Paula
ignoró la suavidad de su voz, la ira latente, pero contenida, y se enfrentó a
la oscura inflexibilidad de sus ojos.
—Era
inevitable. En cuanto empezó a ir a la escuela infantil —dijo ella.
—¿Y?
—Le conté
la verdad de un modo muy básico —dijo ella sin aflojar la mirada.
—Acláramelo
—alzó una ceja.
—Le dije
que me había separado de su padre antes de que ella naciera —se pasó la mano
por el pelo en un gesto inconsciente—. Hoy en día muchos niños tienen padres o
madres solteros o separados.
—Pero tú
sigues casada —se reclinó en el respaldo de la silla—, Paula. Conmigo.
—No por
mucho tiempo.
—¿Por
qué, después de cuatro años, sólo has considerado solicitar el divorcio ahora?
—No soy
parte de uno de tus negocios. Pedro, así que deja de jugar al psicólogo conmigo
—dijo con rabia y frustración—. Dime claramente lo que quieres.
Por un
momento le pareció ver un atisbo de sombra en el fondo de sus ojos, pero
rápidamente lo descartó.
—¿Respecto
a Olivia?
—Por
supuesto.
—Lo
primero. Quiero regalarle a un anciano enfermo la oportunidad de conocer a su
única bisnieta.
No era la
respuesta que ella esperaba, ni tampoco la mezcla de emociones que le llenó el
corazón.
—¿Ramón
está enfermo? —la única persona de toda la familia que había intentado suavizar
la oposición a la elección de esposa que había hecho Pedro. Alguien que se
había convertido en su aliado—. ¿Cómo de enfermo?
—Los
médicos dicen que es cuestión de meses. Puede que menos.
Lo que
eso implicaba se convirtió en una vívida realidad. Lograr ese objetivo suponía
llevar a Olivia a España. El dolor se incrementó en su interior hasta
convertirse en un torbellino.
—No
permitiré que la saques al extranjero —la racionalidad se la llevó el viento—.
No tiene pasaporte. Demonios, ¡ni siquiera te conoce!
¿Qué
pasaba si no volvía a llevarle a la niña? ¿Qué pasaba si Olivia se afligía, se
asustaba?
—Naturalmente,
tú podrías acompañarla.
¿Volver
al lugar donde había pasado los peores veinte meses de su vida? ¿Relacionarse
con una familia que había ocultado su desaprobación por la elección de Pedro
bajo un manto de amabilidad? ¿Volver a ver a una antigua amante que había
resultado no ser tan antigua y que había disfrutado interponiéndose y
provocando el caos?
—¡Tienes
que estar de broma!
—Unas
semanas —dijo Pedro—. Eso es todo.
—No —dijo
tras cerrar y abrir los ojos.
—Le he
dado mi palabra a Ramón.
—¿Ramón
sabe de la existencia de Olivia? —eso sólo empeoraba la situación.
—Mi
abuelo fue… —hizo una pausa casi inapreciable— informado de la existencia de Olivia
de un modo involuntario.
No era
difícil imaginar cómo. Penélope, la tía viuda de Pedro, era una mujer amargada
que disfrutaba entrometiéndose en todo.
No tuvo
ninguna dificultad en imaginarse a Federico informando de su encuentro de hacía
una semana y el modo en que Penélope se habría enterado.
—¿Y?
—entornó los ojos y alzó una ceja de modo inquisitivo.
Deliberadamente
bebió un sorbo del café y después otro antes de volver a dejar la taza en su
platito y mirarlo directamente a los ojos.
—No dudo
de la legitimidad de tu petición, pero no trates de usarla como una cortina de
humo —¿pensaba que era tonta?
—¿Por qué
haría algo así? Paula ya había colocado el clavo, sólo le quedaba darle con el
martillo.
—Para
ganarte mi simpatía, y dejar a un lado el asunto principal —endureció un poco
la expresión—. ¿O es que eso no forma parte de esta conversación y ya has dado
instrucciones a tu representante legal para que me informe de tus intenciones?
No tenía
miedo cuando se trataba de proteger a su hija. El admiró su fuerza y su
determinación… y ponderó si sería consciente de que aquello no tenía sentido
con él.
