. ¿Va a salir? ¿Con quién?
—¿Vas a alguna parte? —le pregunto.
—No. —Se incorpora, la manta cae y deja al descubierto su cara de pocos amigos—. Quería descansar veinte minutos.
—¿Te pones la alarma para asegurarte de que sólo te echas veinte minutos de siesta? —Me río, deseando mentalmente poder dormir de vez en cuando.
—Pues sí, pero ¿a ti qué más te da?
La observo ordenar los libros según el horario de clases. No debería percatarme de que eso es lo que está haciendo, pero lo hago. No sé cómo pero, por lo visto, sé mucho de ella. Coge un pequeño archivador y lo coloca con pulcritud junto a la pila de libros. Le obsesiona el orden.
—¿Tienes un trastorno obsesivo-compulsivo o algo así? —le pregunto ligeramente divertido.
—No, Pedro. No todo el mundo está chiflado por querer hacer las cosas de una manera concreta.
No tiene nada de malo ser organizado.
Es tan condescendiente... La verdad es que es una chica muy desagradable, a pesar de parecer dulce. Me echo a reír al pensar que se cree perfecta y refinada cuando en realidad tiene un mal genio horrible y juzga a los demás como si fuera su trabajo.
Me acerco, intentando encontrar la manera de sacarla de sus casillas. Se pica con mucha facilidad, no hace falta recurrir a nada serio. Echo un vistazo rápido a la habitación en perfecto orden, la cama hecha con esmero y los cuadriculados montones de libros y apuntes. Ya lo tengo.
Cojo un montón de papeles de la cama justo en el preciso instante en que nuestras miradas coinciden. Pau baja la vista, intentando encontrar el modo de negociar conmigo. Intenta cogerlos, pero juego con ella, los levanto todo lo alto que puedo para que no pueda hacerlo. Sopeso cuándo debo parar, respira con fuerza, su pecho sube y baja y le tiembla el labio de rabia. La verdad es que me pone y quiero ir un poco más lejos. No tanto como para que se cabree de verdad, sólo lo justo para chincharla y tener que camelármela de nuevo. Lanzo los papeles al vuelo y contemplo cómo las hojas blancas flotan por la habitación antes de caer desperdigadas por el suelo. La mandíbula le llega al suelo y tiene las mejillas rojas de ira.
—¡Recógelos! —explota.
Me burlo de ella y me pregunto si de verdad cree que voy a hacer lo que me ordena. Tal vez, si accede a rodear mi polla con los labios... Subo las apuestas, cojo otro montón de papeles y lo tiro también al suelo.
—¡Pedro, para! —Su voz se quiebra en el aire, amenazándome.
Repito la jugada y entonces me sorprende: carga contra mí y me empuja lejos de la cama.
—Vaya, parece que a alguien no le gusta que le toqueteen sus cosas —canturreo con sorna, riéndome a su costa.
Está muy enfadada, mucho más de lo que una persona normal se enfadaría por una tontería así.
—¡Pues no! ¡No me gusta! —grita y me empuja nuevamente.
Me pone su cabreo. La energía que desprende me insufla vida. Estoy tan furioso como ella y necesito que sea mía. Ya mismo.
Doy un paso rápido hacia ella, la cojo de las muñecas y la acorralo contra la pared. Se me queda mirando, no se amilana, y veo cómo sus ojos pasan de la frustración a las ganas de comerme. Si algo sé sobre mujeres es cuándo están cachondas, y Pau está a punto de caramelo. La excita esta furia apasionada, igual que a mí. Me mira a los ojos antes de pasar rápidamente a la boca y es entonces cuando estoy seguro de que quiere que suceda.
Me tiene muchas ganas. Puede que no le guste, pero la atraigo. «El sentimiento es mutuo», quiero decirle. Le devuelvo la mirada, con ganas de decirle que a mí ella tampoco me gusta, que lo que hay entre nosotros es sólo pura lujuria. Que estamos los dos igual. Que es sólo pasión animal, de alto voltaje, pero pasión sin más.
—Pedro, por favor —susurra.
