Divina

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miércoles, 19 de agosto de 2015

En La Cama De Su Marido Capítulo 16


Debió de quedarse dormida, porque se despertó sobresaltada por el sonido del llanto de una niña. Olivia. Salió corriendo y se encontró a la niña sentada en la cama en un mar de lágrimas. La abrazó.

—Corazón, ¿qué ha pasado?

Apenas había terminado de decir esas palabras cuando Pedro entró por la puerta y se colocó al lado de ellas.

—¿Una pesadilla?

—Nunca le había pasado antes —dijo Paula con gesto sombrío—. Cuéntaselo a mamá, cariño. Así —murmuró suavemente—. Así está mejor.

Pedro se sentó y tomó la mano de su hija para enmascarar sus sentimientos mientras Paula lo miraba con ojos tristes.

—No quiero que el bisabuelo Ramón se muera como Fred.
Pedro miró de reojo a Paula y después acarició la cabeza de la niña y explicó:

—Algunas veces cuando las personas y los animales están muy enfermos y las medicinas no pueden hacer que mejoren, van a un sitio especial donde ya no sufren más.

—Como Fred.

—Sí —sonrió—, como Fred.

—Hablé con Fred cuando estaba enfermo.

—¿Cómo cuando vamos a visitar a Ramón?

—¿Podemos verlo mañana? —preguntó la niña con una mirada que taladraba el corazón.

—Por supuesto.

—¿Todos los días?

—Todos los días, te lo prometo.

—Me gusta mucho.

—Y él te quiere mucho a ti.

—Creo que voy a dormirme otra vez —dijo a su madre. 

La lógica de los niños, pensó Paula mientras precedía a Pedro de camino al pasillo y cerraban la puerta tras ellos. El estaba cerca… demasiado cerca y ella era plenamente consciente de cómo remarcaban sus músculos la camiseta negra y los vaqueros que se había puesto a toda prisa al oír el llanto de Olivia. ¿Seguiría durmiendo desnudo?

Trató de ignorar la imagen que se estaba componiendo en su cabeza… pero no lo consiguió. ¿Cómo era posible que deseara tanto las caricias de un hombre a quien supuestamente odiaba?

No tenía sentido que se derritiera de ese modo, que deseara tanto abrazarlo, unir su boca a la de él, saborearlo.

Pedro notó la oscuridad de su mirada, el modo en que le temblaba el labio inferior… y bajó la cabeza hasta la de ella, saboreó esa dulzura que sólo ella tenía, escuchó el aliento en su garganta y empezó a explorarla suavemente hasta que ella se abrió e inclinó la cabeza para ajustarla a la de él.

Delicioso. El era delicioso. El modo en que sus manos se deslizaban por sus hombros hasta llegar a la cintura la llevó hasta un lugar más allá de lo racional e hizo que se acercara más a él. Notó su necesidad, sabiendo que era como la suya propia.

La boca de Pedro se volvió sensual hasta hacerle olvidar todo y llegar a un punto donde nada importaba… excepto la necesidad de más, de mucho más.

La camiseta suelta que llevaba no suponía ninguna barrera para las manos de él cuando se colaron por debajo del tejido. Una mano agarró las nalgas mientras la otra acariciaba los pechos recorriéndolos enteros mientras el pulgar se demoraba en los pezones.

Liberó la boca de la de ella y recorrió la línea que iba desde los labios hasta la base del cuello. Un beso en el hueco de la clavícula hizo que la recorriera un estremecimiento que le hizo arquear la espalda mientras sus dedos le desabrochaban el vaquero ansioso por explorar su musculoso y cálido cuerpo.

Con un rápido movimiento le quitó la camiseta y recorrió el musculoso pecho con las yemas de los dedos hasta el ombligo para bajar después y acariciar su sexo y apretarlo ligeramente.

Pedro dejó escapar un ronco quejido mientras deslizaba un brazo por detrás de las rodillas de ella y la levantaba del suelo para llevarla a su dormitorio.

Las manos febriles se deshicieron rápidamente de la ropa que les quedaba y Paula gritó cuando Pedro la levantó mientras ella rodeaba su cintura con las piernas antes de que él cubriera sus pechos con la boca.