—Dedicaré
tiempo a que trabajemos sobre un acuerdo de custodia —ofreció Pedro con
indolencia—. Tenemos que ver qué nos conviene y, sobre todo, asegurarnos de que
el acuerdo al que lleguemos sea lo mejor para Olivia. Su bienestar emocional es
lo primero, ¿no?
—El
bienestar emocional de mi hija está bien como está.
—Pero las
circunstancias han cambiado —dijo con deliberada calma—. Olivia ahora tiene
madre y padre. El sistema legal intenta ser justo. Si no somos capaces de
llegar a un acuerdo amigable, un tribunal se hará cargo del caso y dictaminará
—hizo una pausa y la miró fijamente—. Tal y como son los hechos, ¿tienes alguna
duda de que un juez no me denegará un acceso razonable a mi hija?
No,
estaba segura de que sería así, pero confiaba en que no autorizaría su salida
de Australia.
—¿Por qué
tengo la sensación de que hay una razón oculta detrás de todo esto? —preguntó
con un creciente disgusto.
—Una que
evidentemente tú no has considerado —lanzó Pedro y luego enfatizó—: el derecho
de Olivia a ser una heredera legítima de la familia Alfonso.
Alzó la
barbilla y sus ojos se volvieron oscuros y con destellos dorados como la
obsidiana antes de decir:
—¿Por eso
exiges una prueba de paternidad?
—Hay una
fortuna en juego. Suficiente para convertir a Olivia en una niña rica y
malcriada.
—No.
—Tiene derecho
como heredera.
—¿A no
saber nunca si gusta por sí misma o por quien es o por lo que se puede sacar de
ella? ¿A vivir en una jaula dorada para estar protegida? ¿A no poder disfrutar
de una niñez normal?
Pedro se
terminó su café e hizo una señal al camarero para que le llevara otro,
indicando sólo uno cuando Paula le hizo un gesto de que ella no quería.
—La
riqueza tiene riesgos. Los guardaespaldas son discretos. Es algo con lo que se
aprende a vivir.
Paula recorrió
el entorno con la mirada, después volvió a mirarlo a él.
—Ahora me
dirás que los tuyos están sentados aquí al lado —dijo con deliberado cinismo y
notó cómo torcía ligeramente la comisura de los labios.
—Tres
mesas a tu derecha. Alto, pelo oscuro, moreno, vestido con unos vaqueros y un
polo. Carlos también es mi asistente personal.
No había
notado la presencia de nadie, ni sentido esa inexplicable punzada en la nuca…
y, definitivamente, no había visto a nadie que pareciera sospechoso. Pero
tampoco se había planteado la posibilidad. Estaba en Perth, Australia. Una
mujer joven que vivía con su hija de un modo completamente normal.
Muy, muy
lejos de Madrid y del estilo de vida de los Alfonso, donde la protección de los
miembros de la familia formaba parte de la existencia.
Era
perfectamente consciente del velado escrutinio de Pedro, observaba sus cambios
de humor, los interpretaba cada vez más cerca de dar el golpe.
—Firma el
formulario, Paula. Solicita el pasaporte para Olivia y recuerda que el viaje al
extranjero podría ser inminente.
Un
escalofrío le recorrió la espalda. Sin pasaporte, Olivia no podría salir de
Australia. Una vez que tuviera pasaporte, su hija podría viajar… a cualquier
sitio. Sin su madre.
La sola
idea hizo que su tensión se disparara y con ella el temor a un secuestro por
parte de Pedro, si estaba decidido a llevar a la niña a Madrid con o sin la
autorización de su madre.
Algo
contra lo que lo lucharía por todos sus medios.
—¿O me
llevarás a los tribunales?
—¿Por qué
no ves la estancia en Madrid como una oportunidad de que Olivia se acostumbre a
mi casa, a mi familia y a disfrutar de la ciudad con la seguridad de tu
acompañamiento?
Sabía lo
que iría a continuación y él no la decepcionó. —Ramón conocerá a su bisnieta.
¿Es demasiado pedirte?
