Una hora más tarde, Pedro estaba apoyado con los codos en el borde de la piscina.
El terrible impacto de saber que su padre había hablado con Paula había pasado. Lo que más lo angustiaba ahora era el recuerdo de sus propias palabras y la expresión dolida de Paula.
«Nunca te perdonaré por esto». No la había mirado al decirle aquello, pero había oído su respiración entrecortada, como si la hubiera abofeteado. Luego, la oyó salir de la cocina y subir las escaleras, y fue entonces cuando él abrió las puertas francesas y salió al patio.
Ahora, fisicamente agotado por el ejercicio físico, la rabia se había diluido en el agua y se sentía... vacío. Vacío y culpable. ¿Podría tener razón Paula?
El no creía que pudiera perdonar a su padre, y sin embargo...
Lo primero era arreglar las cosas con ella. Raramente permitía que su temperamento lo dominara, y esa vez no iba a ser una excepción. Sabía que Paula nunca conspiraría contra él. Porque lo amaba. ¿Qué podría decirle para aliviar el dolor infligido?
Muy poco. Salió de la piscina y se dirigió hacia la casa. Todo lo que podía hacer era suplicarle que lo perdonara.
Unos minutos después, abrió la puerta del garaje y se le encogió el corazón al ver que el coche de Paula había desaparecido.
Nada más entrar en la casa, había subido al dormitorio para hablar con ella, pero no la vio allí. Tampoco estaban sus cosas de aseo ni la novela de amor que estaba leyendo y que dejaba en la mesita de noche. Sólo había dejado a la gatita, plácidamente dormida en la cama. Y entonces lo asaltó el pánico. Lo había abandonado. Dios, nunca imaginó que eso fuera posible. Habían tenido una discusión, eso era todo. Pero estaba claro que para ella había sido algo más.
Debía de haberse marchado mientras él estaba nadando. El ruido de los chapoteos le había impedido oír cómo arrancaba el coche o cómo se abría la puerta del garaje.
Entonces recordó que aún no le había dicho que la amaba. Paula ni siquiera tenía eso para consolarse. No era extraño que pensara que él ya no la deseaba más.
«Nunca te perdonaré por esto». Una punzada de culpa volvió a traspasarlo. Sabía cómo le había cambiado la vida a Paula después de que su padre se marchara, y podía imaginarse lo que había sido vivir con una madre deprimida.
Paula se había escondido tras una sosa apariencia porque había visto lo poco que significaba la belleza exterior en sus propios padres. Durante años había ocultado su pasión natural, evitando que una relación pudiera destruirla como a su madre.
Pero él había visto su interior. Paula era un tesoro, y él había tenido una suerte increíble de casarse con ella antes de que lo hiciera otro.
Sin embargo, para Paula ni siquiera el matrimonio garantizaba un compromiso para siempre. Ella había crecido con la convicción de que los matrimonios no duraban, y había interpretado sus duras palabras como el final del suyo.
La mano le temblaba al agarrar el teléfono. Primero llamó al hospital. Después de una interminable espera, le dijeron que no se encontraba allí. Luego, llamó a su hermana. Gabrielle y Paula se habían hecho muy buenas amigas. Pero Gabrielle tampoco sabía nada.
La siguiente llamada fue a casa de su madre. Odiaba confesarle que se había ido, pero el orgullo no le servía de nada si no podía tener a su mujer.
-Horacio le pidió a Paula que lo ayudara a acercarse a mí. Cuando me enteré... no me lo tomé muy bien. No le encontré ningún sentido a lo que había hecho.
-Yo sí le encuentro sentido -respondió su madre-. Paula es una conciliadora, Pedro. Tú lo sabes. Y su máxima aspiración es hacerte feliz.
-Su padre y ella no se hablaban -admitió él-. Y él murió antes de que ella pudiera perdonarlo. No quería que yo pasara por lo mismo.
-Ella te quiere de verdad, Pedro -dijo su madre con calma.
Pedro puso una mueca de dolor.
-Le dije que mi padre sólo quería acercarse a mí debido a la riqueza de mi familia.
Su madre suspiro al otro lado de la línea.
-Puede que no sea así. Horacio parece sinceramente preocupado por haber dejado pasar tantos años. Al menos deberías escucharlo.
-No creo que pueda hacer eso. Si tiene un mínimo de decencia, ¿cómo pudo chantajearte?
-Horacio... era un hombre bueno y decente cuando nos casamos. Y me ayudó muchísimo en el peor momento de mi vida. Yo no era entonces la mujer que soy ahora. Era una adolescente desgraciada y muerta de miedo que necesitaba desesperadamente a alguien. Pero cuando recuperé la confianza en mí misma, las cosas empezaron a cambiar -emitió un sonido de desagrado- El Horacio que viste el día que vino a casa no es el mismo que yo conocí. Éste parece estar... -dudó un momento, como eligiendo con cuidado las palabras- dominado por su mujer.
-Eso mismo creo yo -sólo de pensar en aquella mujer sentía un escalofrío.
