Divina

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miércoles, 5 de agosto de 2015

En La Cama De Su Marido Capítulo 2



—Paula —hubo una pausa casi imperceptible antes de que Federico Alfonso compusiera su expresión.

Paula alzó la barbilla y sostuvo la intensa mirada del hermano mayor de Pedro que, acto seguido, se dirigió hacia la niña y después volvió a ella.

—Federico —fría, educada… ella también podía hacerlo—, Luisa —reconoció a la joven que estaba a su lado.

Tenía que alejarse ya.

—¿Mamá? No. De la boca de una niña inocente había salido la única palabra que no dejaba ninguna duda sobre de quién era Olivia.
Paula vio cómo la boca de Federico se afinaba hasta convertirse en una línea.

—¿Es tu hija? Antes de que pudiera decir nada, Olivia explicó con voz solemne:

—Me llamo Olivia y tengo tres años. «Oh, corazón», casi gritó, «¿tienes alguna idea de lo que acabas de hacer?» La silenciosa acusación que vio en la mirada de Federico la alarmó y no le cupo la menor duda de que, si hubiera estado ella sola, le habría lanzado un reproche.

Los lazos de la familia Alfonso eran tan fuertes que Paula tuvo la certeza de que no había la más mínima posibilidad de que Federico permaneciera en silencio.

Apenas consiguió controlar el deseo de rodear a Olivia con sus brazos y salir corriendo a toda velocidad a su casa… y hacer las maletas. Subirse a un avión para la costa este y perderse en una nueva ciudad.

—Si me perdonáis —consiguió decir con frialdad—. Es un poco tarde.

Paula agarró a la niña de la mano, se dio la vuelta y se obligó a caminar de un modo controlado hacia la salida, la espalda derecha y la cabeza alta.

Orgullo tenía para dar y tomar. Y no miró hacia atrás mientras avanzaban entre la muchedumbre. ¿Podía el estómago convertirse en una bola dolorosa? Sentía como si el suyo sí. La sangre se le congeló en las venas mientras abrochaba el cinturón de la sillita de seguridad del coche.

—Se nos ha olvidado el algodón de azúcar.

—Compraremos algo de camino —en el supermercado lo vendían envasado. Arrancó el motor y puso el coche en marcha.

—No será lo mismo —dijo la niña sin rencor. No, no lo sería. «Maldición», dijo entre dientes. Si no hubieran dado otra vuelta en el tiovivo… Pero la habían dado. Y era demasiado tarde para recriminaciones.

Volvió a su casa y actuó como una autómata mientras bañaba y preparaba a Olivia y se preparaba ella para irse al trabajo; después, dejó a su hija al cuidado de Anna y se fue en coche a la farmacia.

De alguna manera se las arregló para pasar la noche vendiendo medicinas y ofreciendo consejo a los clientes que lo pedían.

Preocupación, temor, miedo… la palpable mezcla elevaba su tensión casi hasta el punto del estallido y a la hora de cerrar había conseguido tener un buen dolor de cabeza.

Fue un gran alivio llegar a su apartamento, darle las gracias a Anna, ver cómo estaba Olivia, desnudar— se y meterse en la cama.

Pero no dormir… pensando en la reacción de su marido cuando se enterara de que tenía una hija… su hija.

¿Podría intentar negar que él era el padre de Olivia? Una carcajada nació y murió en su garganta. Pedro sólo tenía que pedir una prueba de ADN. ¿Y después?

Un estremecimiento recorrió su delgado cuerpo. Pedro era un estratega despiadado y tenía la suficiente riqueza y poder como para pasar por encima de cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino.

Pero Paula sería la excepción. Nadie podría interponerse entre su hija y ella. Nadie.

Su resolución se fortalecía con cada hora que pasaba. Lo mismo que la tensión nerviosa.

Estaba claro que Pedro se pondría en contacto con ella. O en persona o a través de un representante legal. Ella podía no importarle nada a Pedro, pero una hija, indudablemente su hija. Eso era otro tema.

Dado que Federico podía decirle dónde la había encontrado ¿qué dificultad supondría para un hombre como Pedro encontrar su casa o su trabajo?

«Pan comido», le dijo una voz interior.

Ser consciente de ello no le sentó muy bien. Apenas comía y el tiempo que pasaba despierta lo dedicaba a intentar adelantarse a todas las posibilidades que Pedro podía elegir para presentarse.
La necesidad de asegurarse de que Anna tomara todas las precauciones mientras Olivia estaba su cargo acabó con una pregunta:

—¿Tienes problemas legales?

—No… no, por supuesto que no —reiteró Paula.

—Eso era todo lo que necesitaba saber. Una aparentemente madre soltera con una niña… ¿Cómo no iba a llegar a la conclusión de que pudiera haber una inminente batalla por la custodia?

—Gracias —dijo con auténtica gratitud. ¿Cuánto tiempo llevaría a Pedro diseñar su estrategia y ponerla en práctica?

¿Unos días? ¿Una semana?

Antes, tenía que consultar a un abogado para enterarse de cuáles eran sus derechos. Tenía una idea aproximada de lo básico, y era lo bastante astuta como para darse cuenta de que lo que parecía lógico y racional no siempre era la verdad.

También podrían interponer una demanda de divorcio. Dado que llevaba separada mucho más de lo necesario, sólo sería cuestión de tiempo conseguir la disolución del matrimonio.

Con lo cual el único tema que quedaría pendiente sería la cuestión de la custodia.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo y se instaló en sus huesos.
Pedro no podría solicitar la custodia de Olivia… ¿verdad? ¿Qué derecho podría tener?

Paula se rodeó con los brazos para evitar temblar de miedo. El que pronto sería su ex marido tenía la riqueza y el poder para alcanzar cualquier objetivo que se propusiera.

Un silencioso grito le resonó en la cabeza. Si él decidía que quería a Olivia, removería cielo y tierra para conseguirla.


«Por encima de mi cadáver», decidió Paula

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