—¿Y cómo
le explico esas vacaciones a Olivia? Es inteligente para su edad. Hace
preguntas, espera respuestas.
—¿Por qué
no irle contando poco a poco la verdad?
—¿Una
sugerencia de un hombre que no tiene experiencia con niños? — preguntó con
escepticismo.
—¿Es tan
difícil aceptar que esa sugerencia pueda ser buena?
—Estoy
dispuesta a escucharte —dijo con evidente tono de burla.
—Pero
también tienes prejuicios.
—Bien
fundados —dijo lanzando fuego por los ojos.
—Centrémonos
en lo que no ocupa.
—¡Por
supuesto! Pedro deseó cambiar aquel fuego en pasión, reducir la ira y hacerla
gemir con sus caricias, su boca. Hacerla recorrer con él el sendero que llevaba
al éxtasis que una vez habían disfrutado juntos. Y volverían a disfrutar.
Pretendía que así fuera. Por el reto… y por la venganza.
—Deja que
Olivia sepa que soy pariente de Ramón. Eso explicará por qué os acompaño a
visitarlo a Madrid.
—¿Crees
que Ramón aceptará algo así?
—Sé que sí.
—¿Y
Penélope? —preguntó con una carcajada de cínico escepticismo.
—Penélope
lo aceptará —afirmó Pedro con fuerza.
—Claro, y
los cerdos vuelan.
—Tu
comparación es graciosa.
—Pero…
adecuada.
—Pareces
olvidar que yo controlo los fondos de los Alfonso de los que Penélope recibe
sustanciosas cantidades para mantener su estilo de vida.
Lo sabía.
Y sabía que era lo bastante despiadado para obligar a su tía a aceptar bajo
amenazas.
—Quizá se
lo explicarás cuando pretendas que Olivia deba saber…
—¿Qué soy su padre? —interrumpió Pedro—. En el
momento adecuado. Que seguramente no sería durante su estancia en Madrid.
Parecía lógico pensar que Olivia y ella se quedarían en un hotel en Madrid y
llamarían a diario a Ramón… cuya enfermedad no le permitiría visitas muy
prolongadas.
Sería un
buen momento para mostrar a Olivia algunos de los aspectos de la cultura de su
padre, para viajar y pasarlo bien. Era tan fácil rendirse… Y casi lo hizo. Pero
aún había algunas cosas que necesitaban aclaración.
—¿Cuál es
el objetivo, Pedro?
—¿Por qué
crees que hay alguno?
—Tengo
razones para desconfiar de tus intenciones.
—Siempre
he sido sincero contigo. Paula lo contempló en silencio apreciando su
apariencia de latente poder y decidió apostar con sus propias cartas.
—Antes de
que acceda a nada —dijo con tranquila determinación—, tendrás que firmar un
documento notarial describiendo con detalle un programa de custodia para los
próximos dos años, sujeto a mi aprobación y renovable a discreción mía.
—A lo
mejor —dijo sin cambiar de expresión— podrías darme algunas orientaciones sobre
el acuerdo que tú considerarías aceptable.
—Olivia
puede pasar dos semanas contigo, dos veces al año —era una concesión tan
pequeña que resultaba patética—, pero tú podrás venir a Perth a visitarla con
la frecuencia que te permitan tus negocios.
—¿Esas
son tus condiciones? —dijo con una suavidad casi mortal.
—Hay una
cosa más. Billetes de vuelta a nombre de Olivia y mío y alojamiento para dos
semanas.
—Tres.
—¿Perdón?
—Tres
semanas. Los billetes son innecesarios. Viajaremos en mi avión privado. Le
costó reprimir una carcajada. ¿Cómo iba a desaprovechar una oportunidad de
hablar de su avión?
—En ese
caso, dos billetes de vuelta de Madrid a Perth.
—Fija una
fecha y te aseguro que el avión estará a tu disposición. Paula se puso de pie,
sacó un billete para pagar su café con leche y lo metió debajo del platito de
la taza. Un gesto de independencia, se dijo mientras guardaba el monedero.