Vivir con ella a diario debía de ser una verdadera tortura. Un matrimonio que en nada podía compararse al suyo con Paula. Casi sintió compasión por su padre.
Sin embargo, hablar con él no era la primera de sus prioridades. Le pidió a su madre que llamara a toda la familia por si alguien sabía algo de Paula. Y entonces se le ocurrió que...
Reacio, sacó su cartera y extrajo un pedazo de papel. El número de su padre. Lo había tomado del escritorio de su madre después de la primera reunión, ya que temía que tendría que seguirle el rastro.
-¿Diga?
-¿Zolezzi? Soy Pedro -cerró los ojos, intentando dominar las emociones.
-¿Pedro? Me alegro de oírte... Espero no haberos causado ningún problema a ti y a Paula. Es una mujer muy especial.
-Sí, lo es -se aclaró la garganta-. Eh... no la has visto, ¿verdad?
Se produjo un silencio sepulcral.
-Ah, demonios -masculló su padre, abatido-. Todo es culpa mía. No, lamento decirte que no la he visto. Pero te avisaré si la veo.
-Gracias -no sabía qué más decir.
-Pedro... siento haber irrumpido así en tu vida -Horacio respiró hondo-. Te prometo que no volveré a intentar que me aceptes, y jamás volveré a pediros dinero.
-Quiero creerlo -dijo Pedro, y dudó un instante-. Tal vez pueda llamarte algún día -no sabía si podría perdonar a su padre, pero por Paula debía intentarlo.
-Eso sería estupendo -Horacio parecía tan patéticamente esperanzado que Pedro puso una mueca de dolor-. Ahora, ve en busca de tu mujer.
El problema era que no tenía ni idea de dónde buscarla. No se había puesto en contacto con nadie de la familia ni estaba en el hospital. Y, si tenía alguna amiga íntima, él no lo sabía. Pero, claro, ¿cómo iba a saberlo si casi siempre habían hablado de él? Paula era una experta en desviar la conversación hacia cualquier tema que no fuera ella misma.
Se apoyó en la encimera de la cocina y miró el teléfono. ¿Dónde estaba y cuándo lo llamaría?
No pensaba llamar a Pedro por nada del mundo, pensó Paula al día siguiente mientras contemplaba el minúsculo salón. Varias veces durante la noche había estado a punto de hacerlo, tan sólo para oír su amada voz.
Pero no lo hizo. No podía. Su matrimonio había sido un error, una mentira en la que ella había sido la única en demostrar amor y afecto...
Eso no era totalmente cierto, se recordó. En las últimas semanas, Pedro se había mostrado mucho más afectuoso e incluso parecía haberla necesitado como ella a él. Pero la necesidad y el amor eran dos cosas distintas. Y ella no podía vivir sin amor.
No sabía cuándo se había dado cuenta de eso, pero así era. Amaba tanto a Pedro que haría cualquier cosa por él, pero a cambio necesitaba su amor. Merecía su amor.
Había mantenido la esperanza de que algún día él le dijera esas palabras mágicas, y durante un tiempo pareció que iba a hacerlo. Pero la reacción del día anterior le había demostrado lo vanas que eran sus esperanzas.
«Nunca te perdonaré por esto». Jamás recibiría su perdón... ni su amor.
Por eso se había marchado. Empezaría de nuevo en otra parte, sola. Pero en esa ocasión no esperaría encontrar amor. Ya había visto lo que el amor les hacía a las personas, a su madre y a ella, y no tenía intención de volver a sentirlo.
Tal vez algún día, cuando el dolor se hubiera aliviado, buscaría la amistad y la clase de relación que podía compartir para el resto de su vida. Tal vez no fuera amor, pero su matrimonio con Pedro le había demostrado que no quería pasar el resto de su vida en soledad. Quería una familia. Alguien con quien reír y compartir los pequeños detalles de cada día hijos a quienes cuidar y mimar.
-¿Señorita Chaves? -le había dado a la casera su nombre de soltera, ya que pronto lo recuperaría.
-Es perfecto -respondió, y le entregó a la mujer un cheque por la fianza y el alquiler de un mes. Le bastaba aquel lugar hasta que decidiera lo que iba a hacer y adónde ir.
Adónde ir... Se iría de San Antonio, de eso estaba segura. No tenía familia ni lazos con la ciudad, nada que la retuviera allí. Pensó con dolor en Miranda, en Luciana, en Gabrielle, en Ryan, en Lily... No, era la familia de Pedro, no la suya.
No podía vivir en un sitio donde los periódicos hablaban todos los días de los Alfonso, ni podía trabajar en el mismo hospital que Pedro. Aquel pensamiento volvió a llenarle los ojos de lágrimas.
No, no quería ver a Pedro nunca más.
Continuara..............
Gracias Por Leer y Comentar Siempre !!!
-----------------------------------------------------------
Solo faltan 2 Cap. para el final de esta adaptación.....
Ayyyyyyyy, por favor, que se encuentren rápido!!!!!!!! No pueden sufrir así.
ResponderEliminarbuenísimos, ojala se solucione todo
ResponderEliminar