Una
sensación familiar le provocó un nudo en el estómago al ver su alta e imponente
figura. Había tanta arrogancia aparente en esos ojos oscuros. Cuando estaba
completamente enamorada, lo había considerado tremendamente romántico, en ese
momento le parecía horrible.
Una vez
más rechazó el vino a favor del agua fría.
—No hace
falta que prescindas de tu vida social por que Olivia y yo estemos aquí.
—¿Una vez
que nuestra hija está durmiendo no debo sentirme en la obligación de atender a
su madre? —dijo con un tono en la voz que Paula no fue capaz de definir.
—Lo has
entendido a la primera.
—¿Por qué
crees que ignoraría a una persona invitada a mi casa?
—No creas
que vas a engatusarme con tu amabilidad —avisó Paula—. No hace falta que
insultes a mi inteligencia. No somos otra cosa que fuerzas opuestas en todas
las áreas de nuestra vida.
—¿Olivia
es una excepción?
—La única
excepción.
—Pero un
factor muy importante, estarás de acuerdo… Estaba volviendo a hacerlo y lo miró
fijamente mientras se sentaba a la mesa.
—Reconozco
que tenemos que mantener una relación amistosa en presencia de Olivia, pero ten
una cosa clara: cuanto menos te vea, mejor.
—¿Miedo, Paula?
—¿De ti?
No.
—Quizá
deberías tenerlo —advirtió Pedro como la seda mientras le hacía un gesto para
que se sirviera ella misma.
—Oh, por
favor —se sirvió una pequeña cantidad de guiso, dejó el cucharón en donde
estaba y lo miró—. ¿Por qué no me dejas en paz?
Pedro se
sirvió una generosa ración.
—Casi
cuatro años —dijo arrastrando las vocales—. Y aún el pulso de tu cuello te
traiciona.
—Tu ego
me sorprende.
—¿No te
has preguntado cómo habrían sido nuestras vidas si te hubieras quedado aquí?
—No
—consiguió decir con frialdad.
Mentira.
Recordaba las noches que había pasado despierta imaginando exactamente eso.
Cómo había fracasado en su búsqueda de la felicidad. Quizá Olivia fuera su
única hija porque no podía siquiera pensar en compartir su cuerpo con otro
hombre o gestar a su hijo.
—Interesante.
Paula
dobló con cuidado la servilleta y la dejó encima de la mesa, después se puso en
pie y le dedicó una mirada asesina.
—Siéntate,
Paula.
—¿Para que te dediques a analizarme e
interrogarme para divertirte? Olvídalo. Se dio la vuelta y, cuando había dado
unos pasos, sintió unas manos firmes sobre los hombros. En un movimiento
puramente instintivo, se dio la vuelta, alzó la cabeza y lo miró a los ojos.
—¿Qué es
lo siguiente? ¿Tácticas de fuerza?
—No, sólo
esto. Bajó la cabeza y atrapó su boca con los labios en un beso fuerte que la sorprendió.
Un leve
grito de disgusto creció y murió en su garganta, y casi como si sentir su tacto
la hubiese suavizado y se hubiese vuelto más sensual, dejó que sólo la punta de
su lengua se enlazara en una danza con la de él mientras la pasión se disparaba
y escapaba a su control.
Sintió
una de las manos de él deslizarse hacia arriba hasta la parte de atrás de su
cabeza mientras la otra bajaba por su espalda y la acercaba aún más a él. Cerró
los ojos mientras luchaba para no rendirse. La tentación de devolverle el beso
más profundamente era insoportable y gimió cuando él se separó y empezó a
saborearla sensualmente, acariciando su labio inferior, mordiéndolo ligeramente
con los bordes de los dientes, hasta que sucumbió al dulce hechizo.
Cielos.
Era como volver a casa. Adaptó la forma de su boca a la de él y al reforzar su
respuesta él la llevó a un mundo de evocadores sabores que prometían mucho.
Los
pezones se endurecieron al contacto con su pecho, ansiosos de… la caricia de
sus manos, su boca. Gimió sintiéndose totalmente perdida.