—Pondré
por escrito todo lo que hemos hablado y te lo llevaré cuando nos veamos en el
parque —dijo y echó un vistazo al reloj sorprendida por lo rápidamente que
había pasado el tiempo.
Sin decir
ni una palabra más, se dio la vuelta y volvió a su apartamento, consciente de
una extraña sensación en la boca del estómago.
Había
esperado que Pedro discutiera las condiciones, incluso que las rechazara. ¿Por
qué no lo había hecho? Porque había logrado su objetivo: su permiso para que Olivia
conociera a Ramón Alfonso, el patriarca de la dinastía. Aunque ella había
puesto las condiciones.
Incluso
más, había insistido en que un determinado número de esas condiciones se
firmaran ante notario. Además, el pasaporte de Olivia permanecería en poder de
ella durante todo el viaje, se aseguraría de ello.
Había
considerado todas las contingencias, decidió con satisfacción mientras imprimía
dos copias. Cerró el portátil y preparó una neverita con fruta y bebidas,
recogió su bolso y bajó en ascensor al portal.
La
emoción de Olivia era palpable cuando la recogió en la escuela y se dirigieron
al parque.
Sí, le
aseguró, llegaban a la hora.
Sí, se
había acordado de llevar un paquete de pan en rebanadas para dar de comer a los
patos.
Y sí,
estaba segura de que Pedro las esperaría allí.
El parque
era un lugar muy popular y había varias parejas y familias en el césped que
rodeaba el estanque. Era un hermoso día de principios de verano, la brisa mecía
suavemente las copas de los árboles. Paula buscó un agradable sitio y extendió
una manta en el suelo.
—Creo que
está aquí —anunció Olivia sin aliento unos minutos después—. Sí, es él —movió
los brazos para atraer su atención.
«Sonríe»,
se dijo Paula mientras Pedro se unía a ellas y enterraba un ligero
resentimiento por lo fácilmente que su hija parecía haber quedado prendada de
él.
La comida
fue un éxito tremendo… desde la perspectiva de Olivia.
«Lo más»,
según decía con entusiasmo cada vez que volvía a contar los puntos álgidos, la
mayor parte de ellos relacionados con Pedro.
No había
ninguna duda de la existencia de un mutuo afecto entre padre e hija. Los gritos
y las risas de Olivia lo demostraban. Lo mismo que los gestos cariñosos que Pedro
tenía con la niña.
Era
normal, tenía que admitir Paula, insegura por el creciente vínculo.
Maldición,
tenía que ser algo bueno, reconoció mientras se dirigía al trabajo más tarde
esa noche. A lo mejor, si se lo repetía con la suficiente frecuencia, conseguía
llegar a creérselo.
El
documento notarial estaba ya en su poder, cortesía de un servicio de mensajería
urgente. Prácticamente una copia literal de lo que ella le había dado a Pedro
durante la comida.
También
había un nombre de un contacto y un número para facilitar la obtención del
pasaporte de Olivia. A finales de semana, podrían salir para Madrid.
Para
demostrar que ella respetaba el trato, firmó la autorización para la prueba de
paternidad, reunió los documentos necesarios para sacar el pasaporte y pediría
el permiso en el trabajo.
Había una
excesiva lista de sugerencias para acelerar todos los trámites para el viaje.
Había una
parte de ella que comprendía sus motivos, al mismo tiempo que existía una
cierta simpatía hacia un anciano enfermo que quería conocer a su única bisnieta.
Había
cubierto todas las posibilidades… ¿verdad?
Y tres
semanas tampoco eran tanto tiempo. Entonces, ¿por qué sentía esa sorda
preocupación? No la abandonaba mientras trabajaba, aunque conseguía empujarla
hasta el fondo de su mente mientras despachaba recetas y hablaba con los
clientes que frecuentaban la farmacia.
Había el
habitual trasiego del final de la tarde, seguido por una tregua durante la que
tuvo la oportunidad de rellenar una solicitud para pedir el permiso.
John
Bennett, el dueño de la farmacia, que era al mismo tiempo su amigo, dejó lo que
estaba haciendo y prestó a Paula toda su atención.
—Es un
poco repentino. ¿Te importa contarme la razón? Paula le contó lo mínimo.
