No fue
capaz de dormirse. Dio vueltas y vueltas hasta que se levantó a tomarse algo
para el dolor de cabeza. Finalmente, debió de quedarse dormida por que se
despertó fuera de su cama, entre los brazos de Pedro que la llevaba por un
pasillo en penumbra.
—¡Suéltame!
—su voz era poco más que un siseo mientras luchaba contra él sin éxito.
En unos
segundos, estaban en la habitación de él. Cerró la puerta y la dejó de pie en
el suelo. Paula lo miró desafiante.
—Esto es
ridículo. Eres imposible —dijo ella con un gruñido de frustración.
—¿Eso es
lo mejor que se te ocurre? Ignoró su comentario y se lanzó a una diatriba en la
que recurrió a todos los adjetivos
que pudo recordar. Pedro la miró, alzó una ceja y dijo tranquilamente: —¿Has
terminado?
—Sí,
¡maldita sea!
—Bien. La
agarró de los hombros, se acercó y le cubrió la boca con la suya.
Lo golpeó con
los puños hasta que desistió y dejó caer los brazos a los lados del cuerpo.
Pedro
quería una respuesta espontánea y la buscó deliberadamente, flotando la
protesta ahogada en la garganta de ella mientras intentaba no capitular.
Pronto, la lengua de ella buscó la suya y se le aceleró la respiración cuando
él inclinó la cabeza y profundizó el beso.
Llevó una
mano a la nuca mientras con la otra bajaba por la espalda y se colaba debajo de
la camiseta holgada para acariciarle las nalgas.
Pedro
notó como su cuerpo se tensaba y la levantó, le separó los muslos y la colocó
de modo que pudiera recibirlo en toda su longitud. Mientras se deslizaba en su
cálida suavidad oyó sus gemidos… y entró por completo.
Entonces
fue su turno para gemir cuando los músculos de la vagina rodearon su sexo y él
empezó a moverse con un ritmo creciente que los llevó hasta el límite desde
donde ambos se lanzaron a un clímax sobrecogedor.
En algún
momento del proceso, Pedro le había quitado la camiseta, aunque ella no era
consciente de cuándo, sólo de que estaba desnuda entre sus brazos y que sus
labios la estaban torturando, a lo que ella respondió con tal erotismo que
pensó que iba a volver a poseerla, pero lo que Pedro hizo fue acercarse a la
cama y tumbarse de espaldas con ella a horcajadas.
La boca
de Paula estaba ligeramente hinchada y la mirada de Pedro se oscureció cuando
se apartó el pelo de la cara y se lo colocó detrás de las orejas.
Ese
movimiento levantó sus pechos. El los recorrió con la yema del dedo demorándose
en los pezones… y vio como los ojos de ella se ponían vidriosos.
Estaban
ambos a merced del otro, y ella se movió deliberadamente y notó como se
incrementaba la oscuridad de la mirada de él, entonces dejó escapar un grito
cuando él tiró de ella hacia a abajo y se metió uno de los pezones en la boca.
Una
espiral de intenso placer recorrió su cuerpo mientras él chupaba y apretaba el
pezón con los dientes llevándola hasta un punto en que placer y dolor se rozaban.
Pedro
rodó en la cama hasta que ella quedó debajo. Se detuvo a contemplarla un
instante, el pelo revuelto, el sensual brillo de su piel y la mágica pasión que
compartían.
Paula se
humedeció los labios y él se deslizó dentro de ella una y otra vez,
incrementando el ritmo hasta que ella se unió a él en un clímax más intenso
incluso que el anterior.
Después,
la abrazó y le dio un beso en la sien con la pereza propia de después de la
pasión.
Paula
estaba a punto de dormirse cuando él la puso bocabajo y empezó a darle un
masaje en el cuello y en los hombros que después fue llevando hasta los pies.
Recorrió con besos las piernas, le mordió suavemente las nalgas y después subió
hasta la nuca. Ella se dio la vuelta y lo besó en la base del cuello, murmuró algo
incomprensible y después se quedó dormida.
***
La gala,
que se celebraba en uno de los espléndidos teatros de a ciudad, parecía haber
sido un completo éxito. Una competición de vestidos de diseño y joyería.
La crime
de la crime de la sociedad madrileña, mecenas del arte que pagaban una
exorbitante cantidad de dinero por asistir al montaje clásico de esa noche.
En
parejas o grupos reducidos cruzaban el amplio vestíbulo. Paula, de pie al lado
de Pedro, dibujó una sonrisa en sus labios mientras se mezclaban con el resto
de los asistentes.