La dureza
de su erección era una potente fuerza y el calor corrió por las venas de Paula
activando sus centros del placer y haciendo que se sintiera tan viva que era
casi imposible no suplicar.
Fue el
deslizamiento de una mano por uno de sus pechos, la forma en que lo envolvió,
el tiempo que se entretuvo en desabrochar los botones lo que le dio un instante
para pensar. Hubiera sido muy fácil enlazar las manos tras su cuello e invitarlo
en silencio a que reavivara la llama. Y casi lo hizo. Casi.
Pero el
horror al ver hacia dónde se dirigía le dio la fuerza bastante para separarse
de él.
¿Qué
estaba haciendo? ¿Había perdido el juicio?
—Te odio
—dijo en un torturado susurro mientras dejaba caer los brazos e intentaba dar
un paso atrás.
Durante
lo que le pareció un siglo, Pedro la miró con pasión. Los labios le temblaban
ansiosos de poseerla.
—A lo
mejor te odias a ti misma —dijo con tranquilidad. ¿Por perder el control? ¿Por
disfrutar de sus caricias? ¿Por… desearlo tanto? La miró mientras se ponía
derecha, cuadraba los hombros, alzaba la barbilla y lo miraba enfurecida.
—Se
acabó. Y —dijo ella sin piedad— ha sido un experimento ridículo. Pedro la dejó
ir. La siguió con la mirada mientras se alejaba y salía de la habitación.
¿Experimento? Ni mucho menos. Un intento. Y, desde luego, no había acabado.
La
fotografía se había tomado con un teleobjetivo. Tenía que haber sido así porque
Paula no recordaba haber visto a nadie con una cámara mientras bajaban del
avión de Pedro.
Pedro
Alfonso con una mujer y una niña era una gran noticia. ¿Cuánto tardarían en
atar cabos y descubrir que la niña era su hija? No mucho. El pie de foto,
incluso en español, no dejaba duda. Hablaba de reconciliación. Lo mismo que el
comentario de Pedro al ser preguntado: «todo es posible».
Sintió
cómo la rabia la inundaba y llevaba hasta el límite su capacidad de
autocontrol.
Arrancó
la página con cuidado, la dobló y se la guardó en un bolsillo del pantalón
decidida a iniciar la confrontación.
El estaba
en la casa, pero ¿dónde? Su despacho sería el mejor sitio por donde empezar a
buscarlo.
Se
encontró con María, quien se dio cuenta de su mirada y del gesto de su
mandíbula y de inmediato agarró de la mano a Olivia.
—Vamos, pequeña,
vamos a la cocina a hacer unas galletas, ¿sí?
—Gracias
—dijo Paula tras dedicarle una sonrisa tensa—. Sé buena con María. Vuelvo en un
momento.
—Vale.
El
despacho de Pedro estaba situado en uno de los extremos de la primera planta.
Daba al jardín y a la zona de la piscina. Dos habitaciones contiguas habían
sido remodeladas y se había puesto en ellas una mesa de despacho con varios
ordenadores, un portátil y todo el equipamiento necesario de una oficina. Todas
las paredes estaban cubiertas por estanterías, menos una en la que había unos
cómodos sillones de cuero y una mesa baja.
Un
territorio muy masculino al que entró avisando apenas con un ligero toque en la
puerta.
Pedro
alzó la mirada del monitor del ordenador, notó la mirada de ira en los ojos de
ella y se arrellanó en la silla.
Vestida
con unos vaqueros negros y una blusa color sandía, el pelo recogido y sin
maquillaje, parecía casi una adolescente. Sus sinceras emociones siempre lo
habían intrigado porque casi nunca las disimulaba… una cualidad poco frecuente
en las mujeres que conocía. Seres sofisticados que jugaban a la seducción.
Paula
había sido distinta. No había sabido quién era él y no había parecido
impresionarle cuando se había enterado.
Cuatro
años antes, no había sido capaz de evitar que se fuera. No había luchado por
ella como debería haberlo hecho, suponiendo de modo erróneo que todo lo que
tenía que hacer para aliviar algo del daño hecho por Estrella y su tía viuda
era demostrarle por medio del sexo que la amaba.
