Debió de
quedarse dormida, porque se despertó sobresaltada por el sonido del llanto de
una niña. Olivia. Salió corriendo y se encontró a la niña sentada en la cama en
un mar de lágrimas. La abrazó.
—Corazón,
¿qué ha pasado?
Apenas
había terminado de decir esas palabras cuando Pedro entró por la puerta y se
colocó al lado de ellas.
—¿Una
pesadilla?
—Nunca le
había pasado antes —dijo Paula con gesto sombrío—. Cuéntaselo a mamá, cariño.
Así —murmuró suavemente—. Así está mejor.
Pedro se
sentó y tomó la mano de su hija para enmascarar sus sentimientos mientras Paula
lo miraba con ojos tristes.
—No
quiero que el bisabuelo Ramón se muera como Fred.
Pedro
miró de reojo a Paula y después acarició la cabeza de la niña y explicó:
—Algunas
veces cuando las personas y los animales están muy enfermos y las medicinas no
pueden hacer que mejoren, van a un sitio especial donde ya no sufren más.
—Como
Fred.
—Sí
—sonrió—, como Fred.
—Hablé
con Fred cuando estaba enfermo.
—¿Cómo
cuando vamos a visitar a Ramón?
—¿Podemos
verlo mañana? —preguntó la niña con una mirada que taladraba el corazón.
—Por
supuesto.
—¿Todos
los días?
—Todos
los días, te lo prometo.
—Me gusta
mucho.
—Y él te
quiere mucho a ti.
—Creo que
voy a dormirme otra vez —dijo a su madre.
La lógica de los niños, pensó Paula
mientras precedía a Pedro de camino al pasillo y cerraban la puerta tras ellos.
El estaba cerca… demasiado cerca y ella era plenamente consciente de cómo
remarcaban sus músculos la camiseta negra y los vaqueros que se había puesto a
toda prisa al oír el llanto de Olivia. ¿Seguiría durmiendo desnudo?
Trató de
ignorar la imagen que se estaba componiendo en su cabeza… pero no lo consiguió.
¿Cómo era posible que deseara tanto las caricias de un hombre a quien
supuestamente odiaba?
No tenía
sentido que se derritiera de ese modo, que deseara tanto abrazarlo, unir su
boca a la de él, saborearlo.
Pedro
notó la oscuridad de su mirada, el modo en que le temblaba el labio inferior… y
bajó la cabeza hasta la de ella, saboreó esa dulzura que sólo ella tenía,
escuchó el aliento en su garganta y empezó a explorarla suavemente hasta que
ella se abrió e inclinó la cabeza para ajustarla a la de él.
Delicioso.
El era delicioso. El modo en que sus manos se deslizaban por sus hombros hasta
llegar a la cintura la llevó hasta un lugar más allá de lo racional e hizo que
se acercara más a él. Notó su necesidad, sabiendo que era como la suya propia.
La boca
de Pedro se volvió sensual hasta hacerle olvidar todo y llegar a un punto donde
nada importaba… excepto la necesidad de más, de mucho más.
La
camiseta suelta que llevaba no suponía ninguna barrera para las manos de él cuando
se colaron por debajo del tejido. Una mano agarró las nalgas mientras la otra
acariciaba los pechos recorriéndolos enteros mientras el pulgar se demoraba en
los pezones.
Liberó la
boca de la de ella y recorrió la línea que iba desde los labios hasta la base
del cuello. Un beso en el hueco de la clavícula hizo que la recorriera un
estremecimiento que le hizo arquear la espalda mientras sus dedos le
desabrochaban el vaquero ansioso por explorar su musculoso y cálido cuerpo.
Con un
rápido movimiento le quitó la camiseta y recorrió el musculoso pecho con las
yemas de los dedos hasta el ombligo para bajar después y acariciar su sexo y
apretarlo ligeramente.
Pedro
dejó escapar un ronco quejido mientras deslizaba un brazo por detrás de las
rodillas de ella y la levantaba del suelo para llevarla a su dormitorio.
Las manos
febriles se deshicieron rápidamente de la ropa que les quedaba y Paula gritó
cuando Pedro la levantó mientras ella rodeaba su cintura con las piernas antes
de que él cubriera sus pechos con la boca.