Las sensaciones irradiaban desde el sensible centro y no podía evitar gemir mientras él tomaba un pezón entre los dientes y lo apretaba ligeramente llevándola hasta un punto donde el placer casi rozaba el dolor.

Ella lo mordió en el cuello. Pedro se movió ligeramente y fue bajando la parte más sensible de la anatomía de ella hasta apoyarla sobre su sexo en erección. Ahí se detuvo y ella dejó escapar un quejido de frustración.

—Ya —rogó ella en un agónico murmullo mientras enterraba los dedos en el pelo—. Por favor.

Con un movimiento suave la dejó bajar y luego la levantó y después centímetro a centímetro la fue llenando.

Oh, se sentía tan bien. Unida a él, inundada de sensaciones, de una creciente pasión y queriendo más. En ese momento, Pedro se acercó a la cama y con cuidado la dejó encima de las sábanas, después empezó a recorrerla con besos, deteniéndose a saborear los pechos, bajando al vientre.

Quería que la besara en la boca, pero él tenía otra idea y Paula dejó escapar un grito cuando él bajó la cabeza y dio vibrante y erótica vida al clítoris, haciendo que le recorrieran el cuerpo espasmos de placer tan intensos que no podía evitar gritar cuando cada oleada la recorría y le llegaba hasta el alma.

Entonces, sólo entonces, entró de nuevo en ella de una sola embestida y Paula sintió como si no tuviera esqueleto, quedó tan a merced de su propio abandono que ya no sabía quién era… sólo sabía que no quería que aquel éxtasis terminara jamás mientras arqueaba el cuerpo para recibirlo una y otra vez hasta que llegaron al borde del abismo al que ambos se lanzaron en un glorioso éxtasis.

Le llevó su tiempo recuperar el aliento y volver a algo parecido a la normalidad y aguantó mientras él, con cuidado, rodó para ponerse de espaldas y la llevó con él, abrazándola y con los labios apoyados en su sien.

Fue en ese momento cuanto Pedro notó la humedad en las mejillas, le acarició la cabeza y le colocó un mechón de pelo tras la oreja mientras le buscaba los llorosos ojos con la mirada.

—¿Te he hecho daño? No confiaba en ser capaz de hablar, así que se limitó a negar con la cabeza.

Le pasó una mano por la mejilla, después le acarició los labios con los suyos con tanta ternura que las lágrimas corrieron libremente por las mejillas hasta llegar a las comisuras de los labios.

Paula no quería moverse. Se sentía como si no pudiera. En un momento, se dijo en silencio, se liberaría de sus brazos en silencio, se pondría la camiseta y volvería a su habitación, pero de momento prefería disfrutar del momento de después del sexo, del buen sexo, se corrigió mientras notaba doloridos unos músculos faltos de uso y disfrutaba de la euforia de sentirse llena.

Debía de haberse quedado dormida pensó al despertarse y sentir el calor de un cuerpo al lado, el latido de otro corazón en su espalda… y los recuerdos fueron haciéndose visibles en su mente.

No. Tenía que ser un sueño. Uno más de tantos que la asaltaban en las oscuras noches.

Pero aquello no era un sueño. Los brazos que la rodeaban eran reales. Se quedó paralizada unos interminables segundos, después intento soltarse. 
Los brazos se tensaron.

—No vas a ir a ningún sitio.

—Por favor —dijo con voz estrangulada y notó un beso en la nuca—. ¿Qué pasa si…?

—¿Olivia? Oh, Dios, Olivia, ¿en qué estaba pensando? «Sé sincera», le dijo una voz interior, «no estabas pensando en absoluto».

—Si se levanta y no estoy allí… —dijo hasta que Pedro le cubrió la boca con una mano.


—No —dijo él mientras le sujetaba el rostro con las dos manos y la besaba. 

El cuerpo de él se endureció de deseo por la respuesta de ella. Con cuidado empezó a acariciarla provocando en ella una tormenta de emociones y la poseyó en un acoplamiento que superó al que acababan de compartir.

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