Pedro.
Con una
mano en el bolsillo del pantalón, la estudiada indolencia… una imagen que ella
sabía que era engañosa ya que ocultaba a un depredador esperando la oportunidad
para atacar.
Por un
momento, Paula consideró la posibilidad de darse la vuelta, pero decidió no
darle esa satisfacción. Además, tenía que recoger a Olivia.
¿Quería
una confrontación? ¡Pues no pensaba dársela!
Alzó la
barbilla y lo miró de modo decidido… lo que presumiblemente tuvo poco o ningún
efecto, ya que no cambió de postura mientras ella se acercaba.
Paula
cuadró los hombros, enderezó la espalda y lo miró a los ojos sin temor. De
acuerdo, empezaría a comportarse de un modo civilizado.
—Pedro.
—Paula.
El timbre de su voz con un ligero acento se aferró a sus terminaciones nerviosas…
para su consternación. No quería sentirse afectada por él, no quería que le
recordara nada de lo que habían compartido.
Lo que
era una farsa, dado que la existencia de Olivia era una prueba viviente.
—Este es
un aparcamiento privado.
—Lo siguiente —dijo alzando una ceja con un
gesto de burla— será preguntarme cómo he entrado.
—No tengo
tiempo para conversaciones improductivas —apuntó mirando el reloj.
—Entonces
vayamos derechos al grano.
Su
respuesta le dolió, pero Paula decidió ignorar el gélido escalofrío que le
recorrió la espalda.
—,Y eso
es? —como si
no lo supiera.
—Mi hija
—dijo con una mirada implacable. Paula tuvo que hacer un gran esfuerzo para
mantener la entereza.
—El padre
no aparece en su partida de nacimiento. Una buena elección en aquel momento y, tenía
que admitirlo, un acto de desafío.
—He
accedido a los informes del hospital —le explicó Pedro con una suavidad
mortal—. Olivia nació a término, lo que sitúa el momento de su concepción unas
seis semanas antes de que abandonaras Madrid.
Sabía lo
que iba a continuación, así que cerró los ojos como si así pudiera evitar las
terribles palabras que irían a continuación.
—He
pedido una prueba de ADN a un laboratorio privado —esperó un instante—. Tienen
mi muestra y les hace falta una de Olivia, preferiblemente en menos de
veinticuatro horas —apretó la mandíbula—. Tengo los papeles necesarios para que
los firmes.
Deseaba
golpearlo… con fuerza, especialmente donde más le doliera.
—No —dijo
con voz tensa y mirada dura.
—¿Rechazas
autorizar la prueba?
—Sí, ¡maldita sea!
—Entonces
presentaré una demanda por la custodia y será desagradable. Podía contratar a
los mejores abogados del país para que llevaran su caso. Eso no le
sorprendería. Era típico de él asegurarse de tenerlo todo previsto antes de dar
el primer golpe.
—Hijo de…
—Omite
los adjetivos, Paula —dijo alzando una ceja con gesto cínico—. Llámame. Tienes
veinticuatro horas para comunicarme una decisión.
—Vete al
infierno, Pedro —dijo echando fuego por los ojos.
—Mi
número de móvil —dijo tendiéndole una tarjeta—. Llámame.
—No en
este siglo. El aire entre ellos empezaba a estar tan cargado que amenazaba con incendiarse.
Pedro alzó una ceja en un claro gesto de burla.
—Quizá
quieras reconsiderarlo, dado que sé dónde vives, la dirección de la escuela de Olivia,
el parque al que soléis ir —su expresión no cambió—. ¿Sigo?
Sintió
pánico al pensar que pudiera presentarse sin avisar en cualquiera de esos
lugares… el efecto que eso tendría sin una explicación previa.
—¿Qué vas
a hacer? —exigió Paula—. ¿Amenazarla? ¿Secuestrarla?
—Mierda
—dijo en español con un gesto de rabia—. ¿Qué clase de hombre te crees que soy?