Alto,
moreno e impecable con su esmoquin, Pedro era el paradigma del varón poderoso y
sofisticado. Destacaba de entre el resto. No tanto por sus atractivas facciones
o su ropa, sino por el aura que irradiaba debajo del musculoso aspecto… una
perturbadora y amenazadora sensualidad que lo prometía todo. Atraía a las
mujeres como la miel a las abejas.
Al
principio de su matrimonio había abrigado en su corazón la certeza de que él
era suyo y que nadie podría amenazar lo que compartían. ¡Qué ingenua había
sido!
—Ah, aquí
estás.
Paula se
dio la vuelta y se encontró con Penélope, que se acercaba a ella para darle los
dos besos en el aire obligatorios.
—¿Cómo
está Ramón?
—Se
apaga. Los médicos esperan que entre en coma en pocos días. Federico y Luisa se
han quedado con él.
—Lo
siento tanto… —la compasión de Paula era sincera.
—El de
esta noche puede que sea el último acto público al que asista la familia.
Respetaremos el luto acostumbrado.
—Por
supuesto.
—Voy a
saludar a Pablo y Angélica Santana —anunció Penélope y desapareció entre la
multitud.
Las
enormes puertas se abrieron y los asistentes fueron entrando lentamente al
auditorio para ocupar sus localidades.
La obra
clásica era soberbia. Conmovedora, apasionada y con un toque de patetismo. Tras
el primer acto hubo un intermedio.
—¿Te
traigo algo de beber? —preguntó Pedro a Paula en el vestíbulo.
—Algo
frío y sin alcohol —respondió ella con una sonrisa mientras él señalaba al
camarero.
Fue sólo
un minuto después cuando se dio la vuelta y se encontró a Estrella.
¡Qué
alegría!
Parecía
una perfecta muñeca latina, vestida con un vestido de chiffon de inspiración
española, con unos sorprendentes volantes blancos y rojos del mismo tejido que
se movían con una exquisita fluidez a cada paso.
Atractiva,
reconoció Paula en silencio. Muy atractiva, desde el pelo primorosamente
peinado hasta las uñas de los pies pintadas de rojo.
—Paula
—el saludo fue amable, breve, después dedicó su completa atención a Pedro—.
Querido.
—Estrella.
¿Había
habido un sutil tono de advertencia en el saludo de PEDRO?, pensó Paula
mientras ofrecía una sonrisa amable que Estrella ignoró por completo.
—Estábamos
pensando en ir a una discoteca después, a lo mejor os apetece venir…
—No,
gracias —respondió Pedro educado a lo que Estrella respondió con un mohín.
—Tu
esposa… —dio un énfasis especial a la palabra mientras golpeaba con el dedo la
solapa del esmoquin— te acompaña y no eres tan divertido.
—Quizá…
—dijo Pedro arrastrando las vocales mientras le apartaba el dedo— ella me
proporcione toda la diversión que necesito.
—¿Sí?
—dijo mirando a Paula con tono burlón.
En
algunos momentos, el silencio era de oro, pensó Paula. Ese no era uno de ellos.
—Pedro es
un profesor soberbio, ¿no te parece?
La mirada
de Estrella se dirigió a Pedro mientras se pasaba la punta de la lengua por los
labios y sonreía.
—El
mejor, cariño.
Era todo
una actuación, se dijo Paula. Un intento deliberado de socavar su confianza.
Cuatro años antes hubiera picado, en ese momento, sencillamente dijo con calma:
—Pero
eligió no casarse contigo, ¿por qué sería?
El gesto
de incredulidad que apareció en el rostro de Estrella y tardó unos instantes en
desaparecer debería haber sido una fuente de satisfacción para Paula, pero su
instinto le decía que esperaría su momento para vengarse.
—Puede
que yo decidiera que no era el mejor hombre para casarse —esperó unos segundos
y luego afinó—. ¿No lo dejaste tú por eso?
—No —dijo
Paula tras pensar unos instantes, después olvidó la amabilidad—. Vete a buscar
a tu marido, Estrella —la inferencia «deja al mío tranquilo» era evidente.
Con una
sonrisa burlona, se dio la vuelta con un movimiento deliberadamente sensual y
se mezcló ondulante entre los mecenas.
—Tu apoyo
ha sido gratificante —apuntó Paula tranquilamente sin estar segura de si eso le
agradaba o no.
—Lo
estabas haciendo muy bien tú sola.
—Es una…
—Mujer
fatal —cortó Pedro— a la que le gusta jugar con la gente vulnerable.