—¿Crees que es una buena idea, Paula ? John era un hombre agradable, atento y
con quien se trabajaba bien. También había querido salir con ella… algo que
había rechazado. El le gustaba, pero… era el pero lo que importaba.
La
amistad estaba bien, pero no una relación. No contemplaba dar ese paso.
—Es un
acuerdo amigable —«al menos eso espero», se dijo en silencio—. Y he tomado
medidas de protección.
—¿Como…?
Paula
sacó del bolso el documento notarial y se lo tendió pendiente de su expresión.
—¿Quieres
mi opinión sincera?
—Por supuesto.
—Mi principal preocupación —le devolvió el papel—
es si tendría validez ante un tribunal —hizo una pausa—. ¿Confías en él?
Confiar
le pareció demasiado.
—En lo
que respecta al bienestar de Olivia, sí.
—¿Y
respecto al tuyo?
—Son sólo
tres semanas, John —«no lo sé».
—Si estás segura… ¿Segura? ¿Cómo podía estar
segura de algo en lo que estaba implicado Pedro?
Tenían
una accidentada historia llena de altibajos. Una montaña rusa, pensó en
silencio mientras trataba de apartar de su mente el torbellino de sensualidad
que amenazaba con arrastrarla al recordar todo lo que habían compartido…
durante los buenos tiempos.
La tarde
y la noche siguieron su modelo habitual: un período de mucho movimiento
mientras los cines cercanos se vaciaban y después el clásico padre o madre
desesperado que acudía a por medicamentos infantiles.
Era casi
la hora de cerrar cuando el timbre de la puerta anunció la llegada del último
cliente. Paula miró la pantalla de la cámara de seguridad y casi se quedó sin
respiración al ver a Pedro avanzar hacia el mostrador.
Ya no
llevaba la ropa que había usado durante el día. Unos pantalones sastre, una
camisa abierta en el cuello y una chaqueta remarcaban su fuerte y masculino
cuerpo.
—Yo
cerraré. Oyó Paula decir a John antes de volverse hacia Pedro.
—¿Qué
haces aquí? —preguntó mientras John se dirigía a la puerta.
—¿Qué
pasa si he venido a saludar? —dijo Pedro arrastrando las palabras mirándola
mientras ella metía unos datos en el ordenador y después lo apagaba.
—Pasabas
por aquí, ¿no? —alzó una ceja—. ¿O has venido a recoger los papeles que tengo
que firmar?
—Las dos
cosas —dijo con suavidad—. Estoy seguro de que a John no le importará ser
testigo de tu firma.
Paula se
sintió tentada de poner en práctica más tácticas dilatorias, pero algo así
sería inútil y no tendría sentido.
Pedro se
guardó el papel en el bolsillo de la chaqueta y esperó mientras ella se ponía
su chaqueta y recogía el bolso.
Paula no
tenía particular interés en que la acompañara.
El… la
afectaba. No se sentía cómoda con él. La hacía sentirse ligeramente alterada,
consciente de que, de algún modo, su presencia amenazaba los cimientos que
tanto le había costado levantar durante los últimos años.
Era una
tontería, se dijo. Estaba cansada, eso era todo, y tensa. Aún peor: estaba permitiendo
a su imaginación correr como un torrente.
Lo miró
de soslayo al salir de la farmacia y le dijo:
—Tengo
coche.
—¿Te
molesta que me asegure de que llegas bien?
—Estás
haciendo el ridículo. La calle estaba iluminada por unas farolas lejanas y una
luna en forma de hoz. El estaba demasiado cerca y el aroma de su colonia
mezclado con su masculino olor provocaba sus sentidos.
El coche
de Paula estaba aparcado a plena vista. Desconectó la alarma, se detuvo
mientras Pedro le abría la puerta. Se metió dentro rápidamente. Con la puerta
abierta, Pedro se inclinó y le dijo:
—Estaremos
en contacto.
Paula
inclinó la cabeza, arrancó el motor y se incorporó a la calle en dirección a
casa.
Wowwwwwww, qué buenos los 2 caps Yani.
ResponderEliminaresta barbara, se puso atrapante
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