Las
sensaciones irradiaban desde el sensible centro y no podía evitar gemir
mientras él tomaba un pezón entre los dientes y lo apretaba ligeramente
llevándola hasta un punto donde el placer casi rozaba el dolor.
Ella lo
mordió en el cuello. Pedro se movió ligeramente y fue bajando la parte más
sensible de la anatomía de ella hasta apoyarla sobre su sexo en erección. Ahí
se detuvo y ella dejó escapar un quejido de frustración.
—Ya —rogó
ella en un agónico murmullo mientras enterraba los dedos en el pelo—. Por
favor.
Con un
movimiento suave la dejó bajar y luego la levantó y después centímetro a
centímetro la fue llenando.
Oh, se
sentía tan bien. Unida a él, inundada de sensaciones, de una creciente pasión y
queriendo más. En ese momento, Pedro se acercó a la cama y con cuidado la dejó
encima de las sábanas, después empezó a recorrerla con besos, deteniéndose a
saborear los pechos, bajando al vientre.
Quería
que la besara en la boca, pero él tenía otra idea y Paula dejó escapar un grito
cuando él bajó la cabeza y dio vibrante y erótica vida al clítoris, haciendo
que le recorrieran el cuerpo espasmos de placer tan intensos que no podía
evitar gritar cuando cada oleada la recorría y le llegaba hasta el alma.
Entonces,
sólo entonces, entró de nuevo en ella de una sola embestida y Paula sintió como
si no tuviera esqueleto, quedó tan a merced de su propio abandono que ya no
sabía quién era… sólo sabía que no quería que aquel éxtasis terminara jamás
mientras arqueaba el cuerpo para recibirlo una y otra vez hasta que llegaron al
borde del abismo al que ambos se lanzaron en un glorioso éxtasis.
Le llevó
su tiempo recuperar el aliento y volver a algo parecido a la normalidad y
aguantó mientras él, con cuidado, rodó para ponerse de espaldas y la llevó con él,
abrazándola y con los labios apoyados en su sien.
Fue en
ese momento cuanto Pedro notó la humedad en las mejillas, le acarició la cabeza
y le colocó un mechón de pelo tras la oreja mientras le buscaba los llorosos
ojos con la mirada.
—¿Te he
hecho daño? No confiaba en ser capaz de hablar, así que se limitó a negar con
la cabeza.
Le pasó
una mano por la mejilla, después le acarició los labios con los suyos con tanta
ternura que las lágrimas corrieron libremente por las mejillas hasta llegar a
las comisuras de los labios.
Paula no
quería moverse. Se sentía como si no pudiera. En un momento, se dijo en
silencio, se liberaría de sus brazos en silencio, se pondría la camiseta y
volvería a su habitación, pero de momento prefería disfrutar del momento de
después del sexo, del buen sexo, se corrigió mientras notaba doloridos unos
músculos faltos de uso y disfrutaba de la euforia de sentirse llena.
Debía de
haberse quedado dormida pensó al despertarse y sentir el calor de un cuerpo al
lado, el latido de otro corazón en su espalda… y los recuerdos fueron
haciéndose visibles en su mente.
No. Tenía
que ser un sueño. Uno más de tantos que la asaltaban en las oscuras noches.
Pero
aquello no era un sueño. Los brazos que la rodeaban eran reales. Se quedó
paralizada unos interminables segundos, después intento soltarse.
Los brazos se
tensaron.
—No vas a
ir a ningún sitio.
—Por
favor —dijo con voz estrangulada y notó un beso en la nuca—. ¿Qué pasa si…?
—¿Olivia?
Oh, Dios, Olivia, ¿en qué estaba pensando? «Sé sincera», le dijo una voz
interior, «no estabas pensando en absoluto».
—Si se
levanta y no estoy allí… —dijo hasta que Pedro le cubrió la boca con una mano.
—No —dijo
él mientras le sujetaba el rostro con las dos manos y la besaba.
El cuerpo de
él se endureció de deseo por la respuesta de ella. Con cuidado empezó a
acariciarla provocando en ella una tormenta de emociones y la poseyó en un
acoplamiento que superó al que acababan de compartir.
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