Sintió
que su cuerpo se ponía rígido al recordarlo.
—¿Hay
algo de lo que quieras hablar? Con estudiada parsimonia, sacó el recorte del bolsillo,
lo desdobló y lo arrojó encima de la mesa. —A lo mejor no te importa
explicármelo. Pedro apenas lo miró.—Estoy seguro que sabes el suficiente
castellano como para poder entenderlo.
—Esa no
es la cuestión.
—¿Cuál es
la cuestión, Paula? —no dejaba de mirarla.
—La
«reconciliación» no figura en el acuerdo —apretó los puños, los ojos le
brillaban—. Eso no va a suceder de ninguna manera.
—¿Crees
que no?
—Exijo
que pidas una rectificación.
—No —su
tono era peligrosamente suave—. ¿Te niegas a reconocer que para Olivia sería
mejor tener padre y madre, una vida de familia estable y no una custodia
compartida por dos personas que viven en extremos opuestos del mundo?
—¿Un
padre y una madre en perpetua guerra? Por favor…
—¿Por qué
tendría que haber problemas? —hizo un gesto en el aire con una mano—.
Disfrutarías de todas las ventajas sociales de ser mi esposa, tendrías todo lo
que quisieras —la miró y se inclinó hacia delante—. ¿Ni siquiera para agradar a
un viejo moribundo?
Las
emociones encontradas se arremolinaban en el corazón de Paula y ensombrecían su
mirada.
—Ramón
tiene un cáncer muy avanzado —dijo con tranquilidad—. Unas cuantas
intervenciones han conseguido retrasar lo inevitable, pero el tumor cerebral es
inoperable y los médicos dicen que es cuestión de semanas que entre en coma.
—Lo
siento. ¿Por qué no me lo advertiste?
—Pensaba
que lo había hecho.
—Me
dijiste que estaba enfermo —señaló—, no que se estaba muriendo.
—Dadas
las circunstancias, ¿es tanto pedir? —la miró.
—¿Qué
pasa con Olivia? —le Sostuvo la mirada—. Ramón quiere conocerla, pero ¿has pensado
cómo le afectará a ella el rápido deterioro de la salud de Ramón? Es demasiado
pequeña como para enfrentarse a la enfermedad en ese grado.
—Le he
estado dando vueltas a eso —dijo Pedro con tranquilidad—. Ramón pasa un corto
espacio de tiempo sentado en una butaca en la sala. Parece viejo, cansado y
frágil, pero está muy lúcido —aseguró—. Podrás juzgar por ti misma.
En el
interior de Paula se desató una lucha entre emociones encontradas, incluyendo
la duda. Finalmente ganó la compasión.
—Tienes
que darme tu palabra de que yo decidiré cuándo cesan las visitas de Olivia.
—Sin duda
—se recostó en la silla y se puso las manos en la nuca—. ¿Y la aparente
reconciliación? ¿Aceptarás por Ramón?
¿Por qué
tenía la sensación de que cada día que pasaba la engañaba un poco más? No
quería participar en eso. Aunque parecía tan poco para hacer feliz a un anciano
moribundo. Hacerle creer… ¿qué? ¿Qué su adorado nieto se había reconciliado con
su esposa? ¿Podía hacerse semejante regalo a Ramón?
—¿No te
estás olvidando de algo? ¿De alguien? —preguntó Paula finalmente.
—Le
habremos dicho a Olivia quién soy yo antes de que vaya a ver a Ramón.
—¿Qué
será cuándo?
—A las
once —dijo mirando su reloj.
—¿Perdón?
—Ya lo
has oído. Sin pensarlo agarró un pisapapeles y se lo arrojó, pero falló y él lo
agarró en el aire.
El
ambiente estaba cargado de electricidad, las chispas saltaban en el silencio y
los ojos de Paula se oscurecieron incrédulos mientras Pedro dejaba en la mesa
el pisapapeles de cristal y después se ponía de pie.
