Divina

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lunes, 24 de agosto de 2015

En La Cama De Su Marido Capítulo 23



 Los minutos parecían horas, las más largas de la vida de Paula. Entonces, dos cosas sucedieron casi a la vez. Sonó el móvil de Pedro… y unos segundos más tarde sonrió. La esperanza la invadió mientras esperaba que le contara las novedades y, cuando lo hizo, no pudo hacer nada para evitar caer desplomada.

Olivia estaba a salvo. La tenía Carlos. Los secuestradores habían sido detenidos en un control de carreteras al norte de la ciudad.

El inmenso alivio, el desplome emocional, la salida de la pesadilla empezó a hacer su efecto: las lágrimas empezaron a caerle silenciosas por las mejillas.

Pedro tomó su rostro entre las manos y se las enjugó con los pulgares.

—Olivia está bien. Van de camino a casa en un coche de la policía. Nos reuniremos con ellos allí —no fue capaz siquiera de tartamudear una palabra y Pedro se limitó a besarla en los ojos—. Vámonos a casa.

Paula agradeció que la rodeara con un brazo y la llevara al coche. Una vez sentados, la miró brevemente, observó su palidez y la mirada perdida más allá del parabrisas.

—Vamos, cariño —dijo con ternura y ella se volvió a mirarlo con los ojos llenos de lágrimas.

—¿Cómo he podido? —le temblaban los labios—. ¿Qué habría pasado si Carlos…? —no pudo pronunciar las palabras, no quería decirlo en voz alta.

—Desde mañana, Carlos tendrá un ayudante y los dos serán vuestras sombras en todo momento.

Si pretendía tranquilizarla, había fracasado miserablemente. Dos guardaespaldas.

Pensar en que siempre necesitaría protección la asustaba. Nunca podría tomar una decisión espontánea. No quería que Olivia creciera siempre a la defensiva, tomando precauciones.

Nadie sabía qué efecto tendría sobre ella el episodio de esa tarde.

—Te aseguro que nunca volverá a suceder —prometió Pedro y ella lo miró incrédula.

—No puedes prometer eso. Ambos sabemos que Olivia se ha convertido en un objetivo.

Había otras posibilidades y ella sabía por cuál decidirse, Olivia parecía apagada y abrazó a los dos en cuanto aparecieron en el vestíbulo.

Allí estaba Carlos, lo mismo que María y una policía en ropa de calle que pasó un tiempo considerable hablando con Olivia. Una herramienta psicológica que sin duda ayudaba. Después Pedro se llevó a Carlos aparte para que le contara lo sucedido con todo detalle.

Paula no podía soportar tener a Olivia fuera de su vista. La bañó y ella picó algo de ensalada mientras animaba a la niña a cenar. Junto con Pedro le leyó un cuento en la cama y se quedó un largo rato sentada a su lado después de que Olivia se hubo dormido.

Era bastante tarde cuando volvió Pedro, acercó una silla y se sentó al lado de ella.

—Ven a la cama —dijo en un susurro—. Oli está completamente a salvo.

—Tengo que estar aquí por si se despierta.

—El sensor detecta cualquier sonido. La oiremos al instante. Lo miró en medio de la penumbra y sacudió la cabeza.

—No puedo. 

Pedro permaneció en silencio unos segundos eternos, después se levantó y se marchó. Paula quería llorar, pero ya no le quedaban lágrimas, así que se quedó mirando al infinito, reviviendo una y otra vez la tarde desde antes de que Olivia desapareciera tratando de descubrir algo… cualquier cosa que le proporcionara una clave visual coherente con todo lo que había contado Carlos.

Paula no fue consciente de que se había quedado dormida hasta que se despertó, se sintió desorientada y se dio cuenta de dónde estaba. Echó un vistazo a Olivia, después se volvió hacia la silla, dudó un momento. Sentía el cuello rígido y tenía frío. No tanto por la temperatura de la habitación como por el agotamiento emocional.

Ni siquiera en la cama entraría en calor. Después de lo que le pareció un siglo de dar vueltas en su cama, salió en silencio al pasillo y pensó en bajar a la cocina a prepararse una taza de té; después cambió de idea.

—¿No puedes dormir?

No había oído nada ni sentido ningún movimiento, pero Pedro estaba ahí, grande e indomable en la penumbra del pasillo.

—He ido a ver a Olivia y después a ver cómo estabas tú —explicó en voz baja.

Paula se puso a temblar y se envolvió en sus brazos para intentar, sin éxito, contener el temblor. Pedro la tomó entre sus brazos y se la llevó a su habitación.

—Estoy bien —dijo Paula mientras él la metía en la cama.

—Seguro —susurró mientras empezaba a darle un masaje para estimular la circulación hasta que los escalofríos fueron desapareciendo.

Pensó que debería irse, pero… no quería alejarse de la compasión que él le ofrecía, de la seguridad que sentía entre sus fuertes brazos, del tacto de sus labios en la frente.

Era tan agradable sentir su olor, esa mezcla de aroma a jabón y a hombre.
Todas esas sensaciones se fueron deslizando en sus sentidos, tan poderosas como un afrodisíaco, despertando el hambre de sus caricias. Lo besó y después le acarició el brazo hasta llegar a la cadera.

Pedro la miró y le devolvió el beso, suavemente al principio, separándole los labios con la lengua después. Luchaba por dominar su propia excitación sabiendo que si no lo lograba habría terminado antes de empezar y ella necesitaba que todo fuera despacio, que la acariciara sutilmente. Él podía darle lo que necesitaba.

Y así lo hizo. Con la lenta deriva de sus manos, la suave caricia de los labios fue recorriendo cada punto sensible, cada hueco, deteniéndose a lamer los sensibles pezones, el suave vientre hasta llegar a los rizos que nacían en la unión de sus muslos.

Más abajo, exploró la dulce humedad, disfrutó del delicioso aroma a mujer, del hinchado clítoris que latía bajo las caricias de su lengua.

Los dedos de ella se enterraron en su pelo mientras inconscientemente se arqueaba entera pidiendo más… él la sujetaba por las caderas.
Pedro la rodeó con los brazos notando sus estremecimientos mientras hundía el rostro entre el cuello y el hombro… y cuando ella se fue a mover le dijo:

—Quieta, te necesito así.

Era tan fácil dejar que los párpados se cerraran por su propio peso, dejarse llevar y dormirse apoyada en él.


Durante un tiempo considerable simplemente la abrazó, calmado por el ritmo de su respiración, la suave sensación de su cálido aliento contra la piel… y al borde del sueño, se preguntó qué le depararía el día siguiente.

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