Tiene la voz ronca, quiere a la vez que me vaya y que la bese. Lo sé porque yo quiero huir lo más lejos posible de esta chica y, sin embargo, aquí estoy, con la mirada pegada a su boca. Su pecho sube y baja acelerado. Estiro el brazo, necesito tocarla, y en cuanto mis dedos rozan su piel, suspira. Me mira fijamente, esperando. Le suelto la muñeca pero con una sola mano le sujeto las dos. Su lengua se asoma, cubre el labio inferior y pierdo el control. Es un sonido tan leve, tan débil, que no sé si se ha dado cuenta siquiera de haberlo emitido. Pero yo lo he oído. Lo he oído y me ha desarmado. Aprieto el cuerpo contra el suyo, empotrándola con suavidad contra la pared. Gruñe en mi boca y con los brazos me rodea los hombros. Su lengua sigue a la mía, perfectamente sincronizada con mis labios, que la reclaman. La agarro de las caderas y la levanto para tenerla a mi altura. La abrazo con fuerza y el corazón me late tan deprisa y me tiene tan caliente que no sé cómo seré capaz de detener esto. El cuerpo de Pau sigue encaramado al mío y su boca no para de recibir a la mía mientras la llevo a la cama.
Pau me tira del pelo y pierdo la razón. Siento como si cada centímetro de mi cuerpo estuviera esparcido por el pequeño dormitorio. Entonces gime. Respira entrecortadamente, deprisa, a pequeñas bocanadas. Me siento en la cama, con ella encima. La coloco en mi regazo sin despegar las manos de sus generosas caderas. Sé que le estoy clavando las uñas, señal de que mi cuerpo está intentando comprender lo que está pasando. Lo he hecho antes, muchas veces; ¿por qué coño estoy perdiendo el control ahora? No puedo controlarlo.
—Joder —mascullo al notar que la polla me va a reventar los pantalones.
Llevo las manos a su cintura y tiro hacia arriba del dobladillo de su blusa. Gime y me aparto de ella para poder quitársela. Mis ojos van de sus pupilas a la boca hinchada y carnosa y luego al pecho.
Lleva un sujetador negro que le tapa las tetas. Sin encaje, sin brillos, nada especial. Tela negra gastada, eso es todo. Tan inocente, tan soso y tan normal que me resulta atractivo.
Me muerdo el labio intentando recobrar el control necesario para no arrancarle el sostén del cuerpo suave y tibio. Tiene las tetas redondas, llenas, sobresalen por el borde negro. Y un lunar justo donde acaba el cuello. Quiero besarlo. Quiero cubrir su cuerpo con la boca y saborear sus jugos cuando mi lengua la haga correrse.
—Eres muy sexi, Pau —le susurro en la boca. Ella jadea y me trago el increíble sonido.
Mi control hace mutis por el foro cuando empieza a balancearse con más fuerza sobre mi cuerpo. La abrazo para sentirla aún más cerca de mí...
Pau baja de un brinco de mi regazo y recoge su blusa. Se ha despertado del trance en el que estábamos y se está vistiendo, y es en ese instante cuando oigo abrirse la puerta.
¿Cómo lo ha oído? ¿No estaba tan concentrada como yo? Yo no habría parado de ninguna manera, ni aunque por esa puerta entraran su madre la institutriz y el señor Perfecto.
Pero es Steph, con cara de fingida sorpresa. He visto antes esa cara, y me pregunto si Zed le habrá pagado para que viniera a interrumpirnos.
Espero que a Pau no le caiga bien de verdad, ni que crea que son amigas. Steph es más falsa que su pelo teñido de polo de fresa.
—¿Qué coño me he perdido? —pregunta Steph con las manos en las caderas.
—No mucho —contesto levantándome.
Steph me guiña el ojo mientras Pau contempla la pared, evitando mirarla a la cara.
Salgo de la habitación sin mirar atrás. No puedo decir nada o explotaré.
El pecho me está matando, tengo el corazón desbocado y siento que voy a enloquecer.