—El
término «vulnerable» ya no se me puede aplicar a mí —dijo ella alzando la arbilla
y mirándolo a los ojos.
Pedro le
dedicó una sonrisa mientras le agarraba la mano y le acariciaba con el pulgar
la muñeca, donde el pulso desmentía su aire de tranquilidad.
Los años
transcurridos le habían dado una madurez y una independencia que él no podía
hacer otra cosa que admirar. Cada día que pasaba sus ansias de venganza se
reducían y eso le fastidiaba, porque quería hacerle pagar haberle negado la
experiencia de su embarazo, del parto, de los primeros meses de su hija.
Había un
elevado nivel de rabia bajo esa superficie de control mezclado con una
incontenible necesidad física que luchaba por controlar.
Como
ella.
Dos
fuerzas opuestas atrapadas por sucesos del pasado y luchando por hacer
compatible su futuro. Un futuro que él estaba decidido a asegurar.
Paula se
sintió aliviada cuando llegó el momento de volver a su asiento. Pedro le agarró
la mano y se la llevó a los labios, después la dejó en su regazo mientras el
corazón de ella galopaba durante lo que le pareció una eternidad.
Su
erección bajo la ropa era una poderosa fuerza oculta y le supuso un
considerable esfuerzo concentrarse en el escenario hasta el final de la obra.
Paula no
se movía, apenas podía respirar y nunca se había alegrado tanto de que los
teatros estuvieran a oscuras. ¿Se daría cuenta la tía? Tenía la sincera
esperanza de que no, pero no miró en dirección a Penélope.
Fue un
tremendo alivio cuando cayó el telón, se pusieron de pie para aplaudir y se
encendieron las luces.
Salir del
auditorio fue un proceso lento, ruidoso por la charla del público mezclado con
la música de fondo; además estaban las paradas obligatorias en el vestíbulo
mientras se dirigían a la entrada principal. Penélope se despidió de ellos
cuando su coche llegó a recogerla. Unos minutos más tarde, apareció Carlos con
el suyo.
Estaban
ya sentados cuando Pedro le agarró la mano y enlazó los dedos con los suyos. Paula
intentó sin éxito soltarse y lo miró en una pregunta silenciosa. ¿Qué estaba
haciendo? No había público, no impresionaban a nadie con su fingida
reconciliación.
Cuando
llegaron a la mansión, la llevó adentro, después se la echó al hombro y le
subió las escaleras.
—¿Qué
demonios haces?
—Llevarte
a la cama.
—Puedo
andar —dijo casi a gritos mientras él se reía.
—Ya lo
sé.
—¿Eres
consciente de que podría darte una patada donde más duele?
—Ni lo
intentes, cariño. Estropearías la diversión y te prometo que no te gustarían
mis represalias.
—¿Diversión?
¿Crees que es divertido que te lleven como a un saco de patatas?
Atravesaron el
pasillo y llegaron al dormitorio, donde la dejó en el suelo. Sin decir ni una
palabra, la abrazó y la besó suavemente al principio, saboreando la textura de
sus labios, su boca, después con una intensidad que le llegó hasta el alma.
Estaba
perdida, confusa y apenas era consciente de que le estaba desabrochando la
cremallera del vestido… hasta que cayó al suelo formando un montón de seda. El
sujetador fue lo siguiente, seguido de las bragas de satén. Gimió cuando le
agarró un pecho y, agachando la cabeza, le lamió el pezón.
Una mano
se deslizó por su vientre abajo y llegó hasta el húmedo calor de la unión de
sus muslos. Se quedó sin respiración.
—Desnúdame.
La ayudó
con la ropa, los zapatos, mientras ella se quitaba los tacones. Después la
levantó en brazos y la llevó a la cama y se tumbó a su lado.
Los
labios siguieron el mismo camino que antes habían recorrido sus dedos y la
llevó al clímax una y otra vez hasta que gritó pidiendo una liberación que sólo
él podía darle. En ese momento acercó a su húmedo calor su erecto pene y la
penetró de una sola embestida. Esperó a que ella recuperara el aliento e inició
el ritmo que siempre llevaba a los dos a increíbles alturas y lo mantuvo hasta
que alcanzaron un espectacular clímax tras el que ambos entraron en caída libre.
Gracias Por Leer y Comentar SIEMPRE !!!!
Buenísimos los 2 caps. Me tiene intrigada si van a enamorarse otra vez o va a haber una guerra entre ellos jaja.
ResponderEliminarbuenísimos. Pau que mande de una patada a Estrella al espacio
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