Ella no
se movió, parecía clavada al suelo mientras él se acercaba. No podía siquiera
pronunciar una palabra porque su voz no era capaz de atravesar el nudo que
tenía en la garganta. Siguió inmóvil mientras él le agarraba la barbilla. Su
mirada era oscura, casi negra por la ira contenida. Su voz ronca.
—Juega
con fuego, querida, y te quemarás —le acarició con un dedo el borde de la
mandíbula—. Demasiadas emociones —dijo suavemente—. ¿Por qué crees tú que es?
—Porque
te odio.
—Mejor el
odio que la indiferencia —le pasó el pulgar por el labio inferior… y sintió
cómo temblaba por la caricia—. ¿Quieres que haga una prueba? —recorrió el
cuello con la yema de un dedo hasta llegar a la separación de los pechos,
después acarició uno de ellos y rozó el pezón con el pulgar.
Ella notó
como su pecho se hinchaba y el pezón se endurecía por el roce, y odió la
traidora reacción.
—Déjame.
—Pero si
aún no hemos terminado —dijo con tono indolente. Rozó su boca con los labios de
un modo que casi la hizo tambalearse y dejó escapar un gemido cuando tomó su
labio inferior entre los dientes. No fue consciente de que le estaba
desabrochando el cinturón hasta que notó una mano en la piel desnuda del
vientre. Después ya era demasiado tarde. Su protesta quedó ahogada por su boca
y notó cómo su cuerpo se sacudía de un modo espasmódico mientras él deslizaba
los dedos entre los rizos que poblaban la unión de sus piernas buscando y
encontrando la humedad del centro de su feminidad.
Con una
precisión infalible le acarició el clítoris y vio la mirada de sus ojos
mientras una oleada de sensaciones le recorría todo el cuerpo. Una ola que
volvía una y otra vez con cada caricia mientras él absorbía con la boca los
gritos que provocaba con sus dedos.
Pedro
quería más, mucho más, y la tentación de poseerla en ese momento era casi
insoportable. En la mesa, en el suelo, a horcajadas en una silla, contra la
pared.
La idea
tuvo sobre él un efecto disuasorio, así que se limitó a sujetarla, aflojó la
presión de la boca mientras los últimos estremecimientos recorrían el delgado
cuerpo de Paula hasta desaparecer finalmente.
Con
cuidado, sacó la mano del pantalón, cerró la cremallera y abrochó el cinturón.
Eso trajo a Paula de vuelta a la realidad. Se apartó de él, incapaz de creer
que hubiera permitido que ocurriera lo que acababa de suceder.
¿Cómo
podía haber bajado la guardia hasta dejarse seducir por sus caricias? No quería
mirarlo. No podría soportar ver en sus ojos la satisfacción, el placer por su
caída.
Durante
lo que pareció un siglo ninguno de los dos dijo nada, sólo se oía el irregular
sonido de la respiración de Paula.
—Ha sido
despreciable —consiguió decir ella con voz temblorosa por el odio antes de
pasarse el dorso de la mano por los labios como para quitarse el sabor de él.
—Pero…
instructivo, ¿no te parece? ¿Dónde está Olivia?
—En la
cocina, haciendo galletas con María —suspiró.
—Vamos a
verla.
—¿Ahora?
«Contrólate», pensó. Pero cómo, si estaba en medio de un torbellino de emociones
y su cuerpo aún no se había recuperado. Sólo pensar en cómo la había acariciado
era suficiente para provocar espasmos en la parte más sensible de su anatomía.
—Se lo
diremos juntos.
—Creo que
debería ser yo… —dijo ella haciendo un gran esfuerzo por recomponerse.
—Merece
que su padre y su madre estén presentes.
Recogieron
a Olivia en la cocina y subieron juntos al piso de arriba. Pedro sentó a la
niña en su cama y se puso en cuclillas para estar a la altura de sus ojos.
Se lo
dijo sencillamente. La reacción de Olivia le pareció eterna. Tras un momento de
duda, rodeó el cuello de Pedro con sus brazos. Los ojos de él brillaban por
encima de la cabeza de la niña mientras la abrazaba con fuerza y Paula tuvo que
parpadear para contener las lágrimas que le quemaban en los ojos.
