Paula se
agachó hasta ponerse a la altura de Olivia, la abrazó y le susurró:
—Te
quiero.
—Yo a ti
también —oyó decir a su hija mientras se ponía de pie.
—Que
pases un buen día. La escuela infantil estaba cuidadosamente diseñada, la mayor
parte era juego, algo importante para los niños. A Olivia le gustaba
especialmente el tiempo que pasaba con sus compañeros entre la plastilina y la pintura
de dedos, jugando o escuchando cuentos de las cuidadoras.
—Tú
también.
Olivia se
mezcló entre sus compañeros y Paula sonrió al verla entablar una animada
conversación con uno de sus amigos.
Momento
de marcharse, meterse en el coche y volver a casa. Tenía que hacer unas
llamadas, además de labores domésticas antes de volver a recoger a su hija.
Un
momento después, se cambiaba los vaqueros y la camisa por un pantalón corto y
una camiseta y se ponía al trabajo.
Limpiar
el polvo, barrer y fregar ayudó a Paula a consumir algo de la energía que le
sobraba por los nervios. Pasó la aspiradora con un brío inusual.
Cinco
minutos más y habría terminado, entonces se ducharía, vestiría, haría algunas
llamadas e iría a buscar a Olivia.
El sonido
del intercomunicador del portal apenas resultó audible con el ruido de la
aspiradora. Apagó el aparato, cruzó el salón y dejó a un lado un extraño
sentimiento de preocupación… era absurdo.
Había
pasado varios días en ascuas esperando que Pedro hiciera su primer movimiento,
agonizando esperando que sucediera y valorando las consecuencias.
Por Dios,
podía ser cualquiera quien llamara al timbre… así que respiró hondo y fue a
mirar la pantalla del videoteléfono.
Las
fuertes medidas de seguridad habían sido una de las razones por las que había
comprado ese piso. La protección era algo importante en una gran ciudad y
descansaba más tranquila sabiendo que había tomado todas las precauciones
posibles.
Volvió a
sonar el timbre… y se quedó sin respiración en el momento en que reconoció la
figura masculina que aparecía en la pantalla: Pedro Alfonso… en persona.
La imagen
en blanco y negro no conseguía estropear sus poderosas facciones… la fuerte
estructura ósea del rostro, la penetrante mirada y la hermosa boca.
Paula
sintió que se le hacía un nudo en el estómago sólo con verlo y por la oleada de
recuerdos que despertó en ella.
Los
buenos eran sus atenciones y la pasión que había despertado en ella… los no tan
buenos eran las discusiones que habían derivado en una escalada de odio.
Se quedó
mirando la pantalla. Retrasar lo inevitable no tenía sentido.
Le
temblaban las manos cuando descolgó el receptor, recitó una breve expresión de
reconocimiento y vio endurecerse el gesto de Pedro.
—Ábreme, Paula.
Tenemos que hablar.
—No tengo
nada que decirte.- Por un momento la mirada de él se oscureció y su voz
adquirió un peligroso y suave tono.
—Pretendo
ver a mi hija.
—No
tienes ninguna prueba de que sea tuya.
—¿Quieres
hacer esto por las malas? —su mirada la taladraba a través de la pantalla.
—Perdimos
la capacidad de dialogar hace mucho tiempo. La expresión de Pedro se endureció,
y Paula tenía la desagradable sensación
de que podía verla… lo que era, por supuesto, imposible.
Aun así,
esa certeza no conseguía tranquilizarla, ni evitaba que los escalofríos de
miedo le recorrieran la espalda.
Era fácil
apagar la pantalla. No tan fácil sacárselo de la cabeza. Y su poderosa imagen
se negaba a desaparecer a pesar de todos los esfuerzos que hizo para lograrlo
mientras se duchaba, se ponía unos vaqueros negros, una blusa sencilla, un
ligero maquillaje y se recogía el pelo.
Recogió
su bolso, las llaves, cerró la puerta del apartamento y bajó en ascensor al
aparcamiento. Los nervios le atenazaban el estómago mientras caminaba hacia su
coche… vaciló ligeramente al ver un hombre alto apoyado en la puerta del
acompañante.
se puso buenísima, esta barbara esta historia
ResponderEliminarWowwwwwww, me aprece que va a ser muy fuerte e intensa esta historia. Está buenísima.
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