Divina

Divina

jueves, 6 de agosto de 2015

En La Cama De Su Marido Capítulo 3


Pedro Alfonso recorrió la terminal internacional con Carlos, su asistente personal y guardaespaldas de confianza, a su lado.

El legado de los Alfonso le había dotado de las imponentes y bien definidas facciones de sus antepasados y unos impresionantes y casi negros ojos que proyectaban la dureza de un hombre versado en las flaquezas de la naturaleza humana.

Tenía un aura de fuerza e intensa masculinidad, además de una peligrosa falta de piedad que resultaba un mal presagio para cualquier adversario.
Estaba relacionado con la nobleza española y disponía de una fortuna personal que lo colocaba en los lugares más altos de la lista de ricos europeos.

Y se le notaba… por el traje de Armani, los zapatos italianos y el Rolex en la muñeca.

El largo vuelo no había conseguido hacerle perder el control lo más mínimo. Su lujoso avión privado tenía toda clase de comodidades y estaba dotado de la última tecnología que le permitía tener una oficina volante.

Como había trabajado, estudiado listas, gráficos y datos, y se había mantenido en contacto con Federico… no había sido capaz de desconectar y dormir. Algo que normalmente hacía en la cómoda cama de que disponía en la habitación privada que había en la cola del avión.

En lugar de eso, se había visto acosado por la imagen de una joven recientemente tomada con la cámara de un móvil: Paula Alfonso… en ese momento Chaves. Y su hija.

Había dos imágenes, la de antes y la de después. En la primera, serena, feliz y amorosa. Madre e hija riendo. En la segunda, la expresión de la niña seguía igual, pero la de su esposa, sin embargo, reflejaba impresión y algo más… ¿El presentimiento de que su vida tal y como había sido desde que había salido de Madrid iba a terminar?

Sin duda.

Apretó la mandíbula mientras salían por las puertas de cristal de la terminal y se metían en una limusina que los esperaba.

El conductor metió sus maletas en el portaequipajes y después se sentó tras el volante. Pedro apenas se fijó en el paisaje que pasaba frente a las ventanillas mientras salían del aeropuerto.

Una hija.

Casi no podía controlar la ira hasta que la pantalla del móvil se iluminó por la llamada de Federico.

¿Cómo se atrevía Paula a mantenerlo ignorante de la existencia de una hija?
Su reacción inicial había sido dar instrucciones a su piloto para que se dispusiera a volar a Australia, pero en lugar de eso, había actuado con calma, consultado a sus abogados y planeado una estrategia. Al día siguiente intentaría ponerla en práctica.

La suite de Pedroo en un hotel de la ciudad ofrecía toda clase de lujos. Se quitó la chaqueta, soltó la corbata, organizó su equipaje y se puso cómodo para leer con detenimiento el informe que le habían facilitado.

El detective que había contratado había hecho un buen trabajo. En el documento había una exhaustiva lista de los movimientos de Paula los últimos días, su dirección, su teléfono que no salía en la guía, la matrícula, marca y modelo de su coche, su lugar de trabajo, la escuela infantil de Olivia.

Detalles que rellenaban alguno de los espacios en blanco y revelaban que no había tocado ni un céntimo del dinero que él había depositado en un banco a su nombre, ni de la cantidad que había ido añadiendo mes a mes.

Quería zarandearla y lo habría hecho si la hubiera tenido a su alcance.
¿Qué estaba Paula tratando de demostrar? Algo que él ya sabía: que sus relaciones familiares, su riqueza y su estatus social nunca la habían impresionado.

Ella había caído en su vida, literalmente, reflexionó recordando el momento en que el fino tacón de uno de sus zapatos se había quedado enganchado en una reja de metal y la había lanzado contra él en una céntrica calle de Madrid.

No había estado preparado contra la química instantánea… y una instintiva necesidad de prolongar el contacto con ella.

Se habían tomado un café en una cafetería cercana, intercambiado números de móvil… y el resto era historia. Pedro cerró el informe y se acercó a la amplia zona acristalada que ofrecía una hermosa vista sobre el río Swan.

El cielo era un telón de fondo azul de los altos edificios de la ciudad, la cuidada vegetación… un colorido panorama que miraba ausente y que le recordaba un paisaje similar de unos años antes cuando había deslizado un anillo en el dedo de Paula. Una época en que los dos tenían suficiente con el otro y raramente pasaban un momento separados.

Pedro sintió que su cuerpo se ponía tenso con los recuerdos de todo lo que habían compartido. El desinhibido entusiasmo de ella, su risa, su pasión. Su propia libidinosa respuesta fuera de control. Algo que nunca había sentido antes con ninguna mujer.

Tampoco en ningún otro aspecto de su vida. En el mundo de los negocios, tenía la reputación de ser un hombre de hielo y mantener la calma en la peor situación. Una conducta que le había granjeado el respeto de sus contemporáneos.

Se dio la vuelta para alejarse de los ventanales y miró su reloj. Había sido un vuelo largo, había cambiado de huso horario y tenía que ajustarlo.
Unos largos en la piscina del hotel y después una buena sesión de gimnasio le ayudaría a aliviar la tensión.

Con eso en la cabeza, tecleó un mensaje para Carlos, después se quitó la ropa, se puso un bañador, un albornoz, buscó una toalla y se metió en el ascensor.

Hora y media después, duchado y vestido con un traje formal, salió a la calle, se metió en su limusina y dijo al conductor que lo llevara a una dirección de la ciudad.

El altamente cualificado abogado de Penh que había contratado el equipo legal de Pedro para representar sus intereses en Australia confirmó ciertos aspectos legales, le ofrecido seguridad y le explicó el procedimiento. La reunión terminó casi al final de la jornada laboral.


De vuelta al hotel se quitó la chaqueta y la corbata, encargó la cena al servicio de habitaciones, conectó el portátil a Internet y se comunicó con la oficina de Madrid.

No hay comentarios:

Publicar un comentario