Padre e
hija juntos. La felicidad de Olivia y su aceptación de la situación quedó
reflejada en sus palabras:
—Eres mi
papá.
Era un
comienzo, reconoció Paula. Olivia era una niña muy despierta para su edad y
seguramente luego vendrían las preguntas, pero de momento, habían superado uno
de los más importantes obstáculos.
Pedro
besó la frente de su hija.
—Ahora
tenemos que prepararnos para ir a ver a tu bisabuelo Ramón —apoyó una mano en
el hombro de Paula—. Un cuarto de hora. Os espero abajo.
Juntas
eligieron el vestido más bonito para Olivia quien, con el pelo recogido, siguió
a Paula mientras ésta se ponía un vestido ceñido de lino color jade sujeto con
un cinturón, se colocaba el pelo y se maquillaba ligeramente bajo la intensa
mirada de su hija.
Pedro
esperaba en el vestíbulo mientras ellas bajaban las escaleras y sonrió cuando Olivia
colocó su pequeña mano en la de él.
Carlos
los llevó a la mansión de Ramón y aparcó frente a la puerta principal.
Paula no
estaba preparada para enfrentarse al cambio en el estado físico del anciano,
uno de los pocos miembros de la familia Alfonso que la había tratado bien
durante su breve matrimonio con el mayor de sus nietos.
Lo
recordaba como un hombre fuerte a pesar de su avanzada edad. Vibrante y lleno
de energía y, al tiempo, comprensivo con la joven que había robado el corazón
de Pedro. Ramón la había animado a estudiar español, a aceptar la riqueza y el
modo de vida de los Alfonso y a reconocer las cosas que no podía cambiar.
En cierto
sentido había sido su mentor, y ver así a un hombre al que había adorado le
rompía el corazón.
Al
principio estuvo vacilante, insegura, sin saber si quedaría algo del afecto que
habían compartido. Después de todo, había sido ella quien se había marchado una
noche, dejando a Pedro sólo una breve nota en la que le decía que volvía a
casa.
—Hola —no
fue tanto el saludo como el tono de voz y la sonrisa lo que hizo que a Paula se
le llenaran los ojos de lágrimas.
—Ramón
—sin dudarlo se acercó al sillón en que se encontraba y lo besó en la mejilla—.
¿Cómo estás?
—¿Cómo
parezco? —dijo con una chispa de humor en los ojos. Paula inclinó la cabeza
ligeramente.
—Un poco menos que el león que recordaba.
—¡Qué
bien mientes! —la risa casi hizo llorar a Paula—, pero te perdono por mimar a
un viejo —le tomó una mano y la retuvo entre las suyas—. Ahora, preséntame a mi
bisnieta.
Pedro dio
un paso adelante con la niña de la mano.
—Olivia
—dijo con cariño—, éste es Ramón. Las facciones de Ramón se suavizaron de un
modo dramático y se le humedecieron los ojos.
—Acércala
más. Por un momento, Olivia pareció dubitativa, asintió después de que Pedro le
dijera unas palabras de aliento.
—Hola,
bisabuelo —dijo en español.
Paula la
miró con los ojos de par en par. La pronunciación había sido buena. ¿Quién
habría sido?
Pedro,
por supuesto, seguramente habría ayudado María. Durante un instante,
experimentó sentimientos encontrados, después se vieron superados por la
felicidad de Ramón.
—Olivia.
Un nombre precioso para una niñita preciosa —dijo cariñoso.
—Pedro,
mi padre, algunas veces me llama «pequeña» —dijo la niña solemne. La sonrisa de
Ramón derritió el corazón de Paula.
—Tienes
que visitarme mucho, así podré enseñarte español.
—Tengo
que preguntarle a mamá si puedo.
—Por
supuesto —dijo Ramón con la misma solemnidad mientras interrogaba a Paula con
la mirada.
—Será un
placer —¿qué otra cosa podía decir?
—Pedro te
traerá.