Paula
pensó que una vez había sabido la respuesta a esa pregunta. En ese momento, ni
siquiera se arriesgaba a aventurar una.
—Pretendo
conocerla, pasar algo de tiempo con ella —su mirada la atrapó—. Acéptalo, va a
suceder, Paula —hizo una pausa casi imperceptible—. De un modo u otro.
Le estaba
dando a elegir, eso era evidente: el camino fácil o el campo minado que suponía
la vía legal.
Cerró los
ojos un momento incómoda por la situación en que la estaba poniendo. Estuvo a
punto de mandarlo al infierno y que ocurriera lo que ocurriera.
Por ella
no le importaba, pero quería proteger a su hija y hubiera caminado sobre brasas
antes de exponer a Olivia a cualquier cosa que pudiera hacerle daño o hacerle perder
la confianza.
—Eres un
despiadado hijo de perra —dijo con amargura.
—¿Algo
más?
—Olivia
es mía. Yo decidí tenerla —sus ojos se llenaron de emoción—. Yo he sido quien
la ha criado y dado amor.
—Me has negado a mí la posibilidad de hacer lo
mismo —apretó la mandíbula.
—Tú te la
negaste.
—Tú
desapareciste.
—¿En vez
de quedarme para discutir contigo? —hizo un gesto de incredulidad y siguió con
voz ronca—. Por favor. Era como golpearse la cabeza contra una pared de
ladrillos una y otra vez. Al final ganaron tu amante y tu familia.
—Eras mi
esposa —entornó los ojos. La palabra «eras» le hizo alzar desafiante la
barbilla y lo miró a los ojos.
—Como si
eso hubiera supuesto muchas diferencias.
—Te di mi
palabra de serte fiel —recordó él al ver las emociones que se apreciaban en su
gesto.
Paula no
quería pensar en el día de su boda, ni en los días y semanas siguientes. Todo
había parecido perfecto en ese momento. Hasta que la realidad se había
impuesto, subrepticiamente al principio, y se había visto forzada a reconocer
los manipuladores planes de calculada destrucción.
—Palabras
vacías, Pedro.
—Eso es
agua pasada, ¿no? Ahora tenemos asuntos más urgentes que resolver. Olivia. Paula
sintió que le dolía todo el cuerpo y su gesto se volvió tenso. —¿Dónde
prefieres que la conozca? —dijo él—. ¿En la escuela o en tu casa?
—En la
escuela no —dijo para ganar tiempo a ver si se le ocurría otra cosa. Tampoco en
su apartamento. No podría soportar que él invadiera su espacio, donde ella
tenía el control y tendría que sacrificarlo en presencia de Olivia… o arriesgarse
a provocar una situación que alarmaría a su hija.
Una
comida. Podría proponer salir a comer. Algo tranquilo y a lo que Olivia estaba
acostumbrada, sería algo corto y agradable… cuanto más corto mejor.
Propuso
un lugar y una hora.
—Mañana
—añadió y vio cómo se torcía el gesto de Pedro.
—Hoy.
—No —dijo
ella con firmeza, tenía que controlar la situación.
—Hoy, Paula.
A las doce y media —hizo una imperceptible pausa y añadió con una tranquilidad
mortal—. Estate allí.
Hoy.
Mañana. ¿Cuál era la diferencia? ¿Un día cambiaría algo? Pedro estaba allí. Y
no tenía otro remedio que enfrentarse a la situación.
—Si… si —se agobió—. Si accedo, tendrá que
haber algunas condiciones.
—¿Cómo
cuáles? —dijo Pedro contemplándola, notando la oscuridad de su mirada, las
sombras que había debajo y la palidez de su rostro.
Parecía
que había dormido tan mal como él y sintió una cierta satisfacción al
constatarlo.
—En lo
que respecta a Olivia, tú eres sólo… —dudó un momento consciente de que «amigo»
no era la palabra que quería utilizar— alguien a quien conozco.
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