Como en trance, vuelvo a casa, a mi cuarto, y decido darme la ducha más larga de mi vida para intentar olvidar cómo me hace sentir esa chica tan rara y sobreprotegida. La cosa se complica. Se suponía que no iba a complicarse. Se suponía que no me iba a derretir por su mente y por su boca a partes iguales. Se suponía que no iba a pensar en lo prieta que la iba a sentir alrededor de mi polla mientras me la tiro suavemente. Se suponía que no iba a ponerme cachondo al imaginarnos cogidos de la mano.
Se suponía que iba a conseguir lo que quería, ganar la Apuesta, y seguir con mi vida.
Después de no sé cuánto tiempo, el agua empieza a enfriarse y salgo al cuarto de baño.
Abro el armario en busca de una toalla y me sonríe una botella de licor marrón que a saber quién ha escondido, lo que me recuerda el poder que ejerce sobre mí. Llevo mucho sin abrir el armario, ¿por qué no puedo dejar de pensar en él ahora? Por un lado, esperaba que uno de los residentes de la casa se la hubiera bebido. Por otro, deseaba que nadie la hubiera tocado.
Tengo la mala costumbre de querer controlarlo todo en mi vida. Por ahora, desde que estoy sobrio, he sido capaz de ser plenamente consciente y de controlar mis pensamientos y mis actos, pero los ojos grises de Pau me miran con firmeza y su mente brillante no para de suplicarme que descubra todos sus secretos.
La botella me llama y cierro el armario de un portazo.
Todavía tengo el control.
No dejaré que ni Pau ni la puta botella me controlen. No lo permitiré.
Me quedo mirando al techo y, cuando por fin me meto en la cama, sé que me espera una larga noche.
Está oscuro, muy oscuro en el armario. Estoy cansado de estar aquí escondido, pero no tengo adónde ir. Los gritos de mi madre no cesan y, por mucho que la busque en la planta baja, no la encuentro. La oigo pero no la veo. Aunque a ellos sí que los veo, a los hombres. Los veo y oigo sus voces, que retumban en las paredes de la pequeña vivienda y de mi cabeza.
Se abre la puerta del armario y me acurruco en un rincón, rezando para que no me vean y deseando al mismo tiempo que cesen los gritos de mi madre. Una mano se acerca por el reducido espacio y busco algo con lo que defenderme, algo más contundente que una percha.
—¿Pedro? —me llama una voz dulce en la oscuridad.
Divide en dos las prendas colgadas y se mete dentro del armario, mirándome a los ojos. Pau.
¿Está aquí? ¿Cómo es posible?
—No tengas miedo, Pedro.
Se sienta a mi lado. No tiene miedo y su cuerpo emana calor. Lleva una flor en la oreja y me ofrece las manos. Tiene tierra en las uñas y huele como a floristería, a invernadero.
Los gritos de mi madre ya no se oyen, y los latidos acelerados y aterrorizados de mi corazón cambian a un ritmo lento y calmado cuando su manita se entrelaza con la mía.
Para cuando llego al campus, la cafeína me corre por las venas, mejora mi vista y me ayuda a olvidar el sueño tan absurdo que he tenido.
«¿Qué hacía Pau en mi sueño? ¿Por qué he soñado con ella?» Ni siquiera era Pau tal y como es en el presente: era una versión de Pau de pequeña, con los mofletes regordetes y los ojos brillantes y reconfortantes por la feminidad prematura. Ha sido raro, raro de cojones, y no me gusta un pelo.
Aunque me ha encantado poder dormir. Por una vez en la vida he podido dormir y hoy me siento... ¿descansado? Por lo menos, estoy más tranquilo.
En clase de literatura me siento en primera fila, junto a dos sillas vacías. Miro al frente, esperando que empiece la clase. Estoy luchando contra el deseo de mirar hacia la puerta, de esperarla. Cuando por fin echo la vista atrás, Pau y Landon entran en el aula. Ella sonríe y sólo tiene ojos para él. Se ha hecho mucho más amiga del chaval de lo que imaginaba.
No me sorprendió que se cayeran bien... Pero no esperaba que la amistad de Landon supusiera una amenaza mayor que Zed a la hora de ganar la Apuesta
excelentes
ResponderEliminar