Divina

Divina

viernes, 7 de agosto de 2015

En La Cama De Su Marido Capítulo 5


Pedro.

Con una mano en el bolsillo del pantalón, la estudiada indolencia… una imagen que ella sabía que era engañosa ya que ocultaba a un depredador esperando la oportunidad para atacar.

Por un momento, Paula consideró la posibilidad de darse la vuelta, pero decidió no darle esa satisfacción. Además, tenía que recoger a Olivia.
¿Quería una confrontación? ¡Pues no pensaba dársela!

Alzó la barbilla y lo miró de modo decidido… lo que presumiblemente tuvo poco o ningún efecto, ya que no cambió de postura mientras ella se acercaba.

Paula cuadró los hombros, enderezó la espalda y lo miró a los ojos sin temor. De acuerdo, empezaría a comportarse de un modo civilizado.

—Pedro.

—Paula. El timbre de su voz con un ligero acento se aferró a sus terminaciones nerviosas… para su consternación. No quería sentirse afectada por él, no quería que le recordara nada de lo que habían compartido.

Lo que era una farsa, dado que la existencia de Olivia era una prueba viviente.

—Este es un aparcamiento privado.

—Lo siguiente —dijo alzando una ceja con un gesto de burla— será preguntarme cómo he entrado.

—No tengo tiempo para conversaciones improductivas —apuntó mirando el reloj.

—Entonces vayamos derechos al grano.

Su respuesta le dolió, pero Paula decidió ignorar el gélido escalofrío que le recorrió la espalda.

—,Y eso es? —como si no lo supiera.

—Mi hija —dijo con una mirada implacable. Paula tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantener la entereza.

—El padre no aparece en su partida de nacimiento. Una buena elección en aquel momento y, tenía que admitirlo, un acto de desafío.

—He accedido a los informes del hospital —le explicó Pedro con una suavidad mortal—. Olivia nació a término, lo que sitúa el momento de su concepción unas seis semanas antes de que abandonaras Madrid.
Sabía lo que iba a continuación, así que cerró los ojos como si así pudiera evitar las terribles palabras que irían a continuación.
—He pedido una prueba de ADN a un laboratorio privado —esperó un instante—. Tienen mi muestra y les hace falta una de Olivia, preferiblemente en menos de veinticuatro horas —apretó la mandíbula—. Tengo los papeles necesarios para que los firmes.

Deseaba golpearlo… con fuerza, especialmente donde más le doliera.

—No —dijo con voz tensa y mirada dura.

—¿Rechazas autorizar la prueba?

—Sí, ¡maldita sea!

—Entonces presentaré una demanda por la custodia y será desagradable. Podía contratar a los mejores abogados del país para que llevaran su caso. Eso no le sorprendería. Era típico de él asegurarse de tenerlo todo previsto antes de dar el primer golpe.

—Hijo de…

—Omite los adjetivos, Paula —dijo alzando una ceja con gesto cínico—. Llámame. Tienes veinticuatro horas para comunicarme una decisión.

—Vete al infierno, Pedro —dijo echando fuego por los ojos.

—Mi número de móvil —dijo tendiéndole una tarjeta—. Llámame.

—No en este siglo. El aire entre ellos empezaba a estar tan cargado que amenazaba con incendiarse. Pedro alzó una ceja en un claro gesto de burla.

—Quizá quieras reconsiderarlo, dado que sé dónde vives, la dirección de la escuela de Olivia, el parque al que soléis ir —su expresión no cambió—. ¿Sigo?

Sintió pánico al pensar que pudiera presentarse sin avisar en cualquiera de esos lugares… el efecto que eso tendría sin una explicación previa.

—¿Qué vas a hacer? —exigió Paula—. ¿Amenazarla? ¿Secuestrarla?

—Mierda —dijo en español con un gesto de rabia—. ¿Qué clase de hombre te crees que soy?

Paula pensó que una vez había sabido la respuesta a esa pregunta. En ese momento, ni siquiera se arriesgaba a aventurar una.

—Pretendo conocerla, pasar algo de tiempo con ella —su mirada la atrapó—. Acéptalo, va a suceder, Paula —hizo una pausa casi imperceptible—. De un modo u otro.

Le estaba dando a elegir, eso era evidente: el camino fácil o el campo minado que suponía la vía legal.

Cerró los ojos un momento incómoda por la situación en que la estaba poniendo. Estuvo a punto de mandarlo al infierno y que ocurriera lo que ocurriera.

Por ella no le importaba, pero quería proteger a su hija y hubiera caminado sobre brasas antes de exponer a Olivia a cualquier cosa que pudiera hacerle daño o hacerle perder la confianza.

—Eres un despiadado hijo de perra —dijo con amargura.

—¿Algo más?

—Olivia es mía. Yo decidí tenerla —sus ojos se llenaron de emoción—. Yo he sido quien la ha criado y dado amor.

—Me has negado a mí la posibilidad de hacer lo mismo —apretó la mandíbula.

—Tú te la negaste.

—Tú desapareciste.

—¿En vez de quedarme para discutir contigo? —hizo un gesto de incredulidad y siguió con voz ronca—. Por favor. Era como golpearse la cabeza contra una pared de ladrillos una y otra vez. Al final ganaron tu amante y tu familia.

—Eras mi esposa —entornó los ojos. La palabra «eras» le hizo alzar desafiante la barbilla y lo miró a los ojos.

—Como si eso hubiera supuesto muchas diferencias.

—Te di mi palabra de serte fiel —recordó él al ver las emociones que se apreciaban en su gesto.

Paula no quería pensar en el día de su boda, ni en los días y semanas siguientes. Todo había parecido perfecto en ese momento. Hasta que la realidad se había impuesto, subrepticiamente al principio, y se había visto forzada a reconocer los manipuladores planes de calculada destrucción.

—Palabras vacías, Pedro.

—Eso es agua pasada, ¿no? Ahora tenemos asuntos más urgentes que resolver. Olivia. Paula sintió que le dolía todo el cuerpo y su gesto se volvió tenso. —¿Dónde prefieres que la conozca? —dijo él—. ¿En la escuela o en tu casa?

—En la escuela no —dijo para ganar tiempo a ver si se le ocurría otra cosa. Tampoco en su apartamento. No podría soportar que él invadiera su espacio, donde ella tenía el control y tendría que sacrificarlo en presencia de Olivia… o arriesgarse a provocar una situación que alarmaría a su hija.

Una comida. Podría proponer salir a comer. Algo tranquilo y a lo que Olivia estaba acostumbrada, sería algo corto y agradable… cuanto más corto mejor.
Propuso un lugar y una hora.

—Mañana —añadió y vio cómo se torcía el gesto de Pedro.

—Hoy.

—No —dijo ella con firmeza, tenía que controlar la situación.

—Hoy, Paula. A las doce y media —hizo una imperceptible pausa y añadió con una tranquilidad mortal—. Estate allí.

Hoy. Mañana. ¿Cuál era la diferencia? ¿Un día cambiaría algo? Pedro estaba allí. Y no tenía otro remedio que enfrentarse a la situación.

—Si… si —se agobió—. Si accedo, tendrá que haber algunas condiciones.

—¿Cómo cuáles? —dijo Pedro contemplándola, notando la oscuridad de su mirada, las sombras que había debajo y la palidez de su rostro.

Parecía que había dormido tan mal como él y sintió una cierta satisfacción al constatarlo.


—En lo que respecta a Olivia, tú eres sólo… —dudó un momento consciente de que «amigo» no era la palabra que quería utilizar— alguien a quien conozco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario