Divina

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lunes, 10 de agosto de 2015

En La Cama De Su Marido Capítulo 9


El lujoso avión empezó a descender hacia el aeropuerto de Barajas. Había sido un largo vuelo durante el que Paula había tenido mucho tiempo para reflexionar… y preguntarse por qué había aceptado abandonar la relativa seguridad de su propio territorio e ir a una ciudad que le traía demasiados recuerdos, no todos buenos.

La presencia de Pedro ayudaba a romper la excesiva intimidad de una cabina con tan pocos pasajeros; además era un hombre muy agradable, alto, delgado y alerta como correspondía a su puesto.

«Todo irá bien», se decía Paula en silencio. Tenía el control, había pensado en cada contingencia y era una visita muy corta. Olivia viajaba bien, sobrecogida por lo que la rodeaba, el vuelo y su desesperado deseo de agradar. Pedro se había convertido en el nuevo amigo de Olivia durante la semana que había llevado confirmar su paternidad y arreglar toda la documentación del viaje. Sólo había habido un momento complicado cuando la niña le había preguntado con candor:

—¿Eres mi tío?

—Estoy emparentado con el lado español de tu familia —había respondido él amablemente y unos ojos abiertos de par en par lo habían mirado con solemnidad.

—¿Conoces a mi padre?

—Sí.

—¿Lo conoceré yo? «Oh, no, aún no», había pensado en silencio Paula.

—Te prometo que sí. La innegable compenetración que había entre ellos tenía que ser buena, se decía constantemente Paula mientras comprobaba la paciencia que Pedro exhibía con la niña.

Eso le hacía pensar en otros tiempos cuando ella había disfrutado de las caricias de sus manos, de su cálida sonrisa… y de su amor. Porque había sido amor lo que los había unido de un modo tal que ella nunca había pensado que algo podría separarlos.

Pero había sido así y estar en su compañía y volver a Madrid revivía todo de nuevo.
Podría soportarlo. Tenía que hacerlo, por Olivia.
La felicidad, seguridad y alegría de su hija era lo primero. Así que… tendría que sobreponerse.

El avión aterrizó suavemente, completó el recorrido de la pista y después se metió en un hangar, donde desembarcaron. Pedro se ocupó de su equipaje y de las formalidades antes de llevarlas a la limusina que los esperaba.

La temperatura de Madrid en octubre no era muy diferente de la de principios de verano en Perth. Una agradable época del año en ambas ciudades, ni mucho calor, ni mucho frío.

Paula miró a Olivia sentada en el medio del asiento trasero, después se colocó a su lado, consciente de que Pedro podría sentarse a la derecha de la niña.

Pedro se había duchado, afeitado y cambiado de ropa durante el vuelo, lo mismo que ella. Había dormido con Olivia en un compartimento dormitorio, pero sólo había podido dormir a ratos.

El trayecto hasta el centro de la ciudad les llevaría menos de media hora. No le preocupaba el alojamiento que Pedro les habría elegido… sólo deseaba llegar porque eso significaría dejar de verlo hasta el día siguiente.
El podía estar acostumbrado a cambiar de huso horario con frecuencia, pero Olivia y ella no.

Madrid, una ciudad de espléndida arquitectura, una combinación fascinante de lo antiguo y lo moderno, su cacofonía de sonidos, tráfico, voces en un idioma que llevaba sin escuchar casi cuatro años. Sintió que los dedos de su hija se enlazaban con los suyos y la miró con detenimiento mientras ella observaba lo que pasaba por la ventanilla ligeramente tintada.

—Es diferente —dijo Olivia con vacilación.

—Los coches van por el lado contrario a donde tú vives. Te acostumbrarás pronto —aseguró Pedro y se encontró con las cejas alzadas de Paula.
¿En tres semanas? No lo creía. Pedro esbozó una ligera sonrisa cuando se dirigió a la niña.

—Un poco más, pequeña —dijo en español—, y habremos llegado.

—¿Qué me has llamado? —preguntó la niña seria.

—Pequeña —dijo suavemente—. Es una forma cariñosa de llamar a las niñas. Olivia trató de repetir la palabra imitando la entonación, y sonrió cuando él le dijo que lo había pronunciado muy bien.