—¿Mamá
también? —preguntó la niña momentáneamente insegura.
—Naturalmente.
Podrás venir por la mañana, así tendrás el resto del día para explorar —alzó la
vista al oír el sonido de la puerta al abrirse—. Ah, aquí está Sofía con el té.
Té con
unos deliciosos sándwiches, algo de conversación agradable y después Pedro dijo
que tenían que irse.
Carlos
los llevó al Parque Warner, una sorpresa que Pedro se había reservado.
—Eres un
hombre ocupado —protestó Paula sin mucha convicción. —¿No es posible que haya
aprendido a delegar?
—Improbable.
—Te
equivocas.
—No
esperamos que nos dediques todo tu tiempo —dijo, mirándolo con precaución.
—Es un
placer hacerlo —la miró a la boca. «Placer», una palabra que no fallaba. Paula
notó que el rubor le subía a las mejillas y lo miró sombría antes de volverse
hacia la ventanilla.
Fue
durante la cena de esa noche cuando ella sacó el tema de la vida social de Pedro.
—¿No
tienes… —hizo una pausa con deliberada delicadeza— ninguna amante que se
impaciente por tu ausencia?
—¿De su
cama? —preguntó en tono de broma mientras notaba el latido del pulso en la base
del cuello de Paula —. Quizás
—dijo arrastrando las vocales—. Si tuviera alguna.
—¿Estrella
se ha convertido en una amante consumada?
—Eso es
algo que deberías preguntarle a su marido. ¿Estrella se había casado?
—Me
cuesta creer que renunciara a ti.
—Nunca
fui un aspirante, querida —sonrió de modo forzado. No era fácil parecer
indiferente, pero lo consiguió.
—¿Podemos
cambiar de tema?
—Has sido
tú quien lo ha sacado —le recordó con odiosa sencillez.
—¿Ramón
tiene muchos dolores? —dijo intentando disimular la ligera desesperación en su
voz, pero tuvo la impresión de no haberlo conseguido.
—Tiene
atención médica continua y una enfermera en la casa. Ha sido su deseo
permanecer allí.
Paula
conocía su estado y sus posibilidades. Poco se podía hacer, sólo que no
sufriera.
—Quería
pedirte que Olivia y tú os quedéis hasta que Ramón entre en coma.
Debería
haber pensado que le pediría algo así y se maldijo por no haberlo previsto.
—Tengo un
trabajo —le recordó—. Tenemos un acuerdo. Después de tres semanas, Olivia y yo
volveremos a Perth.
—Estoy
seguro de que tu estancia puede prologar— se por un motivo así.
Podía si
ella quería. La verdad era que no confiaba en sí misma si pasaba mucho más
tiempo cerca de Pedro. Tenían una historia común, una potente química que no
podía atreverse a avivar. El era peligroso, primitivo. Sintió que la rabia la
llenaba al sentirse manipulada.
—¿Crees
que te he traído hasta aquí con algún motivo oculto?
—Sí —no
tenía ninguna duda.
—¿No te parece un poco rebuscado? —su mirada
era penetrante.
—Creo que
harás cualquier cosa para conseguir lo que quieres —dijo con vehemencia.
—¿Y qué
crees que quiero?
—A Olivia.
—Por
supuesto —su expresión no cambió—. ¿Qué más? Paula se puso de pie, arrojó la
servilleta sobre la mesa y se dio la vuelta para marcharse. —Llegará un día que
no huirás.
—¿Estás
seguro? —dijo dándose la vuelta y lanzándole una mirada envenenada.
Pedro
sintió un fuerte deseo de echársela al hombro y llevarla a su cama. Ya lo había
hecho alguna vez en el pasado, cuando las palabras no habían servido para
comunicarse. ¿Serían los recuerdos de ella tan vívidos como los suyos? ¿La
mantendrían despierta por las noches?
Contaba
con ello.....
Gracias por Leer y Comentar SIEMPRE!!
Wowwwww, intensos los 2 caps Yani. Muy buenos los 2 caps.
ResponderEliminarse puso buenísima, cada vez mas atrapante
ResponderEliminar