Paula se encontró con la mirada de Pedro, intentó interpretar su expresión pero no lo consiguió, así que dedicó su atención a lo que ocurría fuera del coche. Pedro era muy enigmático.

¿Qué esperaba? ¿Qué la calidez que mostraba con ella en presencia de la niña fuera un sentimiento auténtico? Por favor. Ella tampoco sentía nada por él, ¿verdad?

Que se le acelerara el corazón, o que sintiera mariposas en el estómago, era sólo fruto de la tensión. El estrés derivado de la necesidad de asegurar el bienestar emocional de Olivia.

En casi cuatro años de ausencia habían cambiado pocas cosas y una ligera arruga empezó a dibujarse en la frente de Paula cuando vio en qué sentido tomaban la carretera. Su tensión fue en aumento hasta que la sospecha finalmente apareció.

«No, por favor, no puede ser cierto». —¿A dónde nos llevas, Pedro? —preguntó con tono ligero.

—A mi casa de La Moraleja. Lo miró de un modo que quería decir: «estás bromeando».

—Un hotel sería mucho más conveniente.

—No tiene las necesarias medidas de seguridad —en su voz había una voluntad de acero que ella no pudo dejar de notar.

Los ojos de Paula brillaban de furia cuando lo miró. Si hubiera podido, lo habría abofeteado. Menos mal que Olivia estaba entre los dos y, además, no se había dado cuenta de nada.

«Espera, sólo espera», le dijo con la mirada, «a que te pille a solas, tras una puerta cerrada y fuera del alcance del oído de la niña».

Resultó difícil mantener la calma durante el tiempo que tardaron en llegar a La Moraleja, uno de los barrios más exclusivos a las afueras de Madrid.

La casa de Pedro era una prueba de su riqueza y posición. Oculta tras altos muros y protegida por puertas electrónicas, la mansión era una combinación de diversos estilos en dos pisos de estuco color crema, una cubierta de tejas crema y terracota y grandes ventanas curvadas con contraventanas, la mayor parte de las cuales daban a una explanada cubierta de baldosas.
La entrada era cubierta y compuesta por dos puertas de madera con los herrajes de metal pulido; el suelo era de mármol.

Se dijo que no quería estar allí. No quería rememorar los dolorosos recuerdos… ni tampoco los buenos. Era demasiado personal, demasiado doloroso…

Pedro tenía que saber cómo le impactaría estar allí. Una casa con habitaciones en las que habían discutido, gritado, hecho el amor…
Aunque se iba a convertir en el hogar temporal de Olivia en algunos períodos del año. De los años, se corrigió mentalmente. Un lugar con el que su hija tenía que familiarizarse, sentirse bienvenida, cómoda. Estar allí tenía sentido… para Olivia.
Para Paula representaba una tortura que pondría sus nervios a prueba durante las siguientes tres semanas.
El lo sabía, lo había planeado y la había mantenido en la ignorancia deliberadamente.

Pero se las pagaría… en su momento. Se lo juró mientras salía de la limusina y acompañaba a Olivia hasta el enorme recibidor donde fueron recibidos por María y Emilio, los empleados de confianza de Pedro y quienes vivían en la misma propiedad.

Suelos de mármol, amplia escalera que subía en una elegante curva al piso de arriba, una brillante araña de cristal y cristaleras de colores. Antiguos muebles apoyados en paredes color crema de las que colgaban obras de arte originales entre las que se intercalaban hornacinas en las que se podía admirar una ecléctica mezcla de vasijas, cuencos y ánforas venecianas.

La mansión la formaban dos alas separadas por una galería con una balaustrada oval. Una estaba pensada para recepciones formales, con un enorme salón, recibidor y cocina en el primer piso, mientras que en el segundo había un gran estudio, una biblioteca y un salón informal. El ala oeste la componían tres suites para invitados separadas por un distribuidor en el primer piso y cinco suites privadas en el piso superior.
La finca tenía una piscina enorme, una cabaña, un gimnasio bien equipado y un campo de tenis. Había una zona de habitaciones para el servicio y un garaje de seis plazas.


Una casa demasiado grande para un hombre, reflexionó Paula… sabedora de que él la usaba como base principal entre sus frecuentes viajes a diversas ciudades europeas como máxima autoridad de la corporación de empresas